Oh I'm just counting

¿Y ahora qué? Por Jaime Hales, Abogado y Tarotista

Hola, soy Jaime Hales.
Mi pregunta es: ¿Y ahora qué?

Unos, los mayores, los que vivimos los tiempos confusos de la UP y dolorosos de la dictadura, vemos estos sucesos con cierto temor. Los más jóvenes pueden inquietarse o no, pero están enfrentando las cosas con irritación.

Los hechos de estos días son la expresión de un descontento generalizado y diverso, inorgánico, que no tiene liderazgos ni demandas específicas. O muchas demandas.

Recuerdo las palabras de Eduardo Frei a un grupo de dirigentes de la DC venezolana en 1980: “Cuiden la democracia. Si la desacreditan, la perderán. Ya nos pasó a nosotros”. Y la perdieron.

Durante muchos años se ha desatado una tremenda campaña contra las estructuras polìticas, contra los diputados y senadores, contra los concejales, contra la política como actividad y los políticos… A partir de algunas cosas verdaderas y otras falsas, se ha ido perdiendo la confianza en las organizaciones y las instituciones.

¿Entonces qué?

Los grupos anarquistas y los anti demócratas – de todos los colores - hacen su agosto en momentos de confusión y aprovechan cada manifestación para desatar la violencia e incrementar el descontento y la furia contra los políticos. Lo hemos visto por años en las manifestaciones, sin que jamás ninguno de estos “encapuchados” violentistas haya sido detenido.

Veo a cientos de manifestantes rodeando los camiones militares, tomándoles fotos, hablando con el personal armado, que no logra infundir miedo, salvo a los violentistas que se han retirado. No se agrede a nadie, pero las detienen con su sola presencia. Recuerdo la primavera de Praga, hace 50 años. Pero los carabineros siguen equivocándose e interrumpen manifestaciones pacíficas lanzando bombas y agua a los manifestantes más tranquilos, aunque se acobardan frente a esos sujetos de rostro cubierto, que los hacen retroceder y ni siquiera se atreven a detenerlos. Golpean a los indefensos, dejan escapar a los responsables de los daños.

La turba se dejó llevar por su rabia, su desesperación, su angustia, y los manifestantes siguieron la acción de los violentistas, sumándose muchos a los ataques a las estaciones del Metro. Y luego grupos de delincuentes se aprovechan para saquear.

Chile, como nos lo recuerda Mario Waissbluth es uno de los 10 países más desiguales del mundo, con ciudadanos muy ricos y una mayoría con ingresos insuficientes para la supervivencia digna. La desigualdad se expresa en la educación y la salud, en la alimentación y en cada acto de la vida. Las dificultades de las clases medias, la pobreza real del pueblo, los endeudamientos, las carencias, los malos tratos, los abusos permanentes, son parte de una política de acumulación de riqueza y poder en minorías.

El sistema construido hace varias décadas, en lo económico, polìtico, social y cultural, se ha mantenido en su injusticia, sin que los gobernantes hayan intentado sustituirlo y ni siquiera modificarlo sustancialmente. Las dirigencias políticas han devenido en minorías desconectadas, que cada vez representan a menos personas y aunque tdo esto era previsible, prefirieron dedicarse a admnistrar un modelo de sociedad que avanzar hacia la justicia y la profundización democrática.

Lo dijimos en 1988 y 1989: cuidado con dejarnos llevar por la ilusión de que cambiar el gobierno y mantener el sistema puede generar la nueva vida que los políticos prometian al país en esos años. Quienes nos oponíamos a seguir los diseños polìticos de Pinochet (de su gente, en verdad), sosteníamos que la democracia no podía construirse desde la arbitrariedad y la injusticia. Pero no hubo valentía, no hubo voluntad, no hubo decisión suficiente. Todo lo que se avanzó – y no fue poco – no fue suficiente para cambiar un sistema esencialmente injusto y la apariencia democrática que se generó no logró calmar las necesidades verdaderas de los millones de chilenos cuyas expectativas se han ido viendo crecientemente frustradas.


Fui uno de los que dijo eso en 1988 y lo volví a plantear en mi libro “La Rueda de la Historia”, hace tres años: vivimos tiempos cruciales.

La situación de las grandes mayorías y la falta de una real participación para encontrar las soluciones, las injusticias manifiestas, han llegado a su tope. Eso no puede continuar. Esta es una crisis profunda, después de la cual o se fortalece la democracia o comenzará a morir. Y ya sabemos que la muerte de la democracia trae dictaduras cívicas o militares, pero siempre violentas y dañinas.

Esta es una grandiosa oportunidad para los dirigentes polìticos, que pueden decidir iniciar procesos de cambio profundos.

Los saqueos y los vandalismos son reprochables. Rechazamos esos actos en las protestas pacíficas contra la dictadura. Son los delincuentes que se aprovechan o sujetos que buscan desacreditar las manifestaciones populares, manejados por quizás qué manos oscuras que protegen espúreos intereses. Esas conductas benefician a todos los que prefieren destruir el Estado y terminar con la democracia, cualquiera que sea su ideología.

¿Y ahora?

Es hora de hacer propuestas y no solo palabras vanas. El liderazgo polìtico se demostrará cuando sean convocados no sólo unos pocos, sino las organizaciones sociales y políticas, los empresarios, los comunicadores, los agentes culturales, para generar las respuestas de la urgencia y las respuestas del mediano plazo. Basta de soluciones puntuales que solo consiguen postergar el problema. Hay que ir al fondo y a lo urgente simultáneamente.

Esa es la responsabilidad de los políticos y de todos los que amamos la paz y el entendimiento como formas de convivencia y de progreso verdadero.

Soy optimista. Porque creo que de las crisis se puede salir victorioso si acaso deponen las ambiciones individuales. Lo que importa es una sociedad que requiere sustentarse en la justicia, la solidaridad, el respeto y la participación.