El arzobispo italiano Carlo Maria Viganò, crítico feroz con el papa Francisco, al que tacha de “usurpador”, ha sido excomulgado tras ser hallado culpable del delito de “cisma”, es decir, de dividir la Iglesia.
La Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, confirmó la sentencia en un breve comunicado, alegando sus “conocidas afirmaciones públicas” en las que el monseñor se niega a someterse al pontífice.
Pero no solo: Viganò, rostro visible del sector más conservador del catolicismo, también ha sido condenado por renegar de “la legitimidad y autoridad magisterial” del Concilio Vaticano II, la “cumbre” que entre 1962 y 1965 modernizó y actualizó la Iglesia.
¿Quién es el monseñor de la discordia?
Viganò, de 83 años, fue nombrado arzobispo en 1992 por Juan Pablo II y luego, entre otros cargos, ejerció como nuncio (embajador) en Nigeria hasta 1998 y entre 2011 y 2016 en Estados Unidos, donde se congrega un importante núcleo de críticos con el papa argentino.
En los últimos años, no ha escondido su confrontación con Bergoglio y en 2018 le acusó abiertamente de conocer los abusos sexuales del cardenal estadounidense Theodore McCarrick, a quien el pontífice más tarde expulsaría del sacerdocio por sus conductas, llegando incluso a solicitar su renuncia.
En estos años ha tildado a Francisco de “herético”, “tirano” y “siervo de Satanás”, puesto en duda su elección en el cónclave de 2013 y atacado duramente algunas de sus decisiones, sobre todo las más aperturistas, como el documento ‘Fiducia Supplicans’ (2023) que permite una bendición informal de parejas homosexuales.
Es patrón de la fundación ultraconservadora ‘Exsurge Domine’, que tiene por misión “ayudar a los religiosos perseguidos por su fidelidad a la tradición” (el nombre alude a la bula del 1520 contra las herejías de Martín Lutero firmada por León X).
El 28 de junio, cuando se le comunicó la apertura del juicio canónico, lo consideró “un honor” en sus perfiles de la red social X.
Entonces calificó entonces al Concilio Vaticano II (1962-1965) de “cáncer ideológico, teológico, moral y litúrgico” y tildó la “Iglesia Bergogliana”, la del papa Bergoglio, de “metástasis”.
Fulminante proceso canónico
La Doctrina de la Fe, con orígenes en la extinta Inquisición y que vela por la corrección doctrinal y disciplinar, comunicó al monseñor la apertura de un proceso por incurrir presuntamente en “cisma”.
El Código de Derecho Canónico define ese grave delito como “la negación a someterse al Sumo Pontífice o a la comunión con los miembros de la Iglesia”.
La noticia la dio él mismo en las redes sociales -no el Vaticano- adelantando que no tenía ninguna intención de personarse al requerimiento de las autoridades de la Santa Sede.
El plazo para presentar sus alegaciones terminaba el 28 de junio. Una semana después, el 4 de julio, la Doctrina de la Fe se reunió para deliberar su caso y determinó su culpabilidad.
La Santa Sede comunicó un día después al exnuncio el veredicto, pero este todavía no se ha pronunciado (ni tampoco sus eventuales simpatizantes). Su última aparición en X, de este mismo viernes, se resume en una imagen del Crucificado y un mensaje de agradecimiento a quienes le apoyan y pidiendo donaciones a su fundación.
Excomunión ‘latae sententiae’
El pronunciamiento de la Doctrina de la Fe es una excomunión ‘Latae sententiae”, es decir, una sanción en la que se incurre inmediata y automáticamente solo por haber cometido un hecho.
De ahora en adelante, según el artículo 1.331 el Derecho Canónico, Viganò no podrá “de ningún modo” oficiar misas ni otras ceremonias de culto público, ni impartir o recibir sacramentos, ejercer cargos eclesiásticos u ordenar actos ejecutivos, entre otros castigos.
Sin embargo, la excomunión, aunque es una pena muy grave dentro de la legislación apostólica, no tiene por qué ser definitiva, tiene una intención “medicinal” y puede ser revocada en caso de que el condenado se arrepienta y regrese a la obediencia.
Su controvertido caso, por ejemplo, ha sido comparado con otro de los pocos precedentes a ese nivel, el del arzobispo francés Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad de San Pío X, crítico con el Vaticano II y excomulgado en 1988 por Juan Pablo II por actos cismáticos.
Todo para evitar las divisiones que marcan la milenaria historia de la Iglesia, algunas tan importantes como el “Cisma de Occidente”, que entre 1378 y 1417 dividió el papado en dos, Roma y Avignon, o el que separó en el 1054 para siempre a católicos y ortodoxos de oriente