Foto: Rodrigo Salas Moncada
El viernes 29 de septiembre temprano por la mañana azotó la expectativa de un fin de semana tranquilo para descansar y practicar como se acostumbra, un trote o una subida alguno de los cerros circundantes a Santiago.
Una llamada telefónica de Marcela, leal colaboradora de Rodrigo en Olimpo Producciones, elevó las pulsaciones a un extremo que solo se alcanza cuando se sobrepasan los límites de la capacidad aeróbica. Era para comunicar la infausta noticia de la muerte de Rodrigo Salas Moncada.
Este domingo junto a centenares de amigos y amigas acompañamos a su familia para la despedida final, dando así testimonio del dolor que provoca su ausencia, pero también para agradecer cuanto hizo por el deporte nacional y sobre todo como un recuerdo imperecedero de la amistad, esa que se labra día a día y que con el transcurrir del tiempo se constituye en un lazo que anuda el sentimiento.
Conocí a Rodrigo hace varias décadas, participé, a veces con el, en carreras, duatlones, algunos triatlones en un arrojo más bien de voluntad que de resistencia física.
Fuimos 12 veces a participar de la maratón de Nueva York, era como una suerte de objetivo anual que disciplinaba la conducta y exigía una dosis alta durante meses para entrenar y cuidar la alimentación, sin escabullir algunas copas de vino, a las que sin embargo Rodrigo siempre se resistió.
Junto a con otro amigo, Oscar Reyes, formamos una tríada de identidades y manifestaciones que sin una expresa definición llegó a confabularse para ser algo más que una tradicional amistad.
Ahí, en la gran manzana jugamos a ser felices, cual muchachos que se proponen detener el tiempo. Entonábamos boleros y tangos por la 5a Avenida, donde fuimos detectando la calidad vocal de Rodrigo que luego le catapultó a incursionar en la música formando su propia banda musical, La Banda de Rodrigo.
Fue creador e impulsor de innumerables eventos en los lugares más diversos de nuestra impresionante geografía.
Recorrió el agreste y desértico norte. Estuvo en el valle central en sus playas y en el mar. En el sur exuberante, con sus ríos, lagos y bosques, sin claudicar ante la lluvia y el viento. fue a la Patagonia y a Magallanes con sus nieves y gélidas aguas. Incursionó, cual audaz explorador, quizá de manera imperceptible haciendo soberanía, en la antártica chilena y en la Isla de Rapa Nui conocida como Isla de Pascua.
No trepidó ante la amenaza silente de nuestra veleidosa cordillera para penetrarla con su entusiasmo y creatividad.
¿Hay algún registro en nuestra historia, de un personaje como Rodrigo, que haya, recorrido el territorio del país organizando y promoviendo eventos como lo hizo él? Creo definitivamente que no.
No se piense que ganó dinero, no pocas veces lo hizo para cumplir el compromiso contraído, para no dejar a los aficionados y deportistas sin la satisfacción de participar y competir. A veces a costa de sus recursos, pagando un costo del que no siempre fue capaz de medir. Esa era su vida, una entrega desinteresada que solo la tienen los que viven de convicciones, los que sueñan no solo cuando duermen, los que son felices con lo que hacen.
Vivió momentos de sufrimientos y dolores del alma. Cometió errores y tenía defectos como todo ser humano. Para esa faceta de su existencia estuvo el cariño, la amistad y comprensión. Caramba cuán necesario es compartir la vida de esa manera.
Al escribir estas líneas vienen a la memoria recuerdos que se quedan en el alma como incrustantes pétreas, pero que afloran para decir que Rodrigo fue un hombre bueno, de sentimientos, creyente, practicante de la Fe, espiritual, que amó lo que hacía y dejó de expresar el inmenso amor por sus seres queridos.
Fue un fin de semana desgarrador. Ya que si la muerte es penosa sólo puede ser más triste la forma de morir.
Querido Rodrigo: no sabemos que caminos recorres y si lo haces trotando, nadando o corriendo, pero seguramente vas hacia el oriente de donde proviene la luz, si es así, no cabe duda harás llegar sus destellos.
Descansa en Paz.