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El Libro Gramsci del acádemico y ex presidente de la Cámara de Diputados Antonio Leal en tres ediciones. Segunda Parte

Nota del Editor de Cambio21: A partir de este jueves y hasta el sábado, publicaremos íntegramente en tres días consecutivos, el libro GRAMSCI cuyo autor es el expresidente de la Cámara de Diputados y Acádemico Antonio Leal. El libro está agotado y no fue enviado a regiones, con lo cual, en conjunto con su autor, liberamos el total de su contenido.

 

CAPITULO III

EL HORIZONTE TEORICO DE LA TRANSICION, HEGEMONIA Y TEORIA POLITICA

1. Gramsci y la concepción del bloque histórico

Podría definirse el bloque histórico como la articulación interna de una situación histórica determinada, como la relación que se establece entre estructura y superestructura, no sólo dentro de una precisa formación social sino más concretamente en una fase de ella.

Esta es una primera diferencia entre la formulación de Marx y la contribución que hace Gramsci con el concepto de bloque histórico. En efecto, en Marx la relación entre estructura y superestructura caracteriza una formación social determinada y por ende, el momento revolucionario se produce cuando entran en contradicción las fuerzas productivas con las relaciones de producción y de intercambio, lo que condiciona un rápido cambio de toda la superestructura correspondiente.

En Gramsci, el concepto de bloque histórico es más específico: caracteriza una determinada fase de desarrollo dentro de una misma formación social.

En contraposición a lo afirmado por Roger Garaudy, quien sostiene que el bloque histórico es una alianza estratégica que realiza una fusión estratégica de la clase obrera y los intelectuales, para Gramsci es la forma cómo se relacionan y entrelazan orgánica y dialécticamente la estructura y la superestructura. Al respecto, es más preciso el razonamiento de Giorgio Napolitano: “En efecto, la alianza de la clase obrera con las masas campesinas y otros sectores sociales crea las condiciones, se convierte en la base de un nuevo bloque histórico. Sin embargo, la construcción de este último es mucho más amplia: es el cumplimiento de la lucha que lleva adelante la clase obrera contra el orden capitalista y la ideología burguesa, la consolidación y ulterior expansión de la hegemonía de la clase obrera; en esencia, es la transformación revolucionaria de la sociedad.

Gramsci sostiene que, para entender con precisión un determinado período histórico, es necesario conocer las particularidades de la articulación entre estructura y superestructura, es decir, del bloque histórico específico, lo que varía no sólo de una formación socioeconómica a otra, sino que dentro de un tipo de relaciones de producción dominantes es posible encontrar bloques históricos que se diferencian. Un ejemplo típico de ello puede representarse en las diferencias existentes entre un régimen capitalista de democracia burguesa y una dictadura fascista. Ambos regímenes tienen como base las relaciones capitalistas de producción, que varían porque el fascismo, al representar los intereses del gran capital financiero monopolista, concentra y centraliza aún más la propiedad, aumenta las tasas de plusvalía y con ello la explotación de la inmensa mayoría de la sociedad.

En el plano político, estos regímenes se diferencias porque el sistema se torna más reaccionario, y el tipo de superestructura que genera está supeditado a la coerción, expresada en el ejercicio de la violencia como elemento dominante.

Como sabemos, el marxismo considera como el carácter determinante de la estructura económica el hecho de que “a un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas de los hombres corresponde una determinada forma de intercambio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponden a otras formas de construcción social, una determinada organización de la familia de los estamentos, de las clases, en una palabra, una determinada sociedad civil. A una sociedad civil determinada corresponde cierto régimen político que no es más que la expresión oficial de la sociedad civil”2 (Nótese que Marx utilizó en 1846 el término sociedad civil pero ligada a la estructura económica). Marx elaboró esta ley de desarrollo social al precisar: “El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia civil”3.

Consideramos algunas de las connotaciones que la superestructura adquiere para Gramsci en el período de Cuadernos de la Cárcel. Un primer elemento consiste en que la estructura representa el bloque más estático del bloque histórico: “el conjunto de las fuerzas materiales de producción es el elemento menos variable en el desarrollo histórico y el que puede ser verificado y medido con exactitud matemática”4.

Gramsci estableció la variante tiempo histórico, prefiriendo siempre estudiar sea la estructura que su reflejo superestructural en el contexto del conjunto de las relaciones sociales de producción. Así, privilegió el nexo orgánico que cohesiona el bloque histórico y permite que éste se constituya. Esta relación lograría trasladar el desenvolvimiento de la superestructura al plano social, es decir, realizar una traducción social del nexo en una organización social concreta.

Volviendo al prefacio de Marx de 1859, Gramsci dedujo que, para cualquier análisis del bloque histórico, es necesario moverse “en el ámbito de dos principios: 1) aquel en que ninguna sociedad se pone tareas para cuya solución no existan ya que las condiciones necesarias y suficientes, o al menos que no estén en vías de aparición y de desarrollo; 2) y aquel en que ninguna sociedad puede desaparecer y ser sustituida sin antes haber desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones”5.

Lo anterior confiere un valor especial a las ideologías orgánicas, que se presentan en una relación de necesidad - ante una determinada estructura - para organizar los grupos sociales y permitir que ellos, como dice Marx, adquieran conciencia de los conflictos en el plano de lo económico. Da a la superestructura el carácter de elemento más dinámico, que representando la esfera de la organización ideológica política de los grupos sociales, permite la crítica histórica social y cohesiona el propio bloque histórico.

Otro de los aportes sustanciales de Gramsci se encuentra en relación entre intelectuales y bloque histórico. Los primeros –como se verá más adelante- son funcionarios de la superestructura, y actúan en representación de una de las clases son la que tienen una estrecha relación económica y social; en este caso, se trata de una relación orgánica. Sin embargo, como los señala acertadamente Portelli, hay momentos en que la relación pierde su organicidad, presentándose entonces movimientos coyunturales siempre ligados a la estructura por un lapso más breve: ello tiene “un significado histórico limitado”6.

Otro aspecto se refiere a los errores políticos de los representantes de las clases dominantes, lo que puede generar una crisis interna en el sistema de dirección, la que sin embargo está en condiciones de ser absorbida más o menos rápido , por lo cual no puede confundirse con una verdadera crisis orgánica. Tampoco se puede considerar crisis orgánica una determinada acción política al interior del partido o de la institución, que se desenvuelve en este ámbito sin lograr un valor de relación directa con la estructura.

Por último, se distingue el fenómeno de la ideología arbitraria, que no posee un nexo directo con la estructura y muchas veces puede representar el aspecto negativo de las ideologías orgánicas. En consecuencia, sólo una parte de los movimientos superestructurales tiene el carácter de orgánico, lo cual no significa que el resto no adquiera una importancia específica. La importancia decisiva que Gramsci confiere a la superestructura reside en la organicidad de los elementos que la componen.

Gramsci toma en consideración este punto de vista para elaborar el concepto de bloque histórico: “La estructura y la superestructura forman un bloque histórico, es decir, el conjunto de las relaciones sociales de producción”7. Y extiende el concepto a otros problemas centrales de la teoría marxista, como son la relación entre teoría y práctica y entre fuerza material e ideología.

En este aspecto, lo que constituye la novedad de Gramsci es, en primer lugar, el carácter orgánico y de interacción que atribuye a las esferas del bloque histórico, y en segundo lugar, el hecho de considerar que la unidad, la relación entre ambas esferas, está fusionada por la ideología, por lo que resulta obligatorio hacer un análisis concreto de cada bloque histórico y de los cambios que en ellos se producen para determinar las medidas políticas que debe adoptar en su lucha el movimiento obrero. En ello es fundamental, como ya se ha señalado, distinguir entre lo orgánico y lo ocasional. Al respecto, Gramsci señala que para evitar errores que llevan a deformaciones economicistas o ideológicas, es preciso observar constantemente y cada vez en particular las principales tendencias del desarrollo de la estructura.

A partir de la elaboración de Marx, pero lleno más allá de él, Gramsci rechaza la concepción mecánica del materialismo histórico, que subordina en términos absolutos las experiencias ideológicas y culturales de la sociedad, olvidando el aserto del propio Marx de que los hombres toman conciencia ideológica de los conflictos que se producen en la estructura: es decir, hay un nexo vital entre ambas esferas, lo cual para Gramsci tiene un valor gnoseológico, cognoscitivo, y no puramente psicológico y moral.

A través del concepto de bloque histórico, Gramsci afirma la recíproca necesidad de un proceso de relación que justamente corresponde a una dialéctica real descartando la visión - que por lo general en política se traduce en una visión triunfalista y determinista de los conflictos sociales - de que cada acto político esté rígidamente determinado por la estructura. Una visión de este tipo no toma en cuenta el hecho de que la propia estructura - con su peso determinante - es parte del movimiento de la historia. El economicismo es la base del corporativismo y del aventurerismo político.

De igual manera, la postura dialéctica de Gramsci rechaza el ideologismo, es decir, la tendencia a una interpretación superestructural del bloque histórico, a través del cual se pretende presentar su gran originalidad como contrapuesta a un examen supuestamente economicista realizado por los clásicos del marxismo. El riesgo político del ideologismo es grave, ya que, como ocurrió con Croce, el rechazo del momento estructural da una interpretación de la historia puramente estética y política, que parcializa objetivos de la perspectiva del Estado y conduce, según Gramsci, a una posición reformista débil.

Hay dos momentos en el análisis del bloque histórico que es necesario respetar: uno, el del reconocimiento del carácter de la sociedad, de la fase que se vive, de la estructura y del papel de las clases, de acuerdo con el contenido de las relaciones de producción, con los conflictos que allí se plantean, con la mayor o menor maduración de las condiciones objetivas del salto. Este momento es evidentemente estructural, siendo claro el predominio de esta esfera.

Este momento caracteriza, por ejemplo, lo que en las clases puede llamarse toma de conciencia restrictiva, en el sentido de que se trata de una fase en la cual el grupo social hegemoniza sólo a partir de los intereses. Otro momento lo constituye la relación dinámica, donde la superestructura, a partir de los datos económicos establecidos, adquiere su autonomía, y en ella, la ideología, la cultura, las instituciones, se transforman en el elemento esencial para determinar el cambio de la sociedad.

En este caso, se logra en el grupo social una toma de conciencia amplia y positiva, donde se produce el paso de la estructura a la superestructura compleja, en que la ideología deja de ser un simple reflejo de la estructura y es adecuada, elaborada, y llega a ser parte integrante de la superestructura, es decir, de lo que Gramsci llama “catarsis”: “es la fase en la cual las ideologías que germinaron antes se transforman en “partido”, se enfrentan y luchan, hasta que una sola de ellas, o por lo menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse en todo el ámbito social, determinando, además de la unicidad de las finalidades económicas y políticas, la unidad intelectual y moral, poniendo todos los problemas en torno a los cuales hierve la lucha no sobre el plano corporativo sino sobre un plano “universal”,8.

Por lo demás Gramsci explicita claramente lo anterior, expresando: “Creo que el análisis de estas afirmaciones lleva a reforzar la concepción del bloque histórico en el cual, precisamente, las fuerzas materiales son el corazón de un entremado mas complejo en el plano de las ideas” 9. Es claro, entonces, que el elemento decisivo es la estructura económica, pero igualmente claro es que en un proceso histórico las contradicciones de fondo se traducen y resuelven en la esfera de la superestructura. La relación entre estos dos elementos es pues dialéctica y orgánica, y comprende el nexo interno del bloque histórico, que impide tanto el economicismo como el ideologismo y las funestas consecuencias políticas que de ello derivan.

Gramsci afirma: “La filosofía de la práctica criticará como indebida y arbitraria la reducción de la historia a sólo historia ético política, pero no la excluirá”10. A partir de su concepción de bloque histórico, Gramsci explica la relación que existe entre gran capital financiero y pequeña burguesía como movimiento de masas, o la relación entre economía y grado de eficiencia de la represión. Así, en el estudio de El Estado y la Revolución y de otras obras de Lenin donde se formula su “doctrina del Estado” y de la superestructura en general, Gramsci encuentra una visión para la formulación de conceptos que se adecuarán al análisis del Estado burgués moderno, y en particular a las características del fenómeno fascista.

En seguida, necesitaba profundizar las formas concretas que adquirió en Italia ejercicio del poder por parte de la burguesía,y por tanto, desarrollar la teoría de la superestructura: sociedad civil y sociedad política.

2. Sociedad civil y sociedad política: Gnoseología de la superestructura

Uno de los asuntos claves en la fijación de una estrategia revolucionaria diferenciada para el Occidente consiste en determinar el alcance del concepto de sociedad civil y el vínculo que se establece con la sociedad en general. Como se sabe, tanto en Marx como en Gramsci el término sociedad civil deriva de Hegel, y en particular de sus Reflexiones en Lineamientos de filosofía del derecho, donde Hegel sitúa en la sociedad civil tanto la esfera de las necesidades económicas como la de las relaciones económicas, extendiéndose el concepto a las formas de su organización y reglamentación por parte del Estado.

En Marx, la sociedad civil sólo se refiere al conflicto de relaciones económicas. En Prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política” se señala:“Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil” hay que buscarla en la Economía Política”11.

J. Texier12 sostiene la tesis de que la formulación de Marx - en alemán, “Bügerliche Gesellschaft” - debe traducirse no como sociedad civil, sino como sociedad burguesa, y afirma que Marx, en la Critica al programa de Gotha, al diferenciar el estudio de la sociedad, ha dado al término un alcance similar al que Gramsci da a la sociedad civil. Sin embargo, es un hecho que en La ideología alemana Marx es aún más preciso para definir su concepto de sociedad civil: “Esta sociedad civil es el verdadero escenario, el teatro de toda la historia...La sociedad civil comprende todo el conjunto de relaciones materiales entre los individuos en el seno de un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Ello comprende todo el conjunto de la vida comercial e industrial de un nivel de desarrollo”13. Igual versión entrega Marx en La cuestión judía, al señalar que la sociedad política en cuanto Estado, en su surgimiento, carácter y leyes que la regulan, está determinada por la sociedad civil, concentrada primordialmente en el ámbito de la economía.

La reconceptualización gramsciana sobre la sociedad civil representa una novedad no sólo respecto de Marx sino de la cultura filosófica y política en general.

Para Adam Smith13, en Sociedad de las naciones, la sociedad civil (civil society) es la sociedad del intercambio y del comercio. También en Kant14 es la sociedad de las relaciones económicas, y se basa en la ley de la competencia y en la ambición de poder y riqueza. Voltaire15 hace su crítica al cristianismo en nombre y desde el punto de vista de la sociedad civil, con la que identifica el progreso económico y moral de Europa. Gramsci utiliza el término remitiéndolo exclusivamente al ámbito de la superestructura; “Por ahora, se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, aquel que se puede llamar sociedad civil, es decir, el conjunto de las organizaciones vulgarmente llamadas “privadas”, y el de la sociedad política o Estado, que corresponde a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad  y ala de dominio directo y de mando, que se expresa en el Estado y en el gobierno jurídico”16.

El cambio de significado del término sociedad civil de Marx a Gramsci es fruto de la relectura que el segundo hace del materialismo histórico y de la consecuente revalorización que realiza en clave estratégica para Occidente - de la superestructura y de la dinámica que alcanza en el bloque histórico, cuando el dato histórico se interpreta en su acepción de hegemonía y subjetividad colectiva. Recibe la influencia directa del análisis de la crisis del Estado liberal italiano y del advenimiento del fascismo; por ello, es este historicismo de Gramsci, en su vínculo teoría-historia, el que permite una lectura diferente del concepto de sociedad civil, nueva tanto en relación con Hegel como con Marx, pues lo que confiere su originalidad es la relación con el Estado y la individualización de un nuevo nexo entre economía y política.

