Oh I'm just counting

Bajo la lluvia. Por Jorge Orellana L. Escritor y maratonista. Cuarta parte

Desperté ansioso. Amanecería en breve. Me vestí de prisa. ¿Me esperará? Infundada pregunta fue la que me hice, porque tenía la convicción de que el hombre ya esperaba por mí, y más aún, que su interés era similar al mío, y que tenía tantos deseos por ofrecerme su poema, como yo por recibirlo.

Me di cuenta, al transitar hacia el río por el mismo trayecto y por entre los mismos árboles que hoy lucían abatidos, que - como en el baile - el placer en la literatura es un vínculo insustituible entre dos, y que la felicidad de uno depende del otro: un escritor anhela entregar un mensaje que un lector ansía recibir.

El viento agitaba las elevadas copas del coihue y mecía con holganza el feble tronco del canelo; la otoñal frescura de marzo atenuaba la luz que irrumpía mientras yo veía el brillo del humo. ¿Cuánto tiempo más correré por estos bosques? – me pregunté

¡Muchos otros lo harán! Envejezco, aumenta mi incerteza y mi ignorancia; y percibo con tristeza que hasta la belleza del bosque un día perecerá. Con la claridad del alba, observo rebaños de ovejas blancas que viajan bajo el cielo, que se ha vuelto, un espejo de la perfección.

Desde lejos, descubrí su presencia. Vestía la misma chaqueta impermeable por la que ayer resbalaba el agua y desde la que ascendía lento, un pertinaz vaho. Sus zapatos de caña alta, junto al pantalón azul mezclilla también eran los mismos, pero su mirada era diferente tal vez porque no poseía la sorpresa del encuentro. Lo noté interesado por ofrecerme el poema y me pareció que la ansiedad hacía también estragos en él.

- Eres puntual, como lo adiviné – me saludó con satisfacción.

- Anhelaba este encuentro – repliqué y con gratitud me respondió.

- Lo que en la vida se ha vuelto esencial para mí, aquello que me toca en lo más profundo; no se puede traducir con lenguaje más exacto que el de la poesía, sin la tentación de la elocuencia, resguardada por esa gran verdad de la que se desprende la esperanza – añadió poniéndose de pie y con voz enronquecida, imbuida de una potente sonoridad; y con aplicado impulso, me leyó su poema, corregido:

África, continente de bestias altivas y salvajes

Hombres que llevan cabeza gacha y vítreos ojos vencidos

Cristo: colgajo de piel colgando de huesos negros

Heraldos de desnutrición y muerte

Desoyó Europa a Schweitzer, aunque lo distinguió y lo premió.

En huera indolencia, por años, mantuvo la Tierra su ángulo de giro.

América, rumor que arrastra un viento del oriente.

¡Tan lejano! ¿Por qué he de temer?  

Llena el aire, el enrarecido hedor de la sospecha

Y pierde la Tierra el rumbo; y se frena en su celeridad.   

¿Es todo un sueño?...

La suplicante queja de un niño inunda la calle.

Si yo fuera presidente prohibiría reuniones por zoom

Ángeles marchitos

Alas rotas que no saben volar

Pies llagados que no saben andar

Atareado en nobles funciones, desatendió Dios los ruegos

Cristo cerró los ojos y su cabeza se inclinó laxa

La ciudad oscurece; la lámpara no alumbra; se extingue la luz

Pulcra losa fría entre fríos muros de blancos azulejos fríos

Apiñados, los inocentes se enfrían sin entibiar la mesa fría.

Intenso frío y tétrica oscuridad

Húmedas tumbas flotan en estercolados prados

Con orines, un perro, riega la flor que florece, ante la gran muralla

Tiñendo de lóbrego tono, el lóbrego campo de batalla

Con temerario arrojo un joven rechaza el claustro

¡Quiero vivir!

Con pavorosos ojos, un viejo acomoda una maleta

¡No quiero morir! 

La blanca bata clínica envuelve dolor y recoge desconsuelo

¿Quién sabe que ronda el alma de un hombre?

¡Se conduele la Tierra! Y registra un cambio en su ángulo de giro.

¡Algo cambia en la forma! Cristo ríe.

¡Hay algo que nunca cambiará en el fondo! Cristo llora.

Es la esencia de la herencia que gobierna nuestra esencia.

Streetwise, crueles señales.

Deambulo desolado

Cansado de padecer el dominio de la oscura selva de cemento 

¿Hallaré el camino recto en la sobriedad del bosque? 

Cuando hubo terminado, nos callamos. Cerré los ojos para concentrarme y tratar de descifrar lo que me había leído, pero se confundieron en mi mente los sonidos presentes: sentí golpear al río contra una piedra y continuar el agua su rumorosa trayectoria; las voces de invisibles pájaros cambiaban de lugar y sus cantos vagabundeaban asemejando infantiles cánticos; dirigiendo sus conversaciones, el viento guiaba los susurros del avellano hasta las hojas del olivillo, y del laurel hasta las ramas del canelo. Alerces que alguna vez poblaron el bosque, habían desaparecido.

- Lo único que nos llevamos a la tumba – comentó, es la satisfacción de haber hecho lo posible y haber entregado nuestro vigor, luego de exprimir el talento al máximo. Un texto, se perfecciona después de releerlo varias veces, quitarle algunas comas y leerlo una vez más, solo para volver a poner las comas en el sitio en que estaban – y rio, desosegado.

- Me ha gustado tu poema, suena bien – determiné, sin embargo, no sería aún capaz de comentarlo. He sabido que un buen poema debe leerse varias veces antes de que nos entregue su recado, pero tiene la virtud de que cada vez que lo oigamos, nos regocijará con nuevas sensaciones.

- Puedes volver mañana, llévalo contigo ahora… y olvidó el asunto.

- Tuve una vez – rememoró, un trabajo del que llaman de verdad. Escribía cuando tenía tiempo libre, como si se hubiera tratado de una afición. Con el tiempo, descubrí que, junto con pasarlo bien, necesitaba abordar algo más profundo, escribir algo que solo yo pudiera hacer. Supe entonces que no era aquella una tarea para realizar en los ratos perdidos, así que dejé el trabajo serio para dedicarme exclusivamente a la literatura. ¡Ese fue un golpe de honestidad! – se extasió de su audacia.

- Es una decisión difícil – dije, porque se arriesga perder todo lo logrado. Se debe partir de cero, pero la gran recompensa es enfrentarse al misterio de partir con algo distinto; darse otra oportunidad en la vida.   

- Es verdad que me seducía la idea de un proyecto nuevo y distinto, pero el impulso solo llegó con la peste. A poco andar de la pandemia, me vi perdido en la impenetrable selva de cemento ¡Aislado! Me había preparado en la vida para soportar el veleidoso descargo de la naturaleza sobre un ser humano; y para aceptar el embate de Dios, cuando iracundo, arroja el rigor de su poderío contra la fragilidad de un hombre; pero nadie me alertó del preceder de los hombres. En este bosque trato de entenderlo. Tal vez halle aquí, en las profundidades de mí mismo, esa respuesta.           

Abstraído en la lluvia efímera, corrí de vuelta, envuelto en un intervalo de tiempo irrepetible, flotando al interior de la exquisita frescura de la lluvia.