Cuando la oscuridad se presentó -mientras hilvanaba su respuesta- Marcial se levantó, encendió la luz, añadió una segunda botella y prendió la estufa eléctrica, que emitió un moderado y familiar zumbido.
-Sí- contestó. Para escribir una novela pedí ayuda a un escritor... Orgulloso, recibía su visita y conversábamos por horas sobre literatura, y nuestros diálogos se ungían con la pasión de nuestros caracteres y con las diferencias de nuestras ideas. ¿No es desde esa fuente de la que se nutre el crecimiento? Y… ¿No nace ahí el vínculo de la férrea amistad? A tal grado llegaba el encanto de la relación, que mi placer ante un descubrimiento literario solo quedaba saciado cuando lo compartía con él. ¡Cuánto cavilé en aquellos días! Y de qué forma poderosa el vigor de sus ideas estremeció la estantería en que reposaban mis pensamientos… Como la huella que deja una generosa acción la gran literatura sensibiliza las fibras de la que penden los hilos de nuestras cavilaciones.
El extraño rumor nocturno -en el que se confundían lejanos ladridos con quejidos aislados de desesperación y regocijo- se agitaba con el paso de un auto al cruzar frente al pasaje. Cuando el ruido se distanciaba, persistía la inconsolable opresión de la noche. Indecisos, guardaron silencio, bebiendo del buen vino y comiendo del buen pan, mientras cavilaban inmersos en el misterio de la noche que asediaba sus corazones, hasta que pasado un largo rato, vacilante, el viejo rompió el silencio.
-De igual forma como no es posible saber lo que enardece la pasión de un hombre, si no se ha tenido un intenso diálogo con él, los libros no revelan sus secretos si no son leídos con delicado esmero. Mi ansiedad, al ver claudicar mi tiempo ante el vertiginoso paso de los días, me imposibilitó de descubrir el enigma que un prolijo análisis me habría develado. Mi cálculo fue mezquino y simple; para leer cada libro de esta biblioteca, necesitaba de diez vidas: un esfuerzo tan estéril como intentar conocer el pensamiento de cada hombre con el que me crucé en la vida.
Con suerte –continuó-, a lo largo de la vida conoceremos en profundidad el alma de una mujer, pero nunca descubriremos la totalidad de los prodigios que encierra una ciudad; de igual modo, se requiere de algo de fortuna para entender cabalmente lo que un escritor quiso decir en un libro. ¡El mágico misterio de unir palabras, es semejante en valía, a la acción que en unidad llegan a conseguir los hombres!
Discutimos una vez sobre el rigor en la presentación de un texto, y estoy cierto de que un observador imparcial le habría dado la razón. Aun así, la forma no es algo que me mortifica, lo que sí lo hace, es no saber expresar el contenido de algo indefinido que flagela mi alma. Una coma cambia el sentido de una frase y muchas comas, cambian el sentido de un párrafo, pero una sola coma, no puede cambiar el sentido de lo que conecta el texto con el alma del autor, tesoro que al descubrir, conmueve al lector. Escribo –aseguró el viejo- porque hacerlo reconforta mi espíritu y satisface mi urgente necesidad por vaciar algo, cuya liberación me otorga la misma felicidad que me produce ver volar a un pájaro, luego de abrirle la jaula.
No edité el libro porque no me atreví y le confesé mi decepción. Escribí una novela que atento te hice llegar, porque sentía que ineludible, algo tuyo flotaba en esas líneas. Sin tu comentario, mi orgullo espoleó mi sensibilidad, pero lo controlé, hasta que un día, fortuitamente, criticaste las formas del libro que yo había escrito y que tú no habías leído. He pregunté: ¿Cómo sin leerlo, pudo calificarlo o descubrir el sentido que me inspiró a escribirlo? Entristecido, decidí que no lo publicaría.
Dirigió entonces una mirada a su amigo, y advirtió que recostado sobre el sillón, Simón dormía, tocó su brazo y éste despertó, sudando sobrecogido.
