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El Libro Gramsci del acádemico y ex presidente de la Cámara de Diputados Antonio Leal en tres ediciones. Primera Parte

Nota del Editor de Cambio21: A partir de este jueves y hasta el sábado, publicaremos íntegramente en tres días consecutivos, el libro GRAMSCI cuyo autor es el expresidente de la Cámara de Diputados y Acádemico Antonio Leal. El libro está agotado y no fue enviado a regiones, con lo cual, en conjunto con su autor, liberamos el total de su contenido.
 
 
INTRODUCCION
 
27 de Abril de 1937 muere, después de 11 años de rigurosa prisión, Antonio Gramsci, una de las figuras más relevantes del pensamiento político del siglo XX. El Tribunal Especial Fascista para la Defensa del Estado, lo condena a 20 años, 4 meses y 5 días de prisión, bajo la arenga del Fiscal Michele Isgró: “por veinte años debemos impedir a este cerebro que funcione”1.
 
La vida de Gramsci fue trágica, no sólo por la cárcel y la destrucción gradual y dolorosa de su cuerpo, sino, también, por su enorme soledad privada y, especialmente, política, derivada, esta última, de una elaboración contracorriente, original, alternativa al marxismo-leninismo, - transformación que sufre el pensamiento de Marx con la elaboración de los marxistas rusos y, sobretodo, después de la muerte de Lenin- contraria, en sus fundamentos, a las concepciones estalinistas y a muchos pasajes de la política de la Internacional Comunista y que supera, en un nuevo tiempo y escenario, muchas de las propias tesis de Marx, especialmente en el ámbito de la política pura y de los fenómenos superestructurales.
 
El Gramsci de los Cuadernos de la Cárcel 2 es un teórico incómodo dentro del comunismo oficial.
 
Su marxismo, como el de Korsch 3 y el de Lukács 4, fue elaborado en el ámbito del renacimiento del hegelianismo, de la supremacía de la política y de la subjetividad y en crítica con las teorías del “objetivismo científico” que establecía la ineluctabilidad del cumplimiento de las “leyes históricas” y de las previsiones.
 
Ello fue posible porque, desde su génesis, el pensamiento de Gramsci no es fundativamente monocultural, sino que se sitúa en el ámbito de tres ases ideológicos principales, que en sí mismo le confieren originalidad creativa y lo ligan a lo más avanzado de la cultura contemporánea: el filón idealista –con Hegel, Croce, Gentile-, el filón revolucionario dialéctico –con Marx, Labriola y Lenin- el filón voluntarista –con Sorel y Bergson 5.
 
Es decir, el marxismo de Gramsci recorre un camino propio, se entrelaza firmemente a la cuestión nacional, a la historia, que es releída en clave de filosofía de la práctica, y se liga con espíritu crítico a lo más avanzado de la cultura de su época.
 
De allí que los Cuadernos de la Cárcel se articulen a través de un estudio y un cronograma inédito: El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce; en los Intelectuales y la Organización de la Cultura; el Resurgimiento; Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política y el Estado Moderno; Literatura y Vida Nacional; Pasado y Presente 6; contenido de una investigación completamente atípica para un pensador político que sin embargo, a través de estas vertientes culturales reorganiza la estrategia de las transformaciones y las características de una nueva sociedad para el Occidente desarrollado.
 
De esta forma Gramsci se vincula críticamente a la cultura europea, en especial, al idealismo clásico italiano y al liberalismo, que ya incorporaba las conquistas democráticas, que Marx había conocido sólo incipientemente, analizando la historia de Italia, de Europa y el naciente modelo norteamericano de desarrollo del capitalismo moderno, y, a la vez, el capitalismo en una fase de su desarrollo 60 años después de El Capital de Marx 7 y 30 años después de El Desarrollo del Capitalismo de Lenin en Rusia 8.
 
Gramsci tuvo a su alcance un material teórico e histórico muy superior al de Marx y pudo verificar, en la práctica, los límites de algunas de las tesis de los creadores del “socialismo científico” y pudo cambiar el significado de otras a la luz de los nuevos acontecimientos y de su investigación histórica.
 
Ciertamente, el mundo de Gramsci, no era ni el de la guerra civil en Francia, ni el de la comuna de París, ni el del triunfo social demócrata alemán en las elecciones de fin de siglo, que determinaron, en gran medida, las diversas fases de la reflexión de Marx y de Engels sobre el Estado. No era, tampoco, el clima insurreccional de la Revolución de Octubre, ni el de la guerra civil y de las tareas de la Nueva Economía Política rusa, como tampoco el de un Estado milenariamente totalitario, como el del zarismo, por el cual no había pasado, ni pasaría durante los 70 años del comunismo soviético, ni la Revolución Francesa, ni las conquistas, valores, principios y formas de organización de la democracia representativa.
 
Gramsci comprende, ya antes de la elaboración de los Cuadernos de la Cárcel, que el camino de los soviets, en Europa Occidental, era inviable y que la revolución y la idea misma del socialismo debían situarse en el desarrollo de la sociedad civil y el paso de las contradicciones que se dan en la esfera de la estructura a una sede más compleja y articulada: el bloque histórico.
 
El joven Gramsci, en su primer aprendizaje filosófico, recibe, sin duda, el impacto cultural, a su llegada como estudiante de filología en Turín, de la utopía liberal y comienza una búsqueda intelectual que lo lleva al marxismo pero recorriendo el hegenialismo antipositivista de Croce 9 y Gentile10, del voluntarísmo ético de Bergson11, de los valores de la razón de Rolland 12 y del sindicalismo antideterminista de Sorel13.
 
Este recorrido del joven Gramsci acompañará su elaboración madura de los Cuadernos de la Cárcel en prisión, Gramsci que como veremos impulsó en 1919, en homología a los soviets rusos e inspirado en las esperanzas que abría la Revolución de Octubre, la creación de los “Consejos de Fábrica”, que conmovió las fábricas de Turín y del Norte de Italia durante el período del “bienio rosso”, comprendió tempranamente que después de la derrota de los tentativos revolucionarios en Alemania, Baviera, Austria, Hungría, la Revolución Rusa, no obstante su impacto mundial, era una situación particular, que de ninguna manera podía convertirse en un modelo y que era necesario repartir desde el Occidente para configurar una nueva estrategia que valorizara las peculiaridades y la historia de cada nación, la cultura, la dimensión ético-espiritual, el individuo, la continuidad del conocimiento, de la historia y la discontinuidad que implicaba la configuración de las transformaciones.
 
Todo ello, comportaba, no sólo una visión alternativa a la del leninismo y de la experiencia rusa, sino además, el enriquecimiento y la superación del marxismo, al menos en la parte más determinista del historicismo de Marx y de sus seguidores en el ámbito de la estrategia revolucionaria, y la redefinición y creación de un horizonte teórico nuevo capaz de indagar, ya no sólo en la fase del ascenso del movimiento obrero y de la crisis del capitalismo, sino, también, y muy especialmente, en este nuevo fenómeno llamado fascismo y en la nueva fase expansiva del capitalismo determinadas por el Fordismo y el Taylorismo14 en Estados Unidos, que Gramsci apreció como el elemento más progresivo de la economía y que le llevó a pensar, como una de sus más agudas intuiciones, que era el “Americanismo” y no la economía de guerra estatal de Stalin lo que definiría el futuro productivo y tecnológico de la humanidad.
 
Es así, entonces, que mientras la Internacional Comunista teorizaba sobre el social-fascismo, Gramsci proponía para Italia la Asamblea Democrática Constituyente como la salida al fascismo; mientras la Internacional Comunista hablaba en los años 20 de la crisis global y definitiva del capitalismo y de la inminencia del socialismo, Gramsci hablaba de una nueva fase de expansión capitalista y de la necesidad de preparar al movimiento obrero para operar en las nuevas y “complejas trincheras” de la ideología y de la cultura y veía como signo de progreso la racionalización de la industria norteamericana.
 
Mientras la Internacional Comunista, en una larga fase, impulsaba el asalto al poder, la instalación de la dictadura del proletariado y la violencia como método, Gramsci hablaba de construir la hegemonía del sujeto histórico para acceder a la sociedad civil y al Estado a través del consenso y de las mayorías; mientras la Internacional Comunista ubicaba todos los fenómenos de la vida humana en el ámbito de las clases y transformaba las necesidades políticas en razones éticas, Gramsci elaboraba una idea de transformación que liga estrechamente, ética y política en la dimensión de un moderno universo social.
 
Sin embargo, su vecindad política con Lenin y su aguda polémica con la socialdemocracia, impidió que Gramsci pudiera apreciar la elaboración que desarrollaban los teóricos de la II Internacional, y especialmente de Kautsky15, el principal teórico de ella. Massimo Salvatori en “Kautsky e la Rivoluzione Socialista”16, sostiene que tanto Gramsci como Kautsky coincidían en la valorización de las condiciones democráticas para alcanzar el socialismo. Sin embargo, la fuerte crítica de Lenin en el “Renegado Kautsky...”17 y la división comunista con el socialismo italiano hizo que Gramsci no se ocupara de las tesis del marxista alemán pese a que existían importantes reflexiones que los acomunaban. La verdadera interlocutora alemana de Gramsci fue Rosa Luxemburgo aún cuando el pensador sardo mantuvo una permanente valoración respecto de ella pero, también, una tenaz crítica a lo que consideraba sus posturas extremistas.
 
Kautsky planteó la teoría de la supremacía de la clase obrera, renunciando explícitamente al concepto de dictadura del proletariado explicado como una formulación de Marx que no implicaba una forma de gobierno sino, más bien, decía Kautsky, a un estado de cosas. Kautsky reemplazo dictadura del proletariado por supremacía o dominio del proletariado, se apoyó en las formas más abiertas de la elaboración de Marx, y sostuvo que el Estado no se destruía, como planteaba Lenin, sino que cambiaba su contenido, se vaciaba su contenido burgués y se utilizaba de otro modo. El sostenía la tesis del desgaste de la supremacía de la burguesía y rechazaba la vía insurreccional y el asalto al poder 18.
 
Kautsky y la socialdemocracia no adhirió y fue crítico de la revolución bolchevique ya que esta liquidaba la democracia y el pluralismo y transformaba la dictadura del proletariado por la dictadura de un partido. La elaboración de Kautsky llevó a la socialdemocracia alemana plenamente a la democracia, al Estado de Derecho, a la lucha parlamentaria y se diferenció completamente de aquella de la Internacional Comunista.
 
Sin embargo, entre la elaboración de la estrategia revolucionaria para occidente de Gramsci y la Teoría de la Supremacía Política de Kautsky habían vasos comunicantes importantes que la división entre ambos sectores impidió que se juntaran en una visión que habría servido a Gramsci para avanzar plenamente en una estrategia democrática del socialismo y no en las dos fases en que el estructuró su pensamiento.
 
La investigación que Gramsci lleva adelante desde la cárcel está determinada por un paulatino desapego a la experiencia rusa, ajena a la cultura europea, y por su fuerte contradicción con el autoritarismo de Stalin cuyo régimen era considerado por Gramsci ya en 1929, como “cesarista regresivo” calificativo que también usaba para nominar nada menos que al régimen de Mussolini19. Es decir, percibía nítidamente la regresividad de Stalin 20 que conducía la experiencia socialista a un fracaso inevitable, mucho antes que los mayores intelectuales europeos lograran siquiera imaginarse la dimensión de la transformación totalitaria que produciría el dictador comunista georgiano.
 
Los Cuadernos 21 y las Cartas de la Cárcel 22 entregan no sólo formas útiles o abiertas de preocupación respecto de lo que ocurría en la URSS, sino además, un método interpretativo sobre el estalinismo.
 
Gramsci nunca nombra a Stalin directamente, más bien el aborda las raíces del estalinismo y, con su elaboración, busca contrarrestar no solo la influencia, que consideraba nefasta, del estalinismo en la teoría marxista sino, más en general, la elaboración determinista, religiosa, de Bujarin 23 y de los manualistas rusos que codificaron el marxismo.
 
Señalaba que la exacerbación del “estatismo” en lo político y en lo económico sólo conduciría a una creciente concentración del poder, a un Estado de funcionarios “elemental, pobre y autoritario” cuyas características estaban más ligadas al viejo Estado zarista que al Estado expansivo que el capitalismo creaba en occidente.
 
De igual manera, en el período, formuló una dura crítica a los rudimentarios y sesgados métodos de la planificación económica del socialismo que inspirados en los economistas oficiales, Lapidau 24 y Ostrovitranov 25, se llevaban adelante, produciendo la colectivización forzada del campo, las grandes migraciones de pueblos enteros que Stalin trasladó brutalmente y el exceso de planificación económica centralizada que a partir de ese momento caracterizó no sólo la experiencia rusa sino toda la vida de los “comunismos reales” que se desplomaron a partir del 89.
 
La elaboración de Gramsci fue considerada tan lejana al marxismo “oficial” que este comenzó a ser estudiado en la URSS solo con el advenimiento al poder de Gorbaciov26. Habían pasado casi 70 desde la Revolución de Octubre antes que se reconociera el aporte de Gramsci en el centro del comunismo mundial.
 
Hay que tener claro que Gramsci, era y lo fue siempre, un pensador marxista, que estudió a Marx en la universalidad de su pensamiento y asociado a la historia que a este le tocó vivir.
 
El perteneció al núcleo de los pensadores más abiertos de la “belle époque” del marxismo y compartió, con énfasis, tiempos y realidades diversas, con Lukacs y Rosa Luxemburgo, altos niveles de autonomía y de elaboración que se diferenciaron definitivamente del marxismo-leninismo que se transformó en la doctrina oficial de los partidos comunistas de todo el mundo.
 
