Miguel Estay Reyno, alias “El Fanta” y condenado a cadena perpetua por el Caso Degollados, falleció en dependencias del Hospital San José por causas asociadas al Covid-19.
A través de un comunicado, Gendarmería informó que “El Fanta” se contagió “luego de recibir una visita que resultó positiva para Covid-19, el pasado 10 de agosto”. Luego de eso fue trasladado desde el penal Punta Peuco hasta el recinto asistencial donde terminó perdiendo la vida.
Estay Reyno, de 68 años, cumplía una condena de cadena perpetua por el Caso Degollados, ocurrido en 1985, y que costó la vida de tres militantes comunistas: Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino.
De pasado militante en las Juventudes Comunistas, decidió traicionar al partido para comenzar a colaborar con la dictadura militar. En su libro “El Fanta: Historia de una traición”, la periodista Nancy Guzmán relata que “Miguel Estay Reyno se cambió de bando aparentemente sin sufrir tortura, llegando a ser de los más activos agentes de la dictadura. Con un agravante enorme: delató a sus dos hermanos menores (lo que les significó prisión y tortura), ambos militantes del PC, y a los que había prometido a su padre, que partió al exilio, cuidar”.
La muerte de Estay Reyno es la segunda al interior del penal de Punta Peuco a causa del Covid-19 en menos de 24 horas, luego que Gendarmería comunicara la muerte del Coronel en retiro Jaime García Zamorano.
Desde Gendarmería afirman que toda la población penal del módulo 1 se encuentra en aislamiento preventivo, para evitar más contagios. De acuerdo a datos de la misma institución, 32 reclusos han perdido la vida en todo el país a causa de la pandemia.
El traidor: de comunista a agente del terror
En el libro de la periodista de investigación Nancy Guzmán, "El Fanta Historia de una Traición" señala que cuando una persona era detenida les decía "Coopera, ya no queda nada, no vale la pena resistirse, no te sacrifiques en vano a cada nuevo detenido que llegaba a la sala de torturas".
Las palabras de este, hasta entonces, destacado y admirado militante comunista, del experto en Inteligencia y Contrainteligencia militar formado en la Unión Soviética, no buscaban reconfortar al secuestrado, sino quebrar sus últimas defensas antes de someterlo a los más aberrantes tormentos.
Cooperar, para El Fanta, no era únicamente que el detenido dijera algunos nombres o que develara sus responsabilidades en la estructura de su partido.
Era más, mucho más que eso: delatar a sus compañeros y compañeras; entregar el organigrama de sus estructuras militantes; detallar sus puntos de encuentro, sus señales de normalidad, sus casas de seguridad, sus redes de apoyo.
Cooperar era también asistir a los agentes en la captura de nuevos detenidos, participar activamente en las celadas por intermedio del engaño; presenciar los interrogatorios para validar la información arrancada a golpes; hacerse partícipe de las torturas; integrar la patota en los asesinatos; guardar silencio respecto del destino de los cuerpos; celebrar con sus captores el éxito de las misiones de aniquilamiento.
Cualquier otra actitud conduciría a la muerte. Cooperar era aceptar transformarse en asesino. Fue eso lo que hizo El Fanta, sin necesidad de golpes ni torturas.
Decidió cooperar desde el primer instante de su detención.
Nancy Guzmán en su libro muestra los vericuetos aterradores de la traición de El Fanta, por los vulgares y sórdidos ambientes de los agentes del Comando Antisubversivo de Operaciones Conjuntas, por las miserias de un hombre que, en un abrir y cerrar de ojos, se transformó de un joven idealista revolucionario, en un frío servidor de la dictadura, sacrificando a amigos entrañables, a familiares, a compañeros y compañeras.