-¿Desde cuándo duermes?- lo interrogó Marcial.
-Desde que usted concluyó que la Presidenta del Senado se había equivocado. Fue lo último que oí antes de quedarme dormido y después me sumergí en un sueño horrible- y se lo contó:
-Mi candidato, que estaba de visita en la cárcel, era atacado por los reos que lo responsabilizaban de permanecer ahí en su calidad de presos políticos. Ante el intento infructuoso de los gendarmes por salvarlo de los velludos brazos que le aprisionaban el cuello y acallaban sus espeluznantes alaridos, surgió desde el cielo, en el patio del penal, la figura de una mujer alada que lucía encantadora y que venía cubierta con una fina capa de seda que dejaba entrever su voluptuoso cuerpo desnudo.
Sobrevino un silencio mortal y luego; los exaltados brazos cedieron en la presión; los gendarmes, avizorando en la imagen un fatídico augurio, huyeron; mi candidato tosía aterrado y los reos observaban espantados la silueta; mientras ella, levitando, sin volver la cabeza y cubierta con el velo que ondeaba al viento, se exhibía desinhibida ante el grupo que temblaba delirante. Luego de un instante impreciso, sin girar la vista, la abstracta presencia se elevó, perdiéndose entre las nubes.
-Eso que has soñado representa el temor de la izquierda a la incerteza de hoy. Te estás haciendo esta pregunta: ¿Será capaz el PC de alinearse tras mi candidato? Algunos dirigentes de esa tienda han exigido que hay que ganarse al PC, no alinearlo; y a mí me parece que muchos de ellos no podrán sustraerse a la tentación de apoyar a la Lista del Pueblo.
-¡¿De verdad?! ¿Le parece posible que alguien de izquierda, sin apoyar a mi candidato, vote en segunda vuelta por la derecha?
-¡Puede ser! En vez de ser cola de león del próximo gobierno, tal vez opten por ser cabeza de ratón en el que esperan de ellos; y en actitud indolente, no rechacen como opositores los disturbios y saqueos. A fin de cuentas son jóvenes y pueden esperar cuatro años, pues contarán con financiamiento para subsistir. Cogió el libro que había tomado antes, lo abrió en otra página marcada y leyó: Nunca se debe dejar nacer un desorden para evitar una guerra; porque ella no se evita y solo se consigue postergarla con desventaja propia.
-Se equivoca don Marcial, yo interpreto mi sueño de manera distinta, la bella mujer es la justicia. Representa la voz del pueblo, que silenciada por siglos, se expresa finalmente. Nunca mira al grupo porque ha sido herida en los ojos y permanece ciega, como debe ser la justicia, que para los reos, educados en un contexto de violencia y postergados por siempre, pasa por quemar y saquear, pues desconocen otra forma de obtener un logro. Han perdido la motivación y su reinserción será dificultosa.
-Te confesaré mi temor, querido Simón: Padezco una pesadilla recurrente. Leí un día algo de la Guerra Civil Española y esa noche, dormí angustiado. En Salamanca, el Rector vivía, en el año 36, sus últimos días padeciendo el desconsuelo ante los excesos. Había defendido la civilización cristiana, en peligro ante los rojos, pero a poco andar de la guerra, fue testigo de la barbarie del franquismo. Sus días estaban contados, quiso evadirse y librarse del llanto de las viudas, de quienes alguna vez habían sido sus rivales políticos ¡Cómo tú y yo! Se celebraba el 12 de octubre, el día de la raza. Obligado a asistir y tratando de no intervenir, lo hizo indignado ante el carácter de los acontecimientos. Su apasionado discurso fue interrumpido por el General Millán que gritó: ¡Muera la inteligencia! -se detuvo Marcial y cogió un nuevo libro- el Rector no se amilanó y reaccionó, dijo el viejo leyendo:
¡Este es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Estáis profanando un sagrado recinto. Venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis de algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Y… querido Simón, ese es mi gran temor.