Su elaboración se inscribe en la corriente que coloca de relieve el factor de la subjetividad, de la espiritualidad, de la ética, de la estética, estableciendo un nuevo nexo entre sujeto y objeto, entre medio y fin, que permite descubrir en ellos profundas categorías que nunca fueron parte de la tradición marxista clásica: solidaridad, rechazo a la indiferencia, catarsis, eticidad, valor de la cultura nacional en la configuración de la estrategia, entre otros conceptos nuevos y perdurables en el tiempo.
 
Tal vez una sola cita de Rosa Luxemburgo permita graficar la lejanía de reflexión de estos pensadores con la experiencia que por 70 años fue el modelo socialista mundial. Ella escribe en 1919, a escasos dos años de la instalación del poder ruso y aún vivo Lenin, desde la Cárcel de Breslau donde es asesinada ese mismo año: “Una privación de derechos que no es una medida concreta para un objetivo concreto sino una regla general de efecto duradero, es una improvisación de un camino sin salida...la libertad no es producto de ningún concepto fanático de justicia, sino que se debe a que todo lo instructivo, integral y purificador en la libertad política depende de esa característica esencial y su efectividad se esfuma cuando la libertad se convierte en un privilegio”27. Estas expresiones de Rosa Luxemburgo coinciden netamente con las que Gramsci expresa en su Carta al Comité Central del Partido Comunista de la URSS28.
 
Esto muestra no sólo el coraje intelectual de Gramsci, sino su capacidad de visión política que le permitió diferenciarse radicalmente de ese marxismo y crear una nueva visión dentro del marxismo, en buena medida más allá de él, y un nuevo léxico de la política.
 
Muchos estudiosos han calificado a Gramsci, Bobbio29 entre ellos, como el “teórico de la superestructura”. Como veremos esta calificación es útil pero reductiva ya que Gramsci es el teórico del bloque histórico y siempre subraya el significado de la interrelación entre ambas esferas, es más se siente incómodo en esta definición, va mas allá y establece que el propio proceso productivo es necesario enmarcarlo no solo en la visión de la economía sino también en el de la filosofía de la praxis. Dicho esto, lo cierto es que Gramsci reconceptualiza y reubica formulaciones filosóficas y políticas anteriores para determinar un nuevo escenario cultural.
 
Desde el punto de vista metodológico, Gramsci supera una forma de aproximarse a los problemas que fue típica de una parte de la izquierda: ver la realidad filtrada por un conjunto de pre-supuestos más que como un proceso de descubrimiento de las novedades. Gramsci es un crítico implacable de las tesis preconstituídas, de los “objetivismos” y de los “determinismos” económicos que caracterizaron una parte importante de la elaboración del marxismo clásico.
 
El busca desentrañar el saber, el conocimiento, a partir de los procesos y de las complejidades analíticas que detrás de ellos se encierran. Pero, además, busca establecer la supremacía de la razón para comprender la conflictualidad, las contradicciones, los aspectos globales, la visión de conjunto de los fenómenos y su proyección, la nacionalización de los procesos que apunta a la creación de una voluntad colectiva como base de la hegemonía en sus diversas fases, que es justamente lo que permite pensar la “gran política” que es el verdadero objetivo filosófico de Gramsci.
 
Son notorias la novedad y la flexibilidad de los instrumentos en las categorías gramscianas y la forma no definitiva con que cada uno de ellas son presentados por Gramsci. Hay núcleos del pensamiento de Gramsci, como bien lo subraya Giuseppe Normanno30, que se transforman en un patrimonio no solo del marxismo y de la cultura política italiana, sino del pensamiento político en general.
 
El primero está constituido por la dialéctica entre estructura y superestructura, por la importancia de las culturas nacionales, por la fuerza de la subjetividad colectiva, por la acción política de las masas. La segunda, está constituido por la supremacía de la política y por la constitución de los subalternos como fuerza no solo dominante sino dirigente. Nace la valoración de la irrupción de las masas en la historia que se transforman en protagonistas de la construcción de lo nuevo. El tercer núcleo es la constitución de una nueva visión, no catastrofista, de las crisis endógenas del capitalismo y de sus eventuales salidas.
 
Todo ello, y la posterior elaboración de sus dirigentes e intelectuales, permitió al Partido Comunista Italiano transformarse en la mayor fuerza comunista y en gran parte de la izquierda mundial, ya que la visión realista de Gramsci, contraria al espontaneísmo como al verticismo monolítico y burocrático, ha permeado su devenir político, intelectual y la elaboración de su estrategia democrática en el curso de los decenios posteriores.
 
El marxismo de Gramsci no es solo previsión morfológica o un instrumento de análisis económico del cual derivan el resto del aparataje ideológico, sino que es la asunción moral, la voluntad colectiva de la acción, sin la cual el marxismo de los primeros decenios del siglo XX corría el riesgo de devenir en pura metafísica. La categoría ética se transforma en Gramsci en un imperativo categórico de la construcción de la hegemonía.
 
Otro aspecto que subyacemos en este trabajo dentro de la originalidad del pensamiento gramsciano será su realismo historicista como una visión integral de la vida y de la política ubicada en una consideración de los procesos singulares, nacionales, en los cuales las clases subalternas construyen su hegemonía. Esto permite a Gramsci superar sea una metafísica espiritualista, derivada esencialmente del idealismo de Hegel y de Croce, que la metafísica materialista que construye un principio dialéctico apoyado solo en los principios materiales.
 
Por ello es que el realismo histórico de Gramsci, en los Cuadernos, se liga a Maquiavelo, a su consideración de la autonomía de la política e introduce las consideraciones del florentino dentro de su filosofía de la práctica inspirada en Marx, lo cual se constituye en una inspiración en la creación de la concepción del bloque histórico. Es la ética, a su vez, lo que permite a Gramsci, en esta proficua relación teórica con Maquiavelo, no subsumirse solo en la política como táctica en la configuración de su estrategia.
 
Es, como veremos, la polémica con el antipositivismo lo que impulsa a Gramsci a concebir la realidad, sea natural que política, como continuamente modificable por la cultura, por la voluntad, por la conciencia, por la acción, lo cual permite colocar la subjetividad en el centro de la elaboración gramsciana. Pero, además, es evidente que su incursionar prevalentemente en la superestructura, en los fenómenos de la cultura, de los aparatos ideológicos y de la espiritualidad de la sociedad, tiene que ver con el hecho de que para Gramsci el socialismo como objetivo histórico es mucho más que un sistema económico o político; es antes que nada, un valor moral profundamente liberador.
 
Por ello la visión sobre la ideología deja de ser en Gramsci un factor negativo o neutro y se transforma en un factor positivo. Es el propio Gramsci quien señala “que un potencial error en la consideración del valor de las ideologías se debe al hecho de que se da el nombre de ideología tanto a la superestructura necesaria de una determinada estructura como a las elucubraciones arbitrarias de determinados individuos. El sentido peyorativo de la palabra se ha hecho extensivo, y eso ha modificado y desnaturalizado el análisis teórico del concepto de ideología”31. Sobrepasa, por tanto, una visión reduccionista y economicista del término, en tanto pura especulación incapaz de cambiar la estructura, y deja con ello de ser una mera apariencia para convertirse en un factor esencial de una estrategia revolucionaria.
 
Esto permite a Gramsci, como lo analizaremos en este trabajo, ligar la ideología, la voluntad subjetiva que de ella surge a partir de la asimilación de la filosofía de la práctica, con la hegemonía e instalar los elementos intelectuales y morales, y no principalmente la fuerza, en el centro de su estrategia política para occidente.
 
Como lo dice el propio Gramsci y aquí se resume toda su visión del rol positivo de la ideología en la construcción y permanencia de la hegemonía, cuestión clave y original de su elaboración, “ un grupo social puede, y en verdad debe, ya ejercer “liderazgo” antes de ganar el poder de gobierno (esta es en verdad una de las condiciones principales para ganar tal poder),subsecuentemente llega a ser dominante cuando ejerce el poder, pero aún si lo tiene firme en sus manos ,debe también continuar liderando”, por tanto ejerciendo hegemonía ideológica y ética, es decir un nuevo tipo de dominación consensual.32.
 
Es en este punto en que en este trabajo insertamos el rol de los intelectuales a los cuales Gramsci dedica una importancia desconocida en el marxismo clásico. Bien lo subraya el sociólogo Jorge Larraín “la filosofía de la praxis fue desarrollada por los intelectuales, como todas las concepciones del mundo, pero es necesario hacer tres modificaciones. Primero, el intelectual orgánico es creado como tal por la clase y no puede haber una distinción absoluta entre intelectuales y no intelectuales. Segundo, no se trata de introducir desde el principio una ciencia creada separadamente sino que de renovar y hacer crítica una actividad que ya existe. En otras palabras, la filosofía de la praxis no constituye una conciencia absolutamente deficiente sino que reconoce y expresa una voluntad colectiva, una orientación que está ya presente en la clase. Tercero, la filosofía de la praxis , la ideología proletaria puede ser vivida como una fé y como un buen sentido que es informado por elementos filosóficos fragmentarios” 33
 
Esta afirmaciones son importantes y coinciden con la presentación que hacemos de estos temas en este trabajo. Destaca el rol de los intelectuales en la formación de la ideología proletaria y vemos como para Gramsci todos son intelectuales aún cuando no todos ejercen esta función; filosofía de la praxis como fe o como buen sentido, como señala Jorge Larraín, es decir, el proletariado nutre su conciencia de la filosofía de la praxis pero ella está mezclada con el sentido común preexistente y, por tanto, si bien ello contribuye a su recepción, a la vez, la hace imperfecta a raíz de esta mediación. Hay una contaminación de la propia filosofía de la praxis puesto que ella misma es fruto de la historia y se mezcla con las costumbres, los sentidos comunes, hasta construir una voluntad colectiva nacional y popular, que es el objetivo de la hegemonía.
 
La elaboración de Gramsci permite liberar a la ideología como fe. Gramsci busca crear militantes y revolucionarios conscientes y no creyentes, que ven en la propia filosofía de la praxis una concepción no inmutable sino inmersa en la historia y por tanto susceptible de permanentes cambios. Esto significa, después de la Revolución Rusa y de su impacto teórico, volver al estado laical el marxismo y en verdad toda la elaboración de Gramsci está marcada por este esfuerzo.
 
En esta perspectiva se coloca este trabajo, discernir sobre la originalidad de Gramsci y de su elaboración, de la forma como este coloca caminado de pié el marxismo después de su paso “ruso” y lo traslada a occidente, aprendiendo, cotejándose y diferenciándose con lo que surge de la Revolución de Octubre y creando o reinterpretando un conjunto de categorías políticas y filosóficas, un verdadero léxico gramsciano, que engloban los conceptos de bloque histórico, sociedad civil, hegemonía, guerra de posicionamiento, intelectuales orgánicos y tradicionales, fascismo, revolución pasiva, catarsis, moderno príncipe y muchos otros términos con los cuales Gramsci construye una verdadera ciencia política y una teoría del estado, de la superestructura, completamente nueva dentro del marxismo y mas allá de él.
 
He decidido titular este trabajo como “Supremacía de la Política en Antonio Gramsci” porque creo que ésta idea fuerza resume mejor que ninguna el aporte del gran pensador sardo a la filosofía de la praxis y a la política. Cierto, Aristóteles34 y Maquiavelo35, liberan la política y Gramsci repite en su obra la expresión del filósofo griego del hombre como “animal político”. Para Aristóteles, que visualizó y determinó antes que nadie la autonomía de la política, la politicidad era natural – pasiva. Para Gramsci, más de dos milenios después, el hombre es esencialmente político porque en “la actividad para transformar y dirigir conscientemente a los demás hombres realiza su “humanidad”, su “naturaleza humana”. 36 Creo que este pensamiento de Gramsci lo dice todo respecto del peso de la subjetividad humana, de la construcción de identidad y de la realización personal ligada a las transformaciones sociales y políticas.
 
