Oh I'm just counting

TRANSVERSALIDAD. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Hoy el mundo católico celebra la Asunción de la Virgen, lo que representa un acto de fe, algo que con independencia de nuestra convicción religiosa los hombres paulatinamente perdemos, abriéndose un dañino y peligroso flanco de desconfianza en nuestras relaciones.

Atrasé un par de horas mi regreso a Santiago porque quería trotar antes de irme y hacerlo en un día festivo, solo para acariciar el placer de rememorar olvidados amaneceres de infancia, de los tantos que viví maniobrando mi bicicleta por estas mismas ondulosas calles.
 
Vine a Puerto Montt para visitar un edificio de departamentos que estamos construyendo. El invierno –excesivamente lluvioso– demoró el proceso constructivo y ayer, en una faena prolongada por el interminable asedio de la lluvia, ha quedado finalizada la obra gruesa y ahora, al tope de la sala de máquinas del edificio flamea orgullosa una bandera. 
 
Jubiloso, me he situado en la altura del noveno piso solo para recuperar desde ahí la vista de la bahía que los edificios han ido cubriendo a lo largo de los cincuenta años pasados. Desde el mirador improvisado tengo un completo panorama de la ciudad, hacia el mar observo desde la Puntilla de Pelluco hasta la de Tengo, justo donde las aguas verdes se internan en el canal del mismo nombre. Mientras la lluvia implacable azota mi rostro, pienso en lo valioso que sería incorporar la misteriosa Isla al radio urbano de la ciudad. Bastaría con construir dos puentes: uno en Angelmó y otro en Chinquihue.
 
¿Cuánto ganaría la comunidad con la construcción de ese proyecto público-privado? Parques, hoteles, campus universitario, senderos de trote, condominios de viviendas, etc. ¿Radicará el problema en la pertenencia de la propiedad de la isla? Y si es así, ¿no pueden acordar los distintos sectores políticos un proyecto transversal que resuelva aquello?   
 
Llueve en forma tenue y el reciente cambio horario mantiene la oscuridad cuando salgo a trotar. Bajo por la calle O’Higgins y atravieso la Plaza de Armas, la misma por la que caminé tantas veces buscando quebrar mi soledad de adolescente, y… ¡me parece tan distinta! Ni siquiera existe ya el Hotel Plaza, antigua construcción de madera a la que entré tantos domingos de la mano de mi padre -después de soltar la de mi madre a la salida de misa– cuando lo acompañaba al aperitivo que compartía con sus amigos.
 
Como aparecido de un sueño, surge ante mi vista un buque que en espera del amanecer reposa sobre las mansas aguas. Sus iluminadas guirnaldas me recuerdan al capitán que por desafiar la ira de Dios fue condenado a navegar eternamente por los mares. En mi niñez, al despertar, acudía a la ventana para contemplar el mar y al ver alejarse una embarcación pensaba en el destino que guiaba a sus tripulantes y me quedaba soñando hasta que mi ilusión moría cuando el barco desaparecía, devorado por el horizonte.
 
El trote y el arribo de la aurora estimulan mis reflexiones, que derivan hacia el almuerzo de ayer, en que debatimos sobre economía y dignidad, y el ritmo cansino de mi paso me arrastra a esas conjeturas… Durante la guerra fría, expectante, el mundo observó la encarnizada lucha entre dos sistemas políticos y al adoptar los gobiernos estatistas -con mayores o menores matices– distintas formas de privilegio por el mercado, ratificaron el triunfo del adversario, imponiéndose en el mundo el sistema de economía neoliberal. Y…? Pareciera que ahí se acabó la discusión.
 
¡La objetividad del análisis impone la fuerzalógica de la razón! Para ilustrar aquello pienso en una sala en que la maestra reprende a pequeños niños que se afanan por acumular unidades, en exceso, instándolos a una repartición proporcionada, ecuánime. ¡Vano intento! Al transformarse los niños en hombres, olvidados del sermón de su maestra, con suerte hablarán del salario ético mínimo, pero a nadie preocupará el salario ético máximo, factor que a mi juicio motiva las aberrantes desigualdades que imperan en el mundo.
 
El problema de la desigualdad no se resuelve entonces desde las leyes de la economía, a su solución se llega reconociendo que la aplicación de los conceptos de solidaridad y generosidad son los que deben inspirar la ruta del hombre. Nuestra limitada naturaleza humana nos obliga a aceptar en el libre mercado el mejor sistema de creación de riqueza, lo que no significa que debamos doblegarnos ante algunos de los descarnados criterios que lo rigen, reduciéndose entonces el problema a la inclusión en el modelo -con justo equilibrio de solidaridad– de pautas que, sin inhibir la creatividad del emprendedor, satisfagan las necesidades de aquellos seres vulnerables que el mercado por definición posterga, condenándolosa la ignominia de la miseria. Me figuro que esto sería lo que Cristo hubiera deseado y sonrío con rubor ante lo ingenuo de mi ocurrencia. 
 
Comentábamos en el almuerzo sobre como la dignidad del ser humano exige al mundo político establecer pautas transversales frente a ciertos problemas. La salud es un ejemplo de aquello y, frente a eso, en aquel almuerzo tuve la osadía de declararme comunista, solo en ese aspecto, motivando señeras miradas del resto, fluctuantes entre el asombro y el repudio. Pero…
 
¡Nadie está exento de precisar asistencia de salud en algún momento! Y no resulta justo que al padecer una enfermedad catastrófica una persona acabe en la miseria y más injusto aún resulta que alguien muera antes de contar con la atención requerida, porque en tal caso es la comunidad entera, y no exclusivamente el gobierno, quien debe asumir la vergüenza de tal oprobio. 
¡Todos debemos proveer los recursos necesarios para que todos contemos oportunamente con la asistencia de salud requerida! Y…cada uno de nosotros debemos cautelar que la asistencia de salud sea equivalente en igualdad, gratuidad y dignidad.
 
Sin la llegada de la luz termino mi trote. Rápidamente me ducho y regreso a Santiago. Finaliza la semana e increíblemente se adueña de los titulares una información que da cuenta de más de quince mil personas fallecidas en los últimos años sin haber tenido atención de salud.
 
Ni una excelente atención los hubiera salvado a todos me aclara un amigo que, al ser parte de un conglomerado político, se siente amenazado. ¡No, no es eso lo que creo! pero lo que no es transable es que la dignidad que debe imperar en una sociedad no puede permitir que una persona muera sin haber contado con una oportuna asistencia de salud. Mientras eso ocurra seguiremos sumidos en el subdesarrollo, simplemente porque entre todos, transversalmente, no hemos sido capaces de elegir el rumbo correcto y navegamos como el barco ebrio, en camino directo hacia el oscuro drama de la condición humana.  
 
¡Una noticia que me llena de optimismo! Estamos efectuando el proceso correspondiente a la recepción definitiva de una obra que nuestra empresa ha construido, evento que se produce un año después de su finalización. La obra consistió en la construcción de un edificio anexo al Hospital Calvo Mackenna y su finalidad fue la de atender a niños con patologías severas.  La noticia que quiero compartir con ustedes es que el centro proyectado trabaja hoy en óptimas condiciones, sirviendo a pequeños seres vulnerados por catastróficas enfermedades, cumpliendo, desde mi modesta perspectiva, rigurosamente con los estándares de calidad y dignidad que un sistema de salud debe ofrecer, en iguales condiciones de gratuidad, a todos sus habitantes.