Oh I'm just counting

La voz del extraño. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Débiles ráfagas de viento que atenuaban el calor reinante arrastraron las amenazantes nubes que en la mañana impedían presagiar la grata tarde

Su mirada indulgente aprobó mi trote, aunque ella hubiera preferido que por el resfrío hubiera permanecido en casa, reposando, y en la calle percibí que el comportamiento de mi cuerpo validaba la impresión de mi mujer y que, en mis condiciones, el acto de trotar tenía más de arrojo que de razón. Al llegar al Puente Lo Curro, extenuado, enfrenté una disyuntiva: no cruzarlo reduciría mi trote en un kilómetro. Las piernas cansadas, agudos silbidos brotando de mi pecho y repentinos tosidos que retumbaban en mi espalda, me incitaban a ceder y acortar el trote.
 
A poco de la bifurcación la voz de un extraño pululando en mi interior intervino impertinente:
 
-¿Acortarás el trote?– desafió.
 
-Es lo que pensaba– repliqué afectado por una timidez dolosa.
 
-¡Cedes ante ti! Con suma facilidad, alteras lo que te habías propuesto– insistió impiadoso.
 
En aquel momento, viniendo hacia mí, dejaba el Puente un corredor viejo yuna fuerza indefinible deslizó sobre su rostro una mueca burlona que me aguijoneó al sentir que él había adivinado mi conflicto.
 
-¡No, no claudicaré!– susurré apretando los dientes.
 
-¡Te felicito!– respondió el inmisericorde. Pero… continuó. ¡Resérvatelo! No lo comentes porque no te enaltece. Compites contigo mismo hasta un extremo obsesivo. ¡Pocos lo entenderían! Y… ¡quedarás como un obseso!
 
La misma fuerza misteriosa me insta ahora a correr y superar el dolor. La siento como una fuerza que se origina al interior de mi morada, en el núcleo sagrado en que nace mi ética y mis pensamientos derivan hacia un conflicto de conciencia: ¡No es bueno obsesionarse en la obtención de un logro! Sin embargo, el estigma ético de luchar sin límites, más allá de los legales, morales o los de la propia conciencia, acompaña el carácter de algunos hombres durante toda la vida.
 
El problema me está dando vueltas en la cabeza cuando el saludo del conserje vecino me anuncia que estoy llegando a mi casa.
 
-Un día de estos, voy a ir a saludarlo para que me dedique su libro– arguye.
 
-Encantado– replico mientras los conceptos de moral y ética siguen martillando mi cerebro.
 
-Cuide el resfriado– alcanzo a oírle decir antes de que los festivos ladridos de mis perros apaguen la voz del hombre.
 
Han pasado unos días, la luz de la mañana irrumpe a raudales y al cruzar el río observo que el sol ha trazado contra el cerro –cortando las casas sobre la cota mil– una línea que separa la luz y la sombra. Impostergable, en breve, el tiempo consumará la luminosidad sobre las casas, mientras yo, inmerso en el noble escenario de viviendas custodiadas por verdes y añosos árboles, vuelvo a mis reflexiones sobre ética y moral.
 
Para separar ambos conceptos, que suelen confundirse, me apoyo en la degradante condición de esclavitud. En su inicio ella era legal y la moral –que regula en forma subjetiva las costumbres y normas que rigen una sociedad– la permitía. ¡Nadie era inmoral por poseer un esclavo! Sin embargo, la convivencia con el esclavo junto a la reflexión ética del amo con su propia conciencia cambian gradualmente el concepto de moral sobre la esclavitud, hasta abolirla. Es decir, con el tiempo y fruto de profundas reflexiones éticas, aquello que era aceptado fue repudiado moralmente hasta que la ley incorporó la norma, declarándolo ilegal.
 