BIBLIOGRAFIA DE AUTORES CITADOS Y MENCIONADOS
1. Isgró Nichele, en Gramsci dopo Gramsci, Capone Editori,Lecce,1986,pag. 97
2. Vease en Gramsci dopo Gramsci,Capone Editori, Lecce,1986, pag. 204
3. Vease en Gramsci dopo Gramsci, Capone Editori, Lecce, 1986, pag. 74
4. Lukács G, L ́ Uomo e la Democracia, Lucarini, Roma,1977
5. Vease en Gramsci dopo Gramsci di Normanno, Capone Editori, 1986, pag. 7
6. Vease en Quaderni del Carcere, Einaudi,Turin,1977
7. Vease Marx Karl, Riuniti, Roma, 1964
8. Vease Lenin Vladimir, Riuniti, Roma, 1960
9. Vease in Gramsci A, Il Materialismo Storico e la Fil de Benedetto Croce, Riuniti, Roma,1971
10. Vease Gramsci dopo Gramci di Normanno, Capone Editori, Lecce, 1986
11. Vease in Invito G. Le filosofie italiana attraverso le Riviste, Milella, Lecce, pag. 194
12. Vease in Invito G “Le Filosofie...” Milella, Lecce, pag. 224
13. Vease Santonastaso G. George Sorel, Latterza, Bari, 1932
14. Vease Americanismo e Fordismo, Universale Economico, Milano, 1950
15. Kautsky K, Etica y Concepción Materialista de la Historia,Cuadernos Pasado y Presente, 1975, pag. 133
6. Vease Salvatori Massimo, Kautsky e la Rivoluzione Socialista, Einaudi, Torino,1987
17. Vease Lenin Vladimir, Rinegato Kautsky, Riuniti, Roma, 1972
18. Vease Kautsky K, La Nuova Italia, La Strada del Potere, Firenze, 1985
19. Vease Gramsci Antonio, Sul Fascismo, Riuniti, Roma, 1974
20. Vease Oltre Gramsci con Gramsci, Crítica Marxista, Riuniti, Roma, Mayo 1987
21. Vease en Quaderni del Carcere, Einaudi, Turin, 1977
22. Vease Lettere del Carcere, Einaudi, Torino, 1975
23. Vease bujarin N Saggio di Materialismo Storico, La Nuova Italia, Firenza , 1977
24. Vease, en Gramsci dopo Gramsci, Capone E.,Lecce, 1986
25. Vease en Gramsci dopo Gramsci, Capone E, Lecce,1986
26. Gorbachov M. Proposte para una svolta, Riuniti, Roma, 1986
27. Luxemburgo Rosa, Scritti Politici, Riuniti, Roma, 1967, pag 86
28. Vease Gramsci Antonio, Garin E, Gramsci, Il Movimento Operaio, Riuniti, Roma,1976
29. Vease Bobbio Norberto, Politica e Cultura, Einaudi, Torino, 1982
30. Vease en Gramsci dopo Gramsci, Capone E, Lecce, 1986
31. Larraín Jorge, El Concepto de Ideología, LOM, Santiago, 2008, pag 106
32. Gramsci Antonio, en Larraín Jorge, El Concepto de Ideología, LOM, Santiago, 2008, página 121
33. Larraín Jorge, El Concepto de Ideología, LOM, Santiago, 2008, página 121,
34. Vease Gramsci dopo Gramsci, di Normanno, Capone Editori, Lecce, 1986
35. Vease Gramsci Antonio, Notte sul Machiavelli, Riuniti, Roma, 1974
36. Gramsci Antonio, Pensamiento de Gramsci, Salemi, Roma, 1987, página 40
 
CAPITULO I
LA ESTRATEGIA DE LOS CONSEJOS DE FABRICA, DEMOCRACIA DE BASE Y ASALTO AL ESTADO

1. La Revolución contra El Capital
En Noviembre de 1917, a pocas semanas del estallido de la Revolución Rusa, Gramsci publicó un artículo con un título problemático: “La Revolución contra El Capital”.
 
El Capital –dice Gramsci –“era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico”1.
 
Gramsci veía la Revolución Rusa como el resultado de la voluntad política, de la conciencia y del surgimiento de nuevos valores éticos que, engendrados en el movimiento obrero, habían permitido superar los límites objetivos del proceso.
 
El elemento subjetivo de la transición aparece como primer gran momento de novedad política y teórica respecto a la época de Marx.

Pero se trataba también de una crítica a algunas afirmaciones de Marx, que consideraba contaminadas con tendencias positivistas y naturalistas. En esta visión, y en una cierta indiferencia del joven Gramsci, por el análisis de la dialéctica de la estructura y su impacto en la formación económica y social, pesa su origen y las influencias –sobre todo en Francia e Italia- del clima neoidealista de los primeros decenios de 1900.
 
En su descubrimiento del marxismo, y mediatizado por la cultura italiana, este camino recorrido le permitió rescatar sobre todo la importancia de los factores intelectuales y nacionales, del elemento subjetivo, su contenido ético, a la vez como meta y como instrumento moral de la acción revolucionaria del proletariado. En Gramsci se subraya el valor del espíritu humano que es creador de nuevos valores intelectuales, morales, sociales y políticos, fuente de la propia praxis humana.

Volviendo a Marx, es cierto que El Capital, al analizar las estructuras económicas y políticas, prefigura como lo más factible el estallido de un proceso revolucionario en Alemania, Inglaterra o Francia, es decir, en los países más industrializados y donde la clase obrera había alcanzado niveles de organización y experiencia política más significativos.
 
En otro texto de Marx, que el joven Gramsci no conoció en el momento de su primera visión de la Revolución Rusa, se observa cómo en su autor estaba presente, como excepción, la superación de la normalidad de la lucha de clases a través de crisis y saltos revolucionarios, producto de la maduración de la voluntad colectiva.
Haciendo referencia a la posibilidad de la revolución en Rusia, en su carta a la redacción de Otietchestveni Sapiski, Marx afirmaba: “Así, pues, acontecimientos de llamativa analogía, pero desarrollados en diferentes medios históricos, desembarcaron en resultados completamente diferentes. Si se estudia cada uno de esos procesos por sí mismo y luego se compara con otros, se encuentra la clave del fenómeno. Pero nunca se conseguirá abrir sus puertas con la ganzúa de una teoría histórico filosófica general, cuya excelencia consiste en ser suprahistórica”2.

En el prólogo a la segunda edición rusa del Manifiesto, de 1882, que aún cuando fue escrito por Engels, Marx lo compartió plenamente, se dice: “Si la Revolución Rusa servirá de señal a una revolución obrera en Occidente de manera que entre ambas se completen, la actual propiedad comunal rusa podrá servir como punto de partida para una revolución comunista”3
Ciertamente, de acuerdo con las ideas de Marx y Engels, no se trataba de una revolución proletaria sino del desarrollo de un 1789 campesino-jacobino-populista.
 
La Segunda Internacional construyó su estrategia política basándose en lo expresado por Marx, quien señalaba que incluso cuando una sociedad ha logrado entrever la ley de la naturaleza del propio movimiento, no puede saltarse o eliminar por decreto las fases naturales de su desenvolvimiento.
 
Gramsci percibió la Revolución Rusa como un hecho filosófico, como filosofía de la praxis. En ella, el paso del reino de la necesidad al de la libertad se produce a través de dos factores: la toma de conciencia colectiva y la voluntad revolucionaria, “que se han movido al unísono, de manera mecánica primero, y activa y espiritual después de la primera revolución”4.

A partir de marzo de 1924, en la tercera serie de Ordine Nuovo, Gramsci profundizaría su concepto de jacobinismo, en estrecha relación con la concepción y la praxis de la hegemonía del proletariado. Los soviets constituyen el elemento fundamental de la Revolución Rusa, en tanto preparan a las masas para una participación cada vez más amplia y profunda en el poder.
 
La apreciación de los soviets como democracia de base fue lo que en Gramsci determinó la idea de la transitoriedad de la dictadura del nuevo poder y de su ejercicio en plena mediación con las grandes masas que recién se asomaban a la historia. Percibía los soviets como una forma de democracia revolucionaria llevada a la fábrica, a la producción; como un gobierno y una democracia de productores. En esta fase de su pensamiento, el soviet aparece como el lugar de superación de la dictadura.

Al menos en parte, Gramsci preveía las enormes dificultades por las que atravesaría la Revolución Rusa en el poder, señalando que ésta no debía considerarse la instauración del “paraíso en la tierra”, paradigma ideal de la felicidad socialista, sino el inicio de un “colectivismo de la miseria y los sufrimientos”, ya que para introducir el colectivismo en un país es necesario que éste haya logrado niveles de madurez y desarrollo económico suficientes, que por cierto la Rusia zarista no había alcanzado.
 
Y añadía: ”Son los propios revolucionarios quienes deberán crear las condiciones necesarias para la realización completa y plena de sus ideales”.
En otras palabras, nuevamente consideraba que la voluntad y la conciencia eran el terreno donde las masas podrían enfrentar y resolver las dificultades, extender la democracia haciendo desaparecer los factores coercitivos, dejando gráficamente en la sombra el problema del Estado y estableciendo una relación extremadamente simple entre dictadura y libertad.
“El soviet dará vida a una organización de la libertad de todos y para todos, que no tendrá un carácter definitivo sino que será una búsqueda continua de formas nuevas, de relaciones nuevas, que siempre se adecuarán a las necesidades de los hombres y de los grupos para que todas las iniciativas sean útiles y todas las libertades tuteladas, con la condición de que no sean de privilegio”.
 
Lo mismo que en Lenin, en la reflexión de los marxistas revolucionarios europeos estaba presente de manera determinante la experiencia de la Comuna de París, donde se encontraba el fundamento de los soviets de la Revolución de Octubre.
En La Comuna, Estado proletario, Marx señalaba: “He aquí el verdadero secreto de la Comuna: era, por sobre todo, un gobierno de la clase obrera, el resultado de la lucha entre la clase que produce y la clase que se apropia de los productos, la forma política, al fin descubierta, donde era posible realizar la emancipación del trabajo”5.
 
Como Lenin, Gramsci estableció claramente la continuidad histórica y la identidad de valores entre la Comuna y los soviets, señalando: “El obrero forma parte de la sociedad como productor, es decir, como consecuencia de su carácter universal, de su posición y su función en ella, lo mismo que el ciudadano forma parte del Estado democrático parlamentario”6. En Gramsci, y en otros intelectuales revolucionarios, la Comuna aparece como la antítesis del Estado, como el antigobierno directo de los productores, como la democracia de base que no requiere una estructura burocrática jurídico militar.

Lenin, en su calidad de líder de una revolución, tuvo diversas necesidades teóricas y prácticas, entre otras, el asalto insurreccional al poder y luego la defensa de la revolución transformada en poder. Por ello, para él la Comuna aparece no sólo como el antecedente histórico de los soviets, sino como la base social de la dictadura del proletariado.

Lo anterior tiene gran importancia para entender, en el concepto de Lenin y de la ideología que derivó de la Revolución de Octubre, las diferentes articulaciones de masas y de participación obrera en las decisiones del poder revolucionario transformado en dictadura del proletariado y en Estado. Lenin establece su concepción en los términos siguientes: “Había que encontrar la forma práctica que permitiera al proletariado ejercer su Dominio. Esa forma es el régimen de los soviets con la dictadura del proletariado. Hasta hace poco, esas palabras sonaban a “latín” en los oídos de las masas, pero ahora, gracias al sistema de los soviets, ese latín se ha traducido a todas las lenguas modernas: las masas populares han encontrado la forma práctica de la dictadura proletaria.

Y ésta se ha hecho inteligible para la gran masa de obreros, gracias al poder de los soviets en Rusia, a los espartaquistas en Alemania y a las organizaciones análogas en otros países, como el “Shop Stewards Committees” (Comité de Delegados de Fábrica), en Inglaterra”6. Y más adelante, subraya: “El regimen de los soviets con la dictadura del proletariado, que por su esencia es el medio más adecuado para acercar a las masas trabajadoras al Estado”7.

En la primera visión gramsciana había elementos de espontaneísmo, de sobrevaloración de las posibilidades del poder obrero, de subestimación de las respuestas que daría la burguesía en el plano de la acentuación del autoritarismo –con el fascismo- y del desarrollo productivo y tecnológico estadounidense.

En la fase inmediatamente post revolucionaria, en Gramsci, como en Lukács, Korsch, Luxemburgo, y en general en los líderes del marxismo revolucionario, había una visión aún utópica de los problemas de la conquista y consolidación del poder. No estaba lo suficientemente presente la aguda resistencia del poder autoritario en Rusia, manifestada no sólo en la conservación de los institutos y en la agresión contrarrevolucionaria, sino sobre todo en la mentalidad, en el retraso cultural de la enorme población multinacional de un territorio que es prácticamente un continente.

Además, las tareas económicas, la electrificación, la colectivización y la industrialización demostrarían ser mucho más complejas, y requerirían los esfuerzos gigantescos de una población que desconocía la disciplina y la cultura que el capitalismo moderno entrega a los obreros y a las clases subalternas.
A todo ello se unía la lucha interna en el Partido Bolchevique, agravada después de la muerte de Lenin, y la agresión externa de la que fue víctima el poder soviético. Todo esto generó el desplazamiento cada vez más acentuado del poder de base expresado en los soviets a un poder organizado como Estado centralizado y fuerte.
 
Gramsci y los revolucionarios europeos confiaban en una rápida universalización de la experiencia de los soviets.
El, y en general toda la Tercera Internacional, creían en este período en una veloz descomposición del sistema capitalista y en la consolidación de la revolución proletaria en toda Europa.
 
Esta tesis, junto con la consigna de actuar como se había hecho en Rusia, carecía de sólidos fundamentos de análisis científico, basándose más bien en una actitud de fidelidad que no consideraba la escasa preparación de las masas, las peculiaridades de la Revolución Rusa y la incapacidad de los intelectuales europeos de los años veinte para constituirse en un núcleo creador, capaz de elaborar una nueva visión de la revolución, que fuese más allá de la experiencia de Octubre.

La propia lucha embrionaria de los obreros de Turín fue la que proporcionó a Gramsci las enseñanzas significativas para la elaboración de la estrategia de los consejos en Italia. Bajo el influjo de los acontecimientos de la Unión Soviética, en agosto de 1917 estalló en Turín una huelga que durante una semana convulsionó la ciudad. Con la consigna “Pan y Paz”, el movimiento de barricadas y manifestaciones callejeras de masas fue adquiriendo clara connotación política. Pese a que no logró constituirse en una perspectiva concreta de poder –cosa que difícilmente podría haber hecho, por tratarse de un movimiento espontáneo y sin dirección estratégica -, Gramsci consideró que abría una fase nueva, al expresar la decisión de lucha de las masas obreras que, con la influencia de la Revolución de Octubre, pasaban directamente a la acción contra el régimen capitalista.
Pero, al mismo tiempo, la lección que Gramsci extrajo de la derrota de agosto fue que el proletariado italiano no tenía una preparación ideológica y política, siendo aún insuficientes sus organizaciones sindicales y políticas.