Así, en Gramsci también la sociedad civil se relaciona con las relaciones económicas, aunque no se limita a ellas.

En efecto, se trata de una concepción original, que Gramsci formula teniendo en cuenta la concepción histórica y dialéctica de Marx de superestructura en su relación con lo económico. Este nuevo acento gramsciano tiene dos direcciones. Por una parte, separa la sociedad civil de la esfera de las relaciones económicas y la pone en la superestructura, concediendo a esta última un papel de mayor dinamismo del que tiene en la visión clásica. Por otra parte, distingue en la superestructura el momento fundamental del consenso, que es típico de la sociedad civil, del momento coercitivo de la ley, que por el contrario es típico de la sociedad política, es decir, del Estado. Desde un punto de vista metodológico, se podría decir que, en tanto ideología, la sociedad civil comprende todas las disciplinas de la ciencia, el arte y la cultura en general; en su interior, encontramos tanto la estructura ideológica que crea y difunde la ideología como los aparatos ideológicos, es decir, los instrumentos técnicos para la difusión de la ideología en el conjunto de la sociedad.

De ella forma parte la concepción del mundo que la clase dominante trata de imponer como la única posible, como un factor objetivo que debe representar a toda la sociedad y se utiliza para mantener ligados a los demás estratos de la sociedad, incorporando la filosofía, la religión, el sentido común, el folclore.

Gramsci define la ideología como una concepción del mundo que se manifiesta en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva, sin establecer una relación lineal y reductiva de este dato y todo ello se expresa en la sociedad civil. Pero en la sociedad civil - y este es un elemento determinante que la metodología gramsciana permite identificar con claridad - no sólo existe la ideología, la concepción del mundo e incluso los instrumentos ideológicos de las clases dominantes, que aún predominando se ven enfrentados por la “sociedad civil” de la otra clase fundamental, cuando ésta está en condiciones de expresarla. La ideología de las clases fundamentales es orgánica, es decir, sobrepasa la esfera del reflejo de lo económico para interpretar prácticamente todas las actividades de los grupos fundamentales.

En el caso del proletariado, su concepción revolucionaria del mundo es la filosofía de la práctica, que realiza la unidad de la superestructura ideológica. Ello, porque la filosofía es la concepción del mundo más elaborada, que supera esferas tales como la religión, el sentido común, el folclore. Esta filosofía influye sobre todos los aspectos de la vida de la sociedad, e incluso define las normas a las cuales deben someterse todos los estratos.

En este caso, la filosofía en los estratos subalternos se transforma en sentido común y se transmite de generación en generación, siendo aceptado como algo inherente al funcionamiento de la sociedad. La filosofía transformada en sentido común permite la agregación de los “simples”, que en el capitalismo - pese a los niveles de desarrollo cultural y técnico que los obreros y productores subalternos adquieren en correlación con el propio desarrollo tecnológico productivo - se busca mantener como “simples”; es decir, es como una filosofía primaria y alejada del real ejercicio de la “cuestión pública”, o sea, del poder.

El sentido común - que Gramsci define como “caracteres difusos y dispersos de un pensamiento genérico de una cierta época en un cierto estrato popular”17 - amalgama las ideologías tradicionales, utiliza la religión, las supersticiones y creencias del pasado que subsisten en especial en las regiones más atrasadas. Esto es evidente en América Latina, incluso en países donde la Iglesia ha renovado fundamentalmente su mensaje a través de la Teología de la Liberación.

El nexo entre filosofía, historia e ideología lo realiza la acción política que desciende desde la filosofía dominante al sentido común, garantizando así la unidad del bloque histórico.

Como se ha señalado, Gramsci estudió la articulación interna de la sociedad civil, extremadamente compleja. A través de la estructura ideológica de la clase dominante - organización material que permite mantener y desarrollar el “frente teórico”-, es decir, de las instituciones de difusión de la ideología, se organizan los medios que utiliza para influir de manera permanente en la llamada “opinión pública”.

Para Gramsci, los instrumentos fundamentales de la estructura ideológica son la Iglesia en su papel conservador –que habiendo perdido el monopolio absoluto que poseía en la sociedad autocrática conserva sin embargo una posición de predominio en especial entre los “simples”-, el sistema de enseñanza y los medios de comunicación de masas. Este esquema debe verificarse a nivel nacional, buscando discernir los papeles que cada institución de la sociedad civil desempeña y sus niveles de dependencia o autonomía de la cultura dominante.

En el mundo católico, la Teología de la Liberación formulada en América Latina aparece en efecto como una toma de conciencia de los problemas que en especial afectan a los sectores populares, en la cual la defensa de los derechos humanos y de los valores democráticos –muchas veces en contraposición a las clases dominantes, en especial en regímenes militares- y la denuncia de loa males de la sociedad claramente identificada con un sistema no generan conformismo o pasividad, sino que contribuyen a despertar a enormes masas de creyentes que se incorporan a la lucha social utilizando este canal. En tanto metodología e instrumento de análisis de la realidad social que importantes sectores del mundo católico han incorporado a su bagaje cultural, hay un vínculo con el marxismo más humanista y un nuevo desarrollo positivo de la doctrina social de la Iglesia.

De igual modo, otras instituciones alcanzan grados de autonomía en momentos de agudos conflictos de clase y cuando la burguesía no logra mantener su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. Las reformas universitarias, el tejido de organizaciones culturales populares donde se suman los elementos de la “sociedad civil alternativa”, es decir, las instituciones e instrumentos de ideología orgánica del proletariado y de las clases subalternas; los partidos, los sindicatos, los medios de comunicación de masas. Todas estas instancias permiten, de acuerdo a la elaboración de Gramsci, que las clases oprimidas, en determinadas condiciones de desarrollo del sistema capitalista, puedan adquirir, incluso antes de llegar al poder político y como condición para generar las situaciones de alianza y de correlación político social, una presencia en la esfera de la ideología capaz de contrarrestar a la sociedad civil dirigente e influir no sólo sobre las clases subalternas sino también en el conjunto de la sociedad.

En síntesis, la sociedad es el lugar específico de producción del consenso, y por tanto la base real, la garantía de estabilidad del Estado, y es también la sede del desarrollo de la hegemonía, en tanto representa la dirección política y moral de un grupo social. Es el contenido ético del Estado. A través de la sociedad civil, el Estado forma el consenso, trata de elevar a las masas al nivel de las exigencias del modelo productivo, para asimilarlas al proyecto del grupo social dominante. En este mecanismo se fundamenta la transformación de la dimensión parcial de área de influencia de la clase dominante en cuanto hegemonía a una dimensión del conjunto de la sociedad.

De allí el papel esencial que Gramsci otorga a la superestructura y en particular a la sociedad civil. Esta “catarsis”, o paso de lo objetivo a lo subjetivo, es un elemento fundamental en la estrategia revolucionaria en Occidente. La sociedad política o Estado, en un sentido restringido, es la sede de ejercitación del dominio directo sobre la sociedad, ya sea a través del gobierno jurídico o a través de los aparatos coercitivos estatales que aseguran “legalmente” la disciplina de los grupos que se rebelan. Gramsci subraya cómo el momento político militar representa la prolongación y concretización directa del dominio económico e ideológico ejercitado por una clase fundamental sobre el conjunto de la sociedad.

Gramsci entrega una visión amplia del momento de fuerza, que no se refiere esencialmente a la aplicación de la coerción, sino que se articula de acuerdo con el grado de relación que existe entre la sociedad política y la sociedad civil. Si la primera es autónoma y la sociedad civil dominante es débil, habrá una dictadura pura, aplicándose sobre todo al plano técnico militar.

 Si la sociedad política y la sociedad civil tienen igual fuerza - como ocurre en la sociedad capitalista parlamentaria desarrollada - se ejerce una hegemonía política, es decir, hay una dirección política de la coerción. El Estado ejerce la coerción a veces de manera abierta, a veces oculta. Si la presión de los sectores sobrepasa el consenso establecido por la clase dominante, el Estado recurre a la coerción “legal” para conservar su poder y rearticular - si se trata de una clase dominante con suficiente capacidad política e ideológica - su esfera de consenso a través de la extensión de la sociedad civil, buscando reprimir pero a la vez integrar el disenso en la nueva fase de reorganización del sistema.

En cambio, si se produce una verdadera crisis orgánica del bloque histórico y la clase dominante pierde el control de la sociedad civil, recurrirá a la sociedad política para conservar el poder.

Esta diferenciación de crisis orgánica es vital en Gramsci para fijar una estrategia revolucionaria con capacidad de victoria, ya que no toda crisis, toda descompensación entre sociedad civil y sociedad política, genera una crisis del bloque histórico, o como lo llama Lenin, una “situación revolucionaria”.

Por cierto, Lenin hizo frente en Rusia a un Estado en sentido estricto. Desde hace tiempo, el Estado capitalista ha dejado de ser el Estado , es decir, el Estado que tutela el orden público (el orden del sistema) y el respeto a las leyes, para transformarse - con el advenimiento del capitalismo monopolista de Estado y del imperialismo, como Lenin incluso lo ha explicó - en un Estado que ha sido elemento determinante del sistema en la economía y en la ideología.

Por ello, Gramsci no siempre asocia Estado y sociedad política. Así, la capacidad de coerción del aparato estatal es dirigida por un personal intelectual definido, “es la burocracia...que ejerce el poder coercitivo y que en un cierto momento se transforma en una casta...”18. Como ocurría inicialmente en el capitalismo y como sucede en países de estructura mixta, las clases dirigentes tradicionales de la sociedad que habían sido desplazadas del poder fueron integradas a través de la concesión de privilegios en la esfera burocrático militar.

Por razones de tipo metodológico se presentan en forma separada la sociedad política y la sociedad civil. En verdad, ambas están íntimamente ligadas en la superestructura, y operan en un cuadro de unidad dialéctica. Es importante destacar que para Gramsci no existe ningún Estado donde se pueda mantener el poder sólo por medio de la coerción o del consenso como elemento de base de la hegemonía.

Hay quienes, dando una interpretación de Gramsci como “teórico de la sociedad civil”, han querido demostrar que en su análisis de la función ideológica del Estado, tanto en la sociedad moderna como en la socialista, dejaba de lado la presencia del Estado en sentido restringido, es decir, como función coercitiva. Por el contrario, Gramsci señala que un sistema que sólo se base en el consenso para conservar la dirección “es pura utopía, pues está basada en el presupuesto de que todos los hombres son iguales, y que por tanto son igualmente razonables y morales, es decir, pasivos en la aceptación espontánea de las leyes, libremente y no a través de la coerción impuesta por otra clase, como algo externo a la conciencia”19.

Así, en la relación entre sociedad política y sociedad civil, y en tanto que existe el Estado, siempre expresión de una clase predominante y de sus intereses, de su predominio estructural, económico e ideológico, ambas esferas de la superestructura actúan en un vínculo continuo y dialéctico. Sin embargo, es claro que Gramsci, poniendo el acento en la hegemonía y en el consenso como condición para la conquista y el mantenimiento del poder, pensaba que estos elementos, en el capitalismo como en el  socialismo, son premisa fundamental de un Estado sólido, seguro y en permanente transformación.

Sin duda, no hay mayor fuerza que aquella derivada del prestigio y de la hegemonía apoyada por un consenso activo, libre y por lo tanto crítico. Gramsci explica en forma esta función, señalando: “Cuando desea realizar una acción impopular, el Estado crea de manera preventiva una opinión pública adecuada, es decir, organiza y centraliza ciertos elementos de la sociedad civil. Hay una historia de la “opinión pública”. Naturalmente, siempre han existido elementos de opinión pública, incluso en las etapas asiáticas; sin embargo, la opinión pública, tal como se la entiende hoy, ha nacido tras la caída de los estados absolutos, es decir, en el período de la lucha de la nueva clase burguesa por la hegemonía política y la conquista del poder. La opinión pública es el contenido político de la voluntad política pública, que podría ser discordante. Por ello existe la lucha por el monopolio de los órganos de la opinión pública – periódicos, partidos, parlamentos -, de modo que una sola fuerza modele la opinión y por lo tanto la voluntad nacional, disgregando a los discordantes en un polverío individual e inorgánico”20.

No existe una opinión pública imparcial y objetiva, ésta siempre está determinada por las relaciones constantes entre gobierno político y sociedad civil, con la perspectiva de lograr el consenso en torno al Estado. Si el Estado tiene en su poder los principales órganos de comunicación de masas y éstos no son en su mayoría privados, ejerce directamente, sin mediación, la función de moldear la opinión pública.

Esto se apreciaba con claridad, según Gramsci, en los países capitalistas desarrollados. Pero, una vez más, el análisis debe ser concreto, pues el procesos histórico ha producido profundas transformaciones en la distinción de papeles, y en aquellos países donde las fuerzas populares son poderosas y tienen una presencia real en la sociedad civil, el control estatal de los medios de comunicación y la lucha por un relativo pluralismo en la transformación se da a nivel de Estado, y por ende, solo en parte de logra una cierta mediación en la correlación de fuerzas en los planos de la cultura y la ideología.

Por lo tanto, es positivo que el Estado tenga en sus manos éstos órganos, ya que la privatización de ellos trae consigo un dominio directo y un control aún mayor de la clase dominante. El problema de los medios de comunicación de masas es decisivo para un movimiento que busque incorporar sus propias ideas y proposiciones en la sociedad y lograr un papel hegemónico en ella.

El Estado moderno capitalista ha creado un amplio sistema de “servicios públicos intelectuales”, que en otras formaciones sociales estaban en manos de entidades privadas, y en particular de la Iglesia. Ello se debe a la necesidad que tiene la sociedad de masas - donde los mensajes ideológicos son múltiples, diversificados y se transmiten con enorme rapidez - de unificar la ideología difundida a la sociedad civil.

Según Gramsci, la relación y diferenciación entre sociedad política y sociedad civil es vital para determinar una estrategia adecuada a las condiciones específicas del bloque histórico que se proponga cambiar un sistema concreto de hegemonía de una clase dominante. Desde un punto de vista estratégico, en la sociedad capitalista ambas sociedades experimentan un desarrollo homogéneo, por lo que las clases dominantes pueden mantener siempre el poder a través de una amplia “dirección intelectual y moral”, impregnando de su ideología todo el sistema, aunque en los momentos de conflicto agudo, no renuncie al uso del poder coercitivo del Estado. Existe un bloque social progresivo; en este caso, lo primordial es la sociedad civil, que constituye una estructura fuerte, consistente, de difícil disolución.

En estos países, una revolución que comprometa efectivamente el bloque histórico pasa por una lucha de larga duración para desarticular la sociedad civil dirigente, y con ello poner en una situación de crisis al poder político de la clase dominante. Pero ello es imposible sin que se produzca una desarticulación de los factores que constituye esa “fuerte cadena de fortaleza” de la cual habla Gramsci.

Esto supone no sólo una poderosa organización de las clases subalternas, sino que ellas sean capaces de elaborar ideología, de crear sus propios núcleos intelectuales. En primer lugar, en las clases subalternas se requiere una revolución intelectual y moral, y en el caso del proletariado, la extensión de su ideología, de la filosofía de la práctica a la mayor parte de los estratos de la sociedad, para poner en crisis el dominio intelectual de la burguesía.

La situación es diferente, decía Gramsci, en Estados donde la sociedad política es todo y la sociedad civil es “primitiva e informe”, puesto que el enfrentamiento de clases se reduce a términos esenciales: la conquista y destrucción del aparato coercitivo del Estado, el desarrollo de la nueva estructura económica y la construcción de una verdadera sociedad civil. Es decir, estamos en presencia de un bloque histórico regresivo. En este caso, la lucha se concentra en el Estado. En cambio, en el primer caso, la lucha se concentra en la sociedad civil, como etapa obligatoria para la conquista del Estado. Se requiere una amplia “guerra de posiciones” que no puede confundirse con una actitud intelectual, de espera, de ausencia de lucha de masas, sino que por el contrario es la forma de lucha que requiere mayor concentración de alianzas, consenso, lucha política y hegemonía, por lo que es más difícil.