En todo ese proceso el precepto ético respecto del deleznable acto de esclavizar a un hombre siempre estuvo vigente y lo que retardó la superación de la ignominia fue la insuficiente reflexión humana o su indolencia sobre el tema que permitió eludir el enfrentamiento con la conciencia y soslayar el conflicto.
 
Cuando una ley se opone a la moral complica al Juez, quien al fallar conforme a la ley entra en conflicto con la norma moral, lo que debe ser dirimido por éste respetando sus valores éticos, es decir, cumpliendo el sagrado dictado de su conciencia.
 
Hace algún tiempo, en las memorias de un empresario extranjero llegado después de la guerra, leí acerca de su reconocimiento de que en la aplicación de su gestión, en épocas duras y con la finalidad de mantener su equipo, hubo de incurrir en acciones reñidas con su propia concepción de la ética. Descarto una inspiración innoble de su parte, porque ese conflicto me ha acosado con frecuencia durante mi vida empresarial. Este conflicto es inherente al juego de la vida y con mayor relevancia golpea sobre quienes ostentan mayores cargos.
 
En su Carta al Greco, Kazantzakicita que: más importante que las consecuencias de un acto es el sentido que lo inspiróy yo creo que es un precepto que siempre debe tenerse presente por el Juez y, en ciertas ocasiones, puede justificar al empresario o al trasgresor de una norma.
 
El sol, que permanece inmóvil, asciende sobre mi cabeza lanzando rayos que entibian y dañan. Diversas aves trinan interrumpiendo el silencio sin alterar la apacible calma matinal. A menudo la toma de decisiones propone conflictos en la interpretación de ciertas normas morales, obligándonos a estar atentos y en permanente reflexión sobre materias de índole ético.
 
Cuando inicio el retorno y el sol agobia intenso alcanzo hasta donde quería llegar, en mis pasos y en mis letras. Mañana se celebrarán elecciones en el país y ante la alta probabilidad de que el Presidente elegido sea un empresario, he querido abordar este tema.
 
Durante mucho tiempo trabajé para el Serviu, construyendo Servicios de Urbanización y Viviendas Sociales. Con la finalidad de aumentar la cantidad de unidades a construir un día el ministerio adoptó la mágica fórmula de fijar el monto máximo de la vivienda, obligando a las constructoras a rebajar las Especificaciones Técnicas para aumentar las unidades ofertadas. El ejercicio, poco inteligente, trajo como consecuencia el colapso de las febles viviendas, incapaces de soportar la inclemencia del invierno. En mi caso, me felicité de haber rechazado participar en tales licitaciones, mientras los noticiarios mostraban el desastroso colapso.
 
En materia moral, una empresa debe regirse por el cumplimiento de la ley y la regulación de las normas legales debe ser competencia del Estado. De otra forma, la empresa que se aprovecha de una norma inmoral se favorece frente al resto, destruyendo la equidad que como condición básica debe primar entre ellas en un sistema eficiente.
 
Hace unos días observé en la televisión como un grupo de excelsos periodistas del medio, preocupados como se ha hecho habitual, en primer lugar, del lucimiento de sus incontenidos egos, entrevistaron al candidato con mejores expectativas hasta llevarlo a la compra de lo que se ha llamado empresas zombis. El suceso, enmarcado en el ámbito legal de la fecha, genera un debate moral que puede resultar extemporáneo y es posible que, en similar situación, muchos de los que hoy atacan hubieran procedido de igual manera.
 
Su respuesta, insatisfactoria, rehuyó el sentido de la compra, el que -a nadie cupo dudas– serviría para atenuar el pago de impuestos de otras empresas de su propiedad.
 
Lo hizo, estaba dentro de la ley hacerlo y podía hacerlo, otros lo hicieron y seguramente algunos de los que hoy atacan también lo hubieran hecho. Pero… la ciudadanía tiene derecho, dada la enorme distancia entre dirigir un país y administraruna empresa, a conocer, respecto de las empresas zombis, una reflexión profunda desde el ámbito ético de parte del candidato.