2. El Jacobinismo de Gramsci y el Ordine Nuovo

Después de este movimiento de 1917, la primera iniciativa desplegada por Gramsci fue la creación de la revista Ordine Nuovo, que se convertía en el órgano de los consejos de fábrica. Precisamente a través de esta revista, en 1919, Gramsci inició una nueva fase, caracterizada por la aparición de un movimiento organizado en consejos de fábrica en quince industrias que agrupaban más de 50 mil trabajadores.

En Mayo de 1919, Gramsci señaló: “La revolución internacional ha adquirido fuerza y cuerpo desde que el proletariado ruso creó el Estado de los Consejos, a partir del análisis de su experiencia de clase explotada”8.
Al respecto, se preguntó si existía en Italia alguna institución de la clase obrera que se pudiera ser parangonada con el soviet, que participara de su naturaleza, respondiéndose que en efecto existía, y se encarnaba en la Comisión Interna. Dando más solidez a esta reflexión, en octubre de 1919 señaló que “el Consejo de Fábrica es el modelo del Estado proletario”9.
 
Para Gramsci, los viejos organismos existentes en la fábrica - como la Comisión Interna -, al cambiar su papel de manera radical , se convertían en consejos de fábrica, representando un sistema democrático de productores que abre el camino a la conquista del poder proletario en el conjunto de la sociedad.
Por ello, se trataba a su juicio de organismos de educación política de masas, de la conquista por parte de los trabajadores de una nueva forma de institución de base, constituyendo un rechazo a las formas institucionales asumidas por el régimen capitalista.
 
Por su carácter de organismo de masas, el Consejo no excluía a los trabajadores asalariados de ninguna corriente que adhiriera a la idea y los objetivos del Estado obrero.  A la vez, el papel del partido era llevar la política revolucionaria al seno de los consejos de fábrica, y ganar a las demás corrientes políticas y a la masa de trabajadores en general para una política revolucionaria.
 
Gramsci concibió los Consejos de Fábrica como el terreno cualitativo el enfrentamiento con el capitalismo, desarrollando el siguiente razonamiento: La fábrica es la célula del Estado burgués moderno.
El Consejo de Fábrica permite a la clase obrera pasar de la simple lucha reivindicativa del sindicato tradicional al problema del control de la producción; es decir, del aprendizaje preparatorio de los cuadros obreros para el reemplazo del personal capitalista, al cuestionamiento del sistema capitalista y de su enfrentamiento y creación del nuevo poder revolucionario. Consideraba que el Consejo de Fábrica era el gran escenario donde se generaban las condiciones culturales, políticas y de masas para emprender la obra de desarticulación del antiguo régimen y de construcción del nuevo, que toda revolución se debe proponer.

Al mismo tiempo, lo concebía como el punto de agregación social que se extendía a los consejos campesinos y a los regimientos, que incorporaba a las grandes masas, que lograba superar la burocracia sindical y las influencias reformistas; en definitiva, que reunía las tareas económicas y políticas, preparando al proletariado para constituirse en clase dirigente en el nuevo orden social.
 
En este período, Gramsci pensaba en la creación de las condiciones de organización del pueblo para el asalto al poder.
Es decir su estrategia no sólo era rupturista en relación con el sistema capitalista, sino netamente insurreccional, al proponerse la conquista del poder político. Compartiendo los puntos de vista de la Internacional Comunista, sostenía que el capitalismo de los años veinte había agotado todas sus posibilidades de desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, convirtiéndose en capitalismo parasitario. Así, señalaba que “sólo la clase obrera puede salvar a la sociedad humana de la barbarie y la destrucción económica hacia donde empujan fuerzas exasperadas de la clase proletaria. Y puede salvarla organizándose en clase dominante, para imponer su propia dictadura en el terreno político industrial”10.
 
Para el logro de su objetivo, los Consejos de Fábrica debían constituirse en verdaderos bloques de productores donde convivieran todos los que participaban en la creación de la riqueza: obreros, administradores y técnicos.
En otras palabras, en la construcción de una democracia productiva en el paso a la toma del poder político el proletariado debía constituir un bloque de alianzas, desarrollar un pluralismo social que no podía subvalorarse, dada la ubicación de estos sectores en la producción. Este pluralismo, en la visión de Gramsci, iba más allá de aquel concebido como formulación pluripartidista, ya que debía construir el nuevo Estado en el seno de un sistema productivo no centralizado burocráticamente sino ejercido de manera democrática al interior de la fábrica misma. De esta dinámica surgiría el poder proletario.
 
En estas conclusiones primarias está el germen de lo que Gramsci desarrollaría posteriormente en Cuadernos de la Cárcel. Se trata del problema de la hegemonía, referido en este caso a la hegemonía en la alianza del “bloque de los productores”. Ello más allá de las similitudes que buscaba establecer con la Revolución Rusa, daba un carácter menos jacobino a la lucha de los Consejos, constituyendo un esfuerzo ya perceptible por producir una conquista del Estado a través del control del aparato productivo y de su transformación en aparato socialista. Con ello, otorgaba una dimensión social a la revolución, yendo incluso más allá de la alianza obrero campesina, tocando de manera directa el factor consenso en la generación del nuevo orden.

Por otra parte, debe tenerse presente que el soviet ruso era un consejo de carácter territorial, donde coexistían obreros, campesinos, militares e intelectuales; el consejo, en cambio, era un núcleo vital enraizado en a producción, un consejo de productores. Ello está relacionado con el distinto nivel organizativo, cultural y disciplinario, en definitiva, con el diferente nivel de desarrollo industrial y tecnológico de Italia del norte y de Rusia de los primeros años de la etapa revolucionaria.

En esta fase, y precisamente a través del desarrollo que adquiere la estrategia de los consejos, Gramsci supera su visión positivista del autogobierno de masas, llegando a la conclusión de que, obligatoriamente, al Estado burgués que se quiere derrocar se debía oponer un Estado proletario que garantice el paso de una formación a otra. Además, gracias a su propia experiencia conciliar, se reencuentra con la teoría leninista de la revolución y da, a la vez, un nuevo significado a la concepción marxista del derrocamiento del Estado burgués, donde la revolución adquiere un valor jurídico, moral y cultural bajo la forma de un Estado, sin por ello perder lo que lo identificaba con Lenin: el soviet, el consejo, como la base participativa democrática de masas, garantía para impedir la burocratización del aparato estatal.

En este período, Gramsci plantea que el Estado proletario se articula a partir del carácter de proceso de la revolución expresado en la continuidad entre la toma del poder y la destrucción de un ordenamiento jurídico institucional seguido del surgimiento de otro, imbuido de conceptos tales como la civilización del trabajo, la moralidad laica, la solidaridad de los nuevos sujetos colectivos, la nueva cultura de la clase ascendente.
 
En este momento, el Consejo de Fábrica constituye precisamente la alternativa radical al Estado representativo burgués, y es concebido como una institución pública mientras el sindicato y el partido se conciben como instituciones voluntarias privadas, no existiendo una identificación partido clase ni una superposición partido Estado.
En ello se basa la visión distinta de la base social y política del nuevo Estado proletario. La fábrica y los consejos son “el territorio nacional de autogobierno proletario”, y representan el paso de una sociedad unicelular (individuos ciudadanos) a organismos pluricelulares, “a los núcleos ya organizados de la sociedad misma”.
 
La revolución no se agota con la toma del poder - aún cuando haya un partido comunista a la cabeza del proceso - ni con la modificación radical del aparato estatal burgués. Es necesario observar la modalidad en que el nuevo aparato se vincula a la producción y las formas de democracia de base que es capaz de establecer. Es decir, con ello Gramsci está planteando el problema de la solución de la relación entre clase obrera y producción, como médula y núcleo del nuevo Estado proletario.
 
La diferencia del enfoque gramsciano de los consejos radica en la visión de una nueva civilización comunista que parte de la producción y es soberana desde la base, en la fábrica, donde se produce el salto cualitativo del poder de las masas proletarias. Ello tendrá una importante influencia en toda la elaboración posterior de Gramsci, en su teorización acerca de la ampliación del concepto de Estado a través de la hegemonía, y en la formulación de su teoría política.
 
Según Gramsci, para que la clase proletaria se transforme en clase dominante de la sociedad a través de su propia experiencia en el Consejo de Fábrica “debe lograr una psicología similar a la de la burguesía en el arte de gobernar, en el arte de saber conducir a buen término una iniciativa, una acción general del Estado obrero”.

A fines de 1919, el Partido Socialista Italiano (PSI) obtuvo una gran victoria electoral, eligiendo 156 diputados. De este hecho, Gramsci extrajo una conclusión coherente con el proyecto revolucionario que se proponía.En la práctica, se trataba de la coexistencia de dos poderes: el burgués de la votación liberal y el proletariado de la votación socialista. Sin embargo, ello era insuficiente desde un punto de vista político más general. Según Gramsci, una fuerza consistente, extendida a nivel nacional y apoyada fundamentalmente en los ideales socialistas debería haber utilizado mejor la estrategia de los consejos, ya que la batalla política realizada por los “ordinovistas” dentro del PSI para lograr un apoyo real de la masa socialista - tanto dentro como fuera de la fábrica - se había demostrado insuficiente, no habiendo obtenido un apoyo real al proceso que los consejos creaban al interior de la fábrica, y no logrando así evitar en el momento decisivo el aislamiento de los consejos y de los núcleos revolucionarios de vanguardia. Al respecto, se trataba de utilizar los propios canales del PSI para generar un mecanismo de solidaridad con los consejos.
 
Sin embargo, erróneamente Gramsci privilegió las tesis de la descomposición del aparato productivo capitalista y de la dualidad de poderes, comparando esta situación a la del período entre febrero y noviembre de 1917 de la Revolución Rusa, e insistiendo en que el control obrero fuese la vía para la toma del poder del Estado. Así el control obrero debía operar, por una parte, como poder antagónico de la burguesía en la fábrica y en el Estado, constituyendo, al mismo tiempo, el terreno de adquisición de la ideología y la capacitación técnica, de la conciencia de clase y de la preparación en la dirección productiva, factores indispensables para arrebatar el poder político a la burguesía.

En su etapa correspondiente al Ordina Nuovo, Gramsci pensó encontrar en los obreros del norte de Italia las condiciones objetivas y subjetivas para realizar una transformación radical de las relaciones laborales en la fábrica, a partir de la asunción de un papel dirigente en la producción por parte de una clase hasta el momento subalterna. Con ello, la clase obrera asumiría la tarea de unificar económica y espiritualmente al pueblo italiano, a partir de la propia unificación territorial provocada por el sistema de producción capitalista. Este objetivo podría realizarse sólo a través del ascenso del poder de la clase obrera y de la desarticulación del aparato estatal burgués.
 
Sin embargo, ello demostró ser un objetivo extremadamente más difícil de lo que al comienzo pensaron los “ordinovistas”, y fue el propio Gramsci quien lo puso de relieve, en un artículo publicado en septiembre de 1920 en el Diario Avanti, señalando: “Es necesario decir toda la verdad a la masa obrera.
No es posible, ni siquiera por un instante, que los obreros crean que la revolución comunista será tan fácil y lineal como lo ha sido ingresar en una fábrica sin protección. Estos acontecimientos deben servir a los comunistas para explicar a las masas lo que significa la revolución en toda su complejidad. Son una demostración aplastante de la utopía reformista y sindicalista anárquica... La ocupación de las fábricas por las masas obreras es un momento necesario del desarrollo revolucionario y de la lucha de clase; sin embargo, es necesario establecer con exactitud su significado y alcance, y sacar de ello todos los elementos necesarios para la elevación política de las masas y para el reforzamiento del espíritu revolucionario”11.

En Italia, como en Europa en general, la derrota de la estrategia de los consejos, cuyo origen fue la ocupación de la fábrica de Turín, constituyendo una fuerza que perduraría en la memoria histórica del pueblo italiano, significó un grave retroceso para la clase obrera, no sólo porque la esperanza de una rápida extensión de la revolución en Europa demostró carecer de fundamentos, sino porque además la salida a la crisis - como Gramsci lo había previsto con lucidez inmediatamente después de la experiencia del “bienio rojo” - se dio bajo una forma autoritaria, de revanchismo contra el movimiento obrero y de aislamiento de la Revolución de Octubre.

La respuesta burguesa fue, primero, el surgimiento del fenómeno fascista, que rigió en Italia durante veinte años y que en Hungría significó el aplastamiento de la naciente República de los Consejos, con una feroz represión contra la clase obrera y el pueblo húngaro; y, más tarde, el nacimiento del nazismo en Alemania, con las graves consecuencias que tuvo para toda la humanidad.

En su informe al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista de 1920, Gramsci señaló como factores de la derrota la oposición tenaz del sindicato oficial y del PSI a la experiencia de los consejos, por intentar mantener la tutela de la organizaciones e impedir el vuelco de la masa obrera a la lucha revolucionaria; la falta de iniciativa revolucionaria del PSI, que no intentó extender a nivel nacional la experiencia de Turín, conduciéndola al aislamiento; la propia incapacidad del movimiento turinés para transformarse en un elemento nacional de lucha contra el capitalismo, y el no haber previsto la extremada violencia del contraataque patronal contra la huelga.

