Oh I'm just counting

Amarillos. Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y maratonista

(Este capítulo forma parte de una novela en la que el autor trabaja)

- ¿Y ... cómo sigue ahora el show de los amarillos? –tronó amenazante la voz de Simón, meciendo las ramas del árbol en que se guarecían del inclemente sol, y Marcial, desde el otro extremo del escaño en que estaban sentados, extendió sobre él una mirada imprecisa.
Indefinidas pero irrefutables señales, insinuaban una sutil proximidad del otoño, y era fácil percibir en el aire despiadados vestigios de su melancolía. Aunque el verano se oponía con vigor, su respuesta era cada vez más feble, y el intenso calor cedía a la dolorosa impronta del otoño.
Luego del convite en casa de Juana, que selló el destino de la abuela y su enamoramiento con Sayen, Simón, sin que fuera su determinación, cambió el rumbo de su vida. El episodio triste de la abuela fue borrado de su mente, como si nunca hubiera existido, y se empeñó, con esmerada dedicación, al trabajo en el estudio de abogados, y sobre todo a complacer a Sayen, que caprichosa, le pedía, sin reclamárselo, algo poco excesivo en su valor que de carácter material, en su vida había estado ausente, pero no se olvidaba de atenderlo y de procurarle todo aquello fantasioso que había ansiado con tanta vehemencia.
Establecieron un acuerdo implícito: mientras Sayen se preparaba a diario para recibir gustosa los pródigos obsequios de Simón, que su nueva condición le permitía ofrecerle, ella lo encantaba seduciéndolo con sus eternas habilidades y procurándole atenciones con las que lo embelesaba.
Vivían la feliz etapa del enamoramiento, ceder y conceder, fueron actos de seducción que se tomaron la función esencial de sus vidas.

Marcial se la pasaba yendo del diario al noticiario, y de a poco, se había ido acomodando a la idea que se le propuso cuando se opuso al desarrollo del proyecto inmobiliario, en cuanto a dirigir una librería en el zócalo del edificio que se construiría.
-No lo sé, contestó finalmente Marcial..., el líder del movimiento, que es un hombre inteligente, debe estar pensándolo. Le conozco bien pues alguna vez -cuando dirigía un taller de literatura que presentaba en un hotel de la calle Vitacura- asistí, y disfruté de sus clases, porque es un maestro que sabe develar el contenido de un libro y transmitir con sabiduría el mensaje real del autor ¡Cómo aprendí durante esa etapa! Y... ¡Cuan agradecido le estoy! Lo seguí por muchos años, que nunca se me hicieron largos, y su palabra y su elección de autores, siempre fue provechosa.

Experimenté con él eso de que a veces, un nuevo amigo nos enriquece y perfecciona, por lo que tuve el anhelo de hablar confidencialmente con él. Apreció mi gesto y eso me reconfortó, y aunque aceptó reunirnos, no fue posible hacerlo, porque cada vez que se lo recordaba, él quedaba en que me avisaría. Un día, por temor a la impertinencia de mis insinuaciones, me cansé de insistir. Nunca me atendió, pero eso no disminuyó la admiración que seguí siento por él, tal vez porque en cada uno de nosotros, reposan sentimientos que el encuentro con personas cuyas ideas comulgan con las nuestras, descubre. Gatillaba él, ese acto mágico con suma simpleza. Luego de cada sesión yo vivía el regocijo de descubrir algo que había permanecido inerte en algún escondrijo de mi conciencia y que al aflorar otorgaba placer a mi vida, y eso, él sabía despertarlo con la interpretación de un libro o con la presentación de un nuevo autor, y yo, percibía que el mundo plano al que estaba aferrado, se abría, emergiendo desde algún lugar secreto, en el que yacía confinado, algo deslumbrante que me producía placer. Ese, querido amigo, es el noble misterio que durante su ejercicio va propagando entre sus discípulos, un verdadero maestro.

