Alguien al que respeto y admiro - hacia quien, luego de ciertos desencantos, mis deferencias han declinado – ha dirigido una carta al Ministro de Salud, y todo el que ha esperado anhelante la llegada del cartero para oírlo vocear su nombre, valora el meritorio intento por rescatar esa extraviada práctica de parte del afamado columnista.
La mala alimentación, la droga y el alcohol, son malos hábitos que siembran muerte en los barrios - asegura en su carta, y la evidencia de su aseveración despierta enconadas reacciones entre sus numerosos lectores, más aún, cuando siendo un hombre que se define de izquierda, añade los siguientes comentarios:
“No fueron 30 pesos, fueron 30 años…”. Fueron los años que sacaron a millones de la pobreza, los años en que se masificó la clase media, los años en que se desterró la desnutrición y el hambre; años de gran desarrollo social y económico aunque con enormes fisuras y desigualdades pero hay que decirlo con todas sus letras: años en que Chile cambió para siempre. La izquierda sesentera no quiere reconocerlo porque contradice su relato de un pueblo hambreado.
En respuesta a su carta - que no había leído – me llegaron comunicaciones en que se lo ataca sin delicadeza, algo que motivó mi curiosidad; por lo que a mi petición; su asistente me envió la carta en que - a su descripción de melancólicos paseos por el litoral central – agregó consideraciones sobre la obesidad desatando la furia de sus adversarios.
Mientras troto, en la abúlica mañana gris que - en su melancolía acentúa mi fragilidad – percibo en sus palabras una forma de fastidio que, comparto, y que tiene origen en el inextinguible resentimiento de un grupo que, en los años sesenta, se la jugó por un sistema económico finalmente fracasado y cuya definitiva superación, serviría al país para atacar transversalmente los males que lo aquejan.
Hoy, la preocupación – continúa el columnista - no es el hambre, es la obesidad mórbida. La más grave pandemia no es el covid, es la obesidad, y el arte de la política consiste en adelantarse a los hechos evitando que estallen. Chile está haciendo lo posible para enfrentar un virus del que los expertos reconocen que sabemos poco, pero en la obesidad hay certezas y caminos viables para enfrentarla.
Que la urgencia inmediata no esconda esta urgencia invisible – reclama con ahínco y nuevamente estoy de acuerdo con él.
Con la esperanza del que arroja una botella al mar ha abordado al Ministro de Salud. Y claro ¡Tiene toda la razón! El problema existe y es deber de la autoridad – si quiere desarrollar una cabal gestión - anticiparse al hecho y resolverlo antes de que su solución exceda las posibilidades del país. En el fondo, su argumento está plenamente justificado.
¡Rebelarse a la indolencia! Combatirlo a tiempo y no esperar, con pasiva indiferencia - como se ha hecho con el narcotráfico – a que el flagelo tienda redes y se instale en el país.
Aunque es claro que el fondo de su crítica procede, algo en su forma ha despertado cierto repudio, tal vez; al añadir a su tono un sesgo paternalista que, como establece en su propia carta, en este Chile que ha cambiado ya no tiene cabida; o al incluir en sus conceptos, indiscutibles rasgos peyorativos, que perturban la sensibilidad del lector restándole fuerza a su argumento y desvirtuando el sentido de su mensaje.
Durante el proceso creativo, la fatuidad, lleva en ocasiones a pensar a todos quienes escribimos, que nuestra pluma es guiada por fuerzas incontenibles que impulsan certezas ineludibles, y… a veces, la mayoría de las personas, no quieren pensar, pues han sido creados para la vida, y el saber, aunque ayuda a aquello, nunca supera el arte de vivir.
Al profundizar en el pensamiento, el hombre logra buenos resultados si mantiene la cordura, pero debe cuidar aquel grano de soberbia que brota a raudales cuando se intenta – incursionando en el reducto de Dios - alcanzar la perfección.
El controversial aroma de su carta, me recuerda a Harry Haller, el extraño lobo estepario de la novela de Hesse que, al asistir a la conferencia de un célebre filósofo - defraudado ante su aspecto presumido - reacciona con el juicio severo de una mirada penetrante que, en inmortal tristeza envuelve la ironía que le produce la fatuidad del orador.
Ministro: Les recomiendo a usted y a todos los ministros, parlamentarios y políticos, pasearse por las playas del litoral central…, la gente come con desesperación, tal vez como reflejo inconsciente al hambre que pasaron las generaciones anteriores; como niños ansiosos.
¿Qué enfermedad del alma profunda hay en el habitante chileno que, no solo se ha olvidado sino que está deformando su cuerpo?
Declaremos estado de catástrofe por la pandemia de la obesidad – pide el columnista al Ministro y se despide con un saludo cordial que cierra con un mensaje optimista.
Veo que usted no está en la farándula como la mayoría de nuestra clase política. Hay esperanza después de esta larga y desgastadora travesía, pues las vacunas vienen en camino.
Pudiendo estar en desacuerdo - después de haber asistido a su taller por muchos años - con alguno de sus procedimientos y discrepando incluso, en este caso, de la forma usada en su carta; coincido con él en su rechazo a la crítica oportunista; en su denuncia de la enfermedad que avizora en la población; y en su alabanza al Ministro en el tratamiento a la pandemia.
Efectivamente, han pasado algunos días en que a través de un acelerado proceso de vacunación, se ha inoculado, hasta el día en que escribo estas líneas, al diez por ciento de la población.
Se cosecha el fruto milagroso de un largo trabajo colectivo al que se suman otros milagros: la gente vence sus reticencias iniciales y acude por vacuna a los puntos habilitados; se esparce el optimismo; se logra un proceso igualitario en que solo la edad es prioridad; desde distintas y adversas posturas se reconoce la eficiencia del Estado.
Mientras delibero, en mi trote, no dejo de pensar en Haller, el personaje de Hesse. Carente de ambición, parece ir asistido del impresionante interés por no brillar frente al resto, de no querer convencer a los demás y de su desinterés por tener razón, como si proviniese de un mundo ajeno.
¿Qué motiva el carácter y la dimensión de su infinita tristeza? Advierto que el tono de su tristeza posee un sentimiento universal que reconozco, porque alguna vez, he sentido el acoso de algo impreciso, poseedor de esa identidad y que suele, de vez en cuando, venir a fustigarme.
En su aislamiento, algo devastador, radica el sentido de su existencia y su tristeza, que traspasa el corazón humano, se extiende por su rostro con una bella y lastimosa sonrisa, produciendo dolor y conteniendo una súplica que conmueve.
El misterio de su tristeza – pienso cuando llego al fin de mi trote, nace en que el dolor da cuenta de nuestra elevada condición y en la certeza de que nuestras miserias, parte de nuestra esencia, se repiten, y aquello motiva su aislamiento y despierta compasión hacia él, generándole un profundo desprecio, no hacia el resto, sino que a sí mismo.