Un año más tarde, Gramsci señalaba que la derrota no podía atribuirse a la inmadurez revolucionaria de la clase obrera, que con la ocupación de la fábrica había demostrado la existencia del factor subjetivo, en plena correspondencia con la crisis capitalista.
Por el contrario, consideraba que el factor determinante de la derrota estaba en el hecho de no haberse producido la coyuntura necesaria entre la voluntad subjetiva y el partido político, es decir, entre el “hecho económico” y el “hecho político químicamente puro”, para iniciar un proceso revolucionario. Y añadía: “La experiencia industrial no ha bastado; el hecho económico ha determinado la formación de una nueva psicología obrera, ha contribuido con fuerza a la pérdida del prestigio del ‘patrón’, y por lo tanto ha hecho aumentar la autonomía y el espíritu de libertad de las masas; sin embargo no ha sido suficiente para determinar la caída de la burguesía de la oficina de dirección de la hacienda central: El Estado”12.

El análisis hecho por Gramsci en el período inmediatamente posterior al “Bienio rojo” estaba imbuido de un fuerte maximalismo, de un traslado mecánico de la forma que adquirió la Revolución de Octubre en Italia y de una sobrestimación de la capacidad del PSI de generar un proyecto diverso y de transformación.

En la derrota pesó el exceso de optimismo de los revolucionarios italianos y europeos en cuanto a las posibilidades de una rápida descomposición y desarticulación del capitalismo, que demostró ser bastante fuerte no sólo para resistir el ataque obrero, sino también - y esto en Italia fue lo predominante en los años posteriores - para pasar al contraataque e imponer a la clase obrera un regreso al trabajo productivo en condiciones más difíciles, bajo una disciplina dictatorial, con un deterioro de las condiciones laborales, llegando incluso a la destrucción de los sindicatos, que fueron transformados en aparatos del régimen fascista.

Gramsci, como Rosa Luxemburgo y en general los revolucionarios de la época, no captaron en profundidad que el paso al imperialismo, a los monopolios, al capital financiero y a la racionalización productiva constituye un proyecto global de reestructuración capitalista de la economía, de transformación de la producción del Estado.
 
Por otra parte, la posición de Gramsci sostenida en 1919, que consideraba la situación italiana revolucionaria debido a que la estructura económica del país era atrasada y pobre, así como la comparación que hacía con Rusia de la época de Kerensky, son claramente arbitrarias.
 
La inmediatez de la relación atraso – revolución carecía de fundamento real pues Gramsci no basaba su hipótesis en un estudio detallado del capitalismo italiano similar al realizado por Lenin en su escrito de 1889. El Desarrollo del Capitalismo en Rusia. Además de las limitaciones, producto de la insuficiencia de estudios “en terreno” sobre la maduración de los factores objetivos, la política ordinovista presentaba otras limitaciones significativas. G. Scalia señala: “Las limitaciones históricas y teóricas de la experiencia ordinovista, más que en la falta de coordinación de la revolución de los consejos con la formación y consolidación de las estructuras partidaria, residen en la tesis gramsciana de que los Consejos de Fábrica eran en sí mismos una anticipación del Estado en su totalidad, sin extender el análisis y la acción a los demás aspectos de la representación del poder”13.
 
Al respecto se observa una clara idealización, en el sentido de considerar que el consejo en sí mismo podía contener la solución del conflicto entre sociedad civil y sociedad política, y que en el fondo el real y casi único poder de la burguesía estaba en la propiedad de los medios de producción, por lo que el capitalismo debía ser eliminado en Milán y no en Roma, donde se encontraba el poder político. Se debe tener presente al respecto que Mussolini y los fascistas hicieron el camino inverso, marchando sobre Roma para conquistar el poder.

Además como lo señala de manera acertada M. Telo, el Estado aparece circunscrito sólo al conflicto entre las clases principales, lo que determina una incapacidad de elaboración y proyección de los consejos para establecer alianzas con otros estratos sociales, proletarios o de clase media, participantes en la articulación de la sociedad civil. Ello provoca un aislamiento territorial y social de los consejos, creando el riesgo de una concepción reductiva del futuro Estado obrero”14.

Por otra parte, es evidente que Gramsci y los revolucionarios no habían tomado en cuenta en toda su magnitud lo límites reales del movimiento socialista, y habían confiado en una explosión espontánea de las masas populares, que por una parte debía superar las vacilaciones de las tendencias reformistas, y por la otra, colocar definitivamente en jaque el Estado burgués.
 
En relación con la experiencia de los consejos, Gramsci realizó una operación completamente diversa a la de Marx relativa a la Comuna. Marx había puesto en tela de juicio las diversas posibilidades de éxito que tenía la Comuna. Sin embargo, luego de su derrota, defendió el significado que tenía para el movimiento obrero y a partir de ésta experiencia inició una nueva reflexión, que a la postre unilateralizó su concepción del Estado y limitó - a partir de esta breve experiencia de poder obrero - la estrategia revolucionaria del proletariado. Este análisis influyo de manera determinante en Lenin, en la elaboración del primer Gramsci y de otros pensadores revolucionarios del siglo XX.

Gramsci extrajo numerosas enseñanzas de la etapa de los consejos y de la ocupación de las fábricas, poniendo en particular relieve su significado ideológico y político para el movimiento obrero. Según él, los consejos habían demostrado la capacidad del proletariado para autogobernarse, para mantener y aumentar la producción capitalista, para emprender de manera creativa la lucha revolucionaria.

Analizando las conclusiones de Gramsci, Massimo Salvatori sintetizó de manera rigurosa la experiencia de los consejos señalando que “marcó el fin del maximalismo, es decir, de la revolución como ideología abstracta, aspiración mesiánica, religión popular; denunció el carácter moderado y subalterno del sindicalismo tradicional y del socialismo reformista; puso en evidencia el carácter sectario de la concepción“ Bordiguista” del partido, y reforzó las bases para una concepción moderna de la revolución.15 Había también en Gramsci una visión semejante a la de Korsch en cuanto al valor de la socialización como patrimonio de la experiencia de los consejos, asunto que no puede reducirse sólo al traspaso de los medios de producción a la propiedad colectiva, sino que como punto de partida incluye una nueva reflexión sobre la base democrática del Estado, el problema de la democracia industrial, la presencia decisiva de la clase obrera y de todos los productores en la gestión directa de las haciendas.

Del resultado de la experiencia de los consejos, Gramsci extrajo además la convicción acerca de la necesidad de crear el Partido Comunista - tarea a la que dedicó todos sus esfuerzos desde el período inmediatamente posterior al “bienio rojo” y hasta su detención, en 1926 -, y replanteó el problema de la defensa de la revolución triunfante. En una carta enviada a Zino Zini, transcrita por Spriano en su Storia del PSI, planteaba que incluso si se hubiese conquistado el poder habría sido extremadamente difícil mantenerlo.

Ello muestra que su reflexión va en distintas direcciones, y que a partir de la experiencia de los consejos elaboró más tarde - sobre todo en los Cuadernos de la Cárcel - los elementos básicos de la nueva estrategia revolucionaria: dominio, dirección, hegemonía, y preservación consensual del nuevo poder.
 
Gramsci vivió intensamente la experiencia de la Revolución Rusa, y en un escenario tan distinto como el de la Italia de los años veinte, se enfrento a problemas semejantes a los que debió resolver Lenin antes y durante la Revolución de Octubre. En esta situación, donde la derrota de la experiencia de los consejos cerró una fase y abrió otra completamente diferente, Gramsci,- lo mismo que Lenin en relación con Rusia prerrevolucionaria - debió dedicarse a una investigación profunda de la realidad y de la historia de Italia para elaborar el instrumental teórico, de filosofía de la praxis, que permitiera enfrentar de manera nueva la lucha por el socialismo en el Occidente capitalista.
 
BIBLIOGRAFIA DE AUTORES CITADOS Y MENCIONADOSCapítulo Primero
1. Gramsci Antonio “La Revolución contra El Capital”en Antología, Siglo XXI, México,1970,pag 32
2. Marx Karl, India Cina, Russia, Otiecesvennyz Zapisky, Progreso, Moscu, 1977, p.232
3. Marx K y Engels F, “Prefazione all” Edizione Rusa del 1882 del Manifiesto Comunista”, en opere Complete, Riuniti, Roma, tomo VI, p. 663
4. Gramsci Antonio, “La rivoluzione contro II Capitale”, en Scritti Giovanili 1914-1918,Einaudi, Turin, 1975, p.313
5. Marx, La Comuna, Estado Proletario, Progreso, Moscú, 1969, p. 136
6. Gramsci Antonio, “Estado Proletario”,Ordine Nuovo, Turín, Junio 1920
7. Lenin V.I. Discurso de Apertura del Primer Congreso de la Internacional Comunista.Obras Escogidas, Progreso, Moscú, 1969, pag 87
8. Lenin V.I. Discurso de Apertura del Primer Congreso de la Internacional Comunista. Obras Escogidas, Progreso, Moscú, 1969, Pag 180
9. Gramsci Antonio, Ordine Nuovo, Turin, 15 de mayo de 1919
10. Gramsci Antonio, Ordine Nuovo, Turín, 11 de Octubre de 1919
11. Gramsci Antonio, Ordine Nuovo, Turin, 11 de octubre de 1919
12. Gramsci Antonio, Scritti 1915-1921, Feltrinelli, Milan, 1968, pag 314.
13. Gramsci Antonio, Scritti 1915 – 1921, Feltrinelli, Milan, 1968, pag 332
14. Scalia G, en Mondoperaio, Roma, 1957.
15. Telo M. en Problemi del Socialismo, Roma, Nº 2, 1976.
16. Salvatori Massimo, Gramsci e il Problema Storico della Democracia, Einaudi, Turín, 1977, pag 393
 
CAPITULO II
LA REVOLUCION EN OCCIDENTE: DE LA GUERRA DE MANIOBRA A LA GUERRA DE POSICION
 
1. El Repensamiento de Gramsci y la Revolución en Occidente
La derrota de la estrategia de los consejos cerró y abrió un nuevo capítulo de la lucha revolucionaria italiana. Gramsci comprendió que algunos de los puntos de los cuales había partido para considerar que era posible universalizar y concretar con relativa rapidez la revolución de los soviets en Italia y en Europa en general se apoyaban, tanto desde puntos de vista objetivos y subjetivos como desde una perspectiva metodológica y de acción política, en premisas equivocadas que, sobre todo, no tenían en cuenta las diversas reacciones posibles de la burguesía y la capacidad de expansión del capitalismo, en la nueva fase que abría la tendencia histórica del paso del monopolio al imperialismo.
 
En realidad, tras la victoria de la Revolución de Octubre, se subvaloraron las contramedidas del capitalismo incluidas las más extremas como el fascismo, el nazismo y la guerra, así como la potencialidad del sistema para controlar el ciclo económico con un carácter fuertemente expansivo. No se previó la capacidad de la burguesía para expandir su propia hegemonía a través de la articulación de un nuevo sistema de instituciones democráticas, lo cual le permitió lograr un consenso más amplio.
 
Gramsci se vio en la necesidad de recurrir de ir mas allá de la metodología utilizada por Lenin en el estudio de terreno de las condiciones históricas concretas de la Revolución de Octubre. Debió indagar acerca de la naturaleza del fenómeno fascista que apareció por primera vez en la historia, desentrañar las debilidades del sistema italiano desde el Resurgimiento hasta el Estado liberal giolitiano, y elaborar una nueva estrategia que tuviese en cuenta el escenario occidental. En un retorno a las fuentes del marxismo y de la cultura italiana, debió construir el instrumental teórico que permitiera dotar a la Revolución, en Italia y en Occidente en general, de una estrategia correspondiente con las particularidades que en esta fase y en esta área del mundo se presentaban.
 
Se vio en la necesidad de buscar una estrategia de continuidad y de discontinuidad al mismo tiempo, con los clásicos del marxismo. Ya no podía tratarse de una traslación a la realidad italiana de los clásicos ni de las experiencias de la Revolución de Octubre. Era preciso desentrañar las peculiaridades nacionales y abordar el marxismo con un espíritu profundamente creativo y renovador.
 
En este sentido, el pensamiento político de Gramsci debe considerarse en su esencial como la unidad de elaboración de una estrategia para alcanzar la revolución en Occidente, y al mismo tiempo, en su comprensión de nuevo horizonte político, resultado de la voluntad colectiva, de la revolución ideológico ética, producto de la síntesis, del paso de una instancia objetiva a otra subjetiva.
 
Como ya se ha señalado, si al analizar con un espíritu polémico la Revolución Rusa, Gramsci se refiere a ella como “la revolución contra El Capital”- es decir, la revolución donde la voluntad supera los límites estructurales -, la estrategia para Occidente – en tanto capitalismo desarrollado, escenario propio del análisis de Marx en El Capital - podría formularse como “la revolución con El Capital, más la revolución de la cultura y del espíritu”.
 
Gramsci volvió a Marx en su intento por interpretarlo dentro de los límites de su experiencia histórica específica, no sólo en el terreno de las formulaciones que le servían de base para la elaboración de su instrumental, sino sobre todo desde el punto de vista de la filosofía de la praxis.
 
Gramsci parte aquí del Marx político, que en su Tesis XI señala: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, ero de lo que se trata es de transformarlo”1. De este modo, se revoluciona el vínculo entre filosofía y política, ya que la filosofía debe llegar a ser política para continuar siendo filosofía. Fue allí donde Gramsci encontró el elemento de la subjetividad y del modo en el cual la filosofía de la praxis se convierte en el terreno de la construcción de la conciencia y de la ampliación de la base de la historia.
 
Como señala D Giovanni: “la política es la constitución densa de la subjetividad que deposita en el sujeto aquello que estaba en el objeto, que transfiere la acumulación de fuerza de las cosas a la práctica, que en definitiva hace de la superestructura (conciencia, hegemonía) aquello que se determina como la actualidad del presente, siendo también resultado de aquella concentración de la filosofía en política, que difunde la potencia de ésta y la hace el punto de concentración de la vida”2.
 
