Oh I'm just counting

Conciliasueños. Por Jorge Orellana Lavanderos, Escritor y maratonista

¡Se enraíza en el recinto en que habita nuestra esencia, y es la irrenunciable postura del mediocre! – Escucho surgir de entre los árboles una voz que desafía el susurro desgarrador del viento, cuando estoy trotando por el cerro oscuro y falta aún para que aclare. He venido sin permiso de la autoridad atendiendo a mi cuerpo, que rebelándose a la cuarentena, me ha exigido correr al aire libre.
 
¡El viejo Conciliasueños! - Recupero la adorable escena infantil, identificando al dueño de la misteriosa voz que emergió del bosque, que va igual que hace sesenta años – Medito extasiado.
Lleva un bonete en punta y anda en calcetines. Viste un traje que descubre sus piernas y luce muy delgado. Es pequeño de estatura, posee la figura de un duende y usa sus enormes manos para moverse y desplazarse con sorprendente agilidad para sus años, deslizándose sobre las puntas de sus desmesurados pies. Brota de su silueta un hálito de dignidad y su imagen irradia una inefable huella de bondad, que me induce a seguirlo.
-Está difícil hacer deporte – Regaña.
 
-¡Todo está difícil hoy! – Replico sin salir de mi sorpresa.
-Especialmente para los viejos – Sonríe y me hace un guiño ¿Te acompaño?
-¡Claro! – Acepto feliz, antes conocía gente corriendo, pero ahora, no se puede hablar con nadie.
-Iré distante para protegerte - y lo veo avanzar casi sin tocar el suelo, como si levitara.
-¿Vives cerca? – Pregunto para romper el silencio.
-En los bosques – Afirma escueto e impreciso. Te vi pasar – agrega sereno, y pensé, voy a acompañarlo, desde la cuarentena viene muy poca gente y me aburro, porque me hace falta la compañía del humano.
- ¿Qué edad tienes? – Inquiero con curiosidad al verlo tan enérgico.
 
- Algunos más que tú – Sonríe divertido. Ya merodeaba yo por los bosques durante la gripe española – Continúa hablando – en esa oportunidad se contagió mucha gente y guardo el recuerdo de la dolorosa muerte de dos de cada cien habitantes en el mundo. Aquí, en tu ciudad, justo hace cien años - un espacio de tiempo tan reducido – se superaba la gripe que se expandió por las malas condiciones higiénicas. Toda muerte anticipada conduele, - remata, perdió la vida casi el uno por ciento de la población.
 
-¿Te gustan las estadísticas? – Lo acoso con crueldad y me arrepiento.
-Este virus es mediocre – Sostiene agudo - y afecta al individuo según la condición de su organismo y de acuerdo a la virulencia del ataque. Aquello, por tu edad, aumenta tu desamparo, y hace que algunos jóvenes - sin cariño por los viejos como tú, riendo - desdeñen las restricciones que impone la autoridad. Puede darse – continúa, que organismos viejos en buen estado resistan sin dificultad, o que, personas jóvenes con enfermedades de base, sucumban ante el virus. Y… ¡Esa incerteza genera pavor! – Y su risa se interna estremecedora por el bosque.
 
Después de meditar en silencio, y cuando las formas de los edificios de esa parte de la ciudad comienzan a dibujarse en la ambigua luz del amanecer, le pregunto por el sentido de la frase que lanzó al presentarse.
-Ah – Hace memoria. Es fácil decir como debió hacerse algo, luego de conocer su consecuencia, así… ¡Nunca te equivocarás! Pero – Sigue adelante – Es un juicio inválido, pues cambian las percepciones con el conocimiento que da el avance del tiempo. ¡La decisión que impulsa una resolución debe juzgarse con los antecedentes de que se disponía cuando fue tomada!
-Además – Reclama con severidad – Corresponde a una crítica malsana pues ataca a quien tuvo la audacia de tomar una decisión, algo fundamental en un líder, y… ¿Con qué afán? – Se pregunta. ¿Si es sabido que el pasado es algo que no se puede revertir?
-Por último – Continúa más indulgente - Es un comentario injusto, porque en decisiones obligadas - siendo vuestra condición humana falible - siempre existirá la posibilidad de equivocarse. Lo justo sería propiciar un encuentro de todos hacia un camino de participación, lo adverso, no querer participar de una resolución ofrece la comodidad de que - aunque nunca hagas nada - jamás te equivocarás, pero acaba siendo la postura de la mediocridad. - Y lanza una carcajada que extrañamente me produce mucha tristeza, pues me asiste la impresión de que con sus habituales risas y bromas intenta ahogar todo el dolor que por la humanidad padece.
-A muchos – intervengo, les interesa llegar a acuerdos solo cuando desde su egoísmo obtienen la proporción del mérito, que han determinado que de la consecución del logro, les corresponde.
- Confunden a la gente y le generan temor, y con temor, el ser humano actúa en rebaño. Y aquí, como en otras partes… ¡Han fallado los pastores! – Alega.
 
-Si supones – Medita para mí, y me conmueve porque me sitúa en mi cuarto de infancia, donde lo conocí con igual fisonomía - que las ideas de cada hombre se representan como el brebaje de un color, en su debate de ideas con otros hombres, el tono de ambos brebajes sufrirá una alteración ¡Algo cambiará! Porque las ideas de otros hombres nunca son indiferentes del todo, y si por extraña circunstancia, en cierto caso no aportan nada, el ejercicio habrá sido útil para afirmar nuestros conceptos.
-¿Quieres decirme que en esta ocasión ha muerto muy poca gente? – Vuelvo atrás en la conversación, incapaz de seguir su ritmo, y sonrío al recordar que también aquello me ocurría con él en la niñez.
- No, lo que quiero decirte es que, si con el impacto de aquella crisis nada cambió en el mundo, ahora será igual. Porque… ¡El hombre será el mismo! El populista, como vendedor sin escrúpulos, seguirá proponiendo aquello que suena bonito. En ausencia de líderes, los políticos pronunciarán palabras muertas, sin alma, y eludirán enfrentar los verdaderos males.
 
-Es cierto que toda crisis produce temor al hombre y le recuerda con ahínco toda su fragilidad ante la devastación, soledad y hambre. En fin, ante el cuadro de aterradora desolación que asola el exterior, pero la crisis pasará, y se recuperará eso que con fatuidad, ustedes llaman normalidad.
 
-¡No hay algo más formativo que una crisis! ¡Créeme! Son inherentes al recorrido del hombre. Debes procurar que la aridez no se extienda hacia el interior de tu alma, ¡Ese es el reducto a cuidar! Ahí yace el mayor tesoro del hombre.
-En el mundo, poco es nobleza y mucho es vileza y a menudo las cosas se hacen por el interés de conseguir algo, hoy, que reina el desasosiego, es obligación de los hombres nobles trasmitir esperanza – Remata.
-Ahora – Dice, verás a mi hermano – el otro Conciliasueños, el de los sueños eternos. También le llaman Muerte, pero no es tan feo como cuando lo presentan como una calavera.
 
Y vimos pasar a su hermano, el otro viejo Conciliasueños, cabalgando, seguido de muchas personas que iban como asidas a él, todos cargando una nota, que a veces decía “sobresaliente” y en otros casos “suspenso”
Entonces comenté – La Muerte es un Conciliasueños muy hermoso. ¡No es para temerle! - Pero el viejo ya se había esfumado, emitiendo un último desgarrador lamente desde el bosque.
-¡Nunca le has de temer! Procura solo llevar una buena nota.