Oh I'm just counting

Campanadas (tercera parte) Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

Lectura de foto: El sol encendió la falda montañosa y un haz de luz entibió las hojas muertas
 
 
- Se conmemora hoy – comentó un andrajoso viejo a un temeroso niño - el sexagésimo primer aniversario del Gran Terremoto… El Cielo, ese día se oscureció y confabulada con él, la Tierra inició una danza frenética… Un presagio de inconfundible fatalismo se asentó entonces en el niño de cinco años que era yo, y la agonía se internó en mi alma… Su elevado tono fue declinando hasta silenciarse, mientras en el escaño vecino los amigos que acababan de reunirse, se acomodaban curiosos.
- ¡Nada! - gritó el viejo al aterrado chico - que provenga de los hombres, podrá amedrentarme luego de vivir ese episodio. ¡Desde entonces solo me asusta la ira de Dios!
Y cogiendo la mano del pequeño, se largaron, dejando a los amigos en la incerteza del mensaje y el misterio de la última de nueve campanadas que, con armonía, rompieron la mañana que se abrió resplandeciente.
De entre los árboles, el sol se reflejó encendiendo la falda montañosa y un haz de luz se esparció luminoso por acumuladas hojas muertas. El milagro del amanecer agitó una vez más la vida del hombre.
- Parece ser un consejo, lo que quiso transmitir el viejo con apariencia de loco ¿A qué se habrá referido?
- ¡A la contingencia! – aseguró el otro. Dijo al chico que, 61 años atrás, tenía 5, por lo que hoy debe tener 66 y eso significa que – 50 años atrás - cuando el país enfrentaba una crisis política semejante a la actual, él debió ser un adolescente.
- Por lo que interpreto, ese tipo nunca sufrió la horrorosa experiencia de una guerra civil, como en España; ni tampoco conoció del lanzamiento de bombas atómicas, como en Japón; y parece creer que su gran terremoto supera en devastación a cualquier trifulca humana.
-Días difíciles son los que vivimos. ¡Plagados de deslealtades! No existe en la relación entre los hombres un pecado más detestable que aquel. ¡Confiar en alguien que te volverá la espalda! Y se preguntó:
¿No entenderá el político que la ausencia de repudio a su actitud desleal debe instarlo a cavilar sobre la profundidad de nuestra crisis; y que más que usar ese vicio, en su beneficio; su tarea es la de alertar a la ciudadanía sobre el peligro de zaherir ese valor?
- La obsesiva búsqueda del poder tiene ese singular carácter. En inacabado desconcierto, en vez de unirse en humildad, los perdedores de la elección han preferido atacarse sin misericordia. Sumidos en impotencia, entre los bandos afectados reina la desconfianza y han perdido la brújula que guía la escala valórica. ¿Merecen la investidura de Senadores quienes legislan en favor de la impunidad?
- En las primarias de la izquierda - siguió el otro sin responder, se ha vetado a la candidata del centro. Se asegura con eso que, a la primera vuelta de la elección presidencial, llegará el candidato de la izquierda dura, que surgirá de entre los dos que aplicaron el veto; y además, el candidato de la derecha, que cuenta con cuatro jinetes en carrera.
- ¡Exacto! Pero seguramente, se añadirá a ellos, una candidata proveniente de la centro izquierda, cuyo carácter de centro, curiosamente, está mejor representado por la figura proveniente del PPD, que por la de la DC.
-Tres tercios muy definidos, con la diferencia que en ese entonces no había segunda vuelta, por lo que en tal escenario, no será el Congreso quien dirimirá el resultado, sino que la propia ciudadanía.
- Se configurará un cuadro similar a la elección presidencial del año 70…
Percibieron en ese momento que, en el asiento que había ocupado el viejo y el niño, estaba instalado un hombre tan astroso como el anterior, que se dirigió a ellos con una siniestra mirada.
- Lo que ocurre amigos – dijo con acento poco amistoso, es que el robo no existe, porque… Abrió los ojos con desmesura y tomó impulso antes de exclamar: ¡Todo, le pertenece a todos! Y acompañando su gesto con una escalofriante y desafiante carcajada, se alejó rengueando, oculto bajo una perturbadora joroba.
-¿Qué habrá querido decir? – preguntó uno, y el otro respondió seguro.
- Quiso decir que existe una desconfianza tan grande en nuestra comunidad que todos sienten que les roban. Con el retorno de la democracia, luego de la dictadura, el Presidente percibió que todos desconfiaban de todos, y en tal escenario, entendió que su primera función era devolver la armonía, al revés de exacerbar las pasiones. ¿Cómo no se tiene en cuenta ese episodio tan cercano en la historia?
- Porque todos creen que son abusados y que les están robando, y la verdad es que, en sociedad, siempre queda la impresión de que permanentemente alguien está “robando” a otro. Me explico con un ejemplo: si contrato a una persona para ejecutar un trabajo, del cual obtengo un rédito superior al que estimé, aun pagándole lo convenido, albergará él, un cierto desconsuelo. Si por el contrario, obtengo un retorno inferior al estimado, quedaré con la impresión de que el contratado, no se esmeró en la obtención del resultado.
- Sería recomendable en el ejemplo que citas; repartir, en el caso primero, los excedentes de una forma preestablecida; y recomendar, en el segundo caso, asumir la totalidad de la pérdida, al inversionista.
- Exacto, pues, para llevar a buen término un negocio, debe privilegiarse la claridad, y esta, exige incluir la reacción ante el éxito o fracaso de nuestra imperfecta condición humana. Y tú – lo increpó - ¿Robaste alguna vez?
La pregunta, motivó un silencio que interrumpió una aislada campanada y, que iluminó con una sonrisa ladina, el rostro del interpelado.
-Sí, confesó con timidez y, ante la expectación del otro, inició un relato: era entonces un joven inquieto, ansioso por descubrirlo todo. Ocurrió un día que, a fin de mes, mi madre carecía de dinero para el almuerzo. Le dije que no se afligiera y salí. Entré a un pequeño negocio, en el que había echado el ojo a un tarro de conservas que contenía una cazuela y, que atendía un viejo enjuto de soberbia testa, al que llamaban: “cabeza de ajo”. No fue difícil esperar a que se distrajera en sus cuentas. Sigiloso, deslicé bajo mis ropas el tarro elegido y salí, sin que el confiado hombre percibiera mi acción. En la calle, un inusitado temor se apoderó de mí y, paralizado, sentí que desde cada mirada, emergían dardos acusadores enrostrándome mi robo. ¡Me llevarán preso! - temí, y recuperando mis energías, corrí por largo rato a la velocidad de mis piernas, hasta quedar extenuado. Al sentir que no había riesgo, me detuve a disfrutar, sin vergüenza, de mi acto, deleitoso de haber vencido la carga adrenalínica y orgulloso de satisfacer mi curiosidad.
- Al almuerzo, mi madre acercó a mi puesto un humeante plato en el que flotaba una contundente presa de pollo. Con el tiempo, al pasar por fuera del boliche, observaba al “cabeza de ajo” ataviado en su blanca cotona. Con mayor intensidad, cada vez me enternecí más con su actitud, tan humilde además. Intenté hacerle el quite, eligiendo otra ruta, pero la presión se intensificó, acentuando mi ternura por el viejo.
- Cansado e incapaz de batallar con la culpa, un día me declaré vencido, y regresé al lugar. Esperé, y cuando el local estuvo vacío, y él, confiado, se distrajo como la primera vez, puse sobre el mesón, el equivalente al valor de mi robo, y furtivo, me deslicé al exterior, con el alma aligerada.