Oh I'm just counting

Un día aciago. Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y cronista

Parte III
Acabo de llegar del trote del domingo y antes de iniciar este texto, observo que el jardín reposa en sosegada calma, cada cierto rato se alienta jubiloso con la presencia de un zorzal que surge de improviso, se posa, levanta la cabeza, escucha y lanza el picotazo que le provee el alimento, satisfecho, igual que llegó se aleja, y el jardín recupera su serenidad como me imagino ocurre a la hora del crepúsculo cuando los niños se han llevado el bullicio de una plaza.
 
Aquel día aciago, estupefactos, advertimos desde la pequeña ventana del baño del departamento que ocupábamos en la calle Mosqueto, como los Hawker Hunter habían atacado La Moneda. ¡Lo tan temido había ocurrido!
 
Mi madre sirvió el almuerzo. En silencio y pendientes del televisor almorzamos cabizbajos, inseguros del rumbo de los acontecimientos. En los rostros se distinguía la ilusión, aunque cavilábamos sobre las impresiones del día que estaba lejos de acabar. Cual más, cual menos, habíamos concluido en lo insostenible de la situación y sospechábamos que en cualquier momento la violencia iba a desatarse. Gradualmente, veíamos como ella iba en aumento, y que, al aparente interés por superarla, siempre se oponía la implacable tozudez de los hombres, que terminaba haciendo estéril cualquier esfuerzo.
 
De pronto, una noticia que enciende los ánimos, Allende ha muerto y se habla en el comunicado de un suicidio. Se anuncia que los destinos del país serán regidos por una Junta Militar integrada por los jefes de cada una de las ramas de las Fuerzas Armadas. Las informaciones son sesgadas y los Generales intentan transmitir confianza a la población. Mi hermano abre la ventana y de inmediato se escucha el grito de un policía conminándolo a cerrarla. Bajamos las persianas. Se instaura el toque de queda.
 
Bajo en busca de un teléfono que consigo al interior del edificio, pero no puedo hablar con ella y su madre me informa que están bien y que ha salido a dar un paseo. Las celebraciones se extienden por el barrio alto mientras en otros barrios crece la incertidumbre. Ha cambiado la conformación de los bandos, pero Chile que estaba dividido, continúa dividido. Se escuchan balas y la televisión asegura que el levantamiento ha sido exitoso y que los focos de resistencia que persisten son menores y que pronto serán controlados, se inicia en el país un proceso de orden y seguridad, palabras que serán de uso recurrente. 
 
En los diálogos que surgieron en mi casa, aparecen muchas interrogantes ¿Qué había ocurrido con las fuerzas populares que habían jurado fidelidad al mandatario? ¿Qué se hicieron los dirigentes de los partidos que lo incitaban a no claudicar? ¿Qué habrá ocurrido en los cordones industriales? ¿Será total la unidad en las Fuerzas Armadas? ¿No había detractores entre ellos? ¿Se presentarían los políticos derrotados a los lugares a que los bandos emitidos por la Junta los convocaban? ¿Quién era Pinochet y cuál sería su relación con el poder?   
 
El conocimiento de la muerte del presidente constitucionalmente elegido instaló una sombra oscura en la ilusión que yo había albergado, supuse que el nuevo gobierno debió lograr su detención y traslado a un país neutral, y mi esperanza se atenuó con el paso de las horas. Tal vez, sospeché, los gobernantes pretenden hacerse del poder por un largo tiempo Y ¿Si se viene una larga noche negra? Dudé, en horas mi percepción había cambiado y temí que siguiera cambiando ¿Quién es más culpable? – Pensé ¿El grupo que permitió el ascenso de la violencia y careció de la capacidad para mantener el país en régimen de desarrollo y crecimiento ordenado? O ¿El grupo que alentó y propició lo que nació como un Pronunciamiento Militar y con el paso de las horas se transformó en un Golpe de Estado?
 