En síntesis, para Gramsci “Estado (en su acepción integral) = sociedad política + sociedad civil, es decir, hegemonía acorazada de coerción”18. Para ser precisos, debemos señalar que en los Cuadernos de la cárcel Gramsci establece una diferencia doble en cuanto a los tipos que asume el Estado:

ESTADO (sociedad política) contrapuesta a sociedad civil.

ESTADO (integral) como unidad dialéctica sociedad civil - sociedad política. Junto con los conceptos de sociedad civil, sociedad política, Gramsci utiliza los de Estado y gobierno, haciendo así posible la distinción de dos bloques en la sociedad política: el aparato propiamente coercitivo y el aparato intelectual de dirección del Estado, que puede alcanzar diversas formas, de acuerdo con la elasticidad y amplitud del régimen político de que se trate.

Desarrollando la ecuación, Gramsci señala que se debe entenderse por Estado “todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente justifica y mantiene su dominio y además logra obtener el consenso activo de los gobernantes”21. A través de este proceso, Gramsci identifica las verdaderas raíces del Estado - reivindicando su profunda visión marxista de este fenómeno - en lo económico con las clases, es decir, el Estado con el grupo económico fundamental. Con esta identificación, señala a la vez que es en el Estado (en su calidad de Estado integral) donde se explica la iniciativa histórica del grupo dirigente, y que el Estado mismo es la realización de esta iniciativa.

Es evidente que en Gramsci la concepción del Estado constituye una extensión y una superación creadora de la concepción leninista, lo cual no es de sorprender, en la medida en que ambos, remitiéndose a Marx y su metodología, operan en situaciones históricas diferentes, donde la acción política se desarrolla en tiempos y climas intelectuales distintos.Al respecto, cabe recordar la similitud entre la elaboración de Lenin del frente único y la concepción gramsciana de la guerra de posición. Por el hecho de que Lenin murió en 1924, se vio interrumpida su reflexión acerca del Estado, en circunstancias que seguramente habría continuado el camino que ya había abierto en relación con las sociedades intelectuales, siendo incluso es especulativamente posible que la historia del propio Estado soviético de los años treinta se hubiese escrito de diferente manera.

Lo que cambia entre Gramsci y Lenin no es el concepto de la naturaleza del Estado en tanto Estado de clases, sino su fisonomía histórica y su articulación concreta en la sociedad de capitalismo avanzado, a través de la dialéctica entre sociedad civil y sociedad política. Es decir, la originalidad de Gramsci reside en que da una nueva formulación del marxismo en esta fase y en este escenario.

Ello constituye un salto significativo en la teoría política del marxismo, que no se tuvo en cuenta, sobre todo, en las fracasadas experiencias del “socialismo real”, donde Gramsci era considerado una herejía para la ortodoxia del marxismo-leninismo.

Se debe poner énfasis en la importancia que Gramsci otorga a la hegemonía, tanto para la afirmación de una nueva clase y como condición de su ascenso a nivel del Estado, como para el mantenimiento del poder. Además, la importancia que tiene para él la sociedad civil configura de manera nueva el papel del partido revolucionario, superando, por una parte, una estrecha concepción economicista o sindical corporativa, y por la otra, la visión estalinista del partido - Estado, transformando en máquina burocrática coercitiva

El hecho de que el movimiento comunista - en la codificación doctrinaria que significó el estalinismo y el breznevismo en la Unión Soviética - haya conocido con retraso o haya dejado de lado deliberadamente la elaboración política de Gramsci, ha privado al marxismo de una aproximación al gran tema de la democracia y de su afirmación universal. La presencia de Gramsci es evidente en el papel central que se otorga al consenso activo, en la superación de la visión mecánica de la relación entre superestructura y estructura, en la atención otorgada a lo cultural y al papel de los intelectuales, en la distinción entre guerra de posición y guerra de movimiento.

Sin duda, todo ello significa un cambio radical de estrategia y de preparación del movimiento obrero y de su bloque de poder - como lo llamaría Togliatti23 - para la conquista del Estado. La elaboración gramsciana, que como se verá está ligada a la visión del último Marx y del último Lenin, supera definitivamente la concepción blanquista de la revolución: la espera y el trabajo revolucionario para producir la hora X del asalto al poder, donde todos los demás elementos utilizados en la lucha revolucionaria aparecen como simples instrumentos.

A partir de esta elaboración, Enrico Berlinguer decía en 1971: “La construcción de un bloque histórico no puede reducirse a un agrupamiento de fuerzas sociales que sin duda constituye su base. El nuevo bloque histórico puede nacer si se sitúa conjuntamente sobre la estructura y la superestructura, en la esfera de la relaciones políticas y del Estado; si se realiza una acción en los planos cultural, intelectual y moral, que tienda a aglutinar un conjunto de fuerzas, la mayoría del pueblo, en torno a un sistema de ideas y valores”24.

Esto altera de modo innovador la práctica de los partidos comunistas e izquierdistas en general, ya que con frecuencia las alianzas se han construido en torno a los aspectos económicos, sociales y políticos, dedicándose una atención menos a los problemas de la transformación de las costumbres, de la cultura, de la ideología corriente, de las relaciones espirituales entre los individuos, de las instituciones donde se organiza la vida cotidiana; es decir, en los terrenos donde se afirma la hegemonía ideológica y política de una clase sobre otra, que Marx llamaba el ámbito de las necesidades más ricas del hombre.

El aporte original de Gramsci puede resumirse en que, desarrollando el término sociedad civil y llevándolo exclusivamente a la esfera de la superestructura, atribuye un papel determinante a la dirección cultural y moral de la hegemonía de la clase dominante y al predominio de la sociedad civil en la superestructura de las sociedades desarrolladas. Con Gramsci, el marxismo supera la dicotomía de Marx entre estructura y superestructura, entre sociedad civil y Estado, y supera una visión reductiva del Estado, concebido sólo como aparato coercitivo. La relación Estado - sociedad civil dirigente y alternativa modifica la nomenclatura misma del Estado, considerado en una relación mecánica con las clases.

Esta distinción es importante, ya que contrariamente a cuanto afirman algunos estudiosos que critican a Gramsci (como Perri Anderson, entre otros), éste no formula su teoría de la hegemonía y los conceptos de sociedad civil y sociedad política aplicándolos a la burguesía o al capitalismo. Esta visión interpretativa es válida tanto para la burguesía como para el proletariado, para el capitalismo y para el socialismo, Gramsci teoriza para los nuevos grupos sociales que entran a la vida estatal, y para la constitución de una fase que denomina “Estatolatría”, como condición en la creación de la nueva sociedad civil autónoma.

En el socialismo, según Gramsci, la sociedad civil es un polo de una dialéctica con la sociedad política, diferente de aquella que se genera en una formación social capitalista. El proletariado es una clase que, desde el punto de vista de los intereses históricos, se pone en situación de asimilar a toda la sociedad. La transformación del cuadro social se producirá a través de diversas fases, en las que el “elemento Estado-coerción puede suponerse en situación de agotamiento, junto con la afirmación de los elementos más importantes de la sociedad reglamentada (Estado ético o sociedad civil)”21. En otras palabras, puede desaparecer el aspecto coercitivo del Estado. De este modo, lo que en Lenin era excepcional, en Gramsci es un proceso necesario.

Los fracasos de los llamados socialismos reales se produjeron precisamente por haber configurado en Estado-dictadura del partido, donde lo primordial ha sido el factor de dominio - con mayor o menor grado de coerción evidente u oculta - con subordinación a la sociedad política por parte de la sociedad civil oficial, pobre y desnaturalizada, y el aplastamiento de los factores ideológicos, culturales y éticos presentes en la sociedad.

La explosión que desencadenó la perestroika y la exigencia de la libertad y democracia en los países del Este europeo demostraron la ausencia total del consenso en la sociedad respecto de los grupos dirigentes, y revelaron la existencia de un Estado que, después de decenios de dominio, nunca dejó de ser dictadura, que fue incapaz de generar un régimen político democrático y una cultura socialista de masas.

Dando la razón a Gramsci, esta experiencia demuestra, además, que el elemento fundamental para el mantenimiento en el poder no son las armas ni los ejercicios. El factor principal - por cierto no el único, pero sí determinante - es la hegemonía que una alianza política, una clase, un grupo social, ejerce sobre el conjunto de la sociedad, y el grado de adhesión activa y participativa que su política encuentra. Si esto no existe, en un momento de crisis y de disgregación del sistema no habrá ejército que pueda impedir la desestabilización y la caída del gobierno e incluso del régimen político.

Para Gramsci en un sistema que al menos es socialista desde el punto de vista de las relaciones de producción, esta crisis son más agudas que en el propio capitalismo, dado que no existe una clase interesada en defender posiciones económicas o de poder que no le pertenecen y de las que no se siente partícipe, ya que efectivamente el poder ha estado en manos del aparato dirigente del partido, privándose del ejercicio de los derechos ciudadanos a la sociedad.

3. Lenin y el Concepto de Hegemonía

Los estudiosos del pensamiento gramsciano señalan que el máximo punto de encuentro de éste con el leninismo está precisamente en la conceptualización de la hegemonía, definida por Gramsci como sinónimo de dirección ideológica, cultural y ética en sus diversas fases y niveles, con lo cual, es claro, refleja sólo una parte del concepto de dictadura del proletariado utilizado por Lenin, que, en cambio, incluye tanto el momento coercitiva como los momentos de persuasión, de educación y de creación de una nueva civilización.

En Engels se encuentran varias menciones al ejercicio de la hegemonía política, pero puesto que se refiere sobre todo a la explicación del paso de la sociedad primitiva a la sociedad de clases que aparece con la esclavitud, le atribuye un contenido más vinculado a la relación “desarrollo de las fuerzas productivas-formación de grupos sociales” que a la relación “dirección de clase-ideología y política”, explicitada por Lenin. Particularmente en El Estado y la revolución, al referirse a la dictadura del proletariado, Lenin no utiliza el término hegemonía. Por cierto, en esta obra, escrita en polémica con la Segunda Internacional, Lenin confiere calidad de marxista no sólo al reconocimiento de la lucha de clases, sino también al hecho de que ella conduce a la dictadura del proletariado, utilizando el término de Marx.


Sin embargo, en esta obra y en otras que se refieren a la dictadura del proletariado, la noción de hegemonía se encuentra en la sustancia de la elaboración leninista sobre el Estado, entendida sobre todo en el plano de la creación de alianzas políticas para lograr el objetivo de la conquiste del poder. En El Estado y la revolución, Lenin hace una distinción entre función coercitiva y la función de consenso de la acción del proletariado convertido en Estado, señalando: “En realidad, este período es inevitablemente un período de lucha de clases de un encarnizamiento sin precedentes, en que ésta reviste formas agudas nunca vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período debe ser inevitablemente un Estado democrático de manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de manera nueva (contra la burguesía)”27. De esta cita Lenin puede extraerse:

a) La concepción de dictadura del proletariado como período de aguda lucha de clases, y por tanto, un período de pugna no sólo por la hegemonía sino también por el control, incluso militar, del aparato estatal, donde el proletariado necesita defender su conquista venciendo la resistencia de la burguesía, cualquiera que ésta sea.

b) La concepción de la dictadura del proletariado como Estado democrático nuevo, diferenciándolo del Estado democrático burgués, pero que aún no es Estado socialista.

c) La dictadura del proletariado, diferente en su esencia a todas las demás dictaduras de clase, pues elimina la violencia económica de la desposesión y porque, como dictadura, no sólo usa como el instrumento principal la coerción, sino que también ejerce una labor ideológica, moral, política, de educación, para ampliar las bases de su existencia.

En consecuencia, en Lenin, la dictadura del proletariado debía ser una dictadura que se impone para crear las condiciones de desarrollo objetivo y subjetivo que le permitan desaparecer como tal. En el prólogo de Cómo se engaña al pueblo, Lenin insiste en su concepción de dictadura en sus dos funciones descritas, pero acentuando su carácter de alianza, de coalición, de “generación de consenso”. “La dictadura del proletariado es una particular forma de alianza de clases entre el proletariado, vanguardia de los trabajadores, y los numerosos estratos de trabajadores no proletarios (pequeña burguesía, pequeños propietarios, campesinos, intelectuales, etcétera) o la mayor parte de ellos”28.

Aquí Lenin se refiere además a la noción de hegemonía, en el sentido de vanguardia dentro de la alianza de clases. Sin embargo, donde las referencias a esta noción de hegemonía son específicas se encuentran en un análisis de la revolución de 1905. Este análisis es de vital importancia, ya que a través de él Lenin establece, por una parte, la relación entre la revolución democrático burguesa y el avance de su revolución socialista, y por la otra, da a la clase obrera el papel hegemónico en una revolución en la que, por las condiciones particulares de desarrollo de la burguesía rusa, no estaba en condiciones de ponerse a la cabeza del proceso revolucionario de llevar adelante consecuentemente un proceso de esta naturaleza. A diferencia de la burguesía francesa, la rusa buscaba más bien compartir el poder con la aristocracia que arrebatárselo. De la individualización que hace Lenin del carácter específico en Rusia deriva la posibilidad de que el proletariado cumpla una función hegemónica en la lucha democrática burguesa, incluso si “la revolución burguesa es una revolución que no sale del marco del régimen económico y social de la burguesía... Aún así, la revolución burguesa es absolutamente necesaria para el proletariado. Mientras más completa y decisiva sea, mientras más consecuente, tanto más estará garantizado el éxito del proletariado en su lucha contra la burguesía y por el socialismo”29.

En este análisis se observa con claridad el pensamiento dialéctico de Lenin, y se encuentran las bases de su concepción de la relación entre democracia y socialismo en las condiciones particulares en que su autor operó. Lenin explica con claridad que la ampliación de la democracia es ventajosa para el proletariado pues la burguesía teme el desarrollo de su propia revolución, teme un desarrollo que pone en peligro su poder y la propiedad privada. “Esta conclusión puede parecer nueva, extraña y paradojal sólo a quienes ignoran el ABC del socialismo científico. De esta conclusión deriva, entre otras cosas, el hecho de que la revolución burguesa es, en cierto sentido, más ventajosa para el proletariado que para la burguesía...Para la burguesía es más ventajoso que las necesarias transformaciones democráticas se cumplan de manera gradual, más lentamente, con mayor prudencia, menos resueltamente, mediante reformas...de manera que estas transformaciones contribuyan lo menos posible a desarrollar la acción revolucionaria de los obreros y de los campesinos”30.

Lo que interesa aquí es rescatar la conclusión a que llegó a través de estas consideraciones que en 1905 llevaron a transformar la revolución democrático burguesa en un proceso democrático revolucionario a través de la dirección de la clase obrera que, en alianza con el campesinado, logró neutralizar a la burguesía contra el zarismo y todos los vestigios del pasado. “Según el punto de vista del proletariado, la hegemonía pertenece a quien lucha con mayor energía, a quien aprovecha cada ocasión para asestar un golpe enemigo, a aquel cuyas palabras se corresponden con los hechos, a quien es, en consecuencia, el jefe ideológico de la democracia”31.

Así pues, de acuerdo con la concepción leninista, la hegemonía se realiza en el terreno de las ideas, y cuando la dirección política sabe realizar la unidad interactuante entre pensamiento y acción. Como señala Christine Buci-Glucksman, la noción leninista de hegemonía puede concentrarse en:
a) La hegemonía como dirección de clase, lo que significa que la clase obrera se constituye en clase independiente, con un partido y una ideología propios.

b) La hegemonía es dirección de clase que se lleva a cabo en un “bloque de alianzas”. Por lo tanto, aquí la clase obrera desempeña el papel de “fuerza motriz de la revolución”, que busca un amplio apoyo de acción de masas para lograr sus objetivos.

c) La hegemonía se conquista en la lucha.

d) La hegemonía se ejerce en un contexto de “relación de consenso prioritario” y de “coerción secundaria”, de acuerdo con las condiciones concretas.

