Eliminar o minimizar la importancia que tiene la historia para la formación de futuros ciudadanos y ciudadanas tiene por objetivo sepultar el pasado, dar vuelta la página y dejar el camino abierto para repetir, como se ha hecho una y otra vez en nuestro país, los atropellos y los abusos en contra del pueblo trabajador.
Por el contrario, mantener viva la historia es lo que nos permite acumular el conocimiento necesario, que aporta al avance continuo de la sociedad, formando ciudadanos y ciudadanas con capacidad de crítica, que no acepten que se acomode el pasado para facilitar un futuro falso y oportunista.
Por ello, quienes vivimos y fuimos actores y actoras del periodo en que nuestro país fue gobernado por una dictadura criminal, reprimiendo y asesinando a miles de compatriotas, no tenemos derecho de olvidar, por sobre todo, el sacrificio de cientos de hombres y mujeres, quienes murieron comprometidos con el objetivo de alcanzar la libertad y la democracia. Fueron muchas las fuerzas que confluyeron en la derrota de la dictadura, tanto dentro como fuera del país, organizándose siempre desde la adversidad, rompiendo las barreras del pesimismo, encontrando en sus caminos a muchos y muchas dispuestos a seguir el ejemplo de héroes inmortales como Manuel Rodríguez, Salvador Allende, Miguel Enríquez.
Los y las Rodriguistas asesinados y asesinadas por la CNI en Junio de 1987, en una matanza ordenada por Pinochet, fueron las victimas escogidas para tomar venganza en contra de quienes en 1986 habían intentado ajusticiar al dictador. Como lo hicieron a lo largo de todo el proceso dictatorial con esos crímenes pretendían atemorizar a sus oponentes y demostrar que su poder era invencible e intocable.
Fue una operación fríamente planificada, en momentos en que el movimiento popular y la izquierda habían sufrido un retroceso importante, el objetivo norteamericano de imponer una salida a la dictadura, pactada con la derecha y con el tirano, empezaba a corroer la unidad de la lucha antidictatorial. La izquierda fue desplazada por una dirigencia política que vio una salida en las componendas que los gringos habían decidido imponer, abandonando la estrategia de la sublevación y del año decisivo. Una decisión que impactó negativamente en el movimiento social, generando el desconcierto, la desorganización y la incertidumbre.
La salida popular y revolucionaria a la dictadura, para lo cual se había convocado al pueblo a organizarse, el que se manifestó en las grandes protestas nacionales y en su capacidad de combate, generando con su lucha diaria las condiciones políticas para terminar con el tirano, dejó de ser un objetivo para quienes habían pactado con los mismos que en 1973 asesinaron a Salvador Allende. La historia había empezado a repetirse y los protagonistas del golpe civil militar, que habían terminado con el gobierno de la Unidad Popular, le facilitaban ahora el camino a las fuerzas represivas para perseguir a las organizaciones revolucionarias.
Esto no significa que solo por esta situación cayeron nuestros hermanos y hermanas asesinados y asesinadas en Junio de 1987, pero si, algunos de ellos y ellas, pudieron haber evadido el cerco de la CNI si hubieran tenido una mayor cobertura de apoyo y casas de seguridad. La confusión que creó la ambigüedad política y el abandono de la estrategia de derrocar al tirano, que por años unió a la lucha antidictatorial, debilitó al movimiento popular, introduciendo el fantasma de la desconfianza, del sectarismo y de las indecisiones, los mismos males que habían terminado con el gobierno de Allende volvían a hacerse presente décadas después de su vil asesinato.
El cansancio de la lucha clandestina, también la pérdida de rigurosidad en las medidas de seguridad, jugaron su papel, de hecho así sucedió con la caída de algunos de los combatientes que participaron en el atentado al dictador. Dejando una huella que la inteligencia del ejército y la CNI no abandonó hasta apresar torturar y asesinar a quien planificó y dirigió la “Operación siglo XX”, nuestro valioso Comandante Bernardo, (José Valenzuela Levi).
