Oh I'm just counting

Aniversario. Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

Formamos parte del grupo afortunado de una última generación, pues la que nos proseguía, se enfrentaría a forzosos e ineludibles cambios…
Instalada por las narraciones de mi padre, la semilla por viajar, a estudiar al colegio santiaguino, germinó temprano, y la recuerdo ahora, en la imagen de mi madre, con el corazón encogido, empequeñecida por la inminente separación, apoyada en el semblante feliz de mis hermanos menores y en la mirada de consuelo de mi padre, mientras yo meditaba cabizbajo, preso de una misteriosa conjunción de sentimientos, por un lado, la sensación de tristeza por lo que dejaba, por el otro, la inquietante incertidumbre por el anhelo de lo que descubriría.
 
El silbato estridente de la locomotora apura el adiós. Atrás, la calidez del hogar, atrapada por la noche, al frente, el realismo de mis sueños infantiles. Atrás, la lluvia incesante, azotando con rigor las ventanas de madera de mi cuarto, al frente, el mundo dibujado por mi padre sobre el humo rancio de la sobremesa. Atrás, el sabor salado del mar y el aroma a comida que brota inextinguible de la cocina a leña, al frente, centelleantes luces de la ciudad refulgente, terroríficamente seductora.
 
Vistiendo un terno café llegué con dos días de atraso al encuentro con mis nuevos compañeros. Al dejarme, en el portón verde de hierro forjado, mi padre me había advertido que me visitaría al día siguiente, y que a su pregunta sobre mi estado, yo contestaría, bien o mal, pero en ambos casos debería quedarme y él se marcharía, solo que en un caso lo haría jubiloso, y en el otro, con el corazón oprimido. Mis compañeros se agolpan en torno a mí burlándose de mi vestimenta y de mi acento. Vivo instantes de terror y deseo regresar con mi padre, pero he sido advertido, tendré que mentir al día siguiente e iniciar el difícil proceso de mi adaptación al nuevo hogar.
 
Solía, en aquel primer período, aislarme en un patio de luz interior, reducto inexpugnable que nadie visitaba, y al que, a través de los cristales que lo cubrían, se asomaban los tibios rayos del sol de mayo, que yo recogía para sortear el invierno.
Ansioso, acudía en los recreos en busca de una carta redentora que portaba la esquiva figura del inefable Serrano; un día que parecía que iba de suerte, me sorprendí al leer una carta, provenía de una señorita que me declaraba su amor, confundido, revisé el nombre y se esfumó mi entusiasmo al constatar que, aunque nuestro nombre y apellido coincidía, la L del segundo apellido, en su caso era Lagos, por lo que apesadumbrado, llevé la carta a su feliz beneficiario.
 
De a poco, mi descubrimiento de los valores que habitaban mudos, al interior de lóbregos muros gastados que custodiaban los tesoros que yo iba develando, endulzaron mi trato hacia el colegio. A media semana, la película del miércoles aportaba un placer inusitado. Y entre compañeros que fueron hermanos, encontré el placer de la amistad; y entre profesores que fueron maestros, me acerqué al seductor encanto del conocimiento, básico en la acción que la vida me demandaría en el futuro.
 
Y los años pasaron de prisa, para mí en el colegio y para el país enfrentado a incipientes cambios sociales, hasta graduarnos hace cincuenta años como la última generación de humanidades, inequívoco símbolo revelador de nuestra edad, mientras el mundo y el país continuaban su avance entre posturas económicas irreconciliables.
Y nos desprendimos del tronco INBANO, y como el viento de otoño guía el camino azaroso de las hojas que caen del árbol, la vida dispuso para cada uno de nosotros los inciertos caminos que nos había reservado. Y… ¡Qué extraño puede parecernos hoy haber perdido total contacto con algunos!
 
Y a partir de la generación que nos procedió – por eso al inicio aludí a nuestra fortuna – los jóvenes se envolvieron en una ascendente reyerta ideológica que se instaló en el país y que inició un cambio de ideales que pasó, desde las aulas a las calles, y la educación pública se sumió en un profundo e inexorable proceso de degradación.
Quienes amamos al colegio; Quienes vimos florecer entre sus patios amistades imperecederas; Quienes nos solazamos con el éxito alcanzado por muchos hermanos INBANOS en diversas áreas del quehacer nacional; Quienes con gratitud, alabamos la igualdad de oportunidad que frente a la educación privada el colegio supo entregarnos, formamos parte de la época gloriosa en que la educación constituía un bien social y con pavoroso sentimiento percibimos hoy su destrucción, y convencido - junto al querido Cristián Bustos - de la ilusión quijotesca de que solo a través de una política transversal del Estado, el INBA recuperará su dignidad, clamamos hoy por la necesidad de devolverle, en su carácter laico y humanista, la calidad de su educación, invaluable legado que tuvimos la suerte de recibir.
 
¿Cuándo? Como se pregunta nuestro querido Gabriel Piedras ¿Bullirán nuevamente los dormitorios de jóvenes con sueños de porvenir? ¡Vibran los ecos de tus sueños y los míos compañero! ¡Vibran sonoros! Para remecer al país de la importancia de la educación.
Han pasado cincuenta años desde el día en que ilusionados salimos al encuentro del destino, y aquello que parece un período tan largo, se ha ido raudo, y siento que cuando recién empiezo a vivirla, la vida me anuncia que se escapa. ¿Quién iba a pensar que celebraríamos esta fecha de la forma en que lo hacemos? Somos la primera generación que festeja esta ceremonia así, y agradecemos sin duda el privilegio de poder reunirnos aunque sea en forma remota, sin embargo, creo que tal como cuando dejamos el colegio se gestaba soterrado en el mundo, el enfrentamiento de poderosas fuerzas ideológicas en la economía, después de la pandemia que nos aqueja, el mundo enfrentará el rigor de una batalla distinta: la de la globalización.
 
Algunos dirán que la globalización ha sido una buena forma de mejorar la distribución de la riqueza al permitir que el desarrollo alcance remotos lugares de la tierra, argumentarán que el mundo se contrae y que en pocas horas es posible viajar de un lado a otro, sostendrán las virtudes de un mundo conectado por las comunicaciones, y… ¡Tendrán razón! pero otros plantearán que el mundo debe volver atrás en su proceso de globalización, replicarán que es necesario recuperar el concepto de aldea e insistirán en que la agitación de la vida nos aleja del valioso proceso de reflexión que debe acompañar el paso de un hombre por la tierra, y querrán cerrar las fronteras para fortalecer la empresa nacional y evitar la proliferación de mega ciudades, y… ¡También tendrán razón!
 
¿Por qué? ¿Quién no desearía que el beneficio de una comunidad en Europa ayude a otra a superar sus problemas en África? Y ¿Quién no anhelaría, si volviera a ser niño, vivir en el reducido espacio del barrio de su infancia?
El desafío que hoy enfrenta el mundo no es distinto de aquel que se iniciaba cuando egresamos, y nuestro propio desafío es continuar contribuyendo a que la solidez de la razón - siempre al cobijo de las emociones - permita al país elegir el rumbo que favorezca el bien común.
 
El colegio por el que hoy brindamos tuvo la virtud de exigirnos el respeto hacia cada corriente del pensamiento humano. La tolerancia, la paciencia, y la incesante búsqueda de aportes provenientes de las ideas ajenas fueron algunos de sus más valiosos legados, y eso es algo que no quiero soslayar en este nuevo aniversario del colegio.