A poco más de un mes que se elijan los miembros de la Asamblea Constituyente, me pregunto si existe la debida comprensión y dimensión de lo que significa dicha instancia para el futuro del país.
De las conversaciones que he sostenido a la fecha, con dirigentes políticos, gremios, sindicatos, medios de comunicación, entre otros actores, tengo un alto grado de convicción, que la relevancia que tendrá dicha Asamblea para el devenir de Chile, se ha diluido de manera preocupante.
Dicha instancia, esencialmente soberana, sin perjuicio de los controles institucionales que fijan su marco, corre el riesgo de transformarse en un espectáculo carente de principios ordenadores, de un marco de discusión, de respeto, tolerancia, diálogo y de un entendimiento cívico elemental para cumplir con el trabajo para la cual se encuentra mandatada por 8 millones de chilenas y chilenos.
Las expectativas de esos millones de compatriotas siguen intactas, no obstante, la actitud de aquellos actores y sectores que suelen manifestar preocupación, alarma y amenazan con irse del país, refleja una pasividad que permite concluir una rendición a ejercer liderazgo, defender y plantear ideas y mantener la fuerza de nuestras instituciones, independiente de las reformas de que puedan ser objeto.
Esto no se trata del triunfo o derrota o de determinados candidatos, no se trata de una elección popular, no se trata consignas refundacionales ni de una medición de fuerza de los partidos políticos.
De lo que se trata, es de reponer la dignidad como principio básico de nuestra convivencia social, del fortalecimiento de la Democracia, de un nuevo trato con nuestros niños, con la mujer, con los adultos mayores. De reivindicar la espiritualidad, la solidaridad, la empatía, la caridad y el amor al prójimo como principios fundantes del Nuevo Chile.
Se acabó el tiempo de la lucha corta y de coyuntura. Es deber de todas y todos, levantar la mirada, postergar nuestras legítimas ambiciones personales y hacernos cargo de un país en que millones de compatriotas viven en la marginalidad, en la miseria, el abandono y la angustia.
Hago un llamado a los distintos sectores y actores, a influir decididamente en el proceso constituyente, a salir de la trinchera ideológica y a luchar con generosidad por el bien común del país.
El próximo 11 de abril nos jugamos mucho y no es coherente ni tolerable, la indiferencia, indolencia y displicencia de quienes pueden contribuir a que este proceso histórico, determinante y decisivo para el país, permanezcan observando impávidos desde la comodidad de sus palcos, como se redefine el país de las próximas décadas.