El Chile moderno en el que quisimos creer y cuya idea de bienestar nos vendieron en cuotas, se decolora bajo la atónita mirada de un país que está lejos de superar las heridas que arrastramos de la dictadura. Una vez “derrotado”Pinochet, se debió establecer bajo pena de cárcel, la prohibición de cualquier apología de violencia, terror o negacionismo como principio base para resguardar un buen reinicio. Así lo hizo Alemania y lograron dejar atrás al nazismo. Pero aquí los ungidos desviaron rápidamente el rumbo, sedientos de poder, se conformaron con ostentar una hegemonía que no generó cambios reales.
Desatado el estallido social, bastó que se quisiera acusar constitucionalmente al otrora ministro del interior, Andrés Chadwick, por su responsabilidad de mando sobre las fuerzas policiales y la cruda represión vivida a su cargo, para que contraviniendo toda ley física, saltáramos cuarenta y seis años al pasado para presenciar descalificaciones, berrinches y barrio-bajadas que no son propias del Hemiciclo -diputada Flores, diputada Núñez- y que a estas alturas no tienen cabida en la visión de un Chile moderno. Se les olvidó el violento despertar que los obligó a considerar concesiones insospechadas -hasta quinientas lucas de sueldo mínimo- con tal de calmar lo que los balines no pudieron. Gente sin mérito, ubicada a dedillo por los poderosos de siempre que mueven los hilos y dirigen el país desde el anonimato, pero defienden con ahínco y corrupción, los beneficios consagrados a fuego y perpetuados en la constitución del ochenta. Nuevos protagonistas van renovando, prácticamente a la fuerza, las desgastadas cúpulas de poder. Gente poco conocida pero con apellidos nada nuevos, hacen de la política una forma lucrativa de vida.
En el afán incuestionable por hacerse del poder, los políticos que nos vendieron la transición a la democracia, jugaron con el anhelo de los chilenos por terminar con la dictadura. Sin dejar en claro que la alegría que prometían era más un slogan publicitario que una verdad por la cual luchar. Muchos creímos que con el triunfo del NO, la democracia y sus nuevos artífices, se encargarían de cuajar y recomponer todo, al menos en la búsqueda de justicia, una falacia desde su génesis. Así pasaron los años para darnos cuenta que izquierda y derecha se dedicaron a atender sus propios intereses, buscando su acomodo y llenándose los bolsillos, olvidando el fin principal que convoca la conducción de un país, el bienestar de su gente.
Hoy la pandemia coronavirus nos enrrostra una cruda realidad, los años han pasado en vano para una gran mayoría de chilenos que vive al día y cuyos sueños no albergan aspiraciones que saben imposibles. El círculo de la pobreza expuesto en vastos escritos se instala en poblaciones, favoreciendo el accionar y fortalecimiento de bandas de narcotraficantes que se apoderan de la población a través del micro-tráfico. Mientras, los favorecidos del mundo político no han estado a la altura de la urgencia sanitaria; el gobierno ha hecho lo propio sin mostrar efectividad y los parlamentarios se han enfrascado en un, tira y afloja, que postergó la ayuda monetaria que aún muchos reclaman y que sería el respaldo para que los más desprotegidos cumplieran las cuarentenas.
Tres meses como espectadores de la pandemia mundial daban tiempo suficiente para entender que lo prudente era cerrar las fronteras del país y obligar a los que retornaban a cumplir cuarentenas obligatorias en residencias sanitarias. Imposible reaccionar ante una pandemia, menos con nuestro alicaído sistema sanitario. Nunca se trató de comprar más ventiladores como se intentó hacer ver, la pandemia nos golpea duro y la falta de personal calificado se hace notar.
Ahora con nuevo ministro de salud, la incertidumbre sólo ha bajado de intensidad pero los muertos suman, suman y el panorama se torna cada vez más funesto. El reciente caso del senador Ossandón, que habría vuelto a contraer covid-19, lo reafirma. Él ya había sido positivo y cursó su cuarentena sin mayores complicaciones, en ésta oportunidad -bajo supuesta inmunidad- se ha vuelto a contagiar y terminó hospitalizado, con pronóstico reservado.
