En el último tiempo se ha desvalorizado el proceso de democratización sucedido desde la derrota política de la dictadura en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988, seguramente, no es fácil de asumir en sus múltiples y contrapuestos aspectos e incluso hay quienes lo desconocen o simplifican.
Por una parte, el gobierno civil frente a la permanencia hasta marzo de 2006 de los enclaves autoritarios instalados en la Constitución del '80, incluido Pinochet que llegó al año 1998 como comandante en Jefe del Ejército, es decir, una insoluble contradicción institucional con una autoridad democrática estable, electa por la ciudadanía, en medio de una transición inconclusa por la supervivencia de los enclaves autoritarios propios de la democracia protegida, diseñada por Jaime Guzmán, a gusto de Pinochet.
Y, por otra parte, el crecimiento económico y la disminución de la pobreza, entre 1990 y 2008, generaron un respaldo social sostenido al entonces bloque de gobierno, la ex Concertación, con el cual pudo desplazar del control del Estado a la derecha ultraconservadora, lentamente a lo largo de 20 años, pero también produjo un conformismo o incapacidad de enfrentar el aumento desproporcionado de las desigualdades sociales y económicas.
Fue así que se configuraron conglomerados económicos con un volumen de utilidades nunca antes visto y un clima de exitismo, amplificado por el fanatismo ideológico de la tecnocracia neoliberal, creándose un clima de despolitización y anomia social que impuso el consumismo por encima de la ciudadanía en el comportamiento de las personas, desnaturalizándose totalmente el debate público y la producción de ideas para el desarrollo del país.
El núcleo de poder neoliberal se extasió con las cifras de los centros de estudios glorificados en la prensa afín, dedicándose a acumular más y más, llevando la opresión a la clase trabajadora a extremos medievales, defendiendo la ley laboral de la dictadura y fomentando la dispersión del movimiento sindical, de modo de hacer imposible la inclusión de los asalariados en un reparto de las utilidades que mejorara su participación en la distribución del ingreso. A ese "oasis", se sumaron tecnócratas del ámbito democrático que se hicieron parte de esa mentalidad ávida de dinero fácil y a manos llenas.
Asimismo, los portavoces más destacados del gran empresariado han hecho gala de un pensamiento profundamente reaccionario, nunca han reconocido que la prosperidad del país fue posible porque había paz social y democracia sino que han lucido con desparpajo su odioso pinochetismo, y jamás han tenido una palabra de arrepentimiento por los horrores de la dictadura que ellos sostuvieron.
En ese marco, en los gobiernos democráticos NO HUBO la respuesta debida ante los gravísimos abusos de poder, en particular, los actos de colusión de grandes consorcios; hechos vergonzosos, que unidos a la desigualdad, mermaron las bases de apoyo del bloque democrático en la ciudadanía y permitieron el triunfo electoral de la derecha en dos ocasiones, la más nefasta de ellas el 2017, porque una gestión inepta y soberbia condujo a la crisis social y al estallido de octubre de 2019.
Una vez consolidada la estabilidad democrática, la ex Concertación perdió el vigor para avanzar en las reformas estructurales fundamentales, esa pérdida de la iniciativa política estratégica dio espacio a la contraofensiva del autoritarismo neoliberal, es decir, no evolucionó con el dinamismo requerido ante los cambios acaecidos por su propio mérito de dar gobernabilidad, así también, la tecnocracia adquirió un peso indebido en la toma de decisiones y la situación empezó a cambiar de carácter, pasó a convertirse en una visión conformista que no capto la dimensión de la fractura social que socavaba la legitimidad del sistema político del país.
La regresión piñerista y la indolencia de los mandos ministeriales agudizaron los conflictos hasta que la protesta de los estudiantes por el alza del transporte público rompió la autocomplacencia y se precipitó el estallido social del 18 de octubre de 2019 y de las semanas posteriores, en que una movilización social multitudinaria remeció el sistema político del país.
