En tiempos de polarización y desconfianza, me encontré —entre líderes políticos y la calle que no siempre es escuchada— pensando en la oportunidad de reencontrar a la socialdemocracia con el Chile real: ese que se levanta temprano, que teme a los fuegos artificiales del narco y que aún cree que la política puede ser una herramienta de esperanza.
Rodeado de emblemas de la vieja y nueva centroizquierda, observaba la cabeza de la mesa. Tres lideresas con un bagaje político admirable, con sus luces y sombras —Alejandra Krauss, Carolina Tohá y la candidata de la coalición más amplia de la centroizquierda hasta la fecha, la presidenciable Jeannette Jara— encabezaban un encuentro de reflexión, diálogo y unidad política.
Y ahí estaba yo, sentado al borde de esa mesa. No como un invitado especial, sino como uno más. Como parte de esa democracia que muchas veces sentimos lejana. Al igual que la candidata, estudié en un colegio público, crecí en un barrio popular y trabajé para poder estudiar, con mis propias luces y sombras. Fui el primer profesional de mi familia. Y mientras escuchaba las intervenciones, me pregunté en silencio: ¿qué hago yo aquí?
Entre nombres conocidos —Carolina Tohá, Francisco Vidal, Osvaldo Puccio, María Antonieta Saa, Adriana Muñoz, entre otros— pensé en lo improbable de esa escena: un rostro desconocido, un “atorrante”, como algunos dirían con desdén, compartiendo espacio con quienes marcaron la historia reciente de Chile. Muchos de ellos lucharon por recuperar la democracia y construir un país más justo. Pero bastaron unos minutos, las palabras de Vidal, de Tohá y, sobre todo, de Jeannette Jara, para entenderlo.
Lo que se nos aproxima este 16 de noviembre no es una elección más. Es una decisión sobre qué país queremos reconstruir y para quién. Sobre cómo recuperar la seguridad sin retroceder en derechos; cómo crecer sin dejar a nadie atrás; cómo enfrentar el crimen organizado con firmeza, sin que la fuerza del Estado caiga sobre los inocentes. Es, en el fondo, preguntarnos si queremos un Chile que abandone a sus adultos mayores o uno que respete los derechos que tanto costaron recuperar.
Por eso molesta —y duele— escuchar la mofa fácil: “la candidata del Partido Comunista”, como si eso resumiera una historia o borrara una trayectoria. Jeannette Jara no es la candidata de un partido; es la candidata de una coalición amplia y diversa, que tiene sus dilemas, sí, pero también la madurez de enfrentarlos como una familia: conversando, acordando, mirando hacia adelante.
Es una mujer que, como muchos de nosotros, salió adelante con esfuerzo y trabajo, que conoce de cerca los dolores de Chile y que entiende cómo funciona el Estado, porque lo ha vivido desde dentro y desde abajo. Y eso, en tiempos donde abundan los opinólogos sin calle y los líderes de escritorio, vale más que mil frases de campaña.
Porque, como dijo Vidal esa tarde, “el voto a conquistar no somos los de esta mesa”. Son la gallada de a pie, la del barrio, la que sale a trabajar cada día pese al miedo. A ellos debemos devolverles algo tan básico como el derecho a caminar tranquilos por sus calles, a mirar el futuro sin sentir que el narco o la violencia son el único camino para tener respeto o sobrevivir.
Y entonces lo entendí: estoy aquí para representar esa voz que casi no se escucha, la de los que toman la micro, los que crían a sus hijos entre turnos y estudios, los que siguen creyendo que vale la pena apostar por un país más justo. Somos los comunes, los que aprendimos a vivir con los fuegos artificiales casi todas las noches, no como celebración, sino como el ruido constante del poder del narco en los barrios. Los que, a pesar de eso, seguimos levantándonos temprano, mandando a los niños al colegio y creyendo que Chile puede ser mejor.
Por eso esta mesa importa. Porque si llegamos a este punto fue precisamente por habernos alejado de esa gente. Ese vacío lo ocuparon el discurso fácil, la rabia y los extremos. La unidad que hoy vimos no es una postal: es una oportunidad. Una oportunidad de reencontrarnos con ese Chile real que alguna vez creyó que la política podía cambiar su vida.
Bajo la mirada y el liderazgo de Jeannette Jara, tenemos la posibilidad de corregir errores y fortalecer aciertos, de hablar con claridad, empatía y sin miedo.
Aquí, desde el borde de la mesa, entendí que no se trata de estar en el poder, sino de estar del lado de la gente. De escuchar sus miedos, honrar su esfuerzo y acompañar su esperanza.
Porque Chile no puede seguir atrapado entre la polarización y los discursos vacíos que se disfrazan de moderación. Los dolores del país los conocemos bien; ahora toca demostrar que aprendimos.
Estamos aquí por Chile, y para Chile.
