Oh I'm just counting

Campanadas: Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y maratonista, sexta parte

- Votar es un acto de simpleza que exacerba nuestra esencia republicana, tal vez porque ese día, nos sentimos parte - aunque sea como una modesta partícula - del dispositivo de una poderosa maquinaria. Con arrogancia y algo de candidez, pensamos que sin nuestra participación, el proceso pierde eficacia.
- ¡Es verdad! Con qué orgullo acudimos a votar. Antiguamente, los mayores, vestíamos nuestro mejor traje e íbamos confiados y con paso gallardo; y lo más valioso, era que nuestro gesto se endulzaba hacia todo desconocido con igual propósito. ¿Cuándo se perdió esa tradición republicana? ¿Será conveniente obligarnos a ir a votar?
- Sí, por la simple razón de que cada cinco electores solo uno votó.
- Pero aquello no deslegitima el proceso.
- Pero le quita sustento y vulnera el sistema.
- No creo que proceda legislar en ese sentido.
- He pensado harto en ese asunto. Si me lo permites, mediante una historia, quiero compartir contigo una experiencia.
Un inmaculado cielo azul, extendía la ilusión que reflejaba a todo aquel que alzaba la vista para contemplar su infinita vastedad. Palpitante, la campana de la iglesia anunció las cinco, y el crepúsculo acogió la conmovedora voz del Ángelus.
- Estaré encantado – aceptó. Me dio mucha pena el domingo ver locales de votación vacíos. ¡Adelante! Cuéntame tu historia.
- El relato, se remonta a la Población El Castillo, en La Pintana. En tiempos de la dictadura, la empresa en que servía me envió a una obra que construía en ese lugar, donde espontáneo, había brotado un campamento.
- ¿De qué época estás hablando?
- Del invierno del 86, lo recuerdo bien porque en su casa, vimos imágenes del segundo mundial de México, mientras hablábamos de la población que nacía, y su pareja, nos miraba entre curioso y silente.
- Con 18 años, ella vino al campamento dos meses después que inicié mi labor, y me sorprendió verla llegar embarazada, caminando del brazo de un hombre mayor, al que, me confidenció luego, que sin amar, respetaba.
- Mi trabajo duró ahí justo un año, por lo que mi amistad con ella se extendió solo por 10 meses. Después de eso, nunca volví a verla ni jamás supe de ella, pero luego de leer recientemente, un reportaje de la población, me sobrevino un impostergable deseo por visitarla.
- ¡35 años después! – interrumpió el amigo, que escuchaba atento.
- Así es, en ese tiempo, solía caminar con total libertad por los pasajes de la población; ahora, no es posible, por lo que para ir, me “disfracé”, vistiendo ropa sencilla. Viajé en Metro hasta la Estación Trinidad, y a la salida, un taxista que dudó, aceptó conducirme al lugar.
¡Sabía que la encontraría! A las 11 de la mañana, golpeé la puerta y esperé con la ansiedad del que con vista vendada se resigna a la descarga y en vez de ello, ocurrió el milagro. La sorpresa iluminó su rostro y el encendido brillo de sus ojos desató mi júbilo. ¡Isabel estaba frente a mí!
- Retrocedió el tiempo…, y me interné en la sencilla habitación en que compartimos y contemplé los gestos juveniles que me habían cautivado. Me contó aspectos de su vida y supe que había tenido dos hijos, y que el padre, el hombre misterioso que yo conocí, sin dejar huella, desapareció un día, y ella, sin lamentarlo, siguió adelante con su vida. Su hospitalidad y el guiso que brotó de sus tiernas manos, volvió a seducirme con deliciosos sabores perdidos, y me encontré flotando, en el paraíso.
- ¿Por qué has venido?- me preguntó de pronto, y reconocí en su cuerpo, aun jovial y vigoroso, los rasgos de la mujer que con ansiedad, buscaba.
- Vine – le contesté – porque anhelaba verte y el resplandor de la alegría estalló en su cara. ¡No tuve dudas! Había hecho bien al venir…
- Cuando unas horas después, en íntimo silencio, desmenuzábamos nuestro reencuentro, mirando sus hermosos ojos verdes, atiné a decir – vine además, porque leí que aquí los niños aspiran a ser narcos, porque estos representan un ejemplo de quienes tienen dinero, y como confío en tu buen juicio, quiero que me cuentes sobre la población y el destino del país, luego de las elecciones del domingo, porque estoy angustiado.
- Todos reconocen sus errores pero no cambian sus conductas, que son las que después los llevan a confesar esas culpas –dijo con pasmosa calma, y yo, me deleité con su sabiduría.
- ¿Qué fue de Evaristo? – se me ocurrió preguntar para romper el silencio. Te tenía mucho afecto, y algo a mí. Una vez que me pilló abatido, dijo con ingenua certidumbre: si alguien le está complicando la vida jefe, yo me lo puedo “cargar”. Me dejó helado, y solo me volvió el alma al cuerpo cuando supuse que se trataba de una bravuconada
- Es verdad que bravuconeaba, pero era servicial y bondadoso, y como era un hombre cándido, incapaz de hacer daño, lo aconsejé, pero no escuchaba. Se vinculó con “soldados” y eso le costó la vida- Dijo, y quedamos silenciosos.
- Eran otros nuestros sueños – meditó luego. Un día, la lacra del consumismo se instaló en la población y sin que yo me diera cuenta, y con la indolencia de las autoridades, que tenían otras prioridades, los narcos se encargaron de cubrir las aspiraciones juveniles. Este se transformó en territorio de espera: para los jóvenes, una espera de esperanza y para los viejos, una espera de nostalgia ¡No me resigno! Mantengo la ilusión de cambiar esto…
- Yo escuchaba atónito a la leona que había despertado y que se desahogaba a través de esta mujer heroica.
- Si contesto a tu primera pregunta, tengo que aceptar que la población se llenó de resentidos sociales, pero te pregunto ¿Cómo no serlo? La indignante precariedad del entorno; la falta de oportunidad que desata el odio a todo lo que el sistema representa; incluido el orden y los pacos; porque son quienes no estuvieron cuando el hombre le sacaba la cresta a la mujer, o cuando abusaban del niño en el colegio religioso, o cuando una bala loca quitaba la vida de un niño, o cuando acribillaban a alguien en una balacera.
- Pude educar a mis hijos – continuó nostálgica mientras yo escuchaba en silencio - porque puse en ello una férrea voluntad y no me importó renunciar a otros aspectos de mi vida, pero crecer aquí hoy, créeme, es condenar a un niño a ser drogadicto. ¡Es condenarlo a vivir en el entorno indigno de mugre, fetidez y violencia!
- En cuanto al país – siguió con prístina convicción - los jóvenes están más vivos que nunca, luchando por la insensatez de quemar el país y ultrajar a los opresores. ¡Saben de violencia porque no les enseñaron otra cosa! El fracaso de los treinta años fue no promover ciudadanos
- ¿Por qué se interesaría un joven en votar si siempre ha sido excluido? Chile no ha dado la guerra contra el narcotráfico y no hay voluntad por darla.
- Vete ya – dijo de pronto, ha oscurecido y es peligroso, le pediré a Armando, un taxista amigo y de confianza, que te lleve al Metro. Se dirigió entonces al rústico velador y me pasó algo que conservé celoso en mi billetera.
- Toma – dijo, gracias por la tarde, llévate mi foto para que no me olvides, pero si te tomas 35 años en volver, seguramente, no me encontrarás.
- Esa noche, los fantasmas fustigaron mis sueños y al despertar, anhelando recuperar su imagen, brinqué por mi billetera, pero su foto nunca apareció.