Con posterioridad a ese hecho histórico, el conformismo pasó a ser reemplazado por la comezón, la radicalización de las consignas, la idea que los cambios se pueden hacer de una vez, que basta decirlos o proclamarlos para que comiencen a ser realidad.
Se trata de un fenómeno en que se deja de lado la persistencia mantenida por el pueblo chileno a lo largo del proceso de transición que avanzó lenta y a veces tortuosamente, y surge una incontrolable impaciencia, una suerte de comezón o rechazo hacia lo existente, incluso hacia la propia conducta seguida durante mucho tiempo y la precipitación hacia nuevos propósitos, insinuados y anhelados, pero confusos e imprecisos, generándose una política caótica y contradictoria. Se quiere tener todo de inmediato, pero no se sabe cómo lograrlo.
Esta actitud se traduce además en una condena absoluta y fuera de lugar a los llamados 30 años, una especie de bolsa sin fondo donde se depositan las culpas de todo lo malo, errado, perverso y condenable acaecido en Chile. Es una manera de eludir el papel que corresponde a cada sector y fuerza política en el conjunto del sistema político del país.
Ese anatema incluye la descalificación políticas hacia quienes gobernaron y no avanzaron lo necesario, pero confundidas esos integrantes del ancho arco democrático en un solo saco que se denigra y detesta con las fuerzas ultraconservadoras opuestas al cambio democrático, lo que conduce al yerro político esencial del dogmatismo sectario y el radicalismo extra sistémico: pensar que el total de fuerzas diversas a ellos son en su conjunto, sus enemigos. Es decir, todos los que no entran en la "izquierda real" deben ser derrotados. Así se forma una visión mesiánica que alimenta la intolerancia, la idea que existe una verdad absoluta que les pertenece exclusivamente, por eso, llegan incluso a ejercer el veto y la exclusión en su acción política.
La razón es clara, se distorsiona la realidad, se funden erradamente en un mismo concepto la resistencia al cambio de las fuerzas conservadoras con las carencias de las fuerzas promotoras del cambio; se confunde el sistema mismo con las debilidades del proceso, en fin, de ese amasijo surge la nueva explicación a los más diversos sucesos, los llamados 30 años, excusa por cierto insólita aunque resonante para abordar la realidad que se debe trasformar en los próximos años.
En definitiva, distintos criterios se refugian en este paraguas que viene como anillo al dedo a quienes se sienten poseedores de la verdad absoluta y circulan en los pasillos y asambleas con la soberbia del que se cree infalible, pero que a la transformación democrática de la sociedad chilena han aportado poco o muy poco. Digo esto porque tales elementos se arrogan la paternidad y representación de la multitudinaria movilización social del 18 de octubre y semanas posteriores.
Especialmente insólita resulta la amnesia sufrida en partidos y personas que formaron parte de los 30 años, ese "nefasto" período histórico que se exorciza, que estuvieron en el Parlamento y el gobierno, como el PC, así también los "ex" ministros, senadores, diputados, subsecretarios, gustosos de disponer de las garantías y recursos de tales responsabilidades, que ahora se enfrentan a las cámaras para condenar aquello de lo que fueron parte tan sonrientes y que defendían con dientes y muelas.
El reconcomio de este "revolucionarismo" oportunista, post estallido social, es decir, este tráfago de emociones, frustraciones y ensoñaciones podría ser inofensivo, no causar mal a nadie y tampoco importunar a muchos, pero no es así, la comezón de los que se cuelan a última hora como súper revolucionarios nubla la visión, genera sectarismo y culpa a los demás de las dificultades existentes en el camino, empuja al menoscabo de otras fuerzas, provoca división y aislamiento social y político.
Por eso, la unidad más amplia sigue siendo el camino, sumar y no restar, superar el sectarismo, crear la mayoría nacional que realice el cambio y la transformación de Chile, no hay que cejar ni rendirse, esa es la gran tarea.