El recuento de los hechos ya es conocido, el primero de los Rodriguistas que cae en manos de la CNI es Ignacio Recaredo Valenzuela Pohorecky, quien fue baleado por la espalda y asesinado a metros de la casa de su madre, sin posibilidad de defenderse. Patricio Ricardo Acosta Castro fue acribillado en la calle, Julio Guerra Olivares fue abatido al interior de la pieza que arrendaba, con un tiro en la cabeza y rematado con una ráfaga de metralleta. José Valenzuela Levi, Esther Cabrera Hinojosa, Ricardo Rivera Silva, Ricardo Silva Soto, Manuel Valencia Calderón, Elizabeth Escobar Mondaca y Patricia Quiroz Nilo, fueron detenidos por la CNI y luego trasladados desde el cuartel de la Policía de Investigaciones de calle Borgoño a la Calle Pedro Donoso, lugar donde fueron asesinados, acribillados a balazos, mientras los agentes del estado, que estaban en la calle, disparaban al aire para simular un enfrentamiento.
Esta matanza cobró la vida de tres valientes mujeres Rodriguistas, ellas con su participación en el FPMR, como lo hicieron otras antes en el MIR, se sumaron a una etapa superior de la lucha antidictatorial, formándose para enfrentar a la dictadura en su terreno, generando la justa rebelión en contra del tirano. Esther Cabrera Hinojosa, Elizabeth Escobar Mondaca y Patricia Quiroz Nilo, formaron parte del Rodriguismo y desde esa trinchera se rebelaron ante el terrorismo de estado, luchando en contra de la violencia patriarcal que engendró la tiranía.
El segundo día de la matanza organizada por la CNI, el 16 de junio de 1987, dos de nuestros oficiales protagonizaron una verdadera hazaña militar, enfrentando en desigualdad de condiciones a un centenar de agentes de al CNI en una escuela de formación, una de las que el FPMR, organizaba de manera permanente y que en esa oportunidad había instalado en la calle Varas Mena 417 en Santiago. Allí se encontraban una veintena de Rodriguistas a cargo de Juan Waldemar Henríquez, destacado oficial del FPMR, cuando fueron atacados por la CNI. Juan Waldemar y Wilson Henríquez Gallegos asumieron la defensa y contención del enemigo, permitiendo el escape de los y las Rodriguistas que permanecían en la Escuela de Varas Mena. Juan Waldemar Henríquez cayó herido al interior de una vivienda vecina, fue asesinado con ráfagas de disparos en el mismo lugar. Wilson Henríquez herido fue rodeado por agentes de la CNI y luego fusilado, según el protocolo de autopsia, tenía 21 orificios de bala en su cuerpo.
Así sucedieron los hechos, una cobarde masacre que no se debe olvidar, pero sobre todo, debemos destacar la actitud y la decisión de quienes cumplieron con su deber, con el compromiso que adquirieron con el pueblo y con el FPMR. La decisión de Juan Waldemar y de Wilson Henríquez, de dejar hasta la vida en la lucha contra el dictador, merecen todo nuestro respeto y para siempre. Son los ejemplos que la nueva generación de luchadores y luchadoras sociales deben conocer y es la historia que la izquierda, en este país, no puede olvidar.
El ejemplo de estas jóvenes valiosas y valiosas, rompen radicalmente con el presente, con el ejercicio de una política en la cual la corrupción, la pérdida de valores y de ideas, se ha apoderado de su mediocre ejercicio. La presencia de las imágenes gigantes de los héroes de la lucha antidictatorial, obligan a reflexionar frente a la realidad que muestra nuestro país hoy, gobernado por un presidente con currículo delictual, apoyado por partidos, dirigentes y herederos de la dictadura.
Recordemos a nuestros héroes, pero no solo en cada fecha y año en que se conmemora su proeza patriótica, el ejemplo y el legado de cada uno de ellos se valida de manera activa, organizándose todos los días junto al pueblo, con ideas y valores propios, aportando a construir el país que ellos y ellas soñaron y que queremos.
¡Honor y gloria a los héroes de Corpus Christi!