Mi cuerpo se remece con los primeros haces de luz que a raudales inundan la habitación. Despierto. Acaricio sus hombros. Se estremece amodorrada. Desisto, me levanto y me visto. Abro la puerta y salgo al ancho mundo que parece inmóvil, estático, en espléndido y conmovedor silencio.
El sol, que se cuela entre el follaje de los árboles dibuja sombras sobre la vereda por la que avanza mi rastro. Desde atrás, sin que pueda percibir su origen, una voz surge desde las misteriosas formas que se agitan en el suelo, y me aborda: - ¿Necesitas hablar? – Sin girar la cabeza y temiendo que se evada, le lanzo un apresurado sí.
-¿Te preocupa el país? – Ataca con un mohín burlón.
-Me preocupa la índole – respondo. ¿Aquello que desde la genética nos acompaña como una condición natural que nos distingue, forja nuestro genio y las características que rigen nuestra personalidad?
Desde antes de la crisis tuve diferencias generacionales que se agudizaron con el estallido social alcanzando a otros estamentos de la sociedad, hasta llegar a sentirme solo y abandonado, como si estuviera situado en una estepa desértica, desposeído de razón, abatido ante la conducta de la intelectualidad, que incapáz de superar su resentimiento - y aun sabiendo que el fracaso del país afectará a los seres desvalidos que con ahínco proclaman defender - disfrutan de ver colapsar el sistema. ¡Mezquindad que descompone!
-¿Correremos largo?- Inquiere la sombra, aprontándose a viajar a mi grupa.
-¡Sí! – replico, necesito aumentar la carga semanal, tenemos tiempo, por si hacia allá apunta tu pregunta.
-¡Vamos entonces! Abordemos tus desvelos – me invita.
-Un amigo de edad avanzada – me lanzo, comentó sarcástico que cerrarán el Instituto Nacional, su antiguo colegio - ciertos intereses inmobiliarios lo usarán con esos fines – remató. Este amigo, hace tres meses, al asediar los desmanes en su colegio, no estuvo de acuerdo con erradicar a los menos para permitir estudiar en paz a los más. Su defensa de los derechos humanos lo inhibió de expresarse con fuerza contra los insurgentes, desconociendo que a lo largo de la historia los derechos se lograron siempre a través de la fuerza porque ella está instaurada en la naturaleza humana, le es inherente e ineludible, e intentar erradicarla es ingenuo, solo cabe entonces canalizarla en favor de la justicia, y en este caso, esta debe asumir la defensa de los estudiantes. Pero…, él persiste en su actitud, y aun ante la opción de cerrar el colegio, que no ha usado sus vacantes porque los estudiantes han preferido marcharse - culpa del descalabro en educación a inexistentes y codiciosos agentes inmobiliarios.
- Para quienes se mantienen neutrales en tiempos de crisis moral El Dante ha reservado los lugares más oscuros del infierno. – Replica contundente, y me deja la sensación de que – asumiendo el abandono de los revoltosos – es función del Estado devolver el colegio a los estudiantes.
- Nuestra índole nos lleva en ocasiones a guarecernos en indolente silencio. ¡Es más cómodo no contradecir a la masa! ¡Con falacia se soslaya la falacia! No ha existido un rechazo contundente a los excesos de grupos que en forma anárquica se han apoderado de espacios comunitarios. Tememos decir las cosas por su nombre ¡Eludimos la franqueza!
Una marcha pacífica debe contar con permiso de la autoridad, pero el periodista que ve arder un centro cultural, insiste en el contenido pacifista de la marcha. ¡¿Seré estúpido?! – me pregunto conmocionado, mientras observo que un sector, numeroso, y enarbolando con soez lenguaje, demandas legítimas, se adueña de la propiedad pública, vulnerándola y destruyéndola. ¿Es correcto? - ¡No! – Concluyo categórico ¡Es inaceptable!
El repudio – para no caer en lo políticamente incorrecto - no ha sido ejercido por la clase política. ¿Es posible? – Me enardezco - que no haya un rechazo generalizado, y la aplicación de severas sanciones, para quienes instigan y aplican el cobarde acto de una funa ¿Hasta dónde es prudente llegar? – sudamos ante el descomedido calor reinante.