La tarde ha caído en un letargo mustio, y el jardín matinal radiante, vacila con las primeras sombras de la noche. Las flores que ascienden por los andamios de los maceteros que mi mujer ha dispuesto con amor prolijo, aunque mantienen sus colores, han palidecido, opacadas por la tarde. Los muros se han cubierto de verdes enredaderas y más allá de ellos, los frutos del árbol son, en su proceso de maduración, naranjos y verdes.
 
Me aprisiona la modorra cruel de una tarde de domingo, aquella que me hunde en la reflexión salvaje, de la que nunca saldré victorioso porque mi condición humana siempre caerá vencida ante la irrefutable lógica de que pude hacerlo mejor. Me fustiga la modorra cruel que vence y aquieta mis bríos, y extingue mis sueños, y frena el torrente de mis inquietudes, y me hace perder el vigor, y apaga mis ilusiones.
 
Así estaba yo la tarde de aquel aciago día antes de ir a dormir, la indolencia y la desidia se habían apoderado de mí, y tú acudiste a salvarme. Atrapado por la modorra cruel, fracciones tuyas vagaban dispersas por la habitación, y en imprecisos tiempos acudías a mí entre sueños fragmentados, amanecí asido a ti, que estabas lejos.
 
Al día siguiente, aunque seguí asistiendo a clases, supe que abandonaría la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas y compartí mi tiempo entre los estudios y el local de mi padre, conviviría con él y trataría de conocer mejor a los hombres.
 
Pasaron los días, la tienda ya no vibraba como ayer, los proveedores empezaron a llegar nuevamente con mercaderías, las JAP desaparecieron, y contaban que su presidente, una mujer de silueta y ojos tristes había sido detenida. Surgieron muchos adherentes al gobierno militar y me pareció que antes no eran tantos. Rumores de todo tipo se extendieron por todas partes, y yo caí en un sopor político del que me recuperaría solo unos años después. La pereza y el desgano se adueñaron de alguna parte de mis actos que no alcanzo a definir, solo valía el amor, acerca del resto me quedé esperando una señal que me indicara el camino, divagué tratando de inmiscuirme al interior de la condición humana, me invadió la compulsión por conocer a los hombres y a la vida.
 
En una oportunidad, me había quedado solo en la tienda, cuando apareció el español, a quien no había vuelto a ver después del Golpe. Su saludo, más formal que antes, me indicó que al igual que en mí, se había producido en él un cambio. Hola muchacho – saludó con un dejo de inconfundible tristeza y sentí que su acento perdedor me llenaba los ojos de lágrimas. Vamos hombre - dijo, tú eres joven y superarás este momento aciago. Tienes suerte, no lamentas muerte alguna y al fin y al cabo era lo que querías. Debes continuar tus estudios y superarte que es lo único que dignifica al hombre.
 
Iracundo por no poder contener el llanto - continué escuchando. No seguiré en Chile – prosiguió, te vi solo, y quise pasar a despedirme, hemos hablado y discutido bastante, a veces tuviste razón y otras veces la tuve yo, en las discusiones entre los hombres no hay perdedores, siempre ganan ambos, porque es bueno nutrirse de aquellos que piensan distinto. Te considero un amigo que en algún momento me hizo pensar y yo creo que también a ti te ocurrió lo mismo, por lo que difícilmente te olvidaré.
 
Te agradezco por las mercaderías que me pasaste burlando los controles de las JAP, y quiero decirte algo más – agregó mientras me temblaba con furor la barbilla – No puedo permanecer aquí porque ya viví esta lucha en España, esta no es mi pelea, y no podría soportar vivir en un país gobernado por otro dictador. ¿Sabías tú que Franco, de pierna encima, firmaba las sentencias de muerte con una mano, mientras en la otra sostenía un buñuelo, que engullía después de firmar?
 
Algunos familiares míos estaban entre ellos y otros, atrapados en Alicante mientras trataban de escapar a Francia, fueron condenados a trabajos forzados durante la construcción del Valle de Los Caídos. - Rompió a llorar, nos abrazamos y nuestras lágrimas se confundieron.
De mi amigo Carlos supe muchos años después y me alegré de saber que vivía, por él supe de la muerte de Alejandro Rojas, y muchas veces los acontecimientos me llevaron a recordar al español pero nunca volví a saber de él.