Esta visión leninista de hegemonía es compartida por Gramsci en su fase de Ordine Nuovo, y de ella se diferencia nítidamente en el período de la elaboración de los Cuadernos de la cárcel, construyendo una concepción del Estado completamente diversa.

4. Hegemonía y Extensión del Concepto de Estado en Gramsci

El tema de la hegemonía constituye el centro de toda la concepción de la superestructura en Gramsci, y la base de la formulación de su estrategia revolucionaria para Occidente. A través de ella se expresa la relación entre sociedad civil y Estado, la dialéctica entre consenso y coerción, la diferencia entre guerra de posición y guerra de maniobra, y se define el papel de los intelectuales y del propio partido.

Parafraseando lo que Gramsci señala de Lenin en relación con el concepto de hegemonía, se puede señalar que este concepto es en efecto el máximo aporte de Gramsci al marxismo. Extrae la noción de hegemonía del pensamiento de Lenin y de su acción política relativa a la transformación del Estado. En Cuadernos de la cárcel sostiene: “El principio teórico práctico de la hegemonía es el máximo aporte teórico de Ilich (Lenin) a la filosofía de la práctica”. Esto constituye la elaboración más importante del marxismo contemporáneo, ya que “el momento de la hegemonía o de la dirección cultural es, en efecto, sistemáticamente revalorado, en oposición a la concepción mecanicista y fatalista del economicismo. Es posible afirmar que el momento esencia de la más moderna filosofía de la práctica consiste, en efecto, en el concepto histórico político de hegemonía”33.

Algunos estudiosos de Gramsci, como por ejemplo Luciano Gruppi, han señalado que cuando éste utiliza el concepto de hegemonía entiende, en la práctica, dictadura del proletariado. Desde mi punto de vista, el concepto de hegemonía en Gramsci supera histórica y teóricamente la noción de dictadura del proletariado. En Lenin, la dictadura del proletariado incluye coerción y persuasión, y se debe poner énfasis en esto, ante la deformación estalinista que acentuó sólo el momento de la violencia implícita en él.

En Gramsci, hegemonía es sinónimo de dirección cultural, en un componente obligatorio de la ampliación social e ideología del Estado en general y del Estado obrero en particular. Ello permite distinguir entre sociedad civil y sociedad política, y establecer el equilibrio orgánico que existe al interior de un Estado en estos dos momentos de la superestructura.

Esta diferenciación, que no es sólo metodológica sino sobre todo política, permitió a Gramsci establecer la trilogía de la estrategia revolucionaria para el Occidente - “hegemonía civil-guerra de posición-frente único”- , y a la vez determinar el terreno de aplicación de la hegemonía y la coerción en el ámbito del enfrentamiento entre las clases fundamentales en disputa, y de la asunción del proletariado en su doble papel en cuanto se configura en Estado: represión y violencia para apagar la resistencia de la contrarrevolución, condición hegemónica respecto de todas las clases y grupos subalternos (que son más amplios en el Occidente desarrollado de lo que eran en la Rusia zarista), y que una vez consolidado el nuevo poder se convierte en una extensión al conjunto de la sociedad de la dirección ética, ideológica y política. De allí que en Gramsci aparezcan reformulados los elementos de la concepción leninista del Estado, extendidos a la realidad del Occidente y del mundo de las décadas inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin.

No parece tener razón H. Portelli34 cuando sostiene que Lenin no utilizó el término hegemonía, usando sólo el de dirección. Más allá del problema semántico, como se ha visto. Lenin en efecto utiliza la noción de hegemonía, sobre todo antes de la Revolución de Octubre, ligada al problema de la alianza de clases y a la revolución democrático burguesa, y después utiliza el de dirección, donde aparecen varios de los elementos que en Gramsci constituyen la revolución cultural y moral.

El término hegemonía está muy presente en el debate de los revolucionarios rusos de fines del siglo XIX. En Plejánov es sinónimo de conducción política de la burguesía, y más tarde del papel dirigente que el proletariado debía asumir en la lucha contra la aristocracia zarista. En una carta a Plejánov de comienzos de este siglo, Lenin habla de la necesidad de un partido político, como único medio para preparar una “hegemonía” verdadera del proletariado 35.

La referencia es más clara y está ligada al problema de la conquista de la conciencia revolucionaria por parte del proletariado después de 1905: “Las tareas del proletariado que surgen de esta situación son completa y absolutamente definidas. El proletariado, única clase revolucionaria, hasta el fin de la sociedad contemporánea debe ser dirigente y tener la hegemonía en la lucha de todo el pueblo por la revolución democrática completa, en la lucha de todos los trabajadores y explotados contra los opresores y explotadores. El proletariado es revolucionario sólo cuando tiene conciencia de esta hegemonía y la realiza”36.

Sin embargo, donde la noción de hegemonía aparece más explícita y desarrollada –constituyendo seguramente la fuente más directa de Gramsci- es el debate y en las resoluciones de los primeros congresos de la Tercera Internacional Comunista. Allí se utiliza comúnmente hegemonía aunque solo como dirección de la alianza de clases, que permite al semiproletariado y a las masas campesinas elevarse política y culturalmente. En el Cuarto Congreso, hegemonía se utiliza también como sinónimo de dominio de la burguesía sobre el proletariado.

Es interesante la forma en que el documento establece claramente los planos económico y político, dando mayor importancia al político, es decir, al hecho de que la clase obrera jamás podría poner en peligro la hegemonía de la burguesía si no logra superar su estadio corporativo para pasar al de la lucha de clases.

H. Portelli distingue tres momentos de unión entre la noción leninista de hegemonía y la de Gramsci:37

1) La base de clases es la hegemonía. Esto está presente en ambos, aún cuando Lenin insiste en participar y dado el carácter de la Revolución de Octubre, sobre todo en el momento de la toma del poder, en la violencia que comporta el traspaso del poder de una clase a otra, de un Estado burgués al Estado proletario. En Gramsci, también aparece con claridad el análisis del momento político militar de la correlación de fuerzas del vínculo entre momento hegemónico espiritual y ubicación de las clases en la esfera de lo económico. Su contribución al enriquecimiento, pero también al cambio que el concepto experimenta, respecto de la concepción de Lenin se da en la extensión de la relación entre sociedad civil y sociedad política. 2) La organización intelectual de la hegemonía. Gramsci hace un enriquecedor análisis del papel específico de los intelectuales en el bloque histórico y en la generación del consenso y del papel del “moderno príncipe”, es decir, del partido, que es el aspecto en que Gramsci más se mantiene ligado a la idea de Lenin. 3) La necesidad de la constitución de una base social de la hegemonía. En Lenin, definida como “bloque obrero campesino”, es retomada por Gramsci en su análisis sobre Italia meridional. Para Gramsci mientras más amplia es la base social de la hegemonía, es decir, de la alianza, más poderosa es la hegemonía del proletariado y más reducido el poder de la burguesía.

La diferencia - que procede del terreno de análisis y del diverso momento histórico que ambos vivieron, con las distintas necesidades teórico-políticas que de ello se deriva - está en el hecho de que Lenin privilegia la hegemonía político - militar, debido a que la Revolución Rusa debía derrocar violentamente el Estado, un Estado donde la sociedad política directa tenía una supremacía total y las mediaciones ideológicas eran limitadas. Una vez conquistado el poder, Lenin plantea con profundidad el tema de la revolución cultural como condición de desarrollo, en un país donde más del 70 por ciento de la población era analfabeta.

En Gramsci, el terreno principal de lucha contra las clases dominantes se individualiza en la sociedad civil, dada la naturaleza que tiene en las sociedades occidentales y debido a la necesidad de disgregar la base de masas, el bloque de poder construido por la burguesía y de proponer una nueva civilización, caracterizada no sólo por la transformación económica e institucional, sino también por una amplia revolución ético ideológica. Es decir, en Occidente la clase obrera debe conquistar la hegemonía cultural para proponerse ante la sociedad como alternativa real de poder a la burguesía.

Si Lenin había aplicado la noción de hegemonía al papel del proletariado en la revolución burguesa contra el poder feudal, si insurrección y hegemonía política se identificaban en la Revolución de Octubre, y la hegemonía de dirección surgía como revolución cultural en el poder, Gramsci la utilizó en su análisis diferencial de las estructuras del poder burgués en Occidente.

Así, en la teoría gramsciana la hegemonía es, sobre todo, y en ello reside la novedad, la extensión de la teoría marxista del Estado, que se hace necesaria por las transformaciones de forma y de papeles que se producen objetivamente en los países capitalistas avanzados de los años treinta en adelante: capitalismo monopolista de Estado, nuevas funciones del Estado en los procesos de producción y reproducción incrementados, expansión de los aparatos ideológicos y en especial de los medios de comunicación, nuevas relaciones entre economía y Estado, entre lo social y lo político, entre masas e instituciones.

¿En qué consiste realmente la ampliación gramsciana de la teoría del estado? En que Gramsci individualiza en el Estado y más allá de él, junto con el aparato represivo y burocrático definido por Lenin en El Estado y la Revolución, otro aparato, el hegemónico, constituido por la sociedad civil, a través de instituciones tales como la Iglesia, la escuela, los medios de comunicación, los partidos políticos, los sindicatos, que constituyen la “fuerte cadena de fortalezas” de la cual habla Gramsci 38.

Gramsci no inventó la sociedad civil en su vínculo con el Estado, lo que descubrió es que el Estado moderno se ha extendido, ha transformado en político todo lo social, ha penetrado en la sociedad civil, en las instituciones privadas, y las ha transformado en elementos directos de apoyo al Estado, y por tanto, en esta ampliación, el Estado ha llegado a incluir la sociedad civil como componente suyo. Desde el punto de vista de la estrategia, esto significa que el Estado, a diferencia del descrito por Lenin, no se destruye, sino se modifica el carácter restringido de sus instituciones y se universaliza su función social y cultural. Se debe destruir aquella parte burocrático militar que Lenin identificaba, conservándose (y aquí se vuelve al Marx del Manifiesto, que planteaba apoderarse del Estado para revertirlo a favor del proletariado) una parte de la antigua sociedad civil, y sobre toda la nueva sociedad civil creada por la clase subalterna en ascenso a su nuevo papel de clase dirigente.

Allí radica la diferencia entre Lenin y Gramsci. No se trata sólo de una diferencia subjetiva o semántica, sino de fondo, que incluye un límite de carácter histórico, ya que Lenin – que si bien incluyó este proceso, tanto con su visión de Occidente en rápida expansión como con la formulación del imperialismo – no previó esta ampliación del Estado.

Por cierto, no es casual el hecho de que Gramsci se inspirase en el Lenin del frente único, del Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, de la NEP, es decir, a la forma mas amplia de Estado y de sociedad civil que contribuyó a la formulación de la estrategia revolucionaria para Occidente. Pero en esta fase, el proceso de internalización del leninismo está ya permeado por una visión madura de la historia de Italia, de Europa y de la cultura nacional.

Gramsci se vincula a Maquiavelo – recordemos cómo establece la relación entre Marx y Maquiavelo – para tomar en su propia concepción de hegemonía esta doble naturaleza del centauro maquiavélico, de la bestia, del hombre, de la violencia y la civilización.

En la formulación del concepto de hegemonía hay también una notable influencia de los temas tratados por Croce. Gramsci señala explícitamente que, con lenguajes diversos, Croce y Lenin han contribuido a revalorizar el frente de la lucha cultural y a fundar la doctrina de la hegemonía como complemento del Estado fuerza. De Croce, Gramsci toma como instrumento de análisis el significado que éste atribuye a la cultura y al pensamiento en el desarrollo de la historia, el papel de los intelectuales y el concepto de hegemonía y de consenso como formas necesarias del bloque histórico. Pero advierte acerca de la necesidad de revisar la filosofía de Croce recurriendo al método empleado por Marx frente a Hegel. “En relación con la concepción filosófica de Croce, hay que realizar la misma reducción que los primeros teóricos de la filosofía de la práctica realizaron con la filosofía hegeliana. Y este es el único modo históricamente fecundo de determinar una renovación adecuada de la filosofía de la práctica, de elevar esta concepción que, por las necesidades de la vida práctica inmediata, se ha ido “vulgarizando” a la altura que debe alcanzar para la solución de los objetivos más complejos que el desarrollo actual de la lucha plantea, esto es, la creación de una nueva cultura integral, que tenga los caracteres del clasicismo de la cultura griega y del Renacimiento italiano, la política y la filosofía, como una unidad dialéctica intrínseca a un grupo social, no sólo francés o alemán, sino europeo y mundial”39.

Este es el objeto de investigación que Gramsci se propone en Cuadernos de la Cárcel, precisamente a partir del concepto de hegemonía, que en él sufre diversas evoluciones entre su elaboración joven de Ordine Nuovo y su creación madura de Cuadernos de la Cárcel, representando en efecto una notable ampliación de la noción de Marx y Lenin respecto al Estado.

Si en el período de Ordine Nuovo identificaba el concepto de hegemonía con la definición leninista de la estrategia de las alianzas políticas, y posteriormente, al referirse a la elaboración de Lenin sobre la dictadura del proletariado, la considera como la forma política a través de la cual se realiza la hegemonía - por la forma política a través de la cual se realiza la hegemonía tanto con el dominio como con el de dirección -, en los Cuadernos de la Cárcel, junto al aparato represivo y burocrático existe el aparato hegemónico, constituido por la sociedad civil con todas susinstituciones e instrumentos. Si el concepto de hegemonía en el período de Ordine Nuovo estaba ligado a la alianza de clases, estaba formulado en un sentido instrumental: la inminente toma del poder por parte del proletariado después de la victoria de la Revolución de Octubre.

En verdad, la concepción que Gramsci desarrolla respecto a los Consejos de Fábrica se orienta hacia la adquisición de una noción de hegemonía que aparece ligada directamente a la democracia de la fábrica. Por cierto, aún falta la noción de hegemonía a nivel del Estado. Por lo tanto, en esta fase, la noción de hegemonía está ligada a una estrategia revolucionaria con las características ya analizadas, aunque aún no aparece plenamente formulado el concepto de cambio ético cultural que comprende toda la globalidad de la práctica política y la condición para la constitución de la hegemonía.

De acuerdo con Ch. Buci-Glusckman, el concepto de hegemonía aparece enunciado en Gramsci en 1924, pero en realidad, sólo en 1926 se encuentra una definición más completa en sus reflexiones sobre Algunos temas de la cuestión meridional, donde analiza los acontecimientos que habían generado la caída del Estado Liberal Italiano.

El análisis de este tema permitió a Gramsci descubrir la relación entre obreros y campesinos y el vínculo con un determinado bloque histórico, pero en este escrito el término hegemonía aparece ligado al de dictadura del proletariado, sin adquirir todavía la universalidad que tiene en los Cuadernos, siendo más bien concebido como la base social del Estado obrero y de la dictadura del proletariado.

El salto que se produce en los Cuadernos es fundamental. Allí la noción de hegemonía no sólo aparece vinculada a un tipo de Estado, sino que en tanto categoría interpretativa general puede aplicarse a todas las clases sociales: a la burguesía como clases dominante y al proletariado como clase subalterna pero a la vez como clase dominante. Así, el concepto  de hegemonía es un momento de medición entre teoría e historia, un momento de tránsito de la filosofía a la ciencia política.

