Dos hombres que nunca se había tenido gran afecto pero que se respetaban y que apreciaban el enfrentamiento de sus ideas, se regocijaron de encontrarse para conversar y recuperar antiguos diálogos, de los que se servirían para robustecer sus postulados o desecharlos definitivamente.
Transitaban por el barrio en que ambos habían crecido, celebrando primero una jubilosa infancia y luego en la adultez, los azarosos avatares de la vida. Escogieron para su plática el aislado escaño de una plaza que, como el barrio, lucía tan deteriorado. Al instalarse, escucharon un lastimoso rezo que venía del templo vecino y por cuatro veces, los deleitó el noble tañer de la campana.
No se habían visto desde antes de la pandemia y al coincidir, la nostalgia hizo que se disolviera el velo que suele empañar la vista de los viejos, esparciendo sobre sus ojos la humedad que enturbió sus miradas; y aflorando de prisa, la placentera emoción del reencuentro.
- Me ha perturbado – dijo uno, el opresor confinamiento que impide conversar y he padecido el agobio del distanciamiento y me ha carcomido el temor de saber que el mundo irremediablemente cambió y he percibido que reconocer aquello, me transforma en un anciano ¿No es cierto?
- ¡Es verdad! – respondió el otro, los jóvenes lo asumen de mejor manera, pero quienes supimos de otro mundo, nos aferramos a la esperanza de que todo será como antes, aun sabiendo que eso jamás ocurrirá.
- ¡No podemos perder el rumbo y la alegría de vivir! Languideceríamos de esa forma y nos embadurnaríamos con el misterio del purgatorio, que se emplaza entre la lucidez del paraíso y la lobreguez del infierno.
-¡Claro! Perder la alegría y el rumbo, significaría que los días se arrastrarían lánguidos sin que obtuviéramos de ellos algún provecho.
- Es cierto que la pandemia se ha extendido más allá de lo imaginado y aquello motiva angustia, pero superarla, debe ser nuestra obligación.
- ¡Resistir hasta derrotar la realidad! De forma inmisericorde, he perdido a mis amigos, sin siquiera hacer el duelo por sus partidas; y como un miserable topo he permanecido enterrado en mi madriguera, viendo cambiar mi entorno.
- Transitamos desesperados, asidos a la ficción de aquello que es un espejismo, algo que no existe, inalcanzable. Preguntones y curiosos, volvemos a ser niños que sueñan y conservan la inquietud infantil. Amamos seguir siendo niño para no competir ni luchar.
- El mundo compite y competir es siempre una agresión. Superar al otro hasta destruirlo, cuando en realidad, lo que debería motivarnos es aprender del otro, no para ser mejores, sino que simplemente, para entender.
En ese momento, desde la iglesia, el vibrante sonido de otra campanada, se esparció por el aire, remecedor.
- Me distraigo leyendo entrevistas y cartas al director, que asumo, han sido escritas por seres inteligentes, pero decaigo al no distinguir si se han escrito con honestidad o no pasan de ser humorísticas declaraciones.
- La honestidad sostiene la democracia pero nadie quiere respetar esa norma, desconociendo que su incumplimiento, traerá como consecuencia la derrota de ese sistema político, tan valorado como degradado por todos.
- Me aterran las dudas. Los chinos, olvidando la democracia, han crecido aplicando una fuerza brutal a sus opositores, tal vez porque entendieron que, aunque la envidia y la ambición no habitan en las especies ¡Sí habitan en la condición humana! Y eso me abruma y me causa tanta tristeza.
- Desafortunadamente, al interior del corazón humano esas imperfecciones ocupan un lugar más importante que la generosidad.
- ¡No! No puedo aceptar eso. ¡Un cristiano no piensa así!
- Un buen cristiano mantiene una constante lucha, para que en ese conflicto, se impongan los postulados cristianos. Ronda hoy la desesperanza y se cierne el pesimismo que, abrumador, nos encierra en el concepto de la muerte, y aunque no la desafío, tampoco le temo. He perdido tantos amigos que no temo morir y solo siento por la muerte una enorme curiosidad.
Una solitaria campanada volvió a romper la placidez de la tarde y los viejos se dieron cuenta que concentrados, nunca oyeron las campanas que indicaron las horas, y que ésta, insinuante del crepúsculo de la tarde, anunciaba también como una alerta, el crepúsculo de sus vidas.
- Mañana habrá elecciones – dijo uno. Se elegirán muchos cargos, y de verdad, no puedo entender el surgimiento de tantos líderes. Todos quieren alcanzar el rango de un soberano que no podrá cumplir con las expectativas del cargo. ¿Qué hace al hombre adoptar un comportamiento tan estúpido?
- Tal cantidad de líderes refleja la inmensa crisis que atraviesa el país.
- ¿Es posible declarar tanto interés por presidir el país cuando es sabido que sin el ánimo y la concurrencia de todos, las herramientas de la democracia no salvarán los innumerables problemas y que así, cualquier aventura fracasará?
- Tal vez tengas razón, pero aún en la más espantosa oscuridad puede emerger un haz de luz que alumbre el camino. ¿Surgirá ahora? ¡Quién sabe! No hay que perder esa esperanza, sin ella, la vida humana no existe.
- ¡Cómo valoro tu optimismo!
-Inapetente de sueño, me desvelé en la oscuridad de la noche y de pronto, algo vino a iluminar mis ideas y la certidumbre se apoderó de mí:
Sin dormir, soñé que la elección pondría en el cargo de Alcaldes y Concejales a personas preocupadas del bienestar de los ciudadanos, y solo serían electos seres sin ambiciones personales, dispuestos a inmolarse por la gente.
Entre los Gobernadores – seguí soñando, irrumpirán liderazgos que vencerán el flagelo del narcotráfico y descentralizarán el país.
Mi esperanza resplandeció en la noche cuando soñé que los constituyentes lograban convencer a la ciudadanía de que: es un engaño ofrecer aquello que la ausencia de recursos impide cumplir; que no existen derechos sin deberes y; que todo cuanto se logra, exige sacrificio, porque la carrera de la vida carece de sentido si no incluye solidaridad.
-Te sigo envidiando, pero me aburren tus sueños porque no pasan de ser solo eso ¡Sueños incumplibles! He decidido no concurrir a votar, porque coincido contigo que sin esos sueños jamás alcanzaremos la convivencia armónica que proviene de la generosidad, única fuente de paz en una comunidad. No amigo, ya no soy tan iluso y no estoy para creer en utopías. Allá tú con tus sueños, yo, con dignidad, cargaré la cruz de mi realidad.
Me da temor salir a la calle, que para mí y mi mujer se ha convertido en un caldero de violencia, transformado en un virus peor a la pandemia.
La violencia de no perder lo que se tiene se vuelca en deleznable codicia y por otro lado; la violencia para alcanzar lo que otro tiene, se vuelve en detestable resentimiento contra la riqueza.
Es la violencia que produce la fragmentación dualista a la que hemos guiado a la sociedad, en que la sola existencia de unos provoca la inmediata reacción de otros, que actúan en contraposición a los primeros.
El aludido observó a su amigo con estupor, que provenía de su imposibilidad por contradecir su argumento, porque íntimamente, sabía que tenía razón y que el hombre, en su esencia, jamás cambia, se lo impide algo superior que arrastra desde siempre. Se preguntó, mientras se perdía en el aire - que cedía a la envestida de la noche - una campanada solitaria: ¿Qué hará que un hombre no cambie un postulado, aun sabiendo que conservándolo, hará daño?