Oh I'm just counting

Piñera, Macbeth y los espectros. Por Pablo Azócar, periodista y Escritor

Piñera volvió al lugar del crimen.

Viéndolo en la Plaza de la Dignidad no pude dejar de pensar en Macbeth.

Viéndolo caminar con dificultad por esos pastos secos, como aturdido o extraviado, como si no supiera lo que estaba haciendo, como si anduviera buscando a alguien, o quisiera preguntar por el número de un paradero, pensé en los remordimientos que no dejaban en paz a Macbeth, que de otro modo también volvía una y otra vez al lugar del crimen.

El guion de Macbeth y Piñera es semejante: ambiciones y traiciones sin medida.

Macbeth es capaz de matar a Banquo, amigo entrañable, compañero de mil refriegas, y luego se carga nada menos que a Duncan, el rey de Escocia, quien ha sido su valedor y hasta le ha dado un título nobiliario.

Piñera quiere ser millonario a toda costa y en su camino va dejando una retahíla de cadáveres exquisitos, incluyendo al ominoso empresario Ricardo Claro (quien, como Duncan, no era ningún niño bueno, pero había adoptado a Piñera como su protegido).

Es la tragedia perfecta.

Macbeth lo tenía todo y quería más. Piñera lo tenía todo y quería más.

Pero los muertos pueden volver como espectros, y eso lo sabía Shakespeare porque también lo sabía Homero. Lady Macbeth empieza a tener pesadillas, no duerme, no descansa, camina sonámbula por la casa, sueña que tiene las manos llenas de sangre, se esmera en lavar esas manchas, ¡pero la sangre sigue allí!

Los chicos de Piñera mandaron muchas veces a que limpiaran los grafitis de la Plaza de la Dignidad, pero los grafitis volvieron a aparecer, una y otra vez, tozudos, inexorables, y Piñera podrá enviar cuadrillas gigantescas de obreros a borrarlos, podrá emitir decretos y dictámenes prohibiéndolos bajo pena de muerte, pero esos cadáveres y esos mutilados le van a seguir hablando, como espectros tenaces, igual que en la tragedia griega, hasta el fin de los tiempos.