En El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, resumiendo su itinerario, Gramsci señala: “Como elementos de la historia ético política en la filosofía de la práctica: concepto de hegemonía, revalorización del frente filosófico, estudio sistemático de la función de los intelectuales en la vida estatal e histórica, doctrina del partido político como vanguardia de cada movimiento histórico progresista”40. De estos puntos parte en su elaboración de Cuadernos de la cárcel, y en su análisis de esta obra, da diversas connotaciones al concepto de hegemonía.

Al analizar el paso de la revolución de Oriente a Occidente, establece el punto de diferenciación entre “el Estado es todo” y “la sociedad civil robusta, donde el Estado es la trinchera avanzada”. Aquí presenta la hegemonía como elemento dominante de la superestructura por encima de la coerción, pues lo que garantiza la estabilidad del orden capitalista no es tanto la presencia del Estado policial sino la influencia cultural de la clase dirigente, donde la existencia de la democracia representativa ha perfeccionado la hegemonía de la burguesía sobre las clases subalternas participantes - pero siempre subalternas -, que son llamadas a actuar en una democracia a través del voto como elemento de legitimización del sistema.

Esto también lo subraya, a su manera, Lenin cuando dice: “La experiencia mundial de los gobiernos burgueses y terratenientes ha desarrollado dos métodos para mantener sometida a la gente. El primero es la violencia, que con los zares demostró al pueblo el máximo de lo que puede y no puede hacerse. Pero hay otro método, mejor desarrollado por la burguesía inglesa y francesa, el método del engaño, del halago, las frases finas, millones de promesas, sobornos mezquinos y concesiones de lo no esencial, mientras se reservan lo esencial”41.

Como se ha visto, Lenin previó incipientemente este nuevo escenario que traslada al factor hegemónico el poder principal de la burguesía. Ella cuenta en la actualidad con el control de los grandes medios de comunicación de masas, que tienen a uniformar la conducta de la población como elemento de un consenso activo o pasivo, y que no necesariamente se refiere al mensaje ideológico directo sino sobre todo a la creación de una conducta de consumo, de expectativas verticales, de mitificación de las posibilidades del sistema a partir de la igualdad jurídica de los ciudadanos ante el Estado, que se presenta como árbitro de los conflictos sociales y hace de la democracia parlamentaria el objetivo histórico que se debe preservar como el máximo grado posible de democracia, y, a la vez, el factor que determina los límites del ejercicio de la voluntad colectiva de los pueblos. En este caso, la sociedad civil tiene una clara superioridad sobre la sociedad política.

En otro momento de la elaboración de los Cuadernos - encerrado en prisión y verificando la descomposición de las democracias europeas de la preguerra -, Gramsci presenta la hegemonía como un factor muy ligado no sólo al consenso sino también a la fuerza: “El ejercicio normal de la hegemonía se caracteriza ahora por una combinación de fuerza y consenso”42.

Esta definición hace concluir a Perry Anderson44 que Gramsci, preocupado por la unilateralidad de su enfoque en otros pasajes de los Cuadernos, ha corregido su visión de hegemonía como predominio de las ideas, colocándola ahora en el doble ámbito de consenso y fuerza. Pero esto no es así. Gramsci no incluyó nunca en el concepto de hegemonía, en un sentido estricto, el elemento coercitivo, así como nunca pensó que el predominio del control del Estado por parte de la burguesía moderna, a través de la ideología, significara eliminar el factor siempre presente de la coerción, aún cuando sea relativamente invisible.

Sin embargo, hay momentos en los que, sin necesidad de que el Estado democrático se transforme en dictadura, éste acentúa la rigidez o los elementos autoritarios, incluso dentro del Estado de derecho, para ajustar la economía y pasar de una fase a otra la de la crisis económica, haciéndola recaer en las clases subalternas. En este caso, se requiere reordenar los elementos de consenso ante un desajuste temporal producido por esta relación directa entre economía y política.

De allí que siempre Gramsci tenga en cuenta el vínculo entre fuerza y consenso, pero no ponga el elemento coercitivo en la hegemonía sino en el Estado, en el ejercicio de la propia hegemonía. “La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos maneras: como dominio y como dirección intelectual y moral. Un grupo social domina los grupos adversarios que tiende a liquidar o a someter también con la fuerza armada, y es dirigente antes de conquistar el poder del gobierno (ésta es una de las condiciones principales para la conquista del poder); después, cuando ejerce el poder, aunque lo tenga firmemente en sus manos, llega a ser dominante pero debe continuar siendo dirigente”45.

Como se observa, Gramsci ha universalizado el concepto de hegemonía, lo que le permite analizar tanto la Revolución Francesa como la Rusa y la crisis del Estado liberal italiano, aplicándolo tanto a las clases dominantes como a las subalternas. Por otra parte, su análisis ha permitido también analizar la crisis definitiva del “socialismo real”.

Cuando la hegemonía se refiere a las clases dominantes se trata del momento en que logran la unidad - en un bloque histórico específico y en una fase del desarrollo de éste - de fuerzas sociales heterogéneas, impidiendo su disgregación en función de su capacidad cultural e ideológica integradora. El aspecto fundamental de la hegemonía de la clase dominante reside en su monopolio cultural, que le permite la agregación-atracción de los grupos intelectuales. Es decir, es vital creación de un “bloque ideológico” que por una parte debe determinar la orientación de los demás grupos sociales, y por la otra, a nivel de bloque histórico, debe lograr controlar los demás estratos de la sociedad a través del bloque ideológico. En este caso, si el bloque ideológico - mediatizado por la acción de los intelectuales - logra sumar espontáneamente y mantener unidos a los demás estratos en torno a la clase dominante, tendrá una función social progresiva. Si esta suma es fruto de la coacción, hay debilitamiento de la función hegemónica, y esta mos frente a una utilización de los recursos de una dictadura.

En este sentido - y tal como lo cita una y otra vez Gramsci - la burguesía francesa ha ejercido un papel hegemónico ideológico y cultural que ha trascendido las fronteras de Francia, transformándose en un modelo para la burguesía internacional. Entre 1789 y 1848 y hasta el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte, toda Francia se identificaba con la revolución. En la Revolución Francesa, claro está, junto al poder económico que controla la burguesía gracias al paso objetivo estructural del feudalismo al capitalismo, se crea un estrato intelectual que logra reunir ideológicamente a la sociedad antes de conquistar el poder político.

El papel del partido de los jacobinos fue precisamente el de recoger los anhelos de estratos subalternos que acompañaron a la burguesía en su revolución, y pasar algunas de sus reivindicaciones más allá de los propios objetivos de la burguesía, que con sus constantes virajes conservadores genera un mecanismo de crisis permanente que sólo puede resolver tras la derrota de la Comuna de París.

En este caso, el papel orgánico de Napoleón I representa, en última instancia, el triunfo de las fuerzas de la gran burguesía sobre las fuerzas de la pequeña burguesía jacobina y de sectores intelectuales radicalizados, lo cual no significa que la burguesía renuncie en esta fase a la hegemonía, sino que simplemente debe reordenar su dirección, atrayendo a los grupos subalternos más afines y reprimiendo con violencia a quienes buscaban sobrepasar los marcos establecidos por la burguesía. Este es un ejemplo típico de la aplicación contemporánea de hegemonía y fuerza.

En la concepción de Gramsci, el camino hacia la hegemonía de las clases subalternas es extremadamente complejo, ya que inicialmente están integradas al sistema hegemónico de la clase dominante, ya sea a través de la atracción ideológica pura, a través de transformismo - es decir, del mantenimiento pasivo de la clase, atrayendo hacia el sistema hegemónico a los intelectuales y a los dirigentes de las clases subalternas -, o bien mantenidas al margen por medio de la coerción.

La complejidad radica también en la confrontación que existe entre la acción de la clase subalterna y su conciencia, ya que, si bien la primera se mueve en función de las contradicciones existentes con la clase dominante, la segunda (la conciencia) ha sido educada en primer lugar para la hegemonía de otras fuerzas sociales. De allí entonces que la composición de la unidad ente acción y pensamiento se produzca no sólo en la acción contra la clase dominante sino también en la crítica de las ideas dominantes y en la afirmación de un programa político con una nueva concepción que integra la lucha política con la lucha espiritual y cultural.

La historia del ascenso de las clases subalternas, según Gramsci, conoce diversas fases. La primera es la identificación primaria de su vínculo orgánico a través de la ubicación en el sistema de las relaciones de producción, es decir, reconocer como grupo social las raíces comunes objetivas. El paso siguiente es el de lo objetivo a lo subjetivo, es decir, la asimilación de la conciencia del papel de clase. Posteriormente, se produce el paso de la conciencia a las formas políticas e ideológicas que ella adquiere, y que se inicia con la exigencia de una autonomía participante dentro del mundo político dominante, para pasar después a la lucha por la autonomía integral, por su propia liberación como clase subalterna y de los demás grupos subalternos.

Es decir, nace la necesidad de la ruptura revolucionaria, donde, para que la clase subalterna se transforme en Occidente en clase en ascenso, deberá crear sus propios aparatos de hegemonía, formar sus propios intelectuales y atraer a los intelectuales orgánicos del sistema para desarrollar su propia ideología y su propia concepción del mundo, su partido político y sus organizaciones sociales.

A partir de su concepto de hegemonía, Gramsci desarrolló su teoría de la crisis orgánica, que se produce a nivel del bloque histórico. Esta no es reducible sólo a la crisis de la hegemonía, pero se inicia precisamente con la incapacidad de la clase dominante para mantener su autoridad frente a los grupos subalternos, debido a la pérdida del consenso social y de la dirección de la sociedad, por lo que necesita recurrir a la represión para controlar la situación.

Aquí se genera la separación de la sociedad civil de la sociedad política y se disgrega el bloque histórico, que adquiere un contenido diverso ante una solución autoritaria de la crisis – cesarista -, o bien se produce el cambio radical del bloque histórico a través de una solución revolucionaria que comporta el derrocamiento de la clase dominante y el ascenso de una nueva clase, de nuevas relaciones de producción y de un nuevo sistema hegemónico que ya se ha conformado en la sociedad anterior y ejerce una atracción ideológica cultural y política sobre los grupos sociales con los que ha constituido una alianza para acceder al poder.

Las formas que adquiere este paso pueden ser múltiples. En Gramsci, la teoría de la hegemonía y la guerra de posición no se corresponden con la “vía institucional”, pues no vinculó el acceso al poder con ésta u otra vía. Sin embargo, diferenció la lucha en una dictadura fascista de la lucha en condiciones de desarrollo democrático. En esta última situación, es clara la correlación entre hegemonía y democracia y, por lo tanto, la acumulación de hegemonía, que supone una dura lucha de masas y una capacidad de elaboración y ampliación de la cultura, la política y los valores éticos, encuentra su correlación necesaria con los medios que se utilizan para lograr que una amplia alianza pueda acceder al poder.

En Gramsci los medios no son diferentes, por el contrario, mientras más democrática es la vía que la clase obrera pueda seguir y mayores sean los factores acumulativos de la propia sociedad burguesa que utiliza, mayores serán también sus recursos políticos para desplegar su hegemonía, incluso en los estamentos correspondientes a la sociedad política, que pueden identificarse con el nuevo consenso que se ha generado en la sociedad.

Lo importante es la legitimidad que encuentren en la sociedad las clases subalternas en su ascenso al poder, la amplitud del bloque que las sustenta de manera activa, porque de ello dependerá también la utilización de los mecanismos del Estado, que pueden entrar en acción en defensa del proceso revolucionario una vez que éste se ha instalado como nuevo poder democrático popular. En cualquier caso, el papel de la lucha de masas, de las alianzas, de la actividad de los partidos y de la formación de un amplio consenso, es vital para transformar la crisis orgánica en crisis revolucionaria.

En la realización de la hegemonía como acción de dirección cultural y persuasión ideológica, es vital el consenso. La creación de este consenso ya había sido teorizada por Hegel y por Marx. Hegel comprendió la necesidad de una nueva relación entre Estado y sociedad civil para la generación del consenso, pero su visión estaba reducida al plano corporativo de la organización. Marx abrió esta concepción aplicándola a las masas, poniendo en los factores económicos y de fuerza el sentido ético político de la conciencia de la cual nace la hegemonía. De este modo, el consenso no sólo surge a través de la organización racional, sino sobre todo a través de la acción ético política de la educación de las masas.

En Gramsci, el aspecto educativo llega a ser central. Partiendo de las intuiciones de Hegel y de Marx, construye la teoría del ascenso de las masas, y con ello, la teoría de la hegemonía. Distingue entre un consenso pasivo y uno activo, directo, afirmando que este último es absolutamente necesario en tanto participación individual. El Estado puede crear el consenso de masas no sólo a través de la absorción de las realidades culturales y de su generación desde arriba; éste puede producirse cuando las propias sociedades han alcanzado un grado de cultura y de conciencia política.

Así, el Estado no es sólo el guardián nocturno o una realidad ética, sino una realidad política que nace precisamente de la ampliación de la base de masas, y a la espontaneidad de las masas se agrega el elemento de carácter jurídico. En el centro de esta visión está la relación entre sociedad civil y Estado, de lo cual se deriva que si el carácter de una revolución está determinado por las contradicciones que en el plano político económico es necesario resolver, la forma que adquiere esta revolución depende de la naturaleza de la sociedad civil preexistente. De aquí, entonces, la diferencia que establece Gramsci entre la revolución en Oriente y en Occidente y la formulación de su nueva estrategia. Por ello, la formulación de la guerra de posición requiere la creación de nuevas alianzas, no sólo de tipo político sino también cultural, para orientar a las masas, en un sentido global, acerca de todos los elementos positivos presentes en la sociedad civil, transformándolos en la racionalidad de la organización política.

Se trata aquí de sustraer a la dirección de una élite - y ésta es una operación fundamental para las clases subalternas - todo lo nacional popular que representa la historia, las tradiciones, los valores culturales, para que las clases subalternas asuman, cada vez más, un extendido carácter de masas. Allí donde la sociedad civil es desarrollada, es posible incorporar ampliamente a las masas creando un consenso activo, de manera tal, que la nueva dirección que genera la revolución no actúe delegando funciones a una vanguardia restringida, sino a través de la participación activa y consensual de las masas en el nuevo Estado. Así el factor cultural y el factor político se unen en el ejercicio de la revolución por parte de las masas.

5. Hegemonía y Dictadura del Proletariado

En primer lugar, es necesario puntualizar aquí brevemente algunos aspectos sobre el concepto de dictadura del proletariado en las concepciones de Marx, Engels y Lenin, que se vinculan con el concepto de hegemonía de Gramsci. Uno de los aspectos metodológicos principales consiste en comprender que la riqueza de la elaboración marxista está precisamente en su polivalencia, es decir, en la variedad y diversidad de conclusiones a las que llega Marx a través del análisis de las distintas fases del desarrollo capitalista y de la expansión de las clases fundamentales en el paso del modo de producción del Estado.

Por más de un siglo y medio, se ha absolutizado la teoría de la dictadura del proletariado, considerándosela la única y principal propuesta de Marx, dejándose de lado toda su teoría de la política, que en esencia percibe la disolución de la forma Estado como factor de apropiación de la sociedad de las funciones burocrático coercitivas que todo Estado conlleva en el ejercicio pleno de la política, entendida como el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad del ser humano.

Todo ello, lleva a considerar la elaboración de Marx y Engels en su globalidad, y con un riguroso sentido historicista En el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de 1884, Engels plantea un criterio que constituye el punto de partida del análisis marxista del Estado: “Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo del Estado una necesidad. Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase del desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”46.

El joven Marx, desde el ambiente cultural de Renania, se revela extremadamente crítico ante las manifestaciones despóticas y autoritarias de la Revolución Francesa. Son célebres sus Observaciones de un ciudadano renano sobre las recientes instrucciones para la censura en Prusia, de 1842, que representan un auténtico reclamo por la libertad de prensa y la libre circulación de las ideas.

