Oh I'm just counting

Empresa. Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y cronista

Con cierta habitualidad recibo invitaciones de ICARE, me acaba de llegar ahora una para asistir a una Mesa Redonda en que se tratará el tema “Relaciones Laborales desde la Base”. Hubiera deseado hacerlo -porque anticipa temas sobre confianza y compromiso, fundamentales según creo, en el éxito y desarrollo de una empresa- pero no estaré en Santiago, por lo que no podré acudir.
 
Hace muchos años, reinaba en el país un régimen dictatorial que abatía al ciudadano común, que deambulaba entre el desconcierto, el temor y la desesperanza.
 
El gobernante había decidido seguir en su cargo, tal vez por temor a las represalias de tener que dejarlo, o simplemente porque el poder actúa como una droga que termina seduciendo a quien lo detenta.
 
Si unos años antes el general gobernante, que ahora enfrentaba una fuerte crisis económica, hubiera optado por llamar a elecciones libres, sospecho que de participar en ellas, las hubiera ganado con holgura.
 
La crisis había llevado al desempleo por sobre el 20% de la masa laboral, y la situación era caótica para muchas familias, lo que forzó al gobierno a crear el POJH, Programa de Ocupación de Jefes de Hogar.    
 
En tal escenario, la empresa en que trabajaba ganó una licitación destinada a urbanizar un par de campamentos en la comuna de Renca. Dirigía las obras de Instalación de Faenas intentando ejecutarlas en el menor tiempo posible y tratando de controlar rigurosamente los costos, para no exceder el exiguo presupuesto, cuando se presentó ante mí un antiguo camarada. Acongojado, me confesó que ante la imposibilidad de conseguir un trabajo mejor se había incorporado al POJH. -Me pagan un muy bajo sueldo pero necesito llevar algo a la casa. Avergonzado, narró que estaba a cargo de un grupo que tenía por función la limpieza y aseo de la plaza vecina a los campamentos y que las tres horas de trabajo al día eran de una grosera ineficiencia.
 
Mientras conversábamos, yo preparaba una Orden de Compra por veinte carretillas que necesitaría para ejecutar mi obra.
 
Yo tengo cien carretillas -dijo mi amigo, al advertir mi quehacer. Con ochenta me arreglo, te puedo arrendar las veinte que requieres, y fijó un monto que no recuerdo y que me resultaba conveniente. Perdona -dijo con franqueza ante mi gesto de rechazo, pero con el sueldo no me alcanza, y de esta forma estaría tranquilo sin afectar las obras que ejecutaré, que tú y yo sabemos no pasan de ser un montaje para justificar un pago a algunos dueños de casa. No lo pensé demasiado, su actitud, su razonamiento, y mi audacia por el deseo de repudiar al régimen, me llevaron a aceptar la propuesta aunque lesionaba el patrimonio fiscal.
 
Llegado el término de las obras, acudió a mi oficina, proveniente de la obra de mi amigo, un Jefe de Hogar finiquitado, el hombre, un mozo alto y delgado, esbelto, mal agestado, mal afeitado y de aspecto intimidante, se paró frente a mi escritorio, posando sus manos sobre a él, y abordándome -Jefe, me gustaría trabajar con usted- dijo con voz ronca y poco amistosa. Lo miré con desconfianza, y me pareció interpretar al fondo de sus ojos, la ineludible certeza de su franqueza y sentí un imponente llamado para atenderlo. -¡Duraste re’ poco en el POJH! - dije probándolo. Sí, respondió lacónico, sin cambiar su rostro fatigado, aburrido de explicar lo mismo. ¿Dónde trabajaste antes? -Inquirí con seriedad. Resignado, el mozo me miró y decidió abrirse. ¡Preso!- ¡Estuve unos años preso!- y me pareció que estaba consciente de que aniquilaba las escasas posibilidades de obtener el cargo, por el que afuera había cincuenta personas anhelantes.
 
