Oh I'm just counting

Aceptación. Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

La minúscula arenilla alojada en un punto vulnerable de mi cuerpo, tiene la virtud de recordarme la frágil constitución de mi materia y sumergirme en el desconsuelo que me produce la facilidad con que aquel pequeño elemento altera mi rutina, abate mi creatividad y apabulla la apacible belleza del día primaveral. En espera de una intervención que en los próximos días se encargará de la inoportuna piedra percibo que la inutilidad que me invade solo me afecta a mí, el resto, impasible, continúa la marcha de sus vidas y yo asumo la facilidad con que el mundo, un día de estos - seguirá su curso sin mí - y aquello me traspasa un insospechado sentimiento de tranquilidad y paz.
 
Sin ánimo para conversar, e incapaz de concentrarme, pendiente del artero ataque del dolor, solo atino a observar; me aíslo en la terraza para intentar capturar los tibios rayos de sol; para contemplar el jardín reverdecido y florido ante la irrupción de la primavera; para atender el incesante gorjeo de los pájaros que se acercan temerarios; para observar el ufano paseo del zorzal sobre el pasto, en atenta vigilia a la conducta del felino, y para regocijarme con el recuerdo de traviesas golondrinas, que seducidas por el curso de las aguas del río, en su vuelo describen urgentes cabriolas, que en su roce, humedecen sus alas. La encantadora armonía de la naturaleza me envuelve en deleitoso placer que me sume en un prolongado estado de melancolía.   
  
Cojo un diario e intento concentrarme en su lectura. Me distraigo con un artículo que habla sobre una adolescente que, desde el otro lado del planeta, venida desde lejanos bosques y mares del norte, enrostra a los líderes del mundo su falta de voluntad y compromiso para actuar con coraje frente al calentamiento global y el cambio climático. Y… ¡Vaya que tiene razón! Si no adoptamos medidas que protejan nuestro hábitat, la escasez de agua producirá muerte y devastación. La acumulación de gases contaminantes generará cálidas temperaturas con aumento del riesgo de incendios que conducirán a un planeta desértico; el incremento de sequías y la baja de precipitaciones provocará la muerte de animales ante la mirada impotente de granjeros desesperados; los huracanes aumentarán su poder devastador; las tormentas vendrán acompañadas de inundaciones intensas y propagarán contagiosas enfermedades; daño en los cultivos aumentará el precio de los alimentos que llegará a menos gente; el derretimiento de glaciares elevará el nivel del mar, que en un país con extensas costas como el nuestro, incluirá perdida de territorio costero y de las edificaciones instaladas en su borde; desaparecerán especies animales y se extinguirán los osos polares; olas intensas de calor atacarán la vida humana.
 
¡Qué duda cabe! El mensaje crea conciencia en los niños y advierte a los hombres que frente a la inminente degradación de nuestra materia, el único valor que - más allá de nuestra muerte - podemos transmitir a las generaciones futuras, es el legado que podemos dejar.
Algo en el tono de la expresión de la adolescente me provoca sin embargo, una ligera aversión, ¿Puede alcanzarse éxito en una idea cuando se impone desde el fanatismo? ¿Es necesario acompañar el discurso con la arrogancia de la superioridad y de un torvo y diabólico gesto en la mirada? Y lo más preocupante ¿Es por sí solo, este mensaje, capaz de salvar el destino del hombre?
Conjeturo sobre aquello, cuando sorpresivamente me detengo en mis ideas - que quedan suspendidas – al oír desde el interior, suaves y delicados sonidos que ascienden raudos, hasta irrumpir con la fuerza inconfundible de las notas de la más breve sinfonía de Schubert, la única compuesta en dos movimientos, por lo que se la ha llamado inconclusa, como si le faltara  algo… Desde entre armoniosas notas - visionarias y cargadas de fatalismo - surgen remecedores golpes que intentan descifrar el aciago destino del autor y la incierta rutina que desde siempre arrastra la humanidad, cautiva en el alma mezquina del hombre, capaz, pero nunca dispuesta a alcanzar la unidad entre ellos. Surge el segundo movimiento y la paz reina otra vez en los espíritus, como dando una oportunidad más a los hombres, para que, en un acto de esperanza, se reconcilien, pero regresan las notas trágicas, y el dolor se apodera una vez más del autor que descarga toda su fuerza premonitoria sobre el aterrado auditor, que apenas logra atisbar la realidad de horror que el autor le propone, pues entonces éste, que solo insinúa, en gesto de sutil recato, desiste de su intento, retrocede y termina la sinfonía que, ciertamente, no necesita de más movimientos, pues ya todo ha quedado expuesto.
 