Estamos ante una situación crítica que amerita acciones decididas con asidero científico. Muy por lo contrario nos enteramos por las noticias del traslado de reos del centro penitenciario Santiago Uno -con test Pcr por confirmar- a la cárcel de Rancagua; movida que arrojó setenta y ocho covid positivo de los noventa y nueve trasladados, delatando total arbitrariedad y desconexión con la autoridad sanitaria, contraviniendo el protocolo coronavirus para recintos carcelarios y exponiendo a la población penal. ¿Quién responde? ¿Por qué nos enteramos que todavía hay residencias sanitarias disponibles y no se aísla a los vulnerables? ¿cuál es el negocio?
Ministro Enrique Paris, de nada sirve pavonearse que en Chile exista un gran número de testeos -incluso superior al de muchos países- si consideramos que esas personas concurren con síntomas a las urgencias a requerir atención y no es el gobierno el que genera un control masivo para descubrir asintomáticos y lograr una trazabilidad. No caiga en las mismas tonterías que su antecesor. De nada sirve plantear abiertamente su disposición al dialogo, lo importante es explicar el rumbo a seguir y comunicar la estrategia epidemiológica, entendiendo que la “línea de continuidad” a la que hizo mención cuando asumió el cargo, fue una frase poco feliz.
Chile necesita un ministro de salud que tome las riendas y no un comunicador que trate de explicar lo inexplicable o cifras que se leen solas. Ya se ha jugado demasiado con el pesar de más de siete mil compatriotas, los mismos que con dolor debieron decidir quién daría el último adiós a ese ser querido: abuela/o, madre/padre, esposa/o, hija/o, hermana/o, tía/o, sobrina/o, amiga/o, conocida/conocido. Da igual si los Piñera levantaron o no la tapa del féretro, una pena que su imprudencia estuviera resguardada por un ataúd sellado. Lo que realmente duele es entender que miles de compatriotas han debido dejar a sus seres queridos -no números rojos- en las urgencias y afrontar que de no sobrevivir, no los volverían a ver. Los protocolos son claros al respecto si el dictamen de muerte es Covid-19: los cuerpos han de salir sellados en bolsas desde el centro hospitalario, sanitizados, retirados por la funeraria para ser cremados o enterrados en ataúd sellado, sin posibilidad de abrir la tapa, los familiares -no más de diez- deberán cumplir con las reglas de distanciamiento social, etc, etc, etc.
Los Piñera no sólo incumplieron las reglas básicas establecidas en muerte por covid; nos enrrostraron su arrogancia y nula empatía en la cara, si hasta músicos había. Junto con desafiar los protocolos y el dolor de todo un pueblo -incluidos los que vieron partir a Bernardino Piñera sin responder ante la justicia por encubrir abusos sexuales en la iglesia- alimentan el descontento y evidencian una desconexión total con el Chile real. Se viene a mi memoria la foto del presidente en Plaza Italia, presa de su propio narcisismo; ni hablar de los pedidos gourmet de La Moneda en tiempos que las cajas de alimentos no han llegado a destino y las familias quiebran el confinamiento o no comen. La Moneda salió a desmentir el bullado pedido: queso ciliegine, mousse de pato, caviar, pata de jabalí, entre otros; lo que no hace más que agravar la falta.
¿Qué pasa con todas esas empresas que han cambiado el rubro para seguir explotando a gente que debe guardar cuarentena? ¿Qué rol juegan los entes fiscalizadores? Ni hablar de la salida del presidente a comprar vino, ¿habrá sacado su permiso? ¿la vinoteca, califica como rubro esencial? Chile se cansó de ese doble standard vetusto y podrido. Ya lo dejaba claro el estallido social, el descontento afectó no sólo a los desposeídos, también caló fuerte en un gran número de chilenos que se identifica con una sociedad por renovar, con equidad social, refundada en dignidad y que no está dispuesta a cerrar los ojos ni olvidar. No se puede tapar el sol con un dedo señores.
Habrá que seguir con atención los miles de millones de dólares que se liberarán para reactivar la economía, la experiencia así lo advierte. Una vez que el gobierno defina las empresas estratégicas habrá que estudiar la posibilidad que las mismas sean salvadas con los dineros de las AFP. De ser así, esperamos se actúe en consecuencia y sean los chilenos quienes sean beneficiados transformándose en los principales accionistas de las mismas y vean en su rescate, un incremento de sus pensiones y no el negociado de siempre, en el que el dinero que se nos obliga a cotizar rinda utilidades millonarias para unos pocos y generen pensiones miserables para la gran mayoría de chilenos.