Se produjo entonces un silencio brutal, el ruido afuera continuaba igual, pero concentrados como estábamos, no podíamos oírlo. Él, temeroso de mi respuesta que parecía evidente, yo, pensando el curso que daría a la conversación con mi respuesta y la respuesta que daría a su solicitud. En mi mente se agitaba un torbellino, que debía resolver rápido para ocultarle mis sospechas. No me importaba lo que lo condujo a la cárcel, lo que me interesaba era mi convicción acerca del proceso de redención que él parecía estar viviendo.
 
Pude justificarme, diciéndole que lo consultaría con mi jefe. -Vuelve mañana y te tendré una respuesta, pero no quería arriesgarme, con sus antecedentes, mi jefe, que no había penetrado al interior de sus ojos, respondería racional y negativamente, liberándome de mi responsabilidad, pero grabando en mi alma un acto de cobardía moral, pues yo intuía que habitaba en ese hombre una amarga frustración y desesperanza, y estaba en mis manos la posibilidad de devolverle el interés por trabajar en forma honesta y sobre todo por reinsertarse. No actuar, implicaba eludir la posibilidad de ayudar a ese individuo, por el que mi simpatía iba en gradual aumento. Cierto es que me arriesgaba a perder el esquivo trabajo que me costaría mucho recuperar, pero valía la pena jugársela, en aquella época de deslealtades y traiciones, sin embargo para resguardarme intenté comprometerlo con mi gesto.  
 
No voy a preguntarte -dije, las razones que te llevaron a la cárcel, solo quiero saber si estás dispuesto a serme leal. -Sí, jefe- respondió de inmediato mientras acudían vestigios húmedos a sus ojos, representando toda la tensión que hubo de soportar. Ambos teníamos las manos húmedas cuando sellamos el acuerdo.
 
Como ayudante de bodega que luego pasó a bodeguero, estuvo a mi lado un par de años, hasta que una oferta mejor, que no pude equiparar, separó nuestros rumbos. Supe de él un par de veces pero no volví a verlo, nunca olvidé la determinación que habitaba en su profunda mirada clamando por una oportunidad, aunque no puedo recordar su nombre. En tiempos de crisis, la necesidad nos obligó a fortalecer tales vínculos, y a superar las desconfianzas que navegan impulsados por mayor o menor fuerza al interior de cada hombre, y nos comprometíamos.
 
La confianza y el compromiso deben estar siempre presentes en una relación laboral. La confianza del empresario hacia el trabajador surge al contratarlo, y al revés, el empleado adquiere confianza en el empresario cuando reconoce en él al primer trabajador de la empresa, condición que al perderse transforma a éste en un inversionista al interior de su propia empresa, que es quien busca obtener legítimamente una rentabilidad de su inversión. El compromiso es el cúmulo de valores que llevan a una persona a sentirse parte de la empresa, esto es, a interesarse por los resultados de ella, consciente de que si estos son buenos, redundarán en un beneficio para él y su familia. Se debe ver la empresa como una gran familia.
 
La falta de visión sobre las ciencias de la economía de los políticos de izquierda, y su desprecio por la palabra lucro, contribuyeron al triunfo de coaliciones de derecha y son aspectos que deben ser atendidos por sus dirigentes, en la necesaria renovación de la izquierda.
 
Empresarios y trabajadores tienen un objetivo común en la gestión de la empresa, y el desarrollo de ella depende de un manejo eficiente por parte de la dirección tanto como del aporte individual de cada uno de sus trabajadores. El aumento indiscriminado del tamaño de las empresas deshumaniza las relaciones laborales porque el empresario no alcanza a conocer los problemas que afligen a su personal y estos tampoco perciben la acción de éste, cuya función sitúan como muy distante a la de ellos. En esa perspectiva es razonable implementar políticas tendientes a regular el crecimiento exacerbado de la empresa, y parece justo aplicar a las empresas un tributo diferenciado, que considere cierta proporcionalidad entre el volumen facturado y la rentabilidad de la empresa.
 
Las reuniones entre la CUT y la CPC, ahora que se sabe de una amistad entre sus Presidentes, deben propender a ello, y a mejorar las relaciones laborales procurando un acercamiento entre las partes. Confiamos que desde las conversaciones entre Bárbara y Alfonso emane la luz que permita alcanzar los resultados que los nuevos tiempos reclaman.