- Sobresaltado por el inconfundible bullicio de una fiesta, despertó Marcial y confuso, se acordó del sueño que estaba teniendo: se encontraba subiendo una ladera de suave inclinación; él sabía, porque era un sueño recurrente, que más allá de la colina, en vez de una llanura, se extendía un tenebroso acantilado y escuchó el rumor de las olas; continuó su ascenso hacia la cima, pero la ladera aumentó su inclinación hasta hacerse inaccesible; se detuvo, y advirtió a su espalda un intimidante abismo; para limpiarse el sudor que desde su frente, amenazaba cegarlo, cogió el pañuelo que se le escurrió de las húmedas manos y se perdió en la insondable profundidad; atemorizado de correr la misma suerte en el despeñadero, un feroz desamparo se apoderó de él, e inmovilizado, se aferró resignado a la roca, y esperó aterrado el final de su sueño.
Al despertar, travesado por el júbilo de la fiesta, agradeció que lo sacara de su sueño y se preguntó ¡¿Qué será ese ruido?!... Y algo en el timbre de una de las lejanas voces, le evocó una antigua ronda que entonaba esa pregunta, y que la respondía explicando que provenía de los estudiantes que acudían a rezar a una capillita de la Virgen del Pilar... pero... meditó sorprendido: los estudiantes ya no rezan... ya nadie se ocupa de enseñarles aquello... y tampoco se fabrican ya rosarios de plata...
Saltó del lecho y por el cristal, en que emergió su desnuda silueta, observó el iluminado lugar desde dónde provenía el sonido. Miles de voces juveniles de toda la ciudad –representadas por un grupo de muchachos- celebraban furibundos, como queriendo vengarse, ahora que llegaba a su fin, de la infame pandemia que los había convertido en una generación injustamente enclaustrada.
Desde estrellas resplandecientes -lanzados millones de años antes- rayos incandescentes vertieron su calidez sobre el cuerpo de Marcial que alentó un inusitado deleite. El alegre desenfado de joviales gritos quebró la noche y se esfumó su pesadumbre. Contagiado con los cantos, renació su optimismo: habría otro amanecer; tuvo la certeza de que la nueva mañana anularía la desazón que lo atenazaba, y... avizoró una nueva vida.
Deslumbrado, siguió escuchando los murmullos de la fiesta que le habían devuelto el ánimo, y que ahora -como la entrañable imagen del arrullador canto materno- le contagiaba la alegría desbordante de la juerga.
La compañía de voces desconocidas le había rescatado de los duendes que acosaban su soledad. Soplos de felicidad se agitaron en el austero recinto y se adueñó de él un estado de deliciosa melancolía y -como en la Fiesta de Serrat- sintió que la calle se llenaba de banderas de colores y gente de cien mil raleas, empapados en alcohol, bajaban a compartir su pan y su gabán.
Y soñó... los ciudadanos ya no se ocuparían solo de sus intereses; el hijo compadecía la torpeza del padre y éste entendía la abnegación del hijo; y el maestro era paciente con el discípulo y éste le respondía con respeto; y el empresario olvidaba sus divisas y se apiadaba del sacrificio del hijo hecho hombre, y el operario respondía esmerándose en hacer mejor su trabajo; y el político no imponía su pensamiento porque entendía que frente a un interlocutor era mejor decir: no me he explicado bien en lugar de: usted no ha entendido nada, y condescendía, porque intuía que no hay argumento que no posea al menos una pizca de razón. ¡Gloria a Dios en las alturas! Y... ¡Que la fiesta nunca cese! Pero...
Súbitamente, y sin que Marcial entendiera la razón, el ruido se detuvo y se puso fin a la fiesta. Acurrucado, cedió, y se vio atrapado por el hostil manto de la noche. Los duendes, con toda libertad, volvieron a atacarlo, y persistió su anterior suplicio. Descubrió que su optimismo cedía ante sus temores, que aumentaban, y extrañas voces emergentes se multiplicaron por la habitación. Otra vez, la paz le fue esquiva... y Marcial tomó la iniciativa.
Me sorprendió –encaró a los duendes que sin distinguir, olía merodeando por el cuarto, sabiendo a donde querían llevarlo- los innumerables gestos de encuentro del Presidente; su generosa actitud en su primer discurso al valorar el exitoso plan de vacunación del gobierno anterior; su espaldarazo a la economía aplicada como instrumento de solidaridad; su astucia para no ser parte del debate cotidiano y tomar las riendas de un estadista, algo tan difícil de alcanzar...
Los duendes, que habían escuchado con paciencia, se descontrolaron, y ante el desconcierto del acurrucado Marcial, desde cada rincón de la habitación, atolondrados, expusieron sus opiniones:
-¿Cuenta la actual Convención Constitucional con una representación de la ciudadanía que legitime los dos tercios? –alegó uno, y tuvo la complicidad de otro.
-¿No será que se trata de un grupo elegido en democracia con un sistema de representatividad errada? Parecen no representar ideas del ciudadano común y eso induce el razonable temor de que las normas que redacten nacerán invalidadas.
-¿Tiene valor una Constitución impuesta por un sector que desprecia a la clase política que gobernó exitosamente el país durante los treinta años posteriores a la dictadura?
La lógica de imponer condiciones abusivas a los derrotados, que pareciera estar presente en la Convención Constituyente: ¿No se asemeja al Tratado de Versalles, cuando el vencedor impuso condiciones al vencido, algo que se reconoce como una de las grandes causas de la Segunda Guerra Mundial?
¿Para preservar la democracia conocida es preciso protegerla? Al parecer, perdido el orden civil, es incapaz de ofrecer gobernanza, pues por definición, se basa en el respeto a la autoridad elegida en democracia, que a su vez, responde respetando la Constitución y la Ley.
¡Están los constituyentes facultados para imponer artículos contrarios a la voluntad soberana de la población o eso desatará un caos social?
-¿Cuánto valora la ciudadanía el control del alza de la vida?
-¿No tropezaremos con la misma piedra al aprobar escaños designados?
-¿Se opondrá una comisión a la existencia del pilar solidario?
-¿Respetará aquello de: “con mi plata no”, referido a los fondos de ahorro previsional?
-¿Es prudente la eliminación del Senado?
-¿Se impondrá en los Constituyentes, la vanidad de sus miserias por sobre la razón y redactarán normas con el estómago más que con el cerebro?
¿Podrá el nuevo estado cambiarlo todo, o la nueva Constitución sufrirá continuos cambios, hasta hacerla representativa? Los hombres aman sus sueños y odian a los que los despiertan.
-La consulta ciudadana que aprobará o rechazará, puede tener otra opción: modificar la actual Constitución, evitando la amenaza del germen que se incuba, que desembocará en una crisis peor Los duendes -caviló en recogido silencio Marcial- que pueden ver el interior de los hombres, han descubierto que, en un infértil y despoblado recinto del alma de ciertos constituyentes, ha germinado la hierba amarga del resentimiento y desde ahí, solo brotará la miseria...
-Ahora que se han unido, se sabrá que nunca estuvieron tan desunidos - pensó Marcial, y se quedó clavado, como atravesado por una espada al lecho que se había enfriado, y agazapado, advirtió en el cielo enrojecido, los primeros asomos blancos del alba.