Oh I'm just counting

Piñera es parte y una muestra del problema. Por Luciano Valle. Analista político

En una entrevista en CNN, consultado sobre el origen de los mensajes que, desde el extranjero, instigarían las movilizaciones populares y los intentos por desestabilizar la democracia chilena, Sebastián Piñera aseguró que estos provenían mayoritariamente de Rusia y países de Europa oriental. Está claramente demostrada la inconsistencia de tales afirmaciones.
 
Si se observa el mapa de Europa oriental, nos damos cuenta que la mayoría de sus países   pertenecen a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) que es una alianza militar liderada por los EE UU, nacida antes de los años cincuenta del siglo pasado, en los comienzos de la “Guerra Fría” con la Unión Soviética y el llamado campo socialista.
 
La Unión Soviética ya no existe, ni tampoco existen los países socialista, agregándose que muchos de ellos se dividieron y en definitiva que el cuadro geográfico, político y militar es otro absolutamente distinto a aquel vigente hasta 1990 o 91.
 
Más allá de  los propósitos perseguidos por Piñera con esta declaración, cabe preguntarse si no es posible que algún asesor o asesora,  le explicase que las coordenadas políticas del orden mundial al cual apela, ya no existen.
 
En su visita a la Casa Blanca, Piñera,  expuso, en presencia del gobernante norteamericano, un cuadro de banderas de los estados de la Unión, incluyendo nuestro pabellón patrio entre ellas. Seguramente lo hizo en ánimo coloquial  y con el propósito de expresar la cercanía de Chile para con el país de Trump. Pero la simbología en política internacional siempre es delicada en sus alcances. Alguien podría sugerir como  interpretación la idea de un alineamiento estricto y subordinado a los términos de la política norteamericana. En definitiva, hay que cuidar las expresiones y gestualidades cuando se representa a una Nación libre y soberana, como la nuestra.
 
Pero, sin perjuicio de lo anterior, vale interrogarse si se puede chancear con la Bandera chilena. Con un símbolo de tal relevancia para todos nosotros. De nuevo ¿nadie pudo informarle al mandatario que existen una serie de normas que reglamentan las formas, usos y requisitos para los mismos respecto de la bandera nacional?  ¿No es obligación, acaso, que el Presidente de un país, tenga una mínima noción de aquello? ¿O es simplemente desprecio o ignorancia por nuestros símbolos y sus significados y no lograr entender la fina línea que separa lo pertinente de lo arrogante y ridículamente pretencioso?  También puede ser simplemente por falta de sentido de la ubicación.
 
En su primera aparición para referirse a los acontecimientos que desencadenaron el 18 de octubre, el presidente se enfocó sustancialmente en las acciones de violencia ocurridas y declaró que estábamos en guerra. Fue una demostración clara de incomprensión de las causas y razones de fondo  de las manifestaciones ciudadanas, incluidas sus expresiones de anomia y sentimientos negativamente desbordados. Se hizo evidente, dado el tono amenazador y más cercano a la histeria, la carencia de templanza y mesura que se exigen a un jefe de estado en ocasiones como estas. 
 
Sin referirnos a otras contradictorias e incoherentes afirmaciones y actitudes suyas, es ingrato  constatar que Piñera simplemente no ha estado a la altura que  requiere la dignidad de la alta investidura que es la Presidencia de Chile.   
Piñera es parte de las dificultades y obstáculos para abordar desde la política, y el dialogo integrador que supone, las grandes interrogantes que deberemos resolver como país. Sin dudas, es parte del problema.
 
Pero es también, y fundamentalmente, expresión de la escasez e insuficiencias intelectuales y conceptuales de una parte de la derecha, que se representa en el mandatario. 
Una derecha incapaz de entender las tendencias más de fondo de la sociedad chilena y las causas de estas. Para estos sectores políticos y del poder económico la sociedad es “naturalmente” el orden que existe. Y ese orden no puede ser alterado. Podrían aceptarse mejoras y correcciones a las aristas más vergonzosas de los abusos  e inequidades, pero les es absolutamente anormal pretender transformaciones a los aspectos sustantivos del modelo de organización social, económica y político.
 
A modo de ejemplo, para estos sectores es admisible aumentar el ingreso mínimo en 50 mil pesos, con un subsidio estatal. Sin embargo no van a considerar nunca como una medida a considerar, el legislar en favor del derecho a negociación colectiva por rama de actividad,  que constituiría un efectivo y más justo mecanismo de distribución del ingreso.
 
Tampoco les sería admisible  avanzar en una legislación que ponga frenos a la especulación y la concentración monopólica y oligopólica de  la propiedad, respetando el principio de la función social y ética de esta.  No se plantean , ni les interesa  elevar la competitividad  de los mercados sino que prefieren mercados cautivos, que hoy imperan incluso en actividades que no debiesen, bajo ningún punto, ser mercancías, como la salud y la educación o las bienes naturales esenciales como el agua.
 
A la negación y rechazo de que materias como estas, sean debatidas y resueltas con  la participación democrática de la sociedad, obedecen la virulencia de las campañas de desinformación y sembradoras del miedo, de sectores de la derecha económica  y política.  
 
Son estas las causas del desconcierto de Piñera que redunda en desaprehensión verbal, en  la permisividad gubernamental para con  la conducta deleznable e impropia de carabineros,   y la recurrente apelación a la amenaza por parte de una derecha que no acepta, en su raciocinio, que existen alternativas distintas a su modelo de sociedad que, al fin de cuentas, corresponde a la organización del egoísmo de una clase minoritaria que solo aspira a conservar sus privilegios.  
 
La respuesta democrática y humanista encuentra su valor esencial, recordando a Mitterrand, en la fuerza serena de la razón. Y en la energía que surge de la convicción  y confianza de que otro Chile es posible.