Este es también el período de La Cuestión Judía 47 y sobre todo de la Crítica a la Filosofía Hegeliana del Derecho, donde sostiene algo muy importante que la historiografía comunista olvidó con frecuencia: “La democracia es el enigma resuelto de todas las constituciones”. Aquí, a la manera de Pericles y Aristóteles, Marx da un carácter de sinónimos a los términos “constituciones” y “forma de gobierno”, lo cual significa que para él la democracia no es una simple forma de gobierno sino la esencia de todas las formas de gobierno. Esta elaboración, diferente a la conceptualización posterior de “dictadura del proletariado”, y más cercana a las rectificaciones que emergen después de 1871, es la que, a la postre, entrega mayores elementos para la comprensión del Estado democrático moderno y para una teoría de la política en los términos de Marx.

En el Manifiesto del Partido Comunista, de 1848, Marx y Engels señalan: “...el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia”49.

El concepto de “dictadura del proletariado” aparece por primera vez enunciado por Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en 1847, donde analiza la sangrienta represión desatada contra la clase obrera por la burguesía francesa, que culminó con la dictadura de Luis Bonaparte. Este hecho influyó de manera notable en Marx y en su configuración del concepto dictadura del proletariado como alternativa histórica a la “dictadura de la burguesía”, aún cuando ambos conceptos son más bien abstracciones históricas que formas concretas que debería asumir el Estado. Y fue el propio Marx quien lo dejó en claro en su carta, a Joseph Weydemeyer, del 5 de Marzo de 1852, donde señalaba: “...Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses, habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...”50.

En estos conceptos influyó de manera preponderante el hecho de que entre 1848 y 1852 se consideraba inminente la revolución en Europa, por lo que el propio movimiento revolucionario se inspiraba en el movimiento jacobino, en Robespierre51 y Saint Just52 y en los métodos empleados por la Revolución Francesa para lograr la victoria.

Es obvio que Marx no creó el concepto de “dictadura”, sino que deriva de las experiencias históricas precedentes, y en particular de la dictadura de Cromwell54, de la revolución burguesa inglesa, de Robespierre y del propio Luis Bonaparte55, que además dio lugar a la formulación del concepto “bonapartismo”, significando la liquidación de la revolución democrática expansiva inspirada en la Revolución Francesa.

Tampoco nació en Marx la idea del Estado como dominio coercitivo, ya que, entre otros, lo encontramos formulado en El Príncipe, de Maquiavelo56, obra del siglo XVI. Con Locke57 se inauguró la idea del Estado liberal ligada al empirismo filosófico, y su concepción justifica la monarquía constitucional como una forma especial de dictadura donde los hombres, que nacen libres, establecen un contrato que aliena su propio poder en un poder político general.

Con Kant58 nació el liberalismo clásico, donde la universalidad del derecho a la libertad y a la igualdad gira en torno a la propiedad, y son ciudadanos libres única y exclusivamente los propietarios, lo que significa negar la universalidad de la libertad.

Como se sabe, de Hobbes59 a Kant60 - es decir, en toda la tradición clásica de la política moderna - jamás se consideró en concreto la atribución de derechos políticos a todos los miembros de la sociedad.

Kant distingue entre ciudadanos pasivos y ciudadanos activos, y en nombre del Estado de derecho rechaza el concepto de democracia moderna. “La forma democrática, en el sentido propio del término, es necesariamente un despotismo. La voluntad universal dada a priori es la única que determina aquello que entre los hombres es justo”62. Con Rousseau y El contrato social63 nace la posición democrática, que inspirada en la democracia ginebrina del calvinismo y sin superar el esquema de la propiedad privada, inaugura una concepción superior de democracia vinculada a la igualdad jurídica, a la que se ligan tanto el liberalismo como el socialismo utópico y una fracción del socialismo marxista.

Es decir, el concepto de “dictadura”, en el sentido como dominio, aparece consagrado en todos los clásicos del liberalismo, y de allí toma Marx esta categoría, no siendo parte de su propia y original elaboración.

Marx dejó de lado este concepto en el período de las rectificaciones que se produjeron después de 1871. Y lo mismo hizo Engels, quien, sobreviviendo a Marx, pudo conocer formas más expansivas de la democracia capitalista. Estas consideraciones aparecen de manera clara ya en La guerra civil en Francia64 y en Crítica al programa de Gotha, donde Marx65 profundizó su análisis del problema del estado a partir de la experiencia de la Comuna de París. Al plantearse la pregunta de qué forma adquirirá el Estado en la sociedad comunista, Marx rehúsa una interpretación doctrinaria, diciendo que será la ciencia la que lo determine en el futuro, agregando que no será acoplando de mil maneras la palabra pueblo con la palabra Estado como se superará el problema, demostrando así su rechazo a las fórmulas.

En estas obras, para señalar la fase de transición ya no usa la expresión “dictadura del proletariado”, prefiriendo señalar que la Comuna es una forma susceptible de expandirse, y que como Estado de transición representa la forma positiva de la “república social”.

En este mismo sentido, señala además que al instaurarse una nueva relación entre economía y política, la forma que adquiere la transición después de la Comuna es la convergencia simultánea de todos los elementos sanos de la sociedad y la transformación de éstos en gobierno nacional. Con la experiencia de la Comuna, Marx y Engels profundizaron el criterio de democracia de base del poder proletario. A la luz de la experiencia francesa de 1871, el poder proletario es antes que nada la descentralización del poder mismo, es la desburocratización, el paso de las numerosas funciones del Estado al autogobierno, al control del pueblo. En otras palabras, el poder proletario significa en la concepción de Marx el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Cabe recordar que Marx y Engels desarrollaron su pensamiento en una Europa donde la Revolución Francesa, que si bien entregó grandes principios, no otorgó la universalidad ciudadana, y por ende, no llevó a la democracia como institución moderna, y sólo la Comuna de París, ochenta años más tarde, propuso el sufragio universal.

Ya en 1852, es decir, en el mismo período en que utilizaba el concepto “dictadura del proletariado”, Marx señalaba que si en Inglaterra se lograba imponer el sufragio universal, sería una medida mucho más socialista que cualquiera iniciativa que con ese nombre se hubiese dado en el continente. Así, a su modo de ver, la democracia podía lograrse con la máxima expansión del sufragio universal, considerado como contrapuesto al Estado, a la concentración de la soberanía en una entidad estructurada burocráticamente y ajena a la sociedad civil. En esta concepción hay una superación de la teoría revolucionaria del período 1848-1871, que concebía la revolución proletaria basada en el modelo minoritario de las revoluciones burguesas, esperándose que el éxito del proletariado se produjera gracias al factor sorpresa.

En la adquisición del concepto de mayorías influyó el impacto teórico de la Comuna, pero de manera más decisiva, el hecho de que entre los acontecimientos de Francia de 1871 y el fin del siglo el movimiento obrero europeo había experimentado un enorme desarrollo. Esto llevó a Engels a plantear que con el uso eficiente del sufragio universal había entrado en acción un nuevo método de lucha del proletariado, que se desarrollaba rápidamente. Aquí, por primera vez, se colocaba en el centro el tema del consenso, del triunfo de las mayorías, del vínculo entre democracia y socialismo, de la diversidad de las formas de lucha, temas a los que el marxismo clásico llegó en su última fase de elaboración acerca de la teoría del Estado y la democracia.

Del análisis de la Comuna de París, Marx llegó a la convicción de que la clase obrera había fracasado en este intento revolucionario por no haber alcanzado su universalidad, es decir, por no haber logrado convertirse en la humanidad en movimiento. Marx comprendió que se había creado una nueva configuración de la estructura de clases del capitalismo, y que es esas condiciones el proletariado podría conseguir su liberación en la medida en que universalizara sus objetivos y recurriera al instrumental creado por la propia burguesía en su fase democrático expansiva.

Observaba además que, a diferencia de las clases dominantes de la sociedad feudal, la burguesía está en transformación constante, por lo que, junto con terminar con la sociedad de castas feudales, abre paso a una sociedad de masas donde, en tanto clase dominante, crea los mecanismos del paso orgánico de las clases subalternas al Estado, es decir, amplía de manera considerable la esfera técnico institucional e ideológica de su propia acepción de dominio y dirección.

Marx y Engels concluyeron que la democracia mayoritaria tiene una importancia decisiva en la revolución proletaria, buscando apropiarse de la “fuerza del número”, es decir, del poder jacobino de la Revolución Francesa, pero incluyendo las grandes reivindicaciones democráticas no cumplidas en ella, estableciendo un nuevo vínculo entre dominio Y consenso, entre coerción y mayoría. Todo ello significa redimensionar el concepto mismo de “dictadura del proletariado”, ya que éste correspondía a la fase de la lucha del proletariado fuera del poder del Estado, mientras que el desarrollo del capitalismo y de su estructura política de fines del siglo XIX ya había establecido que las reivindicaciones democráticas pudieran constituirse en el terreno político privilegiado de la lucha revolucionaria.

Sin embargo, las últimas hipótesis de Marx y Engels no pudieron ser demostradas en la práctica porque la revolución no se produjo en el capitalismo desarrollado y de amplia base institucional, sino en la Rusia zarista, donde la lucha sólo podía darse fuera del Estado absolutista, que no contenía ninguno de los elementos supraestructurales que acompañaron las últimas reflexiones de ambos pensadores.

La guerra de 1914 y sobre todo el carácter que adquirió la Revolución de Octubre, su impacto en el mundo y la idea de que podía trasladarse mecánicamente y extenderse con rapidez a toda Europa, relegó a un segundo plano las últimas previsiones e indicaciones de Marx y Engels acerca de la revolución en Occidente, e inhibió el debate y la reflexión sobre ellas, cerrando así una línea de elaboración que habría tenido un profundo significado teórico en la formulación del concepto moderno de Estado, de revolución y de democracia.

6. El Antiestalinismo de Gramsci

En su elaboración de Cuadernos de la cárcel Gramsci no hace referencia directa a Stalin y en la práctica no lo menciona, refiriéndose en cambio a la polémica con Trotski acerca de la revolución permanente para referirse al curso que tomó la Unión Soviética tras la muerte de Lenin.

Sin embargo, la concepción gramsciana de la revolución, del Estado, del papel del partido, de los intelectuales, de la concepción de hegemonía, consenso y democracia, es opuesta a la política de Stalin y del estalinismo66. Por cierto, Gramsci piensa más bien que en la polémica coyuntural con Stalin, en una elaboración capaz de rescatar los principios y valores más universales del marxismo y del pensamiento de Lenin, destacando sus especificidades y aportes singulares, y a la vez utilizando el propio método de desarrollo del marxismo concebido por los clásicos - y negado por Stalin - para llevar la teoría hacia los problemas de la estrategia revolucionaria en Occidente y al capitalismo maduro, distinto al capitalismo de Marx y Engels y al capitalismo ruso, al que Lenin había dedicado una obra especial.

Con seguridad, en esta opción pesó el hecho de que Gramsci se encontrara desde 1926 y hasta su muerte en prisión, que su análisis se centrara en Italia y en Europa, que la información recibida sobre el desarrollo del proceso en la Unión Soviética y del debate en el seno de la Tercera Internacional fuese escasa, parcial y contradictoria. La situación en que se encontraba hacía casi imposible pensar en una polémica orgánica con las deformaciones del sistema, que sin embargo percibía y no dejó de señalar.

Lo vital es que Gramsci representa una línea de elaboración opuesta a la de Stalin. El es el marxismo en expansión, antidogmático, historicista y crítico.

Stalin utilizaba la fórmula, que no nace mientras Lenin vivió, enunciada por Zinoviev y Bujarin68, acerca del marxismo leninismo para dogmatizar, empobrecer, reducir el pensamiento de Marx y Lenin, estableciendo que fuera de las fronteras de las fórmulas - transformadas en la doctrina oficial de los partidos comunistas por la Internacional - no existía sino el vicio cultural e ideológico y las posiciones enemigas de la clase obrera y de la revolución.

Gramsci, por el contrario, enriqueció su elaboración vinculándose con el neopositivismo italiano, con el reformismo socialista, con el liberalismo democrático, con las más modernas teorías de la productividad capitalista, haciendo una elaboración del marxismo que jamás se consideró autosuficiente, un marxismo estrechamente ligado a la vivacidad interpretativa de las Tesis de Fuerbach. Stalin y el estalinismo relegan, ignoran y hacen ignorar a Gramsci y sus elaboraciones, así como las de la mayor parte de los marxistas contemporáneos, empobreciendo definitivamente el marxismo.

La obra de Gramsci, y en especial las Cartas de la Cárcel y los Cuadernos de la Cárcel nos entrega no sólo referencias preocupadas acerca de lo que vislumbraba ocurría en la Unión Soviética en los años treinta, sino sobre todo un método interpretativo del fenómeno estalinista.

El primer momento de disenso con Stalin aparece en la carta enviada a Togliatti en 1926, donde señala: “Hoy, después de nueve años del Octubre de 1917, ya no es el hecho de la toma del poder por parte de los bolcheviques lo que puede revolucionar a las masas occidentales, por tratarse de un dato descontado que ha producido sus efectos. Hoy, el proletariado podrá, una vez tomado el poder, construir el socialismo a través de la actividad ideológica y política”69. Es decir, consideraba que la Revolución de Octubre como fenómeno explosivo produjo su impacto directo en las masas obreras, y demostró que incluso era posible que un proletariado débil, el más débil de Europa, pueda tomar el poder.

Pero la revolución no podía mantenerse con dividendos, con la imagen y el prestigio de Lenin, ahora era preciso demostrar que los bolcheviques eran capaces de construir el socialismo, un socialismo que, nueve años después, debía definirse y demostrar su superioridad, al menos en el terreno moral; demostrar que el socialismo significa realmente incorporación de las masas al poder creado “para toda la humanidad” y que para cada individuo debe representar plenitud de vida y de libertad. Percibió, con preocupación, que desatendiendo las últimas recomendaciones políticas y metodológicas de Lenin, el grupo dirigente encabezado por Stalin exacerbaba el poder estatal, conservando el poder del Estado en un grupo cada vez más restringido, creando un Estado de funcionarios, lo que a su juicio era una estructura estatal “elemental, pobre y autoritaria”.

Por el contrario, Stalin mantuvo a la Unión Soviética - en lo referente a la configuración del nuevo Estado - anclada en el viejo absolutismo, ya que su concepción de “dictadura de los funcionarios” estaba más ligada al Estado - forma zarista - que al nuevo Estado expansivo que creaba en Occidente el capitalismo. Exacerbó el fideísmo, que en parte era necesario en la Unión Soviética para mantener unida a una población multinacional, multirracial y con escaso nivel cultural, separando de este modo el Estado soviético de toda forma de institucionalidad democrática, lo que por lo demás era funcional a su propio poder personal y a la idea que tenía de “revolución desde arriba”, que fue también el modelo implantado en Europa oriental y que subsistió hasta la caída del muro de Berlín.

En el plano teórico, Gramsci advirtió en la Unión Soviética de Stalin una forma extrema de sociedad política. Sabemos que su concepción inicial de hegemonía parte de Lenin y se ve estimulada por la Revolución de Octubre: pero su opinión crítica del vuelco que con Stalin sufrieron los acontecimientos de ese país le permitió separar esa concepción de hegemonía - en su última versión de Cuadernos de la Cárcel - de la teoría de la dictadura del proletariado, considerando que estaba ligada a un tipo de revolución dieciochesca, ya superada en Occidente.

De allí que -contrariamente a lo ocurrido con la mayor parte de los teóricos marxistas que sufrieron la influencia y mediación de Stalin - Gramsci haya podido tener un vuelco en sentido contrario, ligando su concepción de hegemonía al consenso y a la idea de la supremacía política, entregando así los elementos teóricos para democratizar y ampliar, en términos modernos, las anticipaciones teóricas de Marx acerca del Estado.

