Oh I'm just counting

Rutina. Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

Entre la idiotez y el terror que mana a raudales de la televisión, abatido, entro en la noche abrumadora.
El canto de los pájaros me despertó esta mañana, sabiendo que con el día, se esfumaría otro de los que me restan. A la rutina matinal, activa y laboriosa, siguió un trote de transición depurador antes de llevarme al páramo de la escritura, hasta que extenuada, mi alma demandó una tregua, y mi mano, desde mi postura, echado frente a la pantalla, busca… Mi mente, desentendida de la actividad humana cae en el tedio de un pozo siniestro en permanente busca de una inexistente imagen redentora. Al fondo de misericordiosos escondrijos del alma, tenues hebras alientan – inefables como la sonrisa de un niño – mi fuego que a esa hora se extingue.
 
Huyo del terror que ofrece el reporte diario de una periodista de ineludible encanto cuyos simples rasgos iluminan la armonía de su faz. La perfecta elipse de su rostro, sus cabellos lisos que se alojan sobrios sobre el misterio de sus hombros curvos, y los luceros de sus ojos negros, henchidos de viveza, conforman una imagen que realza la belleza – Concluyo; y atiendo a sus palabras, solo para internarme en el aterrador cuadro que divulgan, sin que aporten nada. Disminuyo el volumen para observar solo el movimiento de sus labios y entreveo sus hermosos dientes. Pero… ¡No basta! ¡El exigente todo de la belleza reclama contenido! – Me fustigo y huyo de la imagen, porque el terror de su voz excede su belleza.
 
Encuentro una señal deportiva que anuncia un combate. Amo el deporte y mi cuerpo lo requiere en insustituible práctica diaria a través del trote, pero lo que voy a presenciar dista de mi sentido del deporte. Dos hombres de envidiable contextura se aprestan a batirse en una lucha espeluznante, se lanzan aterradoras miradas y en un gesto de sensibilidad, antes de subir al ring, besan a los miembros de su equipo.
 
El recinto - representación moderna del Coliseo Romano – se atesta de un público alienado, que alienta a sus peleadores, a cuyo triunfo han apostado cuantiosas sumas de dinero. Los gladiadores, que van descalzos porque pueden valerse de los pies para atacar al rival, a la instrucción del árbitro, embisten con poseso arrojo, decididos a despedazar al oponente. Se golpean con fiereza, garantizando al público enfervorizado el realismo del combate. ¡No hay ficción! Con sus golpes, dañan sus rostros que sangran. Vuelan sus piernas hasta la mandíbula del rival. Sin tregua, se golpean de manera implacable, y nadie puede desconocer el coraje de los hombres-bestias. Se engarzan, y sus cuerpos se tiñen con la sangre adversaria. Eufórico, el relator celebra la espectacularidad de la pelea y homenajea a los púgiles.
 
Ante un impacto terrible, uno sufre la fractura de un pie, ruge de dolor, pero sin claudicar deniega la detención del combate y su rival, en los escasos dos minutos que restan para el final - que para el herido serán interminables – intenta poner fin a la lucha. El morbo inunda el local, la muchedumbre grita extasiada y yo, avergonzado, descubro que el contagio alienante del escalofriante y grotesco espectáculo, me invade opresivo. Advierto al final, que desde una camilla, el fracturado, cuyo pie cuelga flojo, con los ojos cerrados por el dolor alza una mano triunfal, y es sacado entre aplausos porque ha ganado la pelea y una suculenta bolsa de dinero. El origen de este acto – concluyo, supera en vileza a los gladiadores, que lo hacían por salvar su vida. ¡Me hundo algo más al interior del pozo oscuro! ¡Cómo el dinero degrada la voluntad del hombre!
 
