Por Guillermo Arellano
Más cantantes con parlantes en la micro y en el Metro. Más puestos ofreciendo fruta, jugo y bebidas en las principales arterias de la ciudad. Más personas vendiendo almuerzos con carrito en mano. Más gente friendo sopaipillas. Más jóvenes, más mujeres y más hombres elaborando artesanía, tocando instrumentos y ofertando ropa usada, antigüedades, libros, utensilios, sushi y comida vegana y cannábica. Más pañeros y más coleros. Más promoción por Facebook, Twitter e Instagram y más transacciones electrónicas y pagos clandestinos sin boletas.
En suma, más microemprendedores y más empleo informal. Todo para parar la olla y pasar el mal momento a la espera de mejores oportunidades laborales o simplemente para complementar los ingresos mensuales.
“La cosa no está buena”, dicen aquellos que dejaron los pudores y los cartones profesionales de lado y optaron por salir a ganarse la vida en la calle. Por ahí las papas queman y desfilan miles y millones de potenciales clientes de paso, como también la villana invitada, que es la policía uniformada encargada de requisar mercadería y corretear, al menos por un rato, al comercio ambulante.
Se vive el día a día.
Quiénes son
Según los datos recabados por la Quinta Encuesta de Microemprendimiento (EME) que efectuó el Ministerio de Economía en 2017, los microemprendedores se definen como los que dentro de la Encuesta Nacional de Empleo del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) se identifican como “trabajadores independientes”. Es decir, empleadores y trabajadores por cuenta propia con diez o menos trabajadores, incluido el dueño.
En concreto, son 1.992.578 personas, un 9,8% más que los 1.865.860 que se contaron en el anterior sondeo de 2015.
De ese total, el 60,8% son hombres mayores de 50 años sin actividad formalizada ante el Servicio de Impuestos Internos (SII) y que solo llegaron a la enseñanza media. El 37,5% asegura que le motiva no tener jefes, el 23,9% que le gusta no tener horarios fijos y el 14,1% que puede aprovechar mejor sus habilidades.
Por otro lado, el 39,2% son mujeres, 80 mil más que hace 24 meses, e ingresaron a este mundo porque les alcanza el tiempo para realizar labores domésticas, cuidar hijos, nietos y adultos mayores (39,3%), no tienen superiores jerárquicos (28,9%) y gozan de flexibilidad horaria (17,5%). Además, el 2,2% dice que mantendrá este empleo hasta que encuentra un trabajo asalariado, cifra que cae al 0,9% en el caso de los varones.
A nivel general, quienes terminaron la escolaridad alcanzan el 43%, mientras que los titulados en la universidad llegan al 14,4%. Incluso hay gente con postgrados (1,6%). Por lo mismo, los menores de 30 años constituyen el 8,5% y los mayores de 50 el 50,6%. Solo el 1,8% son extranjeros.
Ojo con esto: las mujeres, al igual que en el empleo formal, reciben menos ingresos que los hombres; $257.000 mensuales, monto equivalente al sueldo mínimo de 2016 que solamente el 35,1% de sus colegas masculinos percibe cada 30 días.
Revelador, el 57,9% de los entrevistados sostuvo que decidió emprender “por necesidad”, el 30,3% “por oportunidad”, el 10,3% por “tradición familiar” y 1,5% por “otras razones”.
¿Ganancias? La ficha EME concluye que el 48,8% de lo obtenido mensualmente no supera $257.500, monto que llega hasta $375.000 para el 12,4% del total.
Para anotar: apenas el 4,2% pudo superar $2.550.000 de utilidad, factor que explica que el 58,6% no realice ningún tipo de cotización en salud, AFP o seguro de accidentes.
“Bien trabajado rinde”
Paula es relacionadora pública de profesión y hasta hace poco ejecutiva bancaria y vendedora de servicios de televisión por cable. Todo iba bien hasta que una enfermedad provocó una prolongada licencia médica, lo que generó su despido.
Con las manos en los bolsillos tras mandar decenas de currículos decidió ser una microemprendedora. Y como es buena para la cocina, se lanzó a la venta de fajitas (tacos) en pleno centro de Santiago. “No me hago millonaria, pero con esto pago las cuentas”, nos dice mientras atiende a una persona.
“Trabajo dos horas en la calle, pero gran parte del día se me va en las compras de verduras, champiñones, tortillas y carne. Es harta pega preparar la comida, hacer los envoltorios y trasladarme. No me voy hasta que me compren todo, porque de un día para otro los alimentos se echan a perder”, añade.
De momento, ella espera seguir en esto hasta que vuelva al mercado. Sabe que está ahí por necesidad. “Si no vendo no como”, exclama.
No es el caso de Ángela, que viene de una familia de feriantes y que tras años de ejercicio de ingeniería en marketing y de pequeños emprendimientos inmobiliarios decidió meterse en el negocio de las sandías. Compra por grandes cantidades a proveedores y luego las vende en un conocido mercado capitalino, tanto al detalle como a otros locatarios que se las llevan por montones para luego revenderlas a un precio mayor.
“Un día de pura curiosa la pregunté a un tipo que vendía trozos de sandía en vaso, y a luca la unidad, qué cuántos vasos hacía por sandía. ¡Me dijo ocho y hasta diez! O sea que compra una sandía a $2.000, máximo $2.500, y a esa fruta le saca cerca del 300% de beneficio. Invertirá ocho mil en hielo, pero resulta que no sé cuántas sandías saca al día. Andan con un carro con diez o doce. Así que mal no le va”, nos comentó.