En 1930, desde la cárcel, en abierta polémica incluso con Palmiro Togliatti y con el grupo dirigente del Partido Comunista Italiano en el exilio, Gramsci envió su famosa Carta al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, reflejando su preocupación por el nivel que había alcanzado el enfrentamiento en el seno del grupo dirigente soviético y por los métodos que Stalin utilizaba para resolverlos: “Camaradas, vosotros habéis sido en estos nueve años de historia mundial el elemento organizador y propulsor de las fuerzas revolucionarias de todos los países; la función que habéis desarrollado no tiene precedentes en toda la historia del género humano que puedan igualarla ni en amplitud ni en profundidad. Pero hoy estáis destruyendo vuestra obra, degradando y corriendo el riesgo de anular la función dirigente que el Partido Comunista de la Unión Soviética había conquistado por el impulso de Lenin; nos parece que la violenta pasión de las cuestiones rusas os hace perder de vista los aspectos internacionales de las mismas cuestiones rusas, os hace olvidar que vuestros deberes de militantes rusos no pueden ni deben satisfacerse más que en el marco de los intereses del proletariado internacional”70.

En el mismo período y como aparece claramente en Cuadernos de la Cárcel, formuló una dura crítica a la pobreza de los programas de planificación económica del socialismo, refiriéndose en particular al Resumen de economía política de Lapidus y Ostrovitranov, publicado en 1928, que exponía oficialmente el pensamiento de Stalin sobre la materia. Con particular dureza, Gramsci señalaba: “Aquello que me golpea en todo esto es cómo un punto de vista crítico de la economía, que requiere el máximo de inteligencia, desprejuiciamiento, claridad mental e inventiva científica, llegue a ser el monopolio de elucubraciones de cerebros restringidos y mezquinos, que sólo por la posición dogmática que tienen logran mantener un lugar, no digo en la ciencia, sino en la bibliografía marginal de la ciencia. Un pensamiento fosilizado es el mayor peligro en esta función”71.

En este punto, Gramsci avanzó hacia conclusiones teóricas más profundas, buscando por una parte una caracterización morfológica de la Unión Soviética de Stalin, y luego refiriéndose a la colectivización forzada del campo, la estatización central del campo y la planificación total de la economía que en toda esta fase histórica caracterizó no sólo el socialismo en la Unión Soviética sino la idea misma de socialismo en el mundo, habiéndose destruido la alianza entre obreros y campesinos y con ello la base social amplia del Estado proletario. Esta construcción del bloque significaba, por cierto, que el Estado se debilitaba, que se incrementaba la dictadura coercitiva y que se modificaban en términos represivos los alcances del Estado mismo.

Gramsci comprendió que estaba ante una experiencia en la que el partido empezaba a copar al Estado, y ante el surgimiento de un tipo de cesarismo que inevitablemente hizo entrar a la Revolución Rusa en el ámbito de lo que denominaba la “revolución pasiva”, donde la función revolucionaria de la Unión Soviética era cada vez más absorbida por sus elementos regresivos, distanciándose de la teoría y la práctica revolucionarias.

Refiriéndose a la oposición de Trotski y Bujarin, y en definitiva al curso general de los acontecimientos, señala: “Nos impresiona el hecho de que la actitud de la oposición abarque toda la línea política del Comité Central tocando el corazón mismo de la doctrina leninista y de la acción política de nuestro partido y de la Unión. Lo que se ha puesto en discusión es el principio y la práctica de la hegemonía del proletariado, las relaciones fundamentales de alianza entre obreros y campesinos, es decir, los pilares del Estado obrero y de la revolución...”72.

El agudo conflicto del grupo dirigente y el peso creciente de la política de Stalin liquidaron definitivamente las beses leninistas que habían hecho posible el surgimiento del poder soviético. En esas condiciones, el partido de Stalin no podía generar hegemonía sino sólo incrementar su papel represivo. Ello se expresó a nivel internacional en el sofocamiento de la política leninista del frente único, que Gramsci apoyaba, y en el surgimiento del concepto de “social fascismo”, que de acuerdo con la modificación interpretativa que Stalin había hecho de la concepción táctica y estrategia, ponía el acento principal no en el ataque contra el principal enemigo y en la neutralización de los demás sectores, sino en los sectores intermedios en los contrarios ideológicos, esto es, en la socialdemocracia. Ello trajo desastrosas consecuencia, provocando la división definitiva del movimiento obrero y el debilitamiento general de la lucha antifascista.

A partir de estas consideraciones, Gramsci concluyó que en el creciente copamiento de la revolución pasiva en la Unión Soviética, se perdía la capacidad de captar los fenómenos que se producían en lo económico, en las clases y en el desarrollo de la institucionalidad en Occidente.

“Baste con pensar en la importancia que tiene el fenómeno sindical, en torno al cual se agrupan diversos problemas y procesos de desarrollo de importancia y significado distintos (parlamentarismo, nueva organización industrial, democracia, liberalismo), pero que objetivamente reflejan el surgimiento de una nueva fuerza social cuyo peso no puede ignorarse”73.

Gramsci comprendió que Stalin y el estalinismo no eran un fenómeno ajeno al marxismo. Hay en Marx aspectos de la filosofía de la práctica que aislados y extrapolados permiten la interpretación de conceptos como “verdad histórica”, “ideología desde fuera”, “papel del partido”. Por ello, se opuso al concepto de Stalin acerca de filosofía de la historia entendida como un fin prefigurado, ya que ello representa la vuelta a un determinismo naturalístico presente en Marx, que Lenin intentó corregir, y que en Gramsci encuentra un especial énfasis en su lucha contra toda forma de esquematismo conceptual y práctico.

7. Hegemonía, Dictadura, Democracia en Marx y Gramsci

Como decíamos, la relación hegemonía/consenso es fundamental para identificar las características de la revolución en Occidente, en la formulación de la transición, y por ende, para establecer la visión de Gramsci en relación con el Estado. Cuando el Estado ha sido definido como una dictadura de clases, se está haciendo referencia a la función primordial que éste tiene en la reproducción de una formación social, cuya misión principal es mantener es mantener su estructura de clases. Sin embargo, esto no revela la forma política que el Estado adquiere en la práctica, ya sea en relación con el Estado burgués, o bien con el ascenso del movimiento obrero al nivel del Estado.

Gramsci fue particularmente sensible a este problema porque debió enfrentarse con la experiencia del fascismo, y por tanto, ampliar la reflexión acerca del Estado de clases a las formas del ejercicio político del mismo. El percibía claramente que para el proletariado y los grupos ascendentes el problema no es indiferente, puesto que no es lo mismo luchar por conquistar la hegemonía y el poder en el marco de una democracia desarrollada - que es desarrollada, entre otros factores, porque el propio proletariado ha incorporado con sus luchas sus valores elementos de progreso en la sociedad civil -, que luchar contra un régimen fascista y terrorista.

Esta modalidad de análisis histórico es válida para Gramsci desde un punto de vista metodológico también para la ampliación de las formas políticas que debe adquirir un Estado obrero, que no sólo no entra en contradicción con este poder, sino que lo enriquece y dota de una multiplicidad de variantes que puede asumir, como en efecto las ha asumido el poder de la burguesía.

Gramsci decía que “el Estado obrero según la definición de Lenin, es un Estado burgués sin la burguesía. El Estado obrero debe resolver los mismos problemas de un Estado burgués, y no puede resolverlos con sistemas y medidas técnicas muy distintas a las que operan en Estado burgués”73.

El problema está en identificar cómo se expresa la diversidad del proletariado en tanto Estado. Esta respuesta la encontramos sobre todo en el diverso contenido de la hegemonía y de los objetivos que ésta se propone. La burguesía necesita construir una sociedad civil que en el fondo justifique u oculte la explotación del hombre por el hombre como fenómeno objetivo de sus relaciones sociales de producción, y desde el punto de vista social necesita mantener, como condición del sistema, clases subalternas.

Ello no ocurre, teóricamente, en la hegemonía del proletariado. Justamente en la idea clásica del marxismo, el ascenso del proletariado al poder, la socialización de la propiedad, entraña una hegemonía que se propone poner fin a toda explotación del hombre por el hombre, y que al liberarse de su papel de clase subalterna en la economía y en la política, debe liberar a todos los grupos sociales de la calidad de tal. No necesita crear la subalternidad social. Sino que se trata de la eliminación histórica de las clases subalternas. Por cierto, esta diferencia es importante. Pero, además, la hegemonía del proletariado se propone la construcción de un Estado que, debiendo recurrir a mecanismos coercitivos, como cualquier Estado, contiene en sí mismo el desarrollo de las condiciones para la eliminación de todo Estado. Es un Estado que no se perpetúa, desde un punto de vista dialéctico, es la negación histórica del propio Estado.

Sólo “quien tiene por objetivo el fin del Estado y de sí mismo como clase puede crear un Estado ético, donde se produzca un justo equilibrio entre función coercitiva y función educativa. La función coercitiva, que permite afirmar y asegurar la conquista del nuevo Estado proletario, paulatinamente se va extinguiendo, en la medida en que se afirma el papel ético cultural del Estado proletario”74.

Gramsci, que persigue la “utopía de Marx” vinculándose directamente a él, plantea objetivamente este paso como un proceso de reunificación entre el Estado y la sociedad - que debe ser una de las características predominantes del Estado proletario -, la que se reapropia y ejerce muchas veces las funciones que antes estaban en manos del Estado burocrático burgués, y que ahora se trasladan directamente a la sociedad. En este proceso, Gramsci distingue tres fases:

La primera es coercitiva, en cuanto a la nueva clase dominante, con los instrumentos de fuerza del Estado, debe adecuar la sociedad civil a las nuevas relaciones de producción. Su duración depende de la velocidad de desarrollo de la sociedad civil, que varía de acuerdo con el terreno “histórico social” en que se desenvuelve. Para identificar esta fase de ascenso al poder del proletariado, Gramsci habla de “estatolatría”, así como también de “cesarismo progresista”, que es justamente progresista porque no es un fin sino un medio para pasar las fases sucesivas de la extensión de la hegemonía proletaria al conjunto de la sociedad. Pero incluso respecto al problema del ejercicio de la coerción se presentan diferencias notables.

Al apoderarse del Estado, pensaba Gramsci, el proletariado debe crear un nuevo Estado de derecho democrático, donde la coerción se ejerce no como violencia arbitraria o exterminio físico de los antagonistas 14  de clase, sino como ejercicio de la nueva ley, basada en el más amplio ejercicio de la soberanía popular, como el uso del derecho que se debe inspirar en objetivos profundamente humanistas, donde la coerción no esté separada de la fase de educación, recuperación y persuasión, típica del Estado obrero, que permite al proletariado profundizar su prestigio en la sociedad.

No hay mejor ni más segura dictadura que la del prestigio. Pietro Ingrao, teórico comunista italiano, pone énfasis en algo que debe estar siempre presente en el necesario jacobinismo del proletariado Estado: “La forma y la dimensión que asume el aspecto coercitivo del Estado no deja de tener influencia sobre los contenidos y el carácter de la hegemonía. Recurrir a la arbitrariedad en el enfrentamiento con el adversario no sólo reduce la capacidad hegemónica de la clase obrera sobre las demás capas, sino que también pone en discusión los derechos de libertad de la clase obrera y en la clase obrera, y por tanto, hace frágil, precaria, ́burocrática ́... la unidad dentro de la clase”75.

Esto significa que la fase de instalación del Estado proletario no puede perder de vista no sólo las proporciones cuantitativas de la coerción sino también la diferente calidad de ésta, ligada a un precepto fundamental del marxismo y al cual se liga Gramsci en su elaboración : la misión histórica de la clase obrera no es la dictadura del proletariado sino la construcción de una sociedad totalmente nueva, la sociedad autorregulada, en el camino hacia el cual los mecanismos coercitivos típicos de todo Estado son un fenómeno pasajero regido por la legalidad socialista donde el papel principal lo ejerce la revolución cultural y moral, la creación del “hombre nuevo” - que siempre es hombre social -, para usar el concepto tan presente en el pensamiento revolucionario .

Así Gramsci identifica la coerción no con la arbitrariedad sino con la racionalidad. Se trata de una visión nueva del ejercicio del poder proletario. Cuando está dirigida a acelerar la descomposición del antiguo régimen y el proceso de transformación cultural de las masas, la coerción es funcional a la creación del consenso de masas en torno a la hegemonía del proletariado. “Si la coerción se realiza según el desarrollo de las fuerzas sociales, no se trata de una verdad cultural obtenida con un método acelerado”77.

Digamos que esto es aplicable a la época de ascenso de la burguesía y también a la de ascenso del proletariado. En ambos casos, la coerción, entendida como racionalización de lo social y de lo político, presupone el aumento de la hegemonía y del consenso, actuando como desbloqueadora de una situación de impasse; y es progresista si coincide con la creación de lo nuevo, con la aplicación de nuevos valores que tiendan - una vez superada la fase - a impedir la perpetuación de la violencia.

En la segunda fase, el Estado se transforma en un “guardián nocturno” que reduce gradualmente sus intervenciones autoritarias y asume una función de estímulo y tutela del desarrollo de un Estado ético.La tercera fase es aquella donde la sociedad civil se hace autogobierno, no existiendo la división en clases, y por ende, lo aparatos estatales destinados a interpretar estos intereses y sus contradicciones.

La existencia de estas fases, que sólo se pueden dar en un Estado proletario y cuya verificación depende del desarrollo de las condiciones nacionales para la extensión de la hegemonía y del cuadro internacional en que se desenvuelva el proceso, es lo que determina que el Estado proletario deba ser mucho más democrático que el Estado burgués. Para Gramsci ya el propio ascenso del proletariado como clase hegemónica de la sociedad comporta el ascenso de los productores, de los subalternos, y por lo tanto de la mayoría de la sociedad, lo que significa una ampliación de los confines sociales de la democracia.

Pero, a la vez, el proletariado debe terminar con la dominación de los “simples”, e instruirlos. Se trata de un poder nuevo que requiere la culturización de toda la sociedad, la difusión universal del saber, de la ciencia y de la información, el asegurar papeles de dirección de la nueva sociedad civil donde el hombre social es gobernante; es decir, requiere una profunda reforma intelectual y moral, base del vinculo entre hegemonía y democracia en el Estado obrero.

También es obvio que para una revolución de estas proporciones se requiere tiempo. Ninguna contradicción en la historia, señala ya Marx, en el pensamiento, en la economía, desaparece o se resuelve sin que maduren, exploten y se reconstituyan los elementos dinámicos de la dialéctica interna del fenómeno. La historia tiene sus tiempos, y el elemento subjetivo puede acelerarlos pero de ninguna manera transfigurar radicalmente su devenir. En este sentido, la visión histórica del proletariado en sus diversas fases y en su objetivo final está íntimamente ligada con el tiempo.Gramsci señala: “Marx ha iniciado intelectualmente una era que durará siglos hasta la desaparición de la sociedad política y el advenimiento de la sociedad regulada. Sólo entonces será superada su concepción del mundo”78.Se observa claramente, pues, que en toda su elaboración Gramsci se liga a Marx y a Engels, con y sin la mediación de Lenin, y descubre en ellos la caracterización del Estado de clases y el valor del Estado ético; y a la vez se vincula con Lenin para realizarlo en tanto visión de estrategia política, que en Lenin es sobre todo filosofía de la práctica, filosofía de la transformación revolucionaria. Pero despoja su estrategia de los connotados fundamentales de la estrategia leninista en la Revolución de octubre.

