La iluminada mañana de primavera se abre a la presencia del río, que surca, al centro del valle rodeado de hermosos cerros, el recorrido inextinguible de su viaje. ¡Tanta armonía en el silencio de la mañana! En un solapado remanso que el río ha dibujado en su camino, distingo la apacible y solitaria navegación de un pato que en ese reducto ha instalado su morada. Muchas golondrinas, cual intrépidas aviadoras, baten sus alas en fugaces vuelos que rosan las inquietas aguas, y se deslizan a lo largo del cauce en un plácido juego interminable. Me invade un irresistible deseo por eternizar el momento, pero entonces, una fuerza opresiva me recuerda que debería convivir durante el mismo tiempo con el inestable mundo del hombre.
Han pasado 30 años y he dejado pasar unos días antes de escribir sobre el suceso. Dirigía en esa época, la construcción de un proyecto en la comuna de Buin y mi recuerdo se remonta a unos días antes de la votación: Chile concurriría a las urnas quince años después de su última elección.
Después de visitar la obra, regresé a Santiago por la ruta central. El regreso a mi oficina estuvo marcado por la epopeya que brotaba de las calles. Conmovido, agradecí a la circunstancia mi presencia en el lugar y poder observar el mágico proceso que nacía. Largas filas de autos tocando sus bocinas y el pueblo que espontáneo se volcaba a las calles para expresar - con timidez que crecía - la libertad y el carácter triunfal de la fiesta que se avecinaba. Aventuré un incontenible éxito para la coalición opositora. Desde la soledad de mi auto, con mi saludo, me integré al jolgorio, unido a la masa por el solo anhelo de enfrentar el oprobioso abuso. ¡Se gestaba en la calle la heroica lucha entre el débil y el poderoso! Y yo: ¡Testificaba el milagro! Un vertiginoso escalofrío de ilusión traspasó mi alma y se apoderó de mí un indescriptible júbilo que remeció mi espíritu. Frente al ineludible proceso que dictaría un cambio en el destino del país - durante la hora y media del viaje - la certeza en la victoria me elevó hasta el éxtasis de la esperanza.
Un deleitoso embate - salpicado de un poco noble espíritu altanero - se agitó enardecido por mis venas cuando recordé que solo unos días antes, cogido de la mano de mi mujer, habíamos padecido la angustia de oír como en la comisaría vecina, las fuerzas de orden del régimen interrogaban a los detenidos en una protesta nacional. Mientras en la habitación contigua dormían nuestros hijos, ambos permanecimos refugiados en el lacerante dolor de nuestro silencio, cómplice delator. ¡Expresaríamos ahora nuestro descontento! ¡Nada nos detendría! ¡Recuperábamos un derecho conculcado y aquello despertaba en mí un desmesurado regocijo! Me envolvió una ola de arrogancia, que cedió, cuando una voz me recordó las conjeturas de un anciano atormentado que murmuraba: Si la muerte es lo que creo que es, dormiré acurrucado en su opulento regazo, pero… si la muerte es lo que dicen que es: ¡Ay de mí!
Desde tiempos inmemoriales el amplio concepto de la celebración ha estado presente en el quehacer del hombre, y se magnifica cuando el suceso que recuerda es múltiplo de diez. Celebraciones como la obtención de un Premio Nobel, o la promulgación de una ley que otorga igualdad en un derecho a sus ciudadanos, siempre será atinada y oportuna. Cuando se trata de una familia: ¿Cómo no celebrar la llegada de un hijo? Pero… no es bueno que un padre celebre el enfrentamiento entre hermanos ¡El decoro lo impide! Tampoco es bueno celebrar el triunfo de una guerra, es más digno hacerlo a través del natalicio de sus próceres, pues lo otro, siempre será un agravio hacia el perdedor.
Unos días después del triunfo del NO, contagiado del festivo ambiente reinante, concurrí a una celebración en el restaurante Buenos Muchachos, cercano al viejo barrio Yungay, y algo muy poco frecuente en mí - en compañía de mi mujer y amigos - bailé hasta bien avanzada la madrugada, en lo que resultó una desatada fiesta. ¡Había motivos para celebrar!
Con el tiempo, como todo aquello que se interna en el recuerdo, el episodio fue perdiendo connotación hasta perderse paulatinamente en el pasado, pues el hombre,debe renovar sus ideas y cambiar los objetivos que lo animan, ¡No se puede eternizar la gloria! El instinto de superación del hombre lo obliga a plantearse nuevos desafíos que lo insten al encuentro de la gloria que subyace en el futuro.