-¿Y eso lo hizo firmar la declaración de los Amarillos? –interrogó el joven, asombrado de la explicación del viejo.
-¡Claro! Eso fue suficiente, y tendría que aceptar que por ello me trataras de impulsivo, pero..., debemos hacer algo frente a lo que ocurre en el país, no puedo permanecer indiferente, y la sola presencia de este maestro es una garantía para mí, más aún, si lo acompaña gente que posee mi mayor respeto y admiración.
-Pero... honestamente don Marcial ¿Le parece aceptable que una persona de izquierda haya salido con ese discurso?
-No lo sé, yo justifico el derecho de todos a expresar sus ideas sin que se les tilde de izquierdistas o derechistas, o se les fune, como se suele hacer hoy. Opino sin embargo que él nunca dimensionó la fuerza que brotaría del mensaje de una carta que escribió sobre el acontecer, y que, como en la parábola del sembrador, fue una semilla que cayó en tierra fértil, pero... ¿Será la tierra tan buena como para dar fruto; o caerá en un pedregal y la cosecha se quemará bajo la acción del sol; o entre espinos, que la ahogarán al crecer? La respuesta es un misterio, pero es indudable que surge del asombro ante la constituyente, de parte de la ciudadanía que ha acogido este mensaje tal como el náufrago se aferra a la tabla de salvación.

-¿Cómo es posible que personas que votaron el apruebo, amenacen hoy con rechazar la propuesta que se las presentará, sin siquiera conocerla? ¿Con qué derecho se arrogan el poder de erigirse en salvadores del descalabro que solo ellos vaticinan? ¡Hablan de conciliar orden con libertad! ¿No era ese el discurso de Pinochet?
¡Hablan de cambios con estabilidad! ¿No fue ese el discurso de la concertación que se refirió a cambios en la medida de lo posible? No pueden descalificar hoy, los mismos que lo validaron, el histórico proceso en curso. ¡Es tarde! ¿Cómo se confieren el derecho de fiscalizar a los Constituyentes elegidos por voluntad soberana del pueblo, en un proceso aprobado por ellos? ¿Son acaso superiores? ¿Para recuperar los beneficios de que gozaron y perdieron, olvidaron la democracia?

-Entiendo algo de lo que dices, Simón,pero en cuanto a mi maestro, estoy seguro que él jamás tuvo una mala intención. Como un niño que juega con un arma cargada, él accionó con eficacia el poderoso gatillo de la escritura y desencadenó un movimiento que nunca previó. Te aseguro que su anhelo es salirse del embrollo para recobrar la armonía de su vida y desprenderse del ignominioso repudio de quienes se dijeron sus amigos, en los que sus afiebradas mentes no dejan cabida para apreciar posturas opuestas. Ahora, debe traspasar su liderazgo a políticos avezados que sepan aprovechar el impulso que impuso al movimiento, que puede incluso decantar en un rechazo a la propuesta de Constitución.

-¡Eso no pasará! El texto se adornará hasta hacer imposible su rechazo por la gente. El origen del estallido fue la necesidad de terminar con el abuso. Había que hacer cambios para mantener la estabilidad y para sofocar la crisis que se produjo se “buscó” la solución de redactar una Constitución, y se otorgó atribuciones sin pedir competencias a quienes resultaran electos, es ilegítimo hoy, cuestionar, antes de conocerla, la proposición que se nos ofrecerá, y menos, autoproclamarse para contribuir a su redacción.
-Puede ser, Simón, todo cambio constitucional debió ser paulatino, a partir del rechazo, sin despertar ese espíritu refundacional del que se han investido los constituyentes.

-Y... ¿Hacia dónde van los Amarillos?
-Ni ellos lo saben, porque no se recuperan aún de la sorpresa que tuvo el éxito del movimiento. Como en la Parábola del Sembrador, el proyecto solo germinará, si la tierra estercolada en que cayó, es permanentemente fertilizada por sus dirigentes, que deberán cumplir la misión de encantar a la confundida ciudadanía con un programa sustancial y contundente, de otra forma la siembra caerá al camino, sirviendo de alimento a las aves.

Continuará en la próxima edición