8. Hegemonía y Pluralismo en Lenin y en Gramsci

La relación hegemonía/consenso permite también abrir paso a una reflexión sobre el valor del pluralismo en la concepción de Gramsci y del marxismo en general. Es cierto que el pluralismo - entendido y muchas veces confundido sólo con el pluripartidismo - aparece más explícitamente en un contexto liberal democrático que en la tradición cultural del marxismo. Sin embargo, entre hegemonía de la clase obrera y pluralismo hay un vínculo que no acepta la reducción del pluripartidismo, entre otras, por razones históricas: tanto Marx como Lenin y el propio Gramsci tuvieron escasa confianza en la representatividad social de los partidos de su época, la mayoría de los cuales estaba superado por la nueva fase que se abría en el desarrollo del capitalismo y en los cambios de la estructura de los nuevos grupos dominantes, o bien estaban en una fase embrionaria. Los partidos modernos que hoy gobiernan en Europa nacieron o se reformularon como partidos de masas después de la Segunda Guerra Mundial.

Lenin –en el contexto del rudimentarismo sistema de partidos políticos de Rusia prerrevolucionaria – intentó un bloque que asegurara, incluso en estas condiciones de asalto al poder, una dialéctica pluralista pero solo dentro del mundo obrero y de su alianza con los campesinos.

La relación hegemonía/pluralismo, tanto en Lenin como en Gramsci, hay que buscarla más bien en la articulación del proletariado como clase en ascenso y en su relación con todos los grupos subalternos. Lenin hizo una contribución al tema al replantear el problema de la autonomía de la clase y supremacía de la política. En el libro ¿Qué hacer? Señala: “La conciencia política de clase puede ser llevada a la clase obrera sólo desde fuera de la lucha económica, desde el exterior de la esfera de relaciones entre obreros y patrones. El único campo desde donde es posible extraer esta conciencia es el campo de las relaciones entre todas las clases y todos los estratos de la población con el Estado y con el gobierno, en el campo de las relaciones recíprocas de todas las clases... Para dar a los obreros conocimientos y conciencia política, los socialdemócratas deben andar entre todas las clases de la población, deben enviar los destacamentos de su ejército en todas las direcciones”78.

Lenin sabía positivamente que quienes poseían el conocimiento científico no era el proletariado sino los intelectuales burgueses, y que por tanto la conciencia del proletariado debía importarse desde el exterior, desde otros estratos que detentaban el monopolio de las ideas.

A través de este mecanismo, Lenin establece supremacía y prioridad de la política en relación con el Estado, sin que pueda desaparecer sino a través de la superación económica ideológica. Establece con claridad una articulación de masas que va más allá de la clase obrera y del partido, y llega a concebir el carácter de los organismos de masas de diversos estratos que son el punto de encuentro y de realización del pluralismo social, donde los revolucionarios deben estar presentes para establecer alianzas, pero respetando el carácter específico de estos organismos. “En todas partes es necesario que sean lo más numerosos posibles, que tengan los objetivos más diversos, pero es absurdo y dañino confundirlas con las organizaciones de los revolucionarios, eliminar la diferencia que las separa, apagar en la masa la convicción, ya débil, de que para “servir” a un movimiento de masas se necesitan hombres consagrados especial y enteramente a la acción socialdemócrata, se den paciente y obstinadamente una educación de revolucionarios de profesión”79.

Hay aquí una implícita invocación de Lenin a una sociedad estructurada de manera plural en los más diversos momentos organizativos de masas, que no pueden ni deben ser copados ni identificados con el partido, del mismo modo en que no puede haber una identificación entre el partido y los organismos sindicales y de masas, considerados instancias de ejercicio de una dialéctica pluralista de participación y de debate político, de lucha por las reivindicaciones económicas concretas.

Para Lenin el anti Estado, que no es sólo oposición al Estado dominante sino también su propuesta alternativa, el proletariado y los partidos deben ganar su papel de dirección. Es preciso ir al debate, señalaba, allí donde se encuentran todas las clases y los grupos sociales, y encabezar las reivindicaciones específicas de estos sectores en la lucha, para ser reconocido como el destacamento avanzado, como el guía de un amplio conglomerado que trasciende ideológica, social y políticamente el partido.

En las condiciones de hegemonía proletaria, según Lenin, el pluralismo se da en la recomposición política de la sociedad a partir del ejercicio de dirección que el partido de la clase obrera es capaz de ejercer, y esta recomposición no puede no expresar un aspecto que está en la base del tejido social de la articulación de anti Estado y de la sociedad civil: la unidad de los contrarios, es decir, la confluencia de los intereses del proletariado con diversos grupos y estratos sociales que expresan en el plano social un pluralismo de ideas y objetivos que el proletariado debe reunir e interpretar en su papel de clase dirigente del nuevo Estado.

El Estado popular no puede, por tanto, sofocar este pluralismo, porque de él depende su base social y de consenso, el desarrollo y la extensión de su capacidad hegemónica.

Lenin, por tanto, se ocupa del pluralismo en las condiciones de la Revolución Rusa, donde no existía una articulación partidista moderna, pero lo hace en el contexto de la política de alianza de la clase obrera y en verdad lo anula en el contexto del rol dominante del Partido Comunista en el poder. La forma como se resuelve el enfrentamie ntre Bolcheviques y Mencheviques refleja que no había espacio en la concepción de Lenin para que el poder soviético se construyera sobre la base de un pluripartidismo que no es parte, definitivamente, de la concepción revolucionaria del líder ruso.

Es evidente que los grandes partidos pluriclasistas que el propio desarrollo del capitalismo y la naciente extensión del Estado como hegemonía han creado, corresponde no sólo a un escenario diferente de aquel en que operaban Lenin, sino también a una fase histórica que ciertamente él no podía inventar. Asimismo, las grandes revoluciones proletario campesinas se realizaron en Estados de sociedad civil primitiva, donde la propia sociedad política se reduce al uso del aparato coercitivo del Estado omnipotente - desde la autocracia zarista al imperio chino - no existiendo la relación dominio/partido en la clase que detentaba el poder, con un espacio casi inexistente para el pluripartidismo en la propia hegemonía de las clases revolucionarias.

Es en este sentido que Gramsci, de acuerdo con su época y su formación cultural, con su concepción de la hegemonía hace que el marxismo ascienda varios peldaños en la configuración teórica de la transición y de la propia democracia socialista.

¿De dónde parte Gramsci, y qué fenómenos identifica en lo que podría llamarse el paso del ¿Qué hacer? A los Cuadernos de la Cárcel? Con la reestructuración capitalista de la crisis de 1929, se modificó radicalmente la relación entre Estado y economía, surgiendo con ello una nueva relación entre masas y Estado.

En este escenario se confirmó la previsión de Gramsci respecto a la difusión de la hegemonía en el capitalismo desarrollado, donde se produce el paso de la restricción y concentración de la hegemonía - característica de la fase anterior- a la expansión de la hegemonía en tanto fenómeno de masas, lo que provoca un cambio en la morfología que la política había adquirido hasta entonces. Así, la elaboración de Gramsci se presenta como el momento de mayor ampliación del marxismo en relación con la fenomenología de la crisis del capitalismo desarrollado, de su reestructuración y de sus imprevisibles efectos, tanto en lo económico como en lo político.

Como elemento de la crisis y de la readecuación capitalista, Gramsci percibió el nacimiento de los sectores terciarios, del trabajo no directamente productivo, que modifica la relación entre renta y trabajo productivo y a la vez genera una profunda modificación en la estructura y en la estratificación social, lo que no deja de tener repercusiones más o menos directas en la nueva formulación de la política. Gramsci señala al respecto: “El hecho es éste: dadas las condiciones generales, la mayor ganancia creada por el progreso técnico del trabajo crea nuevos parásitos, es decir, gente que consume sin producir, que no intercambia trabajo con trabajo sino trabajo de otros con objetivos propios”80.

El surgimiento de nuevas capas sociales y la forma que adquiere la apropiación del producto en la esfera de la dislocación del Estado en la estructura de la sociedad es lo que determina la nueva relación de grandes masas con el Estado, que toman directamente en sus manos funciones que en el Estado liberal estaban en la esfera del capitalismo privado. De esta nueva relación, que de la economía pasa a la esfera política, nace también una nueva base político social del Estado, que en esta fase establece un vínculo orgánico con el capital financiero y requiere un tipo de “productividad” que, ubicada directamente en los engranajes del Estado, se transforma en “productividad política”.

El hecho intrínseco de esta relación entre el ser objetivo de estos nuevos grupos sociales y el Estado del gran capital determina que se dé entre ambos una relación que, siendo fruto del paso de un parte de la productividad de la esfera inmediata de la economía al Estado, no sea contradictoria y a la vez sea integrativa de la nueva fundación social del Estado.

De esta compleja relación economía-masa-política, como señala B. de Giovanni, “nace un tipo de difusión de la política que apoya su organización en la `gente pequeña’ y en los intelectuales como núcleo de masas de una forma específica de reproducción”81.

En la esfera de la sociedad civil, la superación de la crisis comporta para las clases dominantes una recomposición de la relación entre la política y la economía, y con ello, la difusión de las formas políticas y de las masas en un Estado - y aquí se sitúa una contradicción que Gramsci apunta en su estrategia - que continúa siendo y acentuando su carácter plutocrático.

La necesidad del paso de la guerra de maniobra a la guerra de posición está signada por el hecho de que la sociedad civil aparece ahora articulada en toda la dimensión del Estado, creando varios centros de una hegemonía extendida a sectores sociales que consideran el Estado como interlocutor en la esfera de la productividad de la política. En esta fase, la estrategia del proletariado debe ser diseñar los elementos teóricos de una lucha política que se enfrenta a un cuadro nuevo, de socialización de la política en el marco del Estado monopólico. Es aquí donde se interconecta el papel del partido - y en particular del partido popular -,que por una parte no puede controlar ni interpretar en sí mismo ideal, social y políticamente toda la realidad de la transformación socioestructural, pero que por otra debe ser capaz de interpretar global y hegemónicamente la creciente contradicción entre la socialización de la expansión de la política y la concentración del dominio que el Estado financiero tiene.

En esta realidad, afirma Gramsci, no es suficiente el partido anti Estado para crear una alternativa de masas que alcance una proyección hegemónica y se transforme en antítesis de la clase dominante, que ahora ha dispuesto sus “fortificaciones” en todos los engranajes del Estado, de un Estado que se relaciona directamente con los grupos sociales, y en particular con las masas intermedias que deben servir como reproductoras de la ideología y de la forma de convivencia que la dirección hegemónica y el dominio necesitan.

Para Gramsci la lucha por la transformación del proletariado en clase dirigente, debía obligatoriamente comprender el fenómeno de la pluralidad social y política –que es cultural y económica-, y disponerse a ejercer su hegemonía no sólo de clase en clase y de grupo en grupo subalterno, sino también a nivel de las expresiones políticas que surjan de los nuevos sujetos sociales distribuidos a través del Estado.

Gramsci señala: “Hay que observar que la acción política tiende precisamente a sacar a las multitudes de la pasividad, es decir, a destruir la ley de los grandes números. Con la extensión de los partidos de masas y con su adhesión orgánica a la vida más íntima (económica, productiva) de las masas mismas, el proceso de estandarización de los sentimientos populares pasa de ser mecánico y casual a consciente y crítico. Así se forma un vínculo estrecho entre grandes masas, partido, grupo dirigente, y todo el complejo, bien articulado, puede moverse como un hombre colectivo”82.

De allí la obligatoriedad que tiene el partido revolucionario de pasar del partido anti Estado a un nuevo concepto de partido, con dimensión estatal, que reproduzca en su seno la misma circulación que el Estado ha hecho hegemónicamente con las masas, rescatando el momento unificador de la política y de las propias masas, que se desligan del Estado, adhieren a la hegemonía del partido en tanto éste configura una nueva forma de transformarse en Estado, logrando superar la contradicción inherente al Estado anterior, e imponiendo, al menos como perspectiva, la correlación entre socialización de las ideas, de la política, del poder, y socialización de la apropiación económica.

Gramsci sostiene que en la sociedad civil el partido político cumple el mismo papel que el Estado cumple en la sociedad política, es decir, la fusión entre intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales con el fin de transformar la clase de grupo económico en grupo intelectual y político, con capacidad para hacerse cargo del Estado. En ello ve la capacidad unificadora del partido en la sociedad civil y en la sociedad política, que asegurando la supremacía de la política es capaz de comprender e incorporar en el ejercicio de su dirección la nueva relación de fuerzas que se produce entre las clases, y de articular las alianzas políticas y sociales para convertirse en Estado. De esta manera, se transforma el nexo partido - clase (partido-nomenclatura de clases), que al hacerse dinámico “es no sólo una expresión mecánica y pasiva de las clases mismas, sino que reacciona enérgicamente sobre ellas para desarrollarlas, extenderlas, universalizarlas”82.

Para Gramsci, los partidos, haciendo referencia a todos los partidos políticos y no solo al partido obrero, son verdaderas “escuelas de la vida estatal”, que por adhesión voluntaria de las masas que los integran y su “legalidad” interna, por el elemento de disciplina consciente que engloban, representan el paso de la necesidad a la libertad, y por ende, están en condiciones de realizar una mediación política de carácter colectivo, lo que modifica las relaciones de hegemonía entre las clases en una fase que se caracteriza por la difusión múltiple de la hegemonía. La expresión y la representación de las clases y de los grupos sociales es consustancial al ejercicio de la supremacía de la política, que con el pluralismo se enraiza de manera nueva en la sociedad.

Cabe señalar que en Gramsci está presente de manera permanente, desde su elaboración inicial de los Consejos de Fábrica a los Cuadernos, la articulación plural de la sociedad de masas. Pero en relación con el partido en cuanto “moderno Príncipe”, lo concibe como la síntesis de la voluntad colectiva nacional popular, situado en el centro de la vida política y social.

En este sentido, la visión de pluralismo en Gramsci es más bien enunciativa. Cabe señalar que en muchos pasajes de su elaboración Gramsci se refiere no sólo al partido comunista sino al partido moderno en general, y en especial podemos rescatar de la crítica que formula al ejercicio totalitario del poder por parte del fascismo y del “parlamentarismo negro” la idea de pluripartidismo.

Creyendo no forzar el pensamiento de Gramsci, se puede sostener que en su elaboración, especialmente en su análisis de la estrategia para enfrentar a la dictadura fascista y en la unidad de las fuerzas democráticas, hay una fundamentación del pluralismo y en alguna medida del pluripartidismo - que no se identifican, porque en su diferenciación hay espacio para una articulación democrática más amplia y compleja - que el movimiento obrero debe englobar conceptualmente en su quehacer hegemónico en una sociedad extremadamente diversa como la que hoy se presenta en el Occidente desarrollado, no sólo respecto de la sociedad rusa prerrevolucionaria o de la sociedad liberal, sino incluso de la propia sociedad a la que hacía referencia Gramsci.

Sin embargo, ello no aparece claro cuando se trata del proceso de ascenso al poder de la clase subalterna y donde Gramsci mas bien queda prisionero del rol final que partido jacobino – leninista, el moderno príncipe, tiene en este proceso. La noción de pluralismo y sobre todo de pluripartidismo, que es la base como se expresa el pluralismo en la sociedad democrática, no es expresa en Gramsci en esta fase, ni podemos considerarla como parte de su aporte intelectual y filosófico a las ciencia política, más alláde que el tema aparezca planteado en la esencia final de su elaboración.

Como señalara el intelectual y político italiano Pietro Ingrao, no podemos atribuir a Gramsci toda la elaboración posterior de distintos partidos de izquierda en sus condiciones nacionales específicas, así como tampoco la elaboración de los principales teóricos marxistas contemporáneos en relación con la hegemonía y el pluralismo. Podemos afirmar que éste es un valor adquirido de la estrategia progresista que se inspira en el marxismo.

BIBLIOGRAFÍA DE AUTORES CITADOS Y MENCIONADOS

Capítulo tercero

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