El análisis de las tentativas revolucionarias que se habían producido en Alemania, Baviera y Hungría convencieron cada vez más a Gramsci de las pocas probabilidades de repetición de la Revolución Rusa en países con una estructura económica más compleja. “La experiencia de la Revolución Rusa ha mostrado como, después de ella, todas las demás revoluciones en dos tiempos han fracasado”3. Y la conclusión que extrae no es aún el análisis posterior de la diferenciación entre la revolucionen Oriente y Occidente, pero representa una interpretación nueva y dialéctica de la experiencia de la fase de los consejos. “La revolución como conquista del poder social por parte del proletariado solo puede concebirse como un proceso dialéctico en el cual el poder político hace posible el poder industrial, y el poder industrial hace posible el poder político”.3
 
La distinción que hace Gramsci, de carácter histórico cultural aun cuando las esferas estructurales son también distintas en grado y magnitud de desarrollo, no depende tanto del nivel de desarrollo económico  (sociedad industrial) como del papel que, en sentido estricto, desempeña el Estado sobre la sociedad civil. “En Oriente, el Estado era todo... En Occidente, entre el Estado y la sociedad civil hay una justa relación, y en el tramado del Estado se advierte de inmediato una fuerte estructura de la sociedad civil. El Estado es sólo una trinchera de avanzadas tras la cual se despliega una sólida cadena de fortificaciones, diferentes entre un Estado y otro. Por ello, se requiere un cuidadoso reconocimiento de carácter nacional”.4
 
En Rusia, la autocracia zarista, y por ende la ausencia de cualquier desarrollo de lo que es típico de las instituciones burguesas y de un aparato hegemónico, unido a un desarrollo limitado de las fuerzas productivas capitalistas, hacían que el peso del Estado fuera determinante, que la coerción fuera recurso casi único para el mantenimiento del sistema.
 
En una sociedad caracterizada por la separación total y estática de las clases, por la existencia de castas cerradas, con cuadros sociales rígidos, la sociedad civil era débil y estaba alejada de las grandes masas de la población que vivían en un Estado primitivo y feudal. En una situación donde el Estado personalizado lo es todo, un asalto directo al poder puede arrastrar (como efectivamente ocurrió en la Rusia de Lenin) a millones de seres humanos desposeídos; a una intelectualidad que nada comparte con la autocracia, y que carece de un espacio en el control absolutista del poder; a una parte importante del ejército, que carece de un vínculo ideológico con el sistema, cosa que no ocurre en el capitalismo. Así, la victoria de la Revolución de Octubre cuenta con un elemento determinante: la “simplicidad” de la relación entre el Estado autocrático y la sociedad civil.
 
Lenin no perdió de vista el vínculo existente entre aristocracia zarista y feudalismo, como se demuestra en el carácter de la formulación de la revolución democrático burguesa, en 1905, y en las tareas que debió asumir la revolución proletaria. Se observa aquí un problema de tipo histórico importante, pues en Europa el régimen absoluto del zar Nicolás II había desaparecido hacía muchos años con el fin de las monarquías absolutistas. El escenario de la sociedad Occidental ya era y lo sería más aun en los decenios siguientes, completamente distinto. En esta fase, el desarrollo mismo de las fuerzas productivas generaron un Estado moderno que necesitaba para su funcionamiento disciplinar ideológicamente tanto a las instituciones a través de las cuáles ejerce su coerción como a las instituciones estatales o privadas de las que se difunde la cultura dominante.
 
Se trataba de un Estado más articulado, que contaba con un fuerte entramado en la sociedad civil, que le permitía mantener y superar su misión de Estado “veilleur de nuit”, poniendo la “universalidad” del papel de la burguesía en la esfera ideológica, cultural y hegemónica que es siempre “hegemonía organizada de coerción”, pero donde lo principal es el control que la clase dominante ejerce en la sociedad civil, a través de la cual trata de enraizar su forma de vida en las clases intermedias y subalternas, de imponer su concepción del mundo, en definitiva, de cumplir un papel de “educador” del conjunto de la sociedad.
 
Al respecto, Marx y Engels señalaban: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales... Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores”.5
 
En otros términos, a diferencia de las clases dominantes de la sociedad feudal, la burguesía, en su cambio constante, termina con la concepción de la sociedad de castas rurales y abre paso a una sociedad de masas, donde la clase dominante busca crear los mecanismos del paso orgánico de las clases subalternas al Estado, es decir, ampliar la esfera técnica e ideológica del dominio y la dirección de clase.
 
En una sociedad de este tipo, donde la sociedad civil desempeña un papel determinante, como dice Lenin en su polémica con Struve, “el poder coercitivo del Estado no puede ser asumido como un elemento característico esencial y definitivo”.6
 
Para enfrentar el tipo de Estado liberal parlamentario, radicalmente distinto al Estado ruso prerrevolucionario y caracterizado por una mayor complejidad de articulaciones institucionales, sociales y de formas de resistencia y solidez político hegemónicas, se requiere, pues, una elaboración original específica de análisis, que tome en cuenta lo nacional y diseñe una nueva estrategia revolucionaria.
 
Es importante agregar que un Estado capitalista desarrollado posee, además, un aparato coercitivo muy superior y más eficiente que el aparato militar de la autocracia zarista. A ello se debe también el hecho de que no sea factible proponer, desde un punto de vista técnico militar el asalto al poder. Sin embargo - y esto confirma plenamente lo señalado por Gramsci relativo a que la sociedad civil es el principal limite de diferenciación - el elemento determinante es la legitimidad del ataque del Estado. El sistema capitalista ha construido un andamiaje legal, un entramado de valores culturales y éticos tan poderoso que llega a convertirse en el “sentido común” de la población, donde cualquier intento de asalto al poder que sobrepase los límites de la legalidad democrático parlamentaria será considerado, no sólo por el Estado sino también por la mayor parte de la población, como un gesto antidemocrático, y quedará fuera de la ley.
 
No ocurría lo mismo en algunas sociedades periféricas, donde la “guerra de maniobra” estaba dentro de la normalidad de la lucha por la liberación, pues las sociedades civiles de estos países eran débiles, y las clases principales no habían podido generar una fuerte escala de valores éticos que se constituya en el caparazón del aparato estatal coercitivo.
 
Además, desde el punto de vista sociopolítico, Gramsci partía del criterio de que en el capitalismo avanzado las clases dominantes poseían reservas políticas y organizativas inexistentes en Rusia.
 
En estas sociedades, ellos extraían como consecuencia que incluso graves crisis económicas no tuvieran una repercusión de iguales dimensiones en un asalto político, y que en este caso la esfera política se encontraba atrasada en relación con la crisis. El Estado logra encontrar aliados entre las clases que constituyen el enorme tejido intermedio que existe entre la burguesía y el proletariado, el cual logra tener una ideología propia que muchas veces influye incluso en sectores del propio proletariado. Los grupos intermedios y los valores que engendran, arribismo, afán de lucro, consumismo son utilizados y extendidos por el sistema a los sectores obreros, asociándolos con estas expectativas y alejándolos del que puedan desempeñar como clase subalterna fundamental.
 
Este análisis, perteneciente al “Gramsci de la segunda fase” anterior a los Cuadernos de la Cárcel, está ya prefigurando el vínculo entre pequeña burguesía y la base de masas del fascismo.
 
Esta visión de Gramsci significa un rechazo a la concepción mecánica del nexo entre estructura y superestructura - que estaba en la base de las posiciones de la Segunda Internacional y en el análisis tanto del reformismo como del extremismo -, estableciendo un nuevo vinculo de mayor autonomía y a la vez de interdependencia entre ambas, y una nueva concepción de la relación entre crisis económica, crisis social y revolución. La revolución deja de ser una necesidad derivada simplemente de la acumulación de crisis económicas. Para que se produzca una verdadera crisis social se requiere que las clases fundamentales entren en agudo conflicto, es decir, que se presente una crisis de poder de la clase dominante y, además, que la clase subalterna sea capaz de situarse en la sociedad como nueva clase dirigente. De allí que Gramsci llamó al proceso revolucionario “crisis orgánica” o “crisis de autoridad”, y señalo: “Se puede excluir el hecho de que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan acontecimientos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas formas de pensar, de definir y resolver los aspectos que involucran todo el ulterior desarrollo de la vida del Estado”.7
 
Dicho de otro modo, la revolución es la crisis y disolución del bloque histórico y del surgimiento de uno nuevo, de una nueva relación entre estructura y superestructura, donde la posición, la organización, las alianzas, el nivel ideológico y cultural de las clases en conflicto son determinantes.
 
2. Guerra de Posición y primera visión de la Hegemonía
En las sociedades capitalistas desarrolladas, que cuentan con una “sociedad civil muy compleja y resistente”, las crisis económicas no son suficientes para producir las crisis históricas fundamentales, pues éstas son capaces de amortizar el golpe y desplegar verdaderas trincheras frente a las que no es posible un asalto simple y puro al poder, producto de una irrupción espontánea de las masas ante la crisis económica, sino que se requiere un cambio de estrategia capaz de degastar, de erosionar e incrustar nuevos elementos en la fuerte sociedad civil dominante.
 
En Gramsci, la formulación de la estrategia para Occidente se expresa sobre todo en el paso de la “guerra de maniobra” a la “guerra de posición”. En este análisis, utilizó conceptos provenientes de la terminología militar - frecuente en la ciencia política de la época -, advirtiendo advirtiendo que estas metáforas, como cualquier parangón entre el arte militar y la política, había que entenderlas cum grano salis, es decir, como estímulo al pensamiento y en tanto simplificación, ya que la lucha política es siempre más compleja y articulada que la militar. Ambos conceptos están estrechamente ligados al de hegemonía, y determinados por el tipo de articulación de la sociedad civil. La guerra de maniobra se define como el ataque directo y rápido que destruye al enemigo, como el asalto al Estado, tal cual se dio en la Revolución de Octubre. La guerra de posición, en cambio, tiene el carácter de una guerra de desgaste, de cercamiento, y naturalmente requiere tiempos distintos y una gran hegemonía.
 
Desde luego, la guerra de posición no es sinónimo de inmovilismo, pues no se trata de un simple repliegue defensivo de coyuntura destinado a ganar fuerza, sino de una estrategia de mayor alcance que sobrepasa la concepción leninista y la táctica insurreccional - que en estos países de Occidente provocaría nuevas derrotas -, y se propone ganar el apoyo de la inmensa mayoría de las masas trabajadoras, destruyendo el consenso social en torno a ese Estado y generando uno nuevo, una nueva organización de la vida.
 
Al respecto, Gramsci señala que en la guerra de posición “se exigen cualidades excepcionales de paciencia e inventiva”, añadiendo que “en política, a pesar de las apariencias, el asedio es recíproco”8. De este modo, establece una correlación entre la guerra de posición y la táctica leninista del frente único. En otras palabras, “la guerra de posición la hacen las grandes masas, que sólo con enormes reservas de fuerzas morales pueden resistir el desgaste, y donde únicamente una hábil dirección política puede impedir la disgregación y la derrota. La dirección militar siempre debe estar subordinada a la dirección política”.9 En la sociedad europea occidental, el terreno del enfrentamiento se traslada del asalto al Estado a su aparato coercitivo y su destrucción en tanto máquina de coerción; al cercenamiento de la hegemonía de la clase dominante, ejercida fundamentalmente sobre la sociedad civil, en el terreno de los valores culturales y ético morales, a través de numerosas instituciones que abarcan desde el papel de la Iglesia ejercido en términos conservadores, hasta el control de los grandes medios de comunicación de masas de la sociedad moderna, con las que se busca hegemonizar la sociedad en torno a la ideología de la burguesía.
 
El enfrentamiento de la sociedad civil obliga a las clases subalternas a crear su propia ideología, su propia cultura, una nueva escala de valores, organizaciones de masas y un partido revolucionario que le permitan enfrentar a la burguesía en este terreno y adquirir un papel significativo dentro de la sociedad civil alternativa. Así, la revolución se entiende como un proceso de destrucción – construcción, donde muchas instituciones de la sociedad burguesa deben revertirse y asumir un nuevo papel a través del cambio del contenido de su función.
 
Cabe recordar que Gramsci, desde la cárcel, manifestó su desacuerdo con la visión de la Internacional Comunista de 1929, reflejo del pensamiento de Stalin, que consideraba irreversible la crisis del capitalismo, por lo que se creaban las condiciones para que en Europa el proletariado se planteara la inmediata conquista del poder, sin pasar por diversas fases democráticas intermedias.
 
Habría que insistir, con Togliatti, en que quien parte de premisas falsas, siempre e inevitablemente llegará a conclusiones equivocadas.
 
En su polémica con la dirección del Partido Comunista Italiano (PCI), Gramsci recuerda que “no se puede elegir la forma de guerra que se desea” ni ponerse objetivos derivados de la voluntad. En Occidente, es la situación objetiva de la correlación de fuerzas la que impone la guerra de posición, y el proletariado, como lo ha hecho la burguesía, debe saber pasar de la guerra de movimiento a la guerra de posición, y elaborar una nueva estrategia que trae consigo una articulación diferente del régimen político y del poder del Estado proletario.
 
Gramsci sostiene que entre la Revolución Francesa y el advenimiento del fascismo la burguesía ha sabido alternar la guerra de movimiento y la guerra de posición. Así se observa una guerra de maniobra entre 1789 y 1815, y una guerra de posición entre 1815 y 1870 y en 1921, con la derrota de la tentativa revolucionaria en Alemania y en general con la política de los consejos en Europa.
 
