Por Antonia Paz
Abogada de profesión y escritora por vocación, Karin Ioannidis debuta con fuerza en la narrativa chilena con Polvo, perros y putas, una novela publicada por Editorial Cuarto Propio que se adentra en los márgenes sociales con una mirada crítica, femenina y profundamente humana. Formada en el taller literario de Carla Guelfenbein, Ioannidis construye una historia intensa, sensorial y valiente, que entrelaza las heridas del exilio, la dictadura, la prostitución y la desigualdad estructural.
Desde Calama hasta París, sus personajes —marcados por el desarraigo, la lucha por la dignidad y los vínculos forjados en la adversidad— nos invitan a repensar temas como los “delitos sin víctima” y el poder silenciador de las estructuras sociales. Con esta primera obra y en entrevista con Cambio21, Karin Ioannidis no solo irrumpe en el panorama literario, sino que lo sacude, posicionándose como una voz comprometida con la justicia, la memoria y la exploración de lo humano en sus zonas más complejas.
Eres abogada de formación, y esta es tu primera obra literaria. ¿Cómo ha sido para ti el proceso desde que empezaste a escribir y a participar en el taller de Carla Guelfenbein hasta ahora que estás publicando?
Escribir ficción fue una vía de escape al mundo del derecho que me resultaba a ratos muy árido y estructurado. Entré al taller de la Carla, hace más de diez años, después de un par de cursos para escribir guiones en los que me di cuenta que, para mí, el estilo narrativo con el que se relata una historia era igual o más importante que los hechos mismos. Fue en esa búsqueda que el taller resultó ser un espacio fértil en el que pude encausar mi voz literaria y evadirme de forma creativa. Allí encontré el silencio necesario para escuchar a los personajes que de a poco me fueron contando sus historias.
¿Qué te motivó a escribir esta primera novela y cómo nació la historia de Polvo, perros y putas?
Comencé esta novela con un pie forzado en un taller de creación de guiones cinematográficos en el que debíamos desarrollar una escena con una prostituta. Así nació la Celeste. Su voz fue tan fuerte y me conmovió tanto que quise seguir escuchándola. Fue ella la que me contó gran parte de esta historia y quien me fue guiando en su desarrollo. Polvo, perros y putas me permitió además hacer un tributo al desierto, al Norte y a los relatos sembrados de esfuerzo y humor que desde chica me transmitieron las mujeres de mi familia.
¿Por qué elegiste Calama como escenario principal? ¿Qué significa esa ciudad para ti, tanto personal como simbólicamente?
Mi mamá es copiapina y mi papá de Sitia, un pueblo muy árido de Creta y tal vez por eso los desiertos fueron siempre un espacio de fascinación y vulnerabilidad para mí. El desierto de Atacama tiene la particularidad de ser excepcionalmente rico y pobre y esa dualidad representa la esencia de la injusticia sobre la cual se ha construido el desarrollo de Chile. Tanto Calama como Tocopilla son además zonas de sacrificio y ese entorno en el que la vida tiene menos valor que las riquezas que genera me parece que lo hace el lugar idóneo para mostrar la desigualdad, la deshumanización del capitalismo y las dificultades que enfrentan la mayor parte de las personas en la búsqueda de dignidad.
La novela habla de temáticas como el exilio, la dictadura, la prostitución y la violencia de género. ¿Qué hilos unen estos temas en tu narrativa?
Todas las temáticas que trata la novela tienen como elemento en común la injusticia, que es precisamente el motivo que me llevó a estudiar derecho en un principio. La inequidad, la asimetría de poder y de oportunidades, y la intención de unos pocos de mantener ese statu quo es la esencia de la desigualdad. Todo lo anterior exacerbado por un materialismo descontrolado es la combinación perfecta para que aflore la intolerancia y el abuso de poder que son propios de las dictaduras y los regímenes autoritarios. La injusticia crea más injusticia y es, en parte, esa cadena de abusos y su impacto en la vida de distintas personas, lo que esta novela busca mostrar.
Uno de los conceptos que mencionas es el de los “delitos sin víctima”. ¿Puedes definirlo? ¿Cómo lo abordas desde la ficción, cuál es tu reflexión?
Los delitos sin víctima son conductas consensuadas entre adultos en las no existe ningún participante que se sienta afectado por dicha acción y que, sin embargo, son sancionadas por parte del Estado. Los ejemplos clásicos son el tráfico y consumo de drogas, la prostitución, la pornografía, el auxilio al suicidio y el incesto, entre otros.
La decisión de abordar este tema nació cuando ya estaba muy avanzada la novela y me di cuenta de que todos los personajes realizaban una o más conductas que son consideradas delitos sin víctima en distintos países. Sentí entonces que era un deber hablar del elefante blanco que transitaba la novela y ello me obligó a revisar mis propias posturas que han cambiado desde que hice mi tesis en esa materia en el año 1999. Entonces estimaba que no era deber del Estado establecer una moral o sancionar las conductas que los adultos libremente decidían realizar. Pensaba que esas acciones debían regularse, pero no prohibirse ya que eso era propio de un Estado paternalista y opresivo.
