El rechazo al partido de Lula se asienta en el anticomunismo y la corrupción. Haddad es rechazado por el 52% del electorado, ocho puntos más que Bolsonaro
Según fuentes del diario El País de España, el primer día de 2003 un tornero que estudió hasta quinto de Primaria tomó posesión como presidente. Con Lula al frente, la izquierda llegaba al Gobierno de Brasil tras la dictadura. “La misión de mi vida estará cumplida si al final de mi mandato cada uno de los brasileños puede desayunar, almorzar y cenar cada día”, proclamó. Y, aunque 29 millones de personas salieron de la pobreza durante los mandatos del Partido de los Trabajadores (PT), la recesión anuló en los últimos años algunos de aquellos logros, una descomunal corrupción llevó a la cárcel a decenas de dirigentes –Lula incluido—y facilitó el caldo de cultivo para que germinara un líder nacionalpopulista como Jair Bolsonaro, favorito para ganar las elecciones del domingo, y para que resurgiera con enorme fuerza el sentimiento anti PT.
El odio visceral al petismo existía. Quedó adormecido mientras el partido se convertía, en tiempos de bonanza económica, en la mayor maquinaria política de Brasil; y ahora ha resucitado como una hidra. Para muchos brasileños, Lula y el PT son la peste. El mal. El enemigo a batir. Y, si lograrlo requiere ir de la mano de un ultraderechista que añora la dictadura, que así sea. El sentimiento de repulsa –como surgido de las entrañas-- era evidente el domingo anterior a los comicios entre los miles de bolsonaristas que llenaron la avenida Paulista, en São Paulo.
“Bolsonaro no quiere comunismo aquí como el PT”, explicaba Estevão Riveiro, un consultor militar que iba de camuflaje, con botas y gorra verde. El apoyo firme de Lula y de Dilma Rouseff a los Gobiernos chavistas de Venezuela, incluso tras la deriva autoritaria, les ha salido caro.
Comunismo y corrupción son los pilares del antipetismo, un fenómeno que acompaña al partido desde su nacimiento en 1980. Luís Antônio Paiva, consultor de Bolsa, lo expresa con crudeza y ecos de la Guerra Fría: “Este partido [el PT] sigue el libreto de Lenin y Stalin, llevan a la juventud por el mal camino, son el mismo bolchevismo de 200 años atrás”. La aversión ha calado.
Fernando Haddad, ungido candidato por Lula, es rechazado por el 52% del electorado, ocho puntos por encima de Bolsonaro, según la última encuesta. Al sindicalista Lula lo rechazaba el 29% cuando en 1989 intentó por primera vez llegar a Planalto. Al dejar el palacio en 2010, tenía un respaldo del 80%.
La mayoría de los simpatizantes de Bolsonaro le votan, primero, porque simboliza la renovación y el cambio (pese a que lleva siete mandatos en el Congreso) y, después, por rechazo al PT. Un sentimiento con el que resulta sencillo toparse. “Votaremos a Bolsonaro por el rastro que dejó el PT. Hizo mucho al principio, pero Bolsa Familia (las ayudas a los más pobres) es una basura para el ser humano, además de dinero a la gente hay que darle empleo, alimento, supervivencia”, sentencia Fabiana Silva, 42 años, en un centro comercial de São Paulo. “La corrupción siempre existió pero no toleramos el nivel al que llegó el PT”, insiste el economista Luis Carlos, 26 años, en la marcha proBolsonaro.