Huyo nuevamente, y me detengo en otro canal deportivo. Un grupo de ex futbolistas, desde sus casas, hablan de diversos temas, y llama mi atención – junto a los panelistas - la presencia de un ex futbolista, que acongojado, acude esperanzado a narrar el drama que lo aqueja, que no difiere del que hoy padecen muchos. De carácter inquieto, el ex jugador cuenta que al dejar el futbol inició un emprendimiento en el área gastronómica y que la suma del estallido social y la pandemia, lo liquidaron. Reclama que la vida laboral de un futbolista es breve y que a su término, deja a un joven sin preparación para iniciar otro oficio, en lo que aún le resta.
 
Critica la nula empatía de los clubes con sus jugadores, y en su decepción, pierde la objetividad de los hechos al sentir que su energía se derrochó en un sistema que se ensaña con el perdedor, y los panelistas, inician una ronda de conversación con su ex colega.
 
Uno insinúa que cuando cae el telón en la vida de un deportista, éste debe aceptar la diferente vida que le sobreviene, y que es obligación acomodarse a ella. La dureza del mensaje apunta a su falta de previsión y enfatiza que, al jugarse una carta, el resultado de la acción pertenece al jugador, en su contexto, es decir, él asume el beneficio de su audacia o la consecuencia de su fracaso. ¿Cuántos sufren hoy el resultado de su audacia? Y… ¿Cuántos hoy cosechan el saldo de su prudencia? Y aquello me recuerda una vivencia tan burda como el simple ejercicio de cubrir con un salto el ancho de una excavación… Hace ya muchos años, en una acción cuya audacia rebasó hasta la imprudencia, me arriesgué a esa aventura… ¡Solo por ostentación! Tomé distancia, corrí, salté desde una orilla, y quedé suspendido sobre el borde de la otra, hasta estabilizarme sin caer al fondo del herido de casi tres metros de profundidad. Mi torpeza estuvo en que la dimensión del riesgo superó con creces la menudencia del éxito, que no fue otro que el de alimentar mi ego. Único responsable de mi acción, gocé mi nimio triunfo a riesgo de haber sufrido un magro revés.
 
Interviene otro panelista, menos directo, va por las ramas y empatiza con el desafortunado emprendedor, alaba su obstinación, soslayando que al abrir su alma, éste clama ayuda con desesperación. Armoniza con él, y concuerda en su queja al sistema, a los clubes y el medio, que no tiende ayuda a sus ex colaboradores, pero su elocuencia carece de convicción: ¿Por qué una empresa cualquiera - como las ligadas al futbol - debería asumir el fracaso del emprendimiento de un ex empleado? ¡Sería más lógico que esa ayuda proviniera de un ex colega! El afectado entonces, en sagaz reacción, y presumiendo que el panelista posee los recursos, lo emplaza - ¿Y por qué no me ayudas tú? – Y su expresión de picardía queda temblando en el aire, pero con reacción felina, el otro, replica con los ojos desmesuradamente abiertos – ¡Porque ya se me ha ido todo! Y reitera con inconfundible acento argentino ¡Ya no me ha quedado nada!
 
La conversación continúa con consejos intrascendentes al confundido emprendedor, y yo me quedo pensando…
¡Es la actual disyuntiva de los bancos! ¿A quién apoyar? El gobierno ha dispuesto créditos a las empresas, para salvarlas del impacto de la peste, con garantías parciales del banco, y del Estado el resto. Y…, resguardando los intereses del país, exige que los bancos determinen la solvencia, pues la quiebra de la empresa, lesionaría al Fisco.
La viabilidad de una empresa debe medirse a partir de una fecha, y como en toda inversión, sin considerar la inversión anterior, pues el criterio para medir su solvencia, ha de atender que, con el ingreso futuro de su gestión, la empresa cubra, junto con una razonable rentabilidad, la recuperación del monto adicional invertido.
Al otorgar dinero a una empresa inviable se daña al elegido, que sufrirá los rigores de su audacia, y al financista, que no recuperará su inversión, y que en este caso especial, afectará a todos los chilenos que ante su quiebra, deberán asumir la proporción garantizada.
Su mano piadosa apagará el televisor que me ha llevado a estas conjeturas, pues mi cuerpo dormido, sueña con la rutina del día siguiente.