Nadie tiene la verdad, la verdad no existe. Solo tenemos posiciones a partir de nuestras propias experiencias. Solo mirándonos los unos a los otros desde el amor surgirá una sociedad más humanista. El problema es que cuando se está en la parte más alta de la pirámide social se produce una insensibilidad hacia los que viven de la medianía hacia abajo. Tarde o temprano este desequilibrio busca reacomodarse.
Escuchando hablar en CNN. al profesor y premio nacional de humanidades, Agustin Squella, me hizo reflexionar una vez más acerca de la importancia de discrepar desde el respeto. Acuñó el concepto de tolerancia pasiva y tolerancias activa. La pasiva, es aquella que nos lleva a refugiarnos en el silencio para evitar el conflicto con el que piensa diferente a nosotros.
En cambio la tolerancia activa, es la que nos permite plantear nuestros puntos de vistas o creencias dando el espacio para no solo escuchar al que piensa diferente, sino que permitiéndose aprender algo de quién se discrepa. Por cierto, esta actitud, solo es practicable cuando renunciamos a la soberbia de creer que poseemos la verdad absoluta.
Maturana y Squella, nos dan luces del camino más civilizado para construir la paz. Si tomáramos en serio estas preclaras visiones, no deberíamos caer en lamentables odiocidades entre parientes, vecinos, colegas o amigos con quienes nos relacionamos cotidianamente.
Por cierto es más complejo poner esto en práctica, entre las élites económicas y políticas y el la inmensa mayoría de los chilenos. A mi juicio, ese seria parte sustancial del conflicto social que nos interpela.