- ¡Es verdad! – Contesta la sombra, y es curioso agrega, que nadie asuma el liderazgo. Su incapacidad, no les permite apreciar que en la dirección de la corriente el río solo lleva desperdicios y que lo verdaderamente valioso subyace en la dirección opuesta. ¡La oportunidad! – está en la otra dirección y aunque se precisa coraje para elegir tal camino, solo oponiéndose al resto con la razón de la nobleza y los argumentos, se logra el liderazgo.
- Al hablar de paridad - le confío atribulado por el esfuerzo ante el calor, que se ha elevado - mi postura dista de la mayoría: Constituye siempre una detestable inconsecuencia coartar a alguien mejor – reclamo. Al obligarme a optar por la mitad en cada género ¿Garantizo tener a los mejores? ¿Qué me asegura que no haya alguien - de uno u otro género - mejor capacitado para el cargo? Y si lo hubiera ¿No estaría discriminando. Es más justo seleccionar la mitad de cada género, y de entre ellos, elegir a los mejores.
- El kleroterion fue un curioso artefacto democrático – contesta, y se usó de manera exitosa por los griegos durante casi cinco siglos. Consistía en elegir de forma azarosa a los ciudadanos que ocuparían cargos públicos, no sin antes pasar un examen que los acreditara para el puesto optado. No había reelección y se distribuía el poder, para lograr decisiones más justas.
- ¡Claro! – Replico, de esa forma no habría que impulsar el voto obligatorio. La gente acudiría gustosa a votar, al percibir el valor de su voto, lo otro, es obligar a alguien a legitimar un proceso que no aprueba las normas de la ética y es la autoridad quien debe mejorar su calificación – superando con franqueza lo que nuestra índole inhibe - hasta seducir el interés del elector.
-Así es – replica, no pretendo instaurar el uso del dispositivo griego, pero la esencia que inspiró su nacimiento en Grecia es algo que debe tenerse en cuenta en los actuales procesos eleccionarios.
Un diputado reelecto en varias ocasiones, y que desde la actividad de estudiante pasó a directo a legislar, asume en el Congreso un sentido de pertenencia que dista de la transitoriedad de su paso por el Parlamento, y llora, ríe, y se altera y pide perdón con desmesura e histrionismo. Es curioso - pienso ahora que voy llegando - cuando en forma discreta la sombra que me ha acompañado por casi dos horas ha desaparecido en el momento preciso, dejándome la impresión de tibieza que derramamos sobre todos aquellos que saben alejarse a tiempo.
En el vacío que la sombra deja vuelvo a la índole que atenaza a los hombres vedando la simpleza ¿Para qué ir a la oficina si no haré algo provechoso? ¿Por qué mi pereza pospone lo que no debo postergar? ¿Por qué me aflige el impuesto a pagar antes de generar utilidad? Llegaré a casa, al infalible refugio de insipidez… La observaré repetir en el jardín - en pacífica armonía - Su cotidiano juego con los perros…, y me regocijaré. Percibiré más tarde - al escribir estas líneas - sus silenciosos pasos por la habitación vecina, preparando la llegada de nuestro legado más valioso…, y mi espíritu descansará apaciguado. Rescataré de la presencia de nuestros pequeños seres, la frágil delicadeza de sutiles rasgos femeninos y la abrumadora energía brotando a raudales de entre cándidos destellos masculinos, y volveré a la esencia de la infancia…, y reposaré jubiloso… Y si aprecio una sombra en la concordia de algún rostro…, me abatirá el temor, pues solo así seremos familia…, Y cuando al caer la tarde, un rastro de misterio me interne hacia las devastadoras sendas de mi soledad, un misericordioso manto acudirá en mi apoyo y volveré a entender el sentido de las infructuosas batallas en que los hombres nos pasamos la vida…, y descansaré resignado ante mi limitada y feble condición…, y la levedad de un indisimulado gozo, volverá a alentar el impulso de mi corazón.