Y vaya que tiene razón. De acuerdo a un reportaje de prensa publicado al inicio del verano, los vendedores de fruta y jugos obtienen un promedio diario de $25.000. Y trabajando cinco días a la semana, a este mismo ritmo, bordearían $500.000 de ganancia al mes.
Los acomodadores de auto registran el mismo volumen de utilidades, mientras que los vendedores de helado, golosinas, bebidas, agua mineral y artículos tecnológicos llegan a $20.000 diarios resultado y de $400.000 cada 30 días. A su turnio, limpiavidrios, malabaristas, músicos de micro y metro (está prohibida su presencia en los vagones) y vendedores de joyas bajan a $15.000 diarios y $300.000 mensuales.
El margen se va a las nubes con los vendedores de sopaipillas, dado que con una entrada diaria de $50.000 podrían sumar nada menos que $1.000.000 de ganancia con solo 20 días de trabajo callejero.
¿Será tan así? Por lo menos, ninguno de los “sopaipilleros” consultados para esta crónica nos quiso hablar de plata. Solo un señor que se ubica a la salida de una estación del Metro nos señaló -con acento argentino (dejó su país por la mala situación económica)- que “bien trabajado este rubro rinde. El problema es cuando hay que arrancar de los ‘pacos’ que te quitan todo”.
Lo mismo sufría Jonny Labra, fundador del grupo “Sol y Lluvia”, cada vez que se ubicaba por las tardes en el Paseo Huérfanos y en la Plaza de Armas de Santiago con su conjunto “Antu Kai Mawen”. Antes de cada show, y a sabiendas de que Carabineros lo iba a infraccionar por ruidos molestos, el percusionista pedía una primera colaboración para pagar una multa.
Luego de conseguir el monto, gritaba antes de lanzarse con su gran repertorio de éxitos: “¡ahora tocamos pa’ nosotros!”. En Pudahuel y La Bandera…
Enemigos de las pymes
Conceptualmente, Joseph Ramos, doctor en economía y académico de la Universidad de Chile, prefiere hablar de “trabajadores por cuenta propia” más que “nombres rimbombantes” como el de microemprendedores, los que “han existido desde décadas, por no decir siglos. Probablemente tenemos menos microemprendedores que los que teníamos hace 80 años atrás cuando había más asalariados en las empresas”.
“Según las distintas definiciones de economía informal, hasta el 30% de la población de un país puede ser informal, lo que incluye trabajar en un negocio familiar sin recibir remuneración. Algunos como taxistas, electricistas, camioneros o que tienen sus boliches sí lo reciben pero por cuenta propia. Los ambulantes ganan más de lo que uno cree, aunque son trabajos de muchas horas, en su mayoría contra la ley porque no pagan IVA, por lo mismo son correteados por la policía, pero que cumplen una función para el que lo efectúa y para sus clientes”, declaró a Cambio21.
Consultado por este medio, Juan Araya, presidente de la Confederación Nacional de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa, hizo la distinción entre los que “salen a vender pan y cosas pequeñas a la calle y las pymes, que necesitan formalizarse y que le paguen a los 30 días, que es lo que le hemos pedido al gobierno saliente, al anterior y al que viene ahora. De lo contrario, quiebran al mes siguiente, porque no tienen plata para pagar el IVA ni las imposiciones ni menos para contratar a nadie”.
“Hay mucha gente que tiene emprendimientos con todo informal, trabajadores incluidos”, por lo mismo descartó que haya un puente su sector y los casi dos millones de ambulantes que enumeró el gobierno.
“Ellos podrían asociarse y hablar con nosotros como Conapyme. Lo que ganan hoy es por períodos, porque hay meses en los que no ganan nada. Entonces, viven con incertidumbre. No tienen previsión, por lo que cuando tengan que jubilar solo dispondrán de la pensión que entrega el Estado”, aclaró.
“Muchos de estos emprendedores pasan a un trabajo asalariado, ni siquiera en el comercio, otros quizás se irán al negocio de otro y un grupo menor pasa a tener un local”, acota Joseph Ramos.
“Es un salto grande tener un capital para comprar o arrendar. Solo un porcentaje reducido de ese grupo que trabaja por cuenta propia va a terminar siendo empresario o formando una pyme para contratar gente. Serían la excepción más que la regla”, insistió.
Acá Juan Araya lanza sus descargos: “apenas el 1% crece. Es una cifra marginal. No es nada. Lo que pasa es que se trata de un tema de capacitación y no de personas que se acostumbran a un ritmo de vida sin horarios de trabajo. Fíjese que la Cámara de Comercio de Santiago detectó que el ‘mantero’ que vende en la calle, por menos de $700.000 mensuales no va a trabajar a una empresa. Prefiere ganar 300 o 400 y quedarse ahí”.
“El comercio ilegal se tomó los principales lugares de venta de la ciudad. Alguien tiene un local y afuera tenemos dos o tres personas vendiendo lo mismo. La pyme paga patente y va el inspector y le exige como si fuera un mall y ve como a los de afuera venden sin pagar impuesto. Y hay mafias que abastecen a estos pequeños empresarios de la calle. Cuando llueve aparecen todos vendiendo paraguas. Lo mismo que las ferias libres, que tienen dos cuadras formalizados y cinco de ‘coleros’”, remató.
El sueño sería terminar como Doña Tina, que de vender pan amasado a un costado del camino terminó con un gran restorán en Lo Barnechea, o como el Conejo Martínez, que se hizo famoso con sus locales de maní en Nueva York. Por ahora solo alcanza para comer. Y eso, en tiempos de crisis, bien vale un reconocimiento.