Oh I'm just counting

Nieve. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Un ruido extraño y fuerte nos despertó a eso de las tres y media de la mañana, mi mujer, más valiente que yo, reaccionó de inmediato y salió rauda a investigar su origen, mientras yo, sacudiéndome del sueño, me mantuve expectante y refugiado en la tibieza del lecho. Preocupado por su tardanza, fui por ella y la encontré ensimismada, extasiada, observando la alfombra nívea que la naturaleza había, caprichosamente, dispuesto sobre el césped. ¡El pronóstico había acertado! Y el ruido que nos había despertado obedecía a ramas de viejos árboles del jardín que por el peso de la nieve acumulada, se habían desprendido lanzando un sordo y desgarrador quejido. El súbito resplandor de un transformador eléctrico nos anunció algo que se ha hecho habitual en la ciudad: caída del servicio eléctrico frente a la menor contingencia natural.  

A las seis, intento salir a trotar, pero mi mujer me detiene: ¡No me hagas eso! – reclama - me quedaré preocupada - sal cuando amanezca. A las ocho, abrigado hasta los dientes, y ante su mirada resignada, salgo en busca de mi utopía libertaria. Ramas obstaculizan la entrada a mi casa, y la calle se ha cubierto de una nieve licuada y barrosa.

Algo tan inhabitual en Santiago, parece un regalo de la naturaleza, pero el frío incómodo que puede determinar un ingrato amanecer para muchos, y la presencia de un día oscuro y gris, me internan por un sendero lúgubre, mientras juego a mantener mi estabilidad saltando entre la calle y la vereda para apoyar la zapatilla en el pavimento o en lo que me parece nieve endurecida. Trato de eludir las pozas, pero no logro evitar que mis pies se mojen con agua fría. Para no resfriarme tendré que correr más de prisa hasta calentar la totalidad de mis miembros.
 
Se ha abierto otra vez el debate sobre la pertinencia de mantener vigente el penal Punta Peuco. Hacia allá derivan mis cavilaciones esta mañana húmeda y triste. Mientras corro, pienso que una discusión seria sobre cualquier materia requiere - si se quiere alcanzar un juicio ecuánime - de la inclusión en la evaluación de todas las circunstancias afectadas. Una comunidad mejora cuando la dispersión de los valores morales que la rige es menor, y aquello implica un constante debate entre todos los ciudadanos, que permita instaurar de manera objetiva las normas que construyan la sociedad deseada. Quien se excluye, omite, y quien omite, también será considerado culpable.

¿Cuándo y cómo deben existir las cárceles?
Iluminado por la sabiduría que brotaba de las paredes oscuras de la celda en la que él mismo se había confinado, cumpliendo con aquello de que:”No se puede medir a nadie con una vara que no se conoce”, Virata, el protagonista de “los ojos del hermano eterno”, en la curiosa novela corta de Stefan Zweig, reconoce con el corazón encogido que la libertad es el derecho supremo del hombre y que nadie debe encerrar a nadie.
 
Idealmente, las cárceles sobran, pero no es posible eliminarlas, pues existen individuos que en libertad pueden atentar contra la sociedad, caso en el cual, es razonable imponer la privación de libertad. No es discutible sin embargo, que esta facultad corresponde al Estado y que en su aplicación debe considerarse la rehabilitación que permita redimirse, al individuo encarcelado.
En el arco de acceso al recinto penitenciario de Chillán, lugar en que después de redimirlo, fue fusilado el “Chacal de Nahueltoro”, paradójicamente, reza la inscripción: “Sean estas murallas manantial de reforma y fe”
Tampoco puede discutirse la dignidad en la aplicación de la condena, en cuanto a las condiciones que el Estado debe garantizar al condenado.

¿Qué motiva el surgimiento de un penal con “privilegios”?

Un análisis objetivo no puede desconocer las causas que motivan un cierto efecto. Al hablar de las causas que produjeron la Segunda Guerra Mundial se reconoce el efecto que tuvo en ella el Tratado de Versalles, que condenaba a los alemanes a sanciones inaceptables, y que incubó el efecto que generó el conflicto. Se concluye entonces que el Estado no debe propiciar la inexistencia de una prudente clemencia con el castigado, más aun cuando se refiere a un adversario con un alto grado de poder.

¿Quiénes habitan hoy Punta Peuco?

Algunos, jóvenes oficiales al tiempo de la comisión del delito imputado. ¿Podían en el conocido contexto de entonces oponerse a una orden que hubiera significado su propia muerte?
Otros, padecen enfermedades terminales y en ciertos casos han perdido la capacidad sobre sus facultades mentales.
El resto en reclusión, al igual que cada preso del país, merecen el digno trato que corresponde al cumplimiento de su condena en un lugar en el que tengan la posibilidad de redimirse, porque al fin de cuentas: ¿No es aquella acaso la única condición que distingue la diferencia entre un hombre y un animal?
 
¿Quiénes deben reclamar justicia?
¡Todo el país! y entre ellos los deudos y familiares de las víctimas, con el adicional peso que para ellos representa.
Soy un ciudadano del país que no debe omitirse de opinar, y que si estuviera entre los deudos mi primera reacción hubiera sido la misma que la de ellos, y desconozco como hubiera evolucionado mi actitud con el tiempo.
 
La oscura mañana se ha ido aclarando, y al correr por largo rato he ido perdiendo el pudor para expresarme. Con humildad, expondré mi punto de vista: El horroroso dolor del alma por  la muerte  de un ser amado, que he padecido,  se mitiga- aunque nunca se acaba – con la resignación que ofrece el paso del tiempo, tal vez porque se cree que con los años  nos acercamos al impreciso lugar en que descansa el ser amado. Concurre aquí, adicionalmente, la carga agobiante de conocer al victimario, la que se enmaraña en nuestro intelecto - porque este es un dolor mental -  con hebras que encausan nuestro pensamiento hacia otros sentimientos, que no es bueno que alcancen la expresión de la venganza, porque aun cuando se originan en la sensación amarga de que mientras la victima ha perdido la vida, el victimario, aunque preso, vive, y más aun, en excelentes condiciones.
 
He corrido por largo rato, la nieve se ha ido derritiendo en las calles y tejados de las casas, aunque persiste - pues cayó en forma profusa - en los parques y como motas de algodón, colgada a los cerros que circundan el valle.
 
Cuando tuvo la difícil labor de ejercer las funciones de juez, Virata, en quien he apoyado mis cavilaciones, con sabiduría, nunca dictaba la sentencia el mismo día del interrogatorio, dejaba mediar entre ellas el frío lapso de la noche.
 
¿Cuántas noches más habrán de pasar para alcanzar la luz que alumbre una decisión acertada? 
Llego a casa después de correr más de dos horas y aunque el día volverá a nublarse, el sol surge de entre las nubes para iluminar la montaña que refulge altanera destellando infinitos reflejos que ilusionan respecto de la vida y la generosidad humana. Aclaro si que el mayor mérito de Virata - sacudido de su vanidad - fue el de lograr que los hombres lo olvidaran a él y a su legado.