¿Ha sido este siglo tan devastador para el destino de la humanidad? ¡No dramaticemos! No lo creo. Si nos comparamos con el siglo anterior, advertiremos que en tal período, envilecido, el hombre nunca asesinó antes, en el campo de batalla, a tantos otros hombres. ¡Millones de muertos en el siglo anterior tan cercano y aún tan reciente! Hoy, impuesta cierta racionalidad, se han evitado al menos las grandes confrontaciones mundiales, aunque en la actualidad, siguen muriendo hombres en guerra, enviados al campo de batalla por países que ven en peligro sus intereses. Aquello seguirá ocurriendo, porque forma parte de la naturaleza humana, que idealmente, en la aplicación de una lógica racional, nunca debería optar por el camino de la guerra, pero eso no es más que una quimera incapaz de interpretar con fidelidad al género humano.   
 
El desinterés por el problema climático tendrá consecuencias desastrosas para algunos, pero no para todos. El hombre, dotado de inteligencia superior, superará, para algunos hombres, las dificultades. Donde no hay agua, la generará, porque los elementos que la componen están. Quitando la sal al mar tendremos agua potable, entonces: ¡Habrá agua! ¿Para todos? No, ¡No seamos ilusos! El agua, que tendrá un costo mayor de producción alcanzará hasta los mismos privilegiados que nunca hemos padecido por la falta de alimentos.
 
Durante el siglo pasado observamos los desvelos y padecimientos del continente africano - como si se tratara de un mundo ajeno - por la ausencia de alimentos, falta de agua y enfermedades, y poco recuerda el mundo la historia de Albert Schweitzer, que por luchar contra ese flagelo, que la humanidad observaba con indiferencia y desidia recibió en el año 1952, el Premio Nobel de la Paz.
 
Si la temperatura aumenta, tengo fe en que el hombre encontrará la solución para combatirla, pero no tengo fe en cuanto a que esa solución beneficiará a todos los hombres, más bien creo que beneficiará solo a ciertos hombres privilegiados.
 
Lo que preocupa a Greta y a quienes cubren con una bandera de fanatismo el calentamiento global, es el pálpito desde la inmediatez, del terror y el sufrimiento que puede alcanzarles, porque hasta aquí, los males con los que ha convivido cierta parte de la humanidad, solo les han tocado desde una perspectiva lejana, de apariencia inalcanzable, que ahora en cambio, se ciernen con despiadada cercanía, y ellos perciben esa angustia…, como cuando alguien que no se ha preparado para la muerte, descubre su presencia cuando esta se acerca solapada.     
 
La reacción ante un determinado dolor se produce en el hombre solo cuando percibimos que aquel dolor nos tocará, y lo que nos redime es un giro en esa actitud. El mensaje Greta, es que la parte de la humanidad que no sufre se adueñe de los dolores que afectan a la parte sufriente. Cuando eso ocurra, créeme que el resto será solo un detalle que se resolverá a través de la capacidad y tecnología que el hombre pondrá a ese servicio.
 
Nos resulta incómodo el dolor ajeno, por lo que lo rehuimos, no lo hacemos propio, y eso es lo que hace tan conmovedoramente trágicas las notas de la sinfonía en dos movimientos de Schubert, que en su imperfecta naturaleza, la preocupación del hombre alcanza solo hasta su círculo más cercano y en algunos hombres más generosos se extiende hasta círculos de relaciones un poco más distantes, pero acotado, cuando en realidad, solo la extensión de tales círculos hasta fronteras infinitas e inextinguibles, será capaz de afianzar la suerte en el destino del hombre. La consolidación de un mejor destino solo puede alcanzarse al sentir como propio el dolor ajeno.  Albert Schweitzer lo dice de manera simple y certera: “Mientras el círculo de su compasión no abarque a todos los seres vivos el hombre jamás hallará la paz por sí mismo”