Más tarde, se observa una guerra de movimiento (o de maniobra) en la Revolución Rusa de 1917, y una guerra de posición en la instauración del fascismo en Italia. Es decir, esta etapa de la historia europea combinó - especialmente a través de la burguesía - la revolución jacobina con lo que Gramsci llamó la revolución pasiva. En cambio, la revolución permanente o activa del proletariado hasta ese momento se expresó sólo como guerra de maniobra (Comuna de París, Revolución Rusa), y en ese momento debía, según Gramsci, situarse como guerra de posición para abrir un nuevo horizonte a la revolución en Occidente.
 
La guerra de maniobra y la guerra de posición deben aplicarse en consonancia directa con la situación histórica concreta. En sus Notas sobre Maquiavelo, refiriéndose a la guerra anticolonial en la India, Gramsci señala que representa tres formas de guerra: de movimiento, de posición y subterránea.
 
Gramsci nunca consideró que hegemonía y fuerza fuesen términos excluyentes, dejando de lado la relación histórico dialéctica que existe entre ambos conceptos. Sin embargo, propuso una aproximación distinta a la conquista del Estado y a su transformación, a través de la acumulación de mayores reservas de fuerzas, de una política de alianzas diferentes, de una relación distinta entre las clases y grupos subalternos - que el propio desarrollo del capitalismo ha extendido - , y de una nueva forma de concebir lo que Marx llamaba el advenimiento de una sociedad regulada y de una nueva civilización, sobre todo, a través de una revalorización del frente cultural, de la ideología, de los valores morales, y los principios políticos democráticos, que, como más adelante veremos, Gramsci consideraba patrimonio del movimiento obrero moderno, consistente en una diversa valoración del régimen político que existía en Occidente, que el proletariado y las fuerzas revolucionarias debían considerar en su nuevo proyecto de Estado.
 
En Occidente, el proletariado debía construir una estrategia nacional capaz de generar lo nuevo en el plano de la superestructura antes de que lo viejo muera. Ello se planteaba como una condición efectiva para destruir lo viejo y consolidar el nuevo Estado, teniendo como eje principal la teoría del partido político, la reforma moral e intelectual de las masas y el carácter plenamente autónomo y globalizante de la filosofía de la praxis en tanto filosofía de la transformación, capaz de renovarse a sí misma.
 
Hay que advertir que Gramsci estudió el fenómeno de la guerra de posición en medio de la dictadura fascista, por lo que tuvo objetivos políticos e históricos prácticos. Entendió que en Italia la guerra de posición debía asumir plenamente el problema nacional y reivindicar objetivos democráticos. Al respecto señalaba: “Para todos los países capitalistas se plantea un problema fundamental, el del paso de la táctica del frente único - en sentido general- a una táctica que se plantee los problemas concretos de la vida nacional, y actúe sobre la base de las fuerzas populares tal como están determinadas históricamente”.10 En algunas tareas de la situación meridional, Gramsci insistía en que el proletariado puede llegar a ser clase dirigente y dominante en la medida en que logre crear un sistema de alianza de clases que le permita movilizar contra el capitalismo y el estado burgués a la mayoría de la población trabajadora. Planteaba, sobre todo, la alianza obrero campesina, que en Italia adquiere formas concretas en el problema meridional y en el problema vaticano.
 
Al vislumbrar, en esta fase el carácter de una revolución democrática antifascista para Italia, buscaba apropiarse del terreno de la lucha democrática desde un punto de vista de clases. Pero, naturalmente, el concepto de guerra de posición no sólo se refería al fascismo y al estado liberal, sino que también se consideraba la vía para alcanzar el socialismo. Por lo tanto, Gramsci elaboró una estrategia específica para Occidente, y de su particularidad, evitando así extraer conclusiones sectarias o una copia mecánica de la obra de Lenin.
 
Fue en esta fase y en la siguiente, que corresponde a los Cuadernos de la Cárcel, cuando Gramsci se enfrentó y superó una concepción dogmática y reductiva de la Revolución de Octubre y del marxismo. Polemizó abiertamente con Trotsky y Rosa Luxemburgo (aunque con connotaciones distintas en ambos casos), a quienes podríamos llamar teóricos de la guerra de maniobra, y lo hizo afirmando la visión del último Lenin y su propia convicción estratégica. Esta polémica le sirvió para conocer sin mediaciones el pensamiento de Marx y para elaborar el concepto de guerra de posición.
 
Para Gramsci, Rosa Luxemburgo, a quien consideraba no obstante una revolucionaria de gran valor, tenía una concepción típica del espontaneísmo, tendiente a subvalorar el papel de la organización y a afirmar una tradición “subversivista”, carente de preparación y de dirección concreta. Rechazaba además la teoría del “derrumbe”, que con una visión determinista confiaba en la caída del capitalismo como producto de sus propias contradicciones internas al llegar a la fase imperialista.
 
Refiriéndose a La huelga general, el partido y los sindicatos, de Rosa Luxemburgo, Gramsci emitió un juicio profundamente crítico, señalando:“A propósito de la comparación entre los conceptos de guerra de maniobra y guerra de posición en el arte militar y los conceptos relativos en el arte de la política, cabe recordar el libro de Rosa... En él se teorizan, con cierta ligereza e incluso con superficialidad, las experiencias históricas de 1905: Rosa, en efecto, descuidó los elementos “voluntarios” y de organización que en esos acontecimientos fueron muchos más extensos y eficaces de lo que ella creyó, debido a un cierto prejuicio “economicista” y espontaneísta suyo. No obstante, este libro (y otros estudios de la misma autora) constituye uno de los documentos más significativos de la teorización de la guerra de maniobra aplicada al arte de la política. El elemento económico inmediato (crisis, etcétera) se considera como la artillería que en la guerra abría un forado en las defensas enemigas, un forado suficiente para que las propias tropas irrumpan y obtengan un éxito (estratégico) definitivo, o por lo menos un éxito importante en las directrices de la línea estratégica... Se trataba de una forma de fuerte determinismo economicista, con el agravante de que los efectos se concebían como rapidísimos en el tiempo y en el espacio; por ello, era un verdadero misticismo histórico, la expectativa de una especie de fulgor milagroso”.11
 
 
Gramsci rechazaba también la idea de la imposibilidad de que el proletariado pudiera crear una cultura propia en el marco de la sociedad burguesa, en circunstancias de que, como se ha visto, la guerra de posición parte precisamente del criterio opuesto. Pero sobre todo era polémico con Trotsky y su teoría de la “revolución permanente”, ya que para Gramsci el factor nacional y las condiciones socioeconómicas y culturales en general eran determinantes para la definición del carácter de la revolución.
 
Al respecto, señala: “En este caso, se podría decir que Bronstein (Trotsky), quien se presenta como un `occidentalista`, era en cambio un cosmopolita, es decir, superficialmente nacional y superficialmente occidentalista o europeo. Ilich (Lenin), en cambio era profundamente nacional y profundamente europeo”12
 
Con ello, Gramsci apoyaba la teoría del socialismo en un solo país, lo que era plenamente coherente con su visión de la búsqueda de lo nacional para operar en consonancia con los instrumentos teóricos. Al respecto, subrayaba que Trotsky olvidaba la función nacional de la clase obrera, contraponiendo en el plano teórico la revolución permanente al concepto de hegemonía civil. Cabe recordar que, muerto Lenin, Gramsci apoyó al grupo dirigente bolchevique, que siguiendo la ultima inspiración leninista, adoptada sobre todo por Bujarin, privilegió el carácter estratégico de la NEP como vía nacional de avance del socialismo en la Unión Soviética para consolidar la alianza obrero campesina, y por ende la base social y el consenso popular del Estado proletario.
 
En este sentido, su polémica con los teóricos alemanes agrupados en torno a la revista Kommunismus y los acontecimientos provocados por la revolución alemana sirvieron a Gramsci para reafirmar la necesidad de una nueva visión para el Occidente. Pero Thalheimer 13, Trohlich13 y el propio Luckás insistían en la actualidad de la revolución, confundiendo época histórica con coyuntura histórica, e impulsando la táctica de Teilaktran, es decir, la acción armada parcial contra el Estado: “La característica principal del período actual de la revolución consiste en que estamos obligados a llevar a cabo batallas, incluso parciales, incluyendo las económicas, utilizando los medios de la batalla final, sobre toda la insurrección armada”.13
 
Se trataba aquí de un razonamiento lineal: vivimos una época revolucionaria, la estrategia correcta es la ofensiva, para rescatar a la clase obrera de la influencia reformista y despertar el proletariado adormecido. Esta política de todo o nada y de absoluta sub-estimación de las condicionales nacionales, caracterizadas por la unidad integral había adquirido el Estado tras la caída de los imperios Hohenzoller y Hasburgo en Europa Central, condujo al desastre del movimiento obrero alemán en el levantamiento de marzo de 1921, donde fueron arrestados cuatro mil militantes y se redujo a menos de la mitad la influencia del Partido Socialista Alemán, que durante la República de Weimer no volvió a recuperar sus niveles de fuerza. El aventurerismo alemán, combatido por Gramsci, fue condenado abiertamente por Lenin en el III Congreso de la Komintern.
 
Por todo ello, la elaboración gramsciana aparece como la inmediata corrección frente a los acontecimientos alemanes, y en esta fase se relaciona con la táctica de la Internacional Comunista del Frente Unico, que Lenin, con el lema “A las masas”, puso como base de una estrategia diferenciada para Occidente respecto a Rusia. En polémica con Bordiga y con la tendencia extremista de la Internacional Comunista, Lenin decía:
 
“En Rusia triunfamos porque tuvimos de nuestro lado no sólo a la mayoría indiscutible de la clase obrera (durante las elecciones de 1919, la aplastante mayoría de los obreros estaba con nosotros contra los mencheviques), sino también porque, inmediatamente después de haber conquistado el poder, la mitad del ejército y las nueve décimas partes del campesinado, en el curso de algunas semanas, se convirtieron en partidarios nuestros. Triunfamos porque adoptamos el programa agrario de los esceristas. Por eso fue tan fácil la victoria. ¿Es acaso posible que ustedes, en Occidente, puedan hacerse semejantes ilusiones? ¡Es ridículo! Comparen las condiciones económicas concretas. En Rusia, éramos un partido pequeño, pero estaba con nosotros la mayoría de los soviets de diputados obreros y campesinos de todo el país. De nuestro lado estaba casi la mitad del ejército, que en ese entonces contaba con al menos diez millones de hombres. ¿A ustedes los sigue realmente la mayoría del ejército? Muéstrenme tal país. Indíquenme un solo país de Europa donde se pueda atraer a las masas campesinas en pocas semanas”.14
 
A estos principios se unió Gramsci para señalar que la resistencia de la sociedad civil debía ser superada por la política del frente único, para enfrentar con éxito el problema de la conquista del Estado en una nueva correlación de fuerzas en los planos político y cultural.
 
Como señala Occhetto, Gramsci supo determinar con lucidez y oportunidad histórica “primero, los profundos cambios de las condiciones generales en que se producía la lucha por la toma del poder después de la Revolución de Octubre; segundo, las diferencias entre la revolución en los países subdesarrollados y en los países del capitalismo moderno”.16 En consecuencia, supo establecer la necesidad de elaborar una vía distinta para desbloquear y superar los obstáculos de resistencia que la revolución encuentra en Occidente.
 
En este período, esta reflexión coincide con la política de la Internacional Comunista del frente único obrero, representa una profundización y un desarrollo de esta estrategia. Es evidente, entonces, que la elaboración de Gramsci en la primera mitad de los años veinte iba aparejada con una reflexión que en tal sentido realizó la Internacional Comunista y en particular el propio Lenin.
 
En él, esta primera intuición ya estaba presente en 1918, cuando en su relación sobre la guerra y la paz al VI Congreso del Partido Comunista alertó sobre el hecho de que la revolución en Alemania –país considerado como el más avanzado en Occidente capitalista- se desarrollaba más lentamente y encontraba mayores obstáculos de los que se esperaba al comienzo. En diversos textos de este período, al poner énfasis en la originalidad y especificidad de la Revolución Rusa, Lenin mostraba las diferencias que iba adquiriendo la revolución en Occidente. Consciente de las enormes dificultades que encontraba la construcción del socialismo y de la necesidad de que otras revoluciones se sumaran a la rusa, no podía dejar de constatar, sin embargo, que en Europa occidental era infinitamente más difícil comenzar la revolución de lo que había sido en Rusia, no obstante las dificultades para su continuidad.
 
Hay un momento en la relación citada de Lenin y que sin duda sirvió de inspiración a la reflexión que en años posteriores realizó Gramsci, tras la derrota de la política de los consejos: “La revolución no llegará tan pronto como esperábamos. La historia lo ha demostrado y hay que saber aceptarlo como un hecho, hay que aprender a tener en cuenta que la revolución socialista en los países avanzados no puede comenzar tan fácilmente como en Rusia, país de Nicolás y de Rasputín, y en donde para a gran parte de la población le era completamente indiferente saber qué clase de pueblos viven en la periferia y qué es lo que allí ocurre. En un país de esta naturaleza, comenzar la revolución era tan fácil como levantar una pluma. Pero en un país donde el capitalismo se ha desarrollado y ha dado una cultura democrática y una organización que alcanzan hasta el último hombre, comenzar la revolución sin la debida preparación es un desacierto, un absurdo”.15 Esta intuición de Lenin sobre las diferencias de enfoque de la revolución en Oriente y Occidente se profundizó cuando llegó a la conclusión de la necesidad de pensar en la construcción del socialismo en un solo país. Aunque eran reflexiones aún fragmentarias, muestran con nitidez que entre 1922 y 1923 Lenin consideraba necesario abrir una reflexión acerca de una nueva estrategia revolucionaria para Occidente.
 
