Por Guillermo Arellano
Quien no aparece en los medios de comunicación y las redes sociales, literalmente no existe.
Por lo tanto, el protagonismo que adquirió José Antonio Kast se debe principalmente a la amplia expectativa que provocan sus detractores, no su equipo de asesores de prensa o algún canal de televisión, diario o emisora afín a su pensamiento.
Dicho de otra manera: si el exdiputado, exmilitante de la UDI y excandidato presidencial independiente hubiera asistido a la charla programada este miércoles en la Universidad Arturo Prat de Iquique en silencio, sin manifestantes en su contra, con un público de aula que no supera las cincuenta o cien personas (no todos alumnos) y con solo algunos insultos aislados, que por lo demás son comunes y corrientes cuando un político acude a una exposición de esta naturaleza, todo queda en el anonimato. Pasa piola, como reza el chilenismo.
Pero no. Los opositores de JAK (diminutivo que se asemeja al de MEO) se encargaron de transformar esto en una bandera de lucha y en un acto de publicidad gratis de cara a los tiempos que vienen.
Distinto a lo que creen algunos estrechos de mente, las batallas ideológicas no se combaten con escupitajos, patadas, combos, insultos o discursos “anti”, como el fallido antipiñerismo que se utilizó como estrategia en la pasada campaña electoral. Por más litros de saliva que se lancen a algún representante de las ideas que a usted no le gustan, esas ideas no van a desaparecer. Es más, se produce el efecto contrario.
Funas en el mundo hay por montones, pero ingeniosas, sin bulla, sin ropa, con expresiones culturales y simbólicas y con mensajes claros y precisos. Por lo mismo, lo de Iquique no fue una funa, se trató del vandalismo que es normal ver en las barrabravas de Colo-Colo y Universidad de Chile, Boca Juniors y River Plate, Barcelona y Real Madrid y Flamengo y Fluminense, no en una manifestación ciudadana con estilo como la de efectuaron a inicios de semana los automovilistas que rechazan los altos y abusivos cobros del TAG.
Además, si el objetivo era “ajusticiar” a un miembro de la familia Kast, dado que Miguel Kast, hermano de José Antonio, fue ministro de Pinochet y existen denuncias de violaciones a los derechos humanos en la comuna de Paine por parte de los organismos de familiares de víctimas de la dictadura … ok, tarea cumplida. Le dieron una buena zurra y le demostraron que hay un grupo de compatriotas que lo detestan. ¿Algo más?
El tema es que como esto se trata de política, no de una vendetta de mafiosos sicilianos, el ganador fue el agredido, no los agresores, porque con las detenciones y las querellas que presentarán JAK y el gobierno de Piñera por separado, tendremos una condena generalizada a la violencia y a la intolerancia, no a los postulados del exparlamentario, que en algunos casos son delirantes y rondan la provocación, como la apología al pinochetismo, la tenencia de armas para civiles y la promoción de las clases de religión en los colegios.
Vayamos a los números, que es al final lo que cuenta. Kast logró en la pasada elección presidencial el 7,93% de los votos, mientras que entre los abanderados más izquierdistas que llegaron a la papeleta, Alejandro Navarro (0,51%), Eduardo Artés (0,36%) y el propio Marco Enríquez-Ominami (5,71%), sumaron el 6,58% de los sufragios.
Anexamente, el apoyo de Kast a Sebastián Piñera fue determinante en la segunda vuelta si se lee el 54,58% con el que el empresario derrotó a Alejandro Guillier (Nueva Mayoría). Eso sin contar el respaldo moderado que se traspasó de las candidaturas de Beatriz Sánchez (Frente Amplio) y Carolina Goic (DC) hacia el líder de Chile Vamos.
Ante esto, la conclusión raya en lo obvio: a nadie que logra el 8% de los votos se le puede acallar con escupos y banderazos en la cabeza. Para eso están las argumentaciones, el debate público y la calle.
Si los que amparan esta singular forma de expresión no lo pueden entender, eso quiere decir que la lección electoral todavía no ha sido asimilada. Mal por ellos. Es la derecha la que gana.