Dicen que las tratan como bichos raros y les cuesta encontrar talla de ropa. Sufrieron en la adolescencia, pero hoy disfrutan de su cuerpo.
Miden más de 1,80, pero se sienten "invisibles" y luchan contra la discriminación.
La altura suele ser sinónimo de buena presencia y elegancia. Históricamente resulta un atributo vinculado con estereotipos positivos relacionados con universos como el de la alta costura, la moda o el deporte.
Se supone que la estatura brinda visibilidad, pero Bárbara González (1,81 metro de altura), Celeste Dri (1,85), Cyntia Quintana (1,90), Fabiana Milani (1,84) y Viviana Costanzo (1,80), mujeres de a pie, que paradójicamente padecen cierta invisibilidad.
Nadie las mira pensando en sus necesidades y sentimientos, sólo son observadas -y calificadas- por su tamaño. Se saben diferentes, pero exteriorizan fortaleza.
Miden entre 1,81 y 1,90, calzan entre 41 y 43, usan talle de pantalón a partir del 42 y promedian los 80 kilos.
Ellas miran a todos desde bien arriba y aunque sus medidas fueron un punto de inflexión que les atravesó sus personalidades, hoy se acostumbraron a convivir con la mirada del otro, por momentos se ríen del “calvario” que les tocó y resisten ser bichos raros en la calle, escenario diario por el que deben ponerse a prueba y hacer de tripas corazón. “Aunque no tenemos ninguna enfermedad, tuvimos que aceptar que somos distintas. No nos mentimos, no fuimos como el común de las chicas, tenemos lo mismo pero en proporciones extra-large”, coinciden de Bárbara (38 años), Celeste (28), Cyntia (30), Fabiana (47) y Viviana (36).
Todas fueron las últimas de la fila en la escuela, siempre las más altas del grupo de amigas y nunca faltó quien se encorvara para no desentonar en la foto de la fiesta de quince. Bárbara, Cyntia, Celeste, Fabiana y Viviana no titubean a la hora de decir que “ahora la vida les pesa menos”.
Y se sorprenden de esa fortaleza que les ha permitido “sobrevivir” a una adolescencia cruel.
Actitud. Celeste Dri, Bárbara González y Cyntia Quintana se adaptaron a la mirada del otro. (Germán García Adrasti)
Las cinco hacen saber que a sus quince años ya medían 1,80 metro. “No soportaba mirarme al espejo, nada de lo que me ponía me gustaba”, recuerda Cyntia. “Sentía rechazo por la imagen que veía de mí y no me animaba a estar con ningún chico, porque todos eran más bajitos”, comparte Celeste, mientras que Fabiana susurra: “A los doce medía 1,75 y escuchaba que otras madres les decían a sus hijos: ‘comé porque no vas a crecer’, entonces lo internalicé y dejé de comer hasta que me enfermé de anorexia”. Asiente Bárbara que junto a Viviana sufrieron por no poder vestirse como lo hacían sus amigas. “No encontrábamos explicación, ¿por qué nos había tocado ser así, estábamos enojadas con todo el mundo”, hacen saber.
Hoy desdramatizan, se burlan de sí mismas como para amortiguar el comentario exterior y pretenden ayudar a las adolescentes que pudieran estar sufriendo una altura superior al estándar, que en la mujer argentina es de 1,59 metro.
Cyntia es jefa de cajeras en un supermercado y dice que no hay día que algún cliente no se agache para revisar si tiene tacos o si está arriba de una tarima.
“No están acostumbrados y una tampoco termina de prepararse para tener tantas miradas encima”. Celeste, que es licenciada en turismo y además juega al voley en San Lorenzo, admite estar harta de las mismas preguntas: “¿Hace fresco allí arriba? ¿Pudiste conseguir un novio?”, imposta la voz resignada. Bárbara, diseñadora de ropa, es quizás a quien más le cuesta digerir su contextura. “El otro día subí a un colectivo y un chabón que no me sacaba la vista de encima; me terminó preguntando si yo era un hombre”.
"No es fácil vincularse con un hombre, me costaba tener una pareja, hasta que encontré al padre de mi hija, que es alto pero más bajo que yo”, cuenta Cyntia Quintana (1,90). (Germán García Adrasti)
Fabiana, maestra jardinera, parece tenerla más clara y cuenta que se “blindó” con un pensamiento casi obsesivo: “Yo llamo la atención por cómo soy, no por mi altura”.
Ese optimismo lo trasladó a su trabajo y entendió que ser tierna la ayudaría a relacionarse mejor con los chicos. “Con esta altura (1,84) y ser medio sargento podría asustar a los nenes”.
Acompañante terapéutica, Viviana cree que su estoicismo y su profesión la reconciliaron con su altura. “Con el paso del tiempo aprendí a ser más comprensiva conmigo, a reconocer las cosas como son y, finalmente, hoy disfruto de una altura que me empodera, que me da autoridad”.
Uno de los karmas contra los que batallan desde siempre tiene que ver con la ropa y el calzado, “que no están preparados para nosotras”, se quejan a viva voz.
Las vidrieras pueden resultar un suplicio y aunque hojeen revistas fashion, nunca pudieron estar a la moda. “Necesitamos jeans talle 42 y zapatos de 41 en adelante.
Casi no encontramos esos números y cuando aparecen nos cobran el doble o el triple”, concuerdan Viviana, Celeste y Fabiana.
“Nunca falta el que te dice: ‘¿por qué no comprás zapatos donde van los travestis?’”, exclama Bárbara. “Estas sandalias sencillitas –muestra Cyntia indignada- las pagué $ 2.200 cuando en cualquier otra no cuestan más de $ 500”.
"La calle es hostil, hay una mirada inquisidora y está esa impunidad para decirme cosas como si yo soy un tipo”, dice Bárbara González (1.81). (Germán García Adrasti)
Advierten que por sus necesidades y desesperación los fabricantes de calzados y pantalones se aprovechan de la situación. “Es así, o los pagás, no te calzás”, se resignan.
“Yo uso los pantalones de mi hermano, porque los de las vidrieras me quedan tipo jardinero”, sorprende una “Y yo las zapatillas de mi viejo”, se envalentona otra. “Tenemos el taco prohibido, siempre chatitas, un embole”. Lúcida, Viviana sintetiza la sensación reinante: “Usamos lo que hay, lo que encontramos, nunca podemos elegir”.
Cada una remarca que se trató de un trabajo de aceptación personal e individual, y que en algún momento una frase las zamarreó: La altura será la arquitecta de nuestra personalidad. Y la piensan para las nuevas generaciones que padezcan lo que ellas sufrieron.
"No me anima a salir con ningún chico, porque todos eran más bajitos", cuenta Celeste Dri (1,85). (Germán García Adrasti)
Ellas reclaman una visibilidad inclusiva para facilitar la vida cotidiana, desterrando la burla, las miradas obscenas y el ninguneo. “En una época en la que la imagen lo gobierna todo y en tiempos de que la mujer pugna por la igualdad, hay que ser fuertes, no dejarse condicionar y entender que pudimos adaptarnos.
Fueron años de estar en el involuntario centro de la escena, siendo depositarios de los adjetivos más dolorosos. Y si bien no estamos enfermas, tampoco queremos frivolizar lo que todavía hoy nos pasa”, se despiden a paso firme, mirando para adelante y sin ocultarse más.