Hoy mi postura es diferente porque existe una variable que no había considerado y que es clave para determinar si estas conductas son abusivas o no: el poder y más precisamente la asimetría de poder entre los involucrados. Si consideramos la inequidad estructural de nuestra sociedad me parece que en muchos de estos casos no existe una decisión realmente libre y voluntaria por parte de los involucrados y en su mayoría estas acciones se realizan por temor o por la inexistencia de oportunidades. En esos casos hoy veo que sí hay víctimas, aunque ellas no se identifiquen como tal, y eso me parecía importante que quedara reflejado en esta novela que tiene a tres prostitutas como protagonistas.
Cuéntame cómo fue ponerte en la voz de Eduardo? Me interesa especialmente saber cómo fue ponerte en el lugar de un hombre y un hombre que ha sufrido tortura y exilio.
Paradojalmente la voz de Eduardo fue la que me resultó más fácil porque con él es con quien tengo más similitudes. De hecho, los dos somos abogados e hicimos la misma tesis. Desde siempre he transitado entre lo estereotípicamente masculino y lo femenino con mucha naturalidad. Cuando chica podía pasar de jugar futbol o con autitos a acunar a mi Tiernecito por horas. Trabajé siempre en entornos muy masculinos y eso me resultó desafiante pero también muy cómodo. Tal vez por eso me fue fácil ver la esencia de Eduardo: su fragilidad y sus fracturas son las que he visto en muchos de los hombres a los que admiro.
Por otra parte, el exilio, y la tortura fueron vivencias que conocí a través de muchas personas cercanas que las sufrieron y me pareció importante honrar su dolor que fue el de tantos que no pudieron verbalizarlo.
La narración ha sido descrita como vívida, sensorial, muy física. ¿Cómo trabajaste el lenguaje para lograr esa cercanía tan táctil y realista?
La escritura es un ejercicio de empatía y cada personaje es un misterio hasta que vamos aprendiendo a conocerlos. Ellos a veces verbalizan ideas y nos dan mensajes muy claros, pero en otras ocasiones guardan silencio y no nos dicen que sienten, pero podemos interpretar que están nerviosos, porque los vemos llevarse la mano a la boca o pestañar con mayor intensidad. Si uno pasa mucho tiempo con sus personajes y los observa, describirlos puede a ser un ejercicio sencillo en el que mostramos sin decir.
¿Qué autores o autoras han influido en tu manera de contar historias?
Pedro Lemebel ha sido mi fuente de inspiración en todo, pero especialmente en la exploración de la marginalidad. Mis referentes en el desarrollo de la fragilidad humana imbuida de una crítica social son Jhumpa Lahiri, Chimamanda Ngozie Adichie, y más recientemente Han Kang. En la creación de mundo interior Nicole Krauss, Alice Munro, Anna Gavalda y Carla Guelfenbein han sido fuente de constante inspiración. Alejandro Zambra es un modelo a seguir en la precisión y simpleza del uso del lenguaje para construir relatos llenos de emoción y nostalgia. Finalmente, y en forma soterrada, creo que hay en mi búsqueda literaria un barniz de existencialismo y una cierta necesidad de explorar la paradoja de la condición humana.
¿Cómo ves Polvo, perros y putas en el contexto literario chileno actual, y qué conversación esperas abrir con su publicación?
Admiro a Lina Meruane, Nona Fernández y Alia Trabucco Zerán quienes entre ficción, crónica, testimonio y ensayo cuestionan los relatos hegemónicos que nos han sido transmitidos generando una reflexión política que tiene como eje las experiencias femeninas y su intimidad. Me parece fundamental reescribir la historia con la mirada de los silenciados, con voces de mujeres y con cuestionamiento a las estructuras convencionales como lo hacen también en sus novelas históricas Isabel Allende, Irene Padilla o Francisca Solar. En ese contexto Polvo, perros y putas aporta una mirada crítica y femenina en ámbitos preponderantemente masculinos como son la minería y el consumo de la pornografía y de la prostitución, dignificando el rol de la mujer sin romantizarlo y realzando temáticas como la asimetría de poder, los delitos sin víctima y la inequidad: todos temas que deberían ser objeto de debate y cuestionamiento profundo.
¿Qué esperas que el lector se lleve, más allá de la historia? ¿Hay alguna emoción o reflexión que te interese especialmente provocar?
Espero que el lector pueda sentir el dolor que emana de la fractura de cada uno de los personajes y logre quererlos a pesar de sus debilidades y conductas autodestructivas. Me gustaría que se quedaran con la pureza de la Celeste, la fortaleza de la Victoria, la lucidez de Julie, la vulnerabilidad de Gloria y la fragilidad de Eduardo. A modos de reflexión general me gustaría que el lector vislumbrara que esta novela explora tabúes con el objeto de debatir acerca de la diferencia que existe entre imponer una moral y la necesidad de establecer mecanismos que protejan a aquellos que no pueden consentir libremente.