Oh I'm just counting

Deporte. Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y cronista

Exactamente a las 17:27, mientras me visto, ansioso de ir por el ineludible trote, llega a mi celular -que descansa sobre la mesa de centro de mi dormitorio- el WhatsApp de un amigo ingeniero y filósofo, con quien el vínculo ha derivado hacia la literatura. Transcribo fielmente nuestro breve diálogo a través del celular:
 
EL -         Marx a su padre:
                “No puedo satisfacer plenamente las ansias que aletean en mi
                  espíritu,  ni  gozar  del reposo y la  calma, porque  se agita en   
                  mi interior un   huracán”
YO -           Bonito, guardando la proporción algo de eso me ocurre a mí
                   también.
EL -            Por eso te lo mando.
YO -           Has llegado a conocerme como pocos.
EL -           Y a quererte y apreciarte
YO –          Gracias.
 
La habitual contrariedad al final de otro día, cede, y conmovido inicio un nuevo trote, pensando que me apoyaré en este mensaje para escribir un artículo que venía intentando acerca del sentido del deporte en mi vida, al percibir que el trote encausa el desbocado rumbo de fuerzas que se agitan misteriosas al interior de mi alma, y mitiga ese desasosiego que acosa a la condición humana, imperecedero.    
Orgulloso de correrla, hace más de un mes, participé en la maratón de Santiago, y la terminé con éxito. Me colgaron una medalla que lucí por un rato y que luego olvidé en algún lugar de la casa, y volví feliz por haber sido uno más de los treinta mil corredores que aquella mañana nos tomamos las calles de la ciudad.
 
Mientras corro sobre las veredas cubiertas de hojas secas que a mi paso crujen susurrando inequívocos sonidos lóbregos, pienso en el debate que quiero abordar: en la noche del día del maratón, en estoica espera por el bloque deportivo, me agobié con noticias sobre asaltos que la televisión repitió con insistencia, soporté luego un completo resumen sobre el fútbol, y más tarde, los goles de otras ligas que llegaron a ser odiosos, hasta que el conductor -observado por un colega de corte gracioso que posee una mirada que va entre la ironía y la farsa– se refirió al maratón, vaticinando a modo de denuncia y con el tono de conflicto con el mundo que lo invade, y que apruebo- el fracaso del evento, al insistir- ¡No concurren atletas importantes! A este paso –siguió, el evento se transformará en una carrera de mediocres, carentes de méritos deportivos, mientras su gordo colega, atónito y mirándolo hacia arriba, se acomodaba el pantalón abriendo desmesuradamente los ojos. 
 
En los pocos segundos asignados al maratón, el periodista, privilegiando lo negativo, barrió con la ilusión de aquellos que esperaban un comentario de aliento o reconocimiento por el esfuerzo exhibido ese domingo en el que madrugaron para participar en la competencia. No supo interpretar el sentido del evento– pensé decepcionado y apagué el televisor.
 
Participo de esta maratón desde hace veinte años, y en ese período, como lo hizo el país, la he visto crecer en organización, y he percibido el desarrollo del respeto desde la ciudadanía hacia el corredor anónimo, ese que no espera una retribución a su esfuerzo distinta al placer que le otorga el derroche físico durante el ejercicio, es decir, el de paladear el intrínseco y más puro sabor del deporte.
 
Aqueja con habitualidad a ciertas autoridades, el dilema sobre inversión de recursos en el área del deporte, y algunos criterios promueven el logro de éxitos resonantes. No desconozco el mérito que la obtención de una medalla olímpica o el título de un campeonato representa, pero se debe cuidar no señalar un camino errado, engañoso, que induzca al joven a la búsqueda de un ideal inalcanzable que puede frustrarlo, actuando el deporte en este caso como instrumento de insatisfacción.
 
Al repasar nuestra reciente historia deportiva, vemos que poseedores de esos triunfos, terminaron jubilados antes de los 35 años, enfrentando un futuro incierto. Cierto es que el trofeo da cuenta del logro conseguido, y también es digno destacar que su obtención motivó el impulso de una generación de jóvenes que percibieron el triunfo como propio, y se alentaron en la práctica de la especialidad. Pero… ¿Se alcanzó el concepto de la época clásica de la educación griega, “Mens sana in corpore sano”?
 
El desafío de la cita implica lograr el hábito para mantener la disciplina que concilia cuerpo y mente en el hombre, y que, al íntimo contacto con la naturaleza -al asistir a un simple rompimiento del alba o al observar los coloridos tintes del cielo a la hora del crepúsculo -incluya el espíritu, completando el círculo de armonía, y ahí creo que radica la misteriosa respuesta del mensaje griego.
 
El biotipo de cada hombre es único, y el maratón de una ciudad, concebido para integrar a todos los ciudadanos, los representa a todos, como puede ocurrir en un zoológico, y aunque como en la fábula, es posible que la tortuga venza a la liebre, no es razonable pretender que todos bajen sus tiempos, aquel es un desafío individual que cada uno debe imponerse de acuerdo a sus propias capacidades, de otra forma, puede correr el riesgo de lesionarse o frustrarse, al elegir un objetivo equivocado.
 
La actividad deportiva, como cualquier otra, debe pensarse para otorgar provecho al hombre y carece de sentido utilizarla en desmedro del cuerpo, provocando un daño indirecto y alterando el equilibrio que se desea obtener. El objetivo, que pasa por la asesoría de un profesor criterioso, debe establecer un nivel de exigencia que permita al cuerpo extender la práctica deportiva por el completo período de la vida.
 
La competencia deportiva no pasa de ser un juego pasajero, como cualquier otra forma de competencia, distinta a la práctica deportiva, que en cambio, debe acompañar al hombre a lo largo de toda su vida. La real competencia deportiva no se plantea con otros hombres, se plantea consigo mismo y en período de reflexión debe plantearse con la propia conciencia. Siempre es posible vencer a un rival o embaucar a otro, pero… ¡No es posible engañarse a sí mismo! En términos deportivos, el verdadero mérito radica en mantener a través del tiempo los logros obtenidos, y en términos personales, dormirse cada noche sin exponerse al repudio de la conciencia.
 
El objetivo de la autoridad debe incluir la masificación de la actividad, ya que de esa forma mejorará la salud de la población y reducirá algunos índices que en nuestro país han crecido en forma alarmante, sedentarismo, tendencia a la obesidad, alimentación perniciosa y otros. Otro tipo de desafíos deben ser asumidos a título personal.
 
Entendiendo que siempre la organización puede hacer mejor las cosas, es importante que a través del ministerio del deporte el gobierno establezca mecanismos de apoyo, mediante subsidios a la participación en carreras, es mejor que construir infraestructura deportiva careciendo de los profesores y técnicos requeridos, y lo que es más grave, sin asegurar la entrega de los recursos  necesarios para la operación de estos recintos, lo que ha derivado en el desastroso estado en que se encuentran tales establecimientos, que hoy día sirven a muy poca gente, haciendo ineficaz el esfuerzo para el que fueron concebidos.
 
Es obligación de un gobierno administrar los recursos de la forma más eficiente y fomentar la verdadera práctica deportiva, humanizando al hombre a través de la actividad, y por cierto, privilegiar aquello de una simpleza abismante, que puede resumirse así: Propender a través del deporte el mejor equilibrio entre la mente, el cuerpo y el espíritu de cada individuo.