En este sentido, criticó la resolución del Congreso de 1921 referente a la organización de los partidos comunistas, considerando que se había inspirado casi exclusivamente en las condiciones rusas, y que como tal era absolutamente incomprensible para los extranjeros, que no pueden contentarse con colgarla en un muro como si fuese un ícono y rezar ante ella.
 
Lenin había sido el gestor del viraje del IV Congreso de la Internacional Comunista, que decidiendo el Frente Unico, levantó como objeto el obierno obrero. Gramsci, quien vivió en la Unión Soviética entre 1923 y 1924 - años decisivos, en los que se perfiló la nueva política de la Internacional Comunista -, conoció este enfoque leninista y participó activamente en los debates de la Internacional, reafirmando así una reflexión que ya había iniciado y que maduró durante su estadía en la Unión Soviética, extendiéndola y sistematizándola en sus investigaciones que lo llevaron a escribir los Cuadernos de la Cárcel.
 
Utilizando el concepto de filosofía de la praxis, Gramsci señala: “El punto que me parece necesario desarrollar es éste: que según la filosofía de la práctica (en su manifestación política), ya en la formulación de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más reciente (se refiere a Lenin), la situación internacional tiene que considerarse en su aspecto nacional...”16.
 
Es decir, se debía partir de la situación nacional e indagar profundamente sobre ella, buscando todos los aspectos propios que le confieren su originalidad y unicidad para caminar en la perspectiva internacional. Este es un concepto clave en la elaboración gramsciana y en el nexo histórico que estableció con la Revolución de Octubre, y revela el valor de la acentuación de lo específico de las situaciones nacionales. La Revolución Rusa representa aquí la perspectiva internacional que en su universalización requiere la concreción de la dimensión nacional de la lucha revolucionaria y que la clase obrera, en cada país, pueda cumplir a fondo con esta tarea.
 
Es decir, la clase obrera, que universalmente y en tanto clase tiene el papel de cambiar el sistema, para cumplir esta misión debe ser capaz de nacionalizarse, debe cumplir este papel de clase dirigente en el plano político cultural, debe establecer una política de alianzas, debe fijar los objetivos intermedios - que sólo se pueden identificar en un estudio de as peculiaridades nacionales - para construir de manera adecuada un gran movimiento progresista auténticamente mayoritario. Es claro que en pleno período de ascenso fascista Gramsci pensaba, por una parte, en la elaboración de los instrumentos teóricos para la acción política en Italia y en la región, y por otra, en la búsqueda de los elementos constitutivos del fascismo y de la política revolucionaria de la clase obrera italiana en esta fase. De aquí derivó su visión del internacionalismo proletario, su apoyo a la línea de la construcción del socialismo en un solo país - que aparece en la reflexión de Lenin y que fue modificada más tarde por el grupo dirigente bolchevique - y su rechazo a considerar esta opción como una forma de repliegue del movimiento revolucionario.
 
El importante papel desempeñado por Lenin se observa precisamente en su capacidad para “inventar” la Revolución Rusa, creando en torno a ella una enorme voluntad colectiva nacional. Al respecto, Gramsci señala: “Me parece que Ilich había comprendido que era necesario un cambio de la guerra de maniobra –aplicada victoriosamente en Oriente en 1917- a la guerra de posición, la única posible en Occidente”. Esta idea constituye precisamente uno de los temas centrales de toda la construcción conceptual de Cuadernos de la Cárcel. Es decir, construyó una alternativa al carácter que asumió la Revolución de Octubre y a su curso posterior en ruptura con el jacobismo de Lenin. Gramsci tuvo una relación dialéctica con Lenin a partir de aquello que valoraba del pensamiento leninista: en el estímulo que hay en Lenin para conocer mejor la realidad efectiva en un ambiente distinto de aquel donde fue descubierta, y en su incorporación a esta realidad como si fuera su expresión original.
 
Gramsci sostenía que Lenin sólo pudo prever lo previsible, pero había que proceder - a partir del instrumental teórico que dejaba en herencia - a un retorno hacia el pensamiento de Marx y Engels, a un análisis profundo de la crisis del Estado liberal italiano y del surgimiento del fenómeno fascista, a una ampliación original de algunos materiales teóricos del marxismo en las condiciones concretas del nuevo período histórico que se presentaba ante él. Era necesario profundizar, ampliar y revisar los conceptos del materialismo históricos ligados a los problemas políticos fundamentales de esta fase histórica, de manera que en Occidente la teoría pudiera asumir plenamente su papel del fundamento de la lucha revolucionaria.
 
Así, la relación Marx, Lenin, Gramsci en la construcción que este último emprendió de 1924 en adelante, y en especial en la etapa de Cuadernos de la Cárcel, debe entenderse como producto de un desarrollo real de una conciencia histórico política, ya que, como el mismo Gramsci afirmaba, las ideas no nacen de otras ideas ni la filosofía surge de otras corrientes filosóficas, son expresión siempre renovada del desarrollo histórico, de la práxis.
 
3. Supremacía de la Política en la Transición
La idea de que la Revolución de Octubre se podría extender rápidamente por toda Europa limitó el conocimiento e inhibió el debate sobre la elaboración que el último Marx, y sobre todo el último Engels, llevaron adelante acerca de la estrategia para el desarrollo de la revolución en Occidente, que incorporaba importantes elementos autocríticos y de correlación de algunos juicios anteriores, en virtud de los cambios que experimentaba Europa a finales del siglo XIX. Gramsci conoció varias de estas consideraciones mucho después de la primera visión revolucionaria de los Consejos de Fábrica, e influyeron de manera importante en la elaboración de la teoría política general gramsciana y en su concepción de la hegemonía.
 
Engels sostuvo que durante un período las características de movimientos minoritarios, de élites revolucionarias, que poseían las revoluciones burguesas parecían ser consustanciales a todas las revoluciones, y por  tanto, también de la revolución proletaria. Sin embargo, en 1895, concluía que eso ya no podía sostenerse, ya que la visión que se tenía de la Revolución de 1848 no correspondía a los cambios de las condiciones generales de la evolución económica y social que se presentaba en Europa Occidental con el capitalismo desarrollado.
 
La teoría desarrollada en 1848 y que se mantuvo hasta 1871 tendía a concebir la revolución con bases en el modelo minoritario de las revoluciones burguesas, con lo cual se esperaba que el éxito proletario se produjera mediante un golpe por sorpresa o en una batalla callejera y con barricadas. Engels decía, reconociendo el error de esa primera aproximación: “La historia nos ha dado un mentis, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido”17. Y agregaba más adelante: “La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida”18.
 
También sobre el problema de las vías al socialismo, Engels dejó una herencia teórica valiosa, señalando que en aquellos países donde se dan condiciones específicas y donde la experiencia y fuerza del movimiento obrero lo permiten puede y debe crearse una verdadera vía nacional al socialismo.
 
Considerando que en ese momento la vía pacífica era una excepción, señalaba: “Se puede originar que la vieja sociedad podría desarrollarse en la nueva por la vía pacífica en países donde la representación popular ha concentrado en sí todo el poder, donde la constitución permite realizar lo que se desea cuando se tiene tras de sí a la mayoría del pueblo”19.
 
Debe tenerse en cuenta que estas “situaciones especiales”, diferentes a las de Francia de 1871, a finales del siglo XIX se habían extendido a varios países de Europa, y concretamente a Alemania donde entre 1871 y 1890 el Partido Socialdemócrata había pasado de 102 mil a un millón 427 mil votos. Engels dice: “...con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones....Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales”20. “La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros, los “revolucionarios”, los “elementos subversivos”, prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilón Barrot: “La legalité nos tue”, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Si no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero para darles el gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos”21.
 
En efecto, en el último Engels se trataba de la formulación de una nueva estrategia para la revolución, diferente a la empleada en 1848, que ponía de relieve temas tales como el consenso, la conquista de las mayorías, el vínculo entre democracia y socialismo, la utilización de instituciones de origen burgués con fines revolucionarios, la diversidad de las formas de lucha, el problema de la conciencia y de la organización de clases, las alianzas, es decir, temas a los que en Occidente el marxismo clásico llegó como último punto de elaboración acerca de la teoría del Estado, estrechamente vinculados con la posterior elaboración gramsciana de la etapa de Cuadernos de la Cárcel y en especial con la teoría de la hegemonía.
 
El impacto de la guerra de 1914 y de la Revolución Rusa de 1917 acentuó elementos particulares, contradictorios con la elaboración general de Engels. Pero el estudio del leninismo permitió sin embargo a Gramsci reencontrarse con Marx y Engels y con esta ultima elaboración, que constituye un antecedente clarificador en la creación de una nueva estrategia para Occidente. De ella, como se ha visto, los clásicos no solo poseían una inicial comprensión, sino que también habían avanzado en su formulación, cuestión que fue desviada por la revolución producida en Rusia y por la política posterior que de ella derivó en el comunismo mundial.
 
Sobre todo después de la derrota de los consejos, Gramsci comprendió que la Revolución Rusa, no obstante su impacto universal, era una situación particular, por lo que no podía convertirse en modelo. Siguiendo la última etapa de Engels, Gramsci asoció la formula jacobina de 1848 de Marx de la revolución permanente con la guerra de movimiento. Por su parte, la teoría de la hegemonía está vinculada a la guerra de posición, y es en sí misma el principal elemento del paso de una estrategia a otra.
 
De acuerdo con el razonamiento de Valentino Gerratano22, se puede decir que Gramsci reformuló y amplió el concepto de revolución permanente de Marx, referido a la fórmula jacobina de 1848, caracterizándolo como un concepto que establece la unidad en una época de revolución social, ya sea de guerra de movimiento como de guerra de posición, que ahora deben entenderse como dos fases que determinan “la permanencia de una continuidad revolucionaria también en la discontinuidad de las diversas formas y fases del proceso histórico”22
 
En su nuevo contenido, el concepto de revolución permanente se transforma pues en un factor de mediación dialéctica entre los dos momentos del esquema teórico de Marx: el momento del análisis científico objetivo de una situación revolucionaria y el momento de la praxis político subjetiva que debe demostrar el grado de madurez del proceso revolucionario. En este ámbito situó Gramsci los tres momentos de la correlación de fuerzas: el momento objetivo, el momento político y el momento militar. En el paso del primero a los otros dos, y sobre todo al político: objetivo-subjetivo política-conciencia-organización-fuerza, se articula toda su concepción teórica de la hegemonía y del Estado.
 
En Cuadernos de la Cárcel, Gramsci superó la idea de un movimiento que consideraba su acción fuera del sistema y veía en las reformas simples paliativos, totalmente separado del problema del poder.
 
Como ya lo habían señalado los clásicos, la nueva estrategia concebía la revolución como un proceso continuo del cual la efectiva transferencia del poder constituye un momento esencial, pero sólo un momento, ya que la sociedad burguesa se analiza en su doble aceptación de situación de dominio y de hegemonía, donde la toma del poder solo se puede transferir el dominio, en tanto que la hegemonía debe construirse antes, durante y después de la ascensión de la clase a nivel de Estado. Se trata, por tanto, de dos concepciones distintas para aproximarse al tema del poder.
 
Así, como bien lo señala Hobsbawn 23, en Gramsci, la lucha por la hegemonía no sólo representa un aspecto de la guerra de posición, sino que constituye una característica de toda su estrategia revolucionaria. Por lo tanto, el problema principal no reside en cómo se llega al poder- ello no determina el carácter de un proceso- sino en cómo lo revolucionarios obtienen el consenso, cómo son aceptados por la población, cómo lograna superioridad cultural, política y moral que les permita ejercer su función de guía y dirección del conjunto de la sociedad.
 
Esto es válido, en Gramsci, tanto cuando el poder se conquista por mayoría electoral como cuando se logra a través de una insurrección armada. El problema es aquí siempre de capacidad hegemónica, que condiciona y determina el grado e incluso la filosofía de la utilización de los mecanismos coercitivos.
 
Uno de los mayores méritos de Gramsci - y al respecto parte de Engels, pero va más allá, contribuyendo de manera notable en la formulación de una estrategia de la transición - consiste en un elemento clave para la formulación de la estrategia en Occidente: el vínculo dialéctico entre continuidad y revolución.
 
Dice Hobsbawn: “El problema es determinar qué cosas del pasado debe transformar la revolución, qué permanece, cómo y por qué. Siendo la revolución al mismo tiempo negación y cumplimiento de la historia pasada del pueblo, el elemento fundamental de la hegemonía de los gobernantes es la identificación de la sociedad, de la nación, del pueblo, de ayer y de hoy, con el Estado y la sociedad civil”23.
 
La relación entre clase obrera - concebida como parte de la nación - y sociedad, entre pueblo y nación, entre pasado, presente y futuro histórico, adquiere en Gramsci una dimensión teórica y práctica. La investigación que realiza en relación con el camino hacia el socialismo y con el socialismo en sí se da a través del análisis del movimiento político, de la supremacía de la política, que al hacerse práctica, necesita de un movimiento organizado y de un “moderno príncipe” que guíe la conquista de la voluntad colectiva nacional popular, que debe ser la base de la construcción de esa nueva civilización, presente en la utopía marxiana.
 
En este punto, deben analizarse las principales categorías que Gramsci creó o profundizó en el proceso de formulación de la estrategia revolucionaria específica para Occidente europeo y para la revolución en general en esta nueva fase histórica, y que permiten también una aproximación al material ideológico útil en el análisis del fenómeno del fascismo.