El triunfo del NO en el plebiscito efectuado el año 1988 en nuestro país, que marcó el inicio hacia la recuperación del Estado Democrático, posee todos los méritos para celebrarse, pero la generosidad exige no olvidar que el resultado es de todos quienes participaron en el acto. Su participación, independiente del carácter de su voto, fue lo que legitimó el espíritu democrático que permitió aunarlos a todos.
¡Sí señores! Arengó el forjador del NO, ¡Civiles y Militares! – Repitió con vehemencia autoritaria - silenciando a la masa que repletaba el Estadio y que había querido excluir a los últimos, en la ceremonia en que celebraban el triunfo del mismo artífice a la Presidencia de la República.
Con indisimulada molestia, he observado el mezquino celo de algunos por apoderarse de la celebración de los 30 años de aquel triunfo épico, mostrando negligente falta de generosidad con los derrotados, quienes, al legitimar el proceso con su participación, adquirieron el mérito de celebrar el éxito del resultado, que pasó a ser de todos. Suponer veladas intenciones en sus actitudes degrada, a quien, elucubrando, ofende, pues es principio de nobleza que un hombre público demuestre las imputaciones que inflige a otro.
A veces, la incapacidad de controlar nuestras pasiones nos hace incurrir en acciones que actúan de forma adversa al objetivo perseguido. Quién ha sido parte de un período de la historia, suele padecer un sesgo al interpretar un hecho que es parte de él, porque el vínculo emocional que lo liga al suceso dificulta la evaluación objetiva del mismo. Tal sesgo, advertido por la ciudadanía, ejerce un efecto boomerang, que se vuelve contra el acusador, pues al interior de la comunidad palpita vigoroso el gen de la indulgencia. Emerge una flama de solidaridad con el “victimizado” – como cuando la policía golpea a un delincuente detenido - atenuando el impacto del acto deleznable. ¿Cómo explicar sino las sorprendentes votaciones en nuestra admirada Europa de corrientes como el nacional socialismo?
Usando la caricatura, algunos dirigentes de izquierda, qué por respeto, debieron haber dejado la contingencia permitiendo el surgimiento de nuevos liderazgos, se afanan, con desesperada impotencia, en desconocer cualquier mérito a la Dictadura, incapaces de entender, que la acción de toda orden regida por hombres, siempre transita entre el blanco y el negro, y que nunca esos matices son absolutos, y que la nobleza exige - para lograr el estado armónico - reconocer los gestos favorables del adversario. De otra forma, además, costará mucho vencerlo.
Hay solo una historia, pero cada hombre puede tener su propia versión de ella, con la desaparición de los actores, la historia se acerca al consenso. El triunfo del NO fue posible porque un grupo de audaces dirigentes, investidos de sensatez y coraje, eligieron el camino de la paz para luchar contra el abuso y tuvieron la habilidad para entusiasmar y convencer a una ciudadanía indolente. Pero…También fue posible - y la moderación que impone el paso del tiempo obliga a reconocerlo - porque al gobierno se sometió al itinerario Constitucional dispuesto, y al impacto del revés que aquello le significó en las urnas, porque objetivamente la historia no es profusa en consignar casos en que feroces dictadores, que cuentan con el poder de las armas, con la lealtad de la tropa, con el control de los medios y con la posibilidad cierta de usar la propaganda y la represión en su favor, acepten para dirimir el conflicto político y social, una salida pacífica.
Cito un caso que en los últimos días ha llamado mi atención, porque su interpretación confronta el sentido de la lógica que habita en la esencia del género humano. En una dependencia de la Escuela Militar se desarrolló un acto en el que un coronel rindió homenaje a su padre. ¿Cabe pedir la degradación del oficial, que por su gesto fue pasado a retiro? ¿No aconseja la sensatez reconocer que el hecho nace del irrestricto amor filial, y guardar un prudente y cauteloso silencio? No hay ley ni precepto - y que bueno que así sea - capaz de anular tan poderoso vínculo.
Hoy, pasados treinta años, es bueno celebrar el cambio que aquella elección propició, notable en el desarrollo y la convivencia del país, pero, justo es reconocer la participación de todos en tal proceso… Retrotraigo el discurso… ¡Sí señores! ¡De todos! Porque cada ciudadano, aún aquellos que apreciamos como adversarios, contribuye, con su aporte, el crecimiento integral de una nación.
La madre, indiscutida alma de la familia, lo sabe: nunca una celebración estará completa si se resta alguno de sus miembros.