Oh I'm just counting

La esfera refulgente. Por Jorge Orellana L, ingeniero, escritor y maratonista

-En camino a la oficina de la inmobiliaria -desde la estación del Metro en que se habían bajado- la observación de los sobrios edificios de los años cincuenta sombreados por arboles jaspeados cuyas ramas se abrazaban en lo alto, situó a Marcial en un pasado indescifrable, y esa sensación inicial, se acentuó al cruzarse con una mujer de innegable distinción que vestía de acuerdo a una elegante y delicada usanza antigua.
 
Se posó en Marcial un extraño pensamiento que lo llevó misteriosamente a Beatriz Viterbo, pero no lo comentó con Simón, pues dio por sentado que éste desconocía al personaje y

compartió con él en cambio su desconfianza sobre la reunión a la que se encaminaban.

-Esta gente solo busca su beneficio tratando de aumentar su rentabilidad, y a mí, la verdad es que no me interesa vender. Si he llegado hasta aquí, ha sido solo por darte el gusto.

-¡No sea tan desconfiado don Marcial! escuche calmado, sin precipitarse, y luego, decida, tal vez –rio ladino Simón- lo convenzan.

El viejo guardó silencio, pero algo en el ambiente -tal vez el simple mensaje del aire que soplaba fresco- lo conectó otra vez con Beatriz Viterbo. Meditó confuso sobre el improvisado y  repentino cambio de temperamento que le sobrevino y que sin duda, asoció con ella. Había ido con gradual suavidad, desde la irritación con la que bajó del tren subterráneo, hasta un estado de conciliatoria armonía, pero prefirió callar...

-Adelante –invitó con agradable voz la recepcionista que los atendió en la ampulosa casa- don Ricardo y don Matías los están esperando; y Marcial avanzó sorprendido, porque a medida que se internaban en la antigua casa, remodelada ahora, sentía que se adentraba en la mismísima casa de la calle Garay, habitada alguna vez por Beatriz Viterbo.


-Bienvenidos –los acogió Matías que, advertido por Simón al concertar la reunión, se dirigió afable a Marcial, al que se le había ablandado el alma.

-Señores, si quieren vