Oh I'm just counting

Una nueva Constitución y a seguir luchando. Por Enrique Villanueva, militar en retiro, ex dirigente rodriguista

Se acerca un momento trascendental  para el Chile que esta cambiando, con lo cual la lucha por el poder político, por la defensa de intereses y privilegios aparece con toda su crueldad, trasgrediendo la democracia la moral y la ética. Por eso, mientras camínenos en sentido contrario de la derecha que antes y hoy nos reprime, de quienes nos engañaron en los últimos treinta años, de quienes robaron el futuro de nuestros jóvenes, administrando un modelo económico generador de desigualdades, abusos y corrupción, entonces vamos bien.
 
La rebelión social iniciada e inspirada por los jóvenes estudiantes, con su insubordinación valiente, puso en crisis el sistema que ce creía intocable, cuestiono el modelo ejemplo de neoliberalismo en el mundo, el modelo de economía y sociedad que este gobierno, sin apoyo ciudadano, apenas con el 6%, pretende defender, atrincherado en la moneda ejerciendo todo tipo de violencia y la fuerza del Estado. Aparece así la violencia que históricamente la derecha ha utilizado y utiliza, para acallar al movimiento social cuando este amenaza sus intereses y privilegios, terminando abruptamente con el discurso democrático y reemplazándolo con un autoritarismo primitivo, dejando a trasluz la decadencia de la democracia en el Chile de hoy.
 
Esa es la violencia que hemos visto en las calles, como reacción a la rebelión social, porque esta es una amenaza a los intereses de clase de la elite político empresarial que se adueñó del país en 1973 y de sus herederos. Violencia para defender el poder, que el gobierno ejerce atrincherado en la moneda y amparados en la fuerza policial militarizada, para intimidar al pueblo, para reprimir el derecho a manifestarse.
 
Un gobierno que miente utilizando los medios de comunicación, criminalizando la protesta popular y evadiendo las consecuencias de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, justificando una represión brutal que ha dejado a cientos de jóvenes sin sus ojos, a miles de torturados y torturadas.
En este contexto los herederos de la dictadura y de Jaime Guzmán, la derecha extrema, no quieren el plebiscito de abril próximo, argumentan que “no están las condiciones de orden social para realizarlo”, olvidando que el plebiscito de 1980 y 1988 se realizó en dictadura, ocultando detrás de este argumento, que es la defensa del modelo económico y de sociedad que crearon en 1973.
 
Estos defienden un modelo económico que se ampara en la Constitución actual y que  no tiene, ni nunca tuvo, como misión u objetivo, terminar con la explotación y la desigualdad que nos aqueja, por lo que no están dispuestos a cambiar ni alterar el derecho abusivo de la propiedad, un privilegio que defienden porque abarca de manera transversal la economía y es la fuente principal de sus riquezas.
 
Con esta visión retrograda e interesada, vigente hasta el día de hoy, lo que pretenden es una gobernabilidad controlando la participación ciudadana, que al final y al cabo es el principal eslabón de la democracia. La esencia de la Constitución de 1980 es represiva, separa artificialmente lo político de lo social y criminaliza al movimiento social.
 
Esa es la realidad que vivimos, que transparentó la rebelión social iniciada en octubre pasado, apareciendo las contradicciones ocultas de la sociedad chilena, apareciendo con fuerza la esencia de la política, la que  empieza a manifestarse tal cual como es, como el medio para acceder al poder y mantenerse ejerciéndolo. Lo que queda en evidencia con la confrontación entre la mayoría de chilenos y chilenas y un gobierno, con sus partidos y socios empresariales, quienes casi sin apoyo ciudadano ni credibilidad, están dispuestos a mantenerlo a como de lugar.
 
En este contexto, que es la realidad que estamos viviendo, ha quedado demostrado que no basta con que los de abajo no quieran seguir viviendo como están, si los de arriba tienen el poder para reprimir a su antojo y tienen los espacios para maniobrar políticamente con sus aliados en la defensa del establishment. La respuesta a esto es empujar los cambios con todo lo que tenemos y, con lo que aun debemos construir, con la presión social organizada del pueblo, sin abandonar las calles, con el ejercicio de una política limpia desde el parlamento, con los políticos que no están corrompidos por el sistema, lo que en su conjunto, permitirá presionar por cambios cualitativos en el modelo económico y de sociedad que queremos construir.
 
Pero el desafío es grande, incluye la organización de la lucha política, sindical, cultural y otras luchas, con un objetivo político fuerte, que se enfrente a la raíz del problema, es decir, a la desigualdad y explotación causada por el modelo económico neoliberal, a la propiedad privada y al Estado, movilizando permanentemente a la sociedad por la defensa de sus derechos, los que deberán estar en la Constitución.
 
Con todo esto, sin lugar a dudas que vivimos un momento político que marca un antes y un después, por lo que no está exento de la aparición de oportunistas que quieren seguir engañando al pueblo. Estamos frente a una coyuntura política de rebelión social, con un gobierno y un parlamento aislado y sin apoyo ciudadano, un espacio propicio para que aparezcan reaparecen los viejos tiburones al acecho, los personajes de la Concertación, los  que negociaron la transición y la venta del país, a cambio de ser los administradores del modelo económico impuesto a balazos en 1973.
 
Estos personajes aparecen hoy, firmando un gran “acuerdo nacional” cupular, entre una representación política oligarquizada, la que no tiene arraigo ni apoyo ciudadano, con un gobierno que apenas cuenta con un 6% de apoyo entre los chilenos y chilenas. Pretenden  imponer un acuerdo político que no responde a las demandas sociales y a los cambios que exige el pueblo desde el 18 de octubre pasado.
 
Lo único que hacen estos personajes  con su propuesta trasnochada, es demostrar que la  democracia chilena es una expresión de democracia decadente, alzando la voz en un país gobernado por instituciones desprestigiadas, sin credibilidad ni apoyo ciudadano, 6% de apoyo el presidente, 4 % el Congreso, 3% los partidos políticos. Acostumbrados a la práctica en la cual los políticos que “nos representan”, gozan de su status porque son miembros de una organización política, y no porque representen los intereses particulares de la sociedad civil.
 
Un mínimo de vergüenza y ética, llevaría a la clase política a reflexionar y a concluir que en la actualidad ya no representan nuestros intereses, no representan a la población, por lo que deberían renunciar, aunque no estén obligados por un mandato, ni tampoco están subordinados a sus electores en forma alguna. Quienes firmaron el gran acuerdo nacional para pactar con el gobierno, incluidos los ex presidentes, sin excepción, son políticos alienados de las personas a quienes se supone que representan, quienes disfrazan con su auto proclamación de universalidad los intereses particulares de la sociedad civil.
 
Para los chilenos y chilenas movilizados los discursos conservadores, tanto de los fácticos  de la concertación como de la derecha, simplemente no son creíbles. Tampoco son atendibles los llamados encendidos que alientan a la gente a “la lucha final”, relativizando las dificultades de la disputa política, “subiéndose al chorro” de las expectativas y aspiraciones justas de la mayoría de los chilenos. 
 
Hoy más que ayer es necesario alejarse de los demagogos conservadores, así como también de las redes de los aventureros incendiarios. La diferencia entre un discurso creíble y otro demagogo no está en la música, sino en su contenido, en sus ideas y su visión de futuro.
 
El desafío no es menor, lo conseguido hasta ahora, el llamado a plebiscito y el cambio de la Constitución solo fue posible y es un logro de la presión social, pero lo que está claro es que no será en los discursos ni en los egoísmos sectarios donde florezca el proceso de lucha por transformar la sociedad, será en las calles, en la lucha popular y social donde palpite la posibilidad de que los actores diversos, fragmentados e incluso alienados, se encuentren y reconozcan a sí mismos. Es allí donde tenemos que encontrarnos como parte de un colectivo mayor, y en donde se vayan todos descubriendo, como protagonistas, con capacidad plena para decidir nuestros destinos, y organizarse para ello, (auto) constituyéndonos, articulándonos como sujetos sociales e históricos.
 
Por años la atmósfera ideológica dominante facilitó la falsa idea que se puede cambiar el mundo sin tomar el poder, que se puede avanzar en la democracia y en los derechos sociales sin enfrentar a las elites políticas y económicas, o, que ya no hacía falta la organización política propia, revolucionaria.
 
La realidad porfiada muestra hoy lo contrario, la política es el medio para acceder al poder y eso requiere, de la organización y la unidad del pueblo movilizado. Que es el objetivo a lograr en los próximos meses.
 
Por ahora, la tarea es aprobar el plebiscito y ganar la Convención constituyente, ese es el camino para lograr iniciar nuevos y cualitativos cambios en nuestro país.