Por Mario López M.
Quizás es uno de los pocos que puede ser llamado con toda certeza “un servidor público”. También fue un luchador incansable por la verdad, no solo la suya, sino que la de miles que murieron y cuyos restos hubo que reconstituir de pequeños trozos. Muchos nunca aparecieron y partió con esa herida abierta en el alma.
Cambio21 conversó pocos días antes de que se ausentara por razones de salud desde el Senda, donde se desempeñaba como director. Estaba aquejado de un cáncer que lo perseguía ya hace tiempo. Médico de profesión, Patricio Bustos estaba en el servicio público por casi cuatro gobiernos seguidos, incluidos los dos de Michelle Bachelet, quien lo nombró director del Servicio Médico Legal en su primera administración, cargo en que se mantuvo durante la primera administración Piñera, para luego pasar en el segundo periodo de Bachelet por la Alta Dirección Pública a Senda. Allí terminó sus días.
La entrevista con este medio fue la última que concedió a un medio de comunicación. Fue como todas las que tuvimos la ocasión de hacerle antes, humana, directa, franca, emotiva, sin embargo esta última fue además una de despedida silente, sin lamentaciones. “Solo lamento no haberlos encontrado a todos”, nos dijo en voz baja. Sus ojos vidriosos, como los de aquella vez que nos relató las torturas de que fuera víctima en dictadura y presenciara además cómo martirizaban a su mujer en su presencia, conmovieron.
Una lenta agonía
La del cáncer fue corta, ya el sábado la seminconsciencia lo tenía sumido en un sopor que mitigaba su dolor. “Serán tres días decisivos”, sentenciaban los médicos un día antes. No pudo esta vez, murió en la madrugada del domingo, a las 4 de la mañana. El lugar donde sería velado no podía ser otro: Villa Grimaldi. Fue uno de los siete lugares de horror por donde pasó privado de libertad en dictadura, el que se sumó a la Clínica Santa Lucía, Cuatro Álamos, Tres Álamos, Puchuncaví, Silva Palma y “el lugar donde me operaron”, recordó en la primera entrevista a nuestro medio siendo director del Servicio Médico Legal.
La otra agonía no fue de su cuerpo, sino de su alma, su conciencia, sus recuerdos, la agonía de una búsqueda sin tregua por encontrar a quienes fueron sus compañeros, incluso sin conocerlos, de aquellos que cayeron en las garras de la dictadura y de los hoy “viejitos de Punta Peuco” y que nunca más aparecieron. No solo bastaba encontrar los restos, había que identificarlos con precarios medios de los que no se quejaba, muchas veces falta de fondos, otros de avances científicos que dieran certezas.
Hubo una tercera muralla casi infranqueable por momentos con la que debió bregar. “¿Qué hizo la dictadura cuando se encuentran los Hornos de Lonquén? –se pregunta-. La dictadura, de puño y letra, promueve el ‘retiro de televisores’, que no es otra cosa que la exhumación y el ocultamiento de los restos”, nos responde y agrega: “Recuerdo que cuando en esta oficina, al lado nuestro, un ministro al entregar una identificación (de restos) dijo: ‘aquí estamos quebrándole la mano a la acción de encubrimiento más grande de la historia de Chile, la operación ‘retiro de televisores’”.
Criminales, cómplices pasivos y de los otros
“Las dificultades para dar con los detenidos desaparecidos es aquello que nos impide identificarlos. No es un tema de genética ni de antropología ni de tanatología, es de historia de Chile y tiene que ver con la acción de encubrimiento más grande, que no es obra solo de la dictadura cívico-militar, como estructura, es parte de todos aquellos que pudieron hacer algo y no lo hicieron”, nos dijo en esa oportunidad.
Bustos generó esperanzas en familiares de detenidos desaparecidos que aunque nunca cejaron en encontrar a sus seres queridos, muchas veces desfallecían. Implementó un eficiente sistema de captar su ADN, pero sabía que no era suficiente: “Nuestro tema no es de dónde sacar ADN, el tema es encontrar los huesos. Los avances que nosotros tenemos se deben a los familiares, tanto de Detenidos Desaparecidos, de Ejecutados Políticos, de las mujeres de Calama, que recorrieron el desierto buscando las osamentas, de quienes dieron la lucha en Chihuío, en Paine, en Lonquén, en el Patio 29, en fin”, lamentaba.
Para el doctor Bustos, ellos fueron la piedra que, junto a su familia, le dieron “la fortaleza ética” para seguir adelante. Luchó en contra de dinamitazos a los restos e incluso a personas aún vivas, al “retiro de televisores” ordenado por Pinochet para ocultar a los ejecutados ilegalmente. Luchó en contra del silencio de las FFAA y Carabineros, que se negaron a entregar –hasta hoy- información fidedigna que permitiera saber dónde están los que faltan. Aun así aportó a aclarar el crimen del Presidente Eduardo Frei Montalva, investigó la muerte del Presidente Salvador Allende y del Premio Nobel Pablo Neruda.
Dolores y alegrías
“Decirle a un familiar: éste es tu ser querido que estabas buscando, lo describo como un momento de tranquilidad respecto a la certeza, porque humanamente, no solo como valor, sino que más todavía cuando uno representa una institución de este tipo, se tiene que trabajar con la verdad y decir… estoy en condiciones de hacer este proceso y quizás obtener un resultado, pero nunca asegurar un resultado antes de tener la certeza científica. Esa es la tranquilidad que uno le transmite a las personas”, nos dijo sin un ánimo de autocomplacencia. Tenía claro que encontrar restos, a su vez, iniciaba “el dolor de la pérdida”, pero mitigaba.
Nunca se quejó del flagelo que él mismo experimentó tras las largas jornadas de torturas a que fue sometido. Su verdadero sufrimiento, nos relató, fue lo que experimentó en el dolor y la valentía de su mujer, torturada frente a él.
“El dolor más grande que tengo yo como torturado son los compañeros que me faltan. Yo fui torturado junto con mi esposa, ella abortó, a mí me operaron y debí deambular en siete centros clandestinos de detención”, nos confidenció: “La tortura de mi mujer me dolió más a mí que a ella, seguro, pero ella lo vivió”. Fue una de las veces que su voz se quebró.
“Es el dolor que tiene el que una persona querida sufra lo que yo ya sabía lo que era. Eso no es posible describirlo porque no es posible imaginarlo, porque nadie puede concebir en una sociedad democrática, como la que tenemos ahora, algo así”…
Despreció a Miguel Krassnoff, su torturador o al menos el que aplicó la corriente, pero no sintió odio. “No se trata de transmitir el odio y la venganza, sino que la esperanza y la ratificación de que quienes nos jugamos en ese tiempo y especialmente de quienes entregaron sus vidas, luchaban por causas justas, hasta hoy pendientes. Es una situación aberrante haber pasado por lo que pasé. Que nadie se puede imaginar. Lo bueno, es que ninguno de nosotros le haría a los torturadores lo que ellos nos hicieron a nosotros”.