Alguna vez recuerdo haberle preguntado a mis padres el origen de mi nombre, bastante atípico utilizar un nombre judío para un hijo con manifiestos ancestros árabes. La razón fue una sola: Daniel Cohn-Bendit, Danny el Rojo, el que en una época sin internet viralizó la ya célebre nous sommes tous juifs allemands (todos somos judíos alemanes).
Generaciones completas de jóvenes sudamericanos identificados con la de mayo del ’68. El ejemplo vivo de lo que debíamos todos hacer a los 20 años de nuestras vidas.
El tiempo no fue generoso ni con Cohn-Bendit, ni con sus resultados. Con los años en una entrevista diría « por suerte perdimos ». Enterrado en fuertes acusaciones de abuso sexual de menores, « El Rojo » terminó convertido en un euro diputado ecologista, muy lejos del futuro esplendoroso que jovenes del mundo vieron en él.
El mayo francés surge como una respuesta de la elite universitaria de Nanterre, y es ahí donde aparece el propio Cohn-Bendit junto a un grupo reducido de universitarios conocido como « Los ocho ». Decenas de ocupaciones, marchas y grafittis inundaron París. Esas decenas de miles de manifestantes se oponían a la sociedad de consumo occidental, al capitalismo y lanzaban una fuerte crítica al imperialismo y a los partidos políticos de su época. Nada muy distinto de nuestros jóvenes frenteamplistas. Sin embargo, la historia se retuerce cuando advertimos el final de las protestas de mayo-junio de París. La manifestación más apoteósica de la época fue la convocada por….De Gaulle. El Presidente que le sucedió a De Gaulle fue su cercano George Pompidou ¿Qué ocurrió entonces ? ¿Entendimos mal cuando llegamos a creer que todos los franceses querían refundar su país ?. Parece que si. Lo entendimos mal.
La historia nos ha puesto nuevamente en este trance ya no en una ciudad europea. Esta vez es en nuestro Chile. Tenemos la democracia amenazada. Esta vez no parece un exceso, las “águilas si están asomadas en el balcón”. Una construcción lenta, a ratos imperceptible, nos llevó a dar pasos sustantivos en derechos de las mujeres, de las minorías, de más y mejor democracia, de representatividad, de laicismo. En definitiva, Chile entró al mundo después de 17 años de angustia y sufrimiento para la generación que nos antecede hacia un país más inclusivo, más justo pero, también, más demandante.
Y es este momento donde olvidamos la marcha de Gaulle, acá se nos extravió la elección de Pompidou. Nuestro Danny nunca conjugó algo que es básico para cualquier proceso transformador, esto es, el respeto irrestricto al estado de derecho. Banalizamos el que baila pasa, entregamos la plaza Baquedano, terminamos aceptando que una horda de necios, ignorantes, muchos de ellos iletrados y con escaso compromiso cívico tuvieran una voz autorizada. Nos faltó leer un poco de historia: podíamos llenar la calle de consignas y grafittis, podíamos hacer la marcha más multitudinaria de nuestra historia republicana, aprobar de manera demoledora una nueva Constitución para Chile. Pero nada de eso es posible sin una condición elemental: el que comete delitos, responde ante la justicia. Es una ecuación simple: mi generación no les va a entregar al sector más reaccionario de nuestra sociedad que el orden público es discurso de ellos. Todos los avances que como sociedad nos merecemos y demandamos, requiere decididamente el respeto a la ley.
El 19 de diciembre nos jugamos retroceder estos cuarenta años o entregarle a futuras generaciones un mejor país. Sólo podremos lograrlo con épica. El electorado nos ha vuelto a poner en este lado del mundo a elegir entre nuestro Poher (adversario de Pompidou) y un conservadurismo nauseabundo. Si durante estas cuatro semanas hacemos más de lo mismo, el resultado es previsible. Si Boric se instala en el Norte y Sur del país, con nuevos cuadros, nuevo discurso y nuevos voceros, habremos enseñado a Cohn-Bendit que no valía la pena perder.
Hace poco salieron a la venta en Madrid los artículos de Albert Camus escritos en la revista Combat. Llevan un título sugestivo: “La noche de la verdad”.
El 19 de diciembre será la nuestra. La historia nos lo demanda, no únicamente como imperativo ético, también lo es por instinto de supervivencia.
No nos sobra nadie, no hay espacio alguno para la soberbia. O salimos a defender nuestro país a lo Héctor de los aqueos o habremos entregado el peor legado a nuestros hijos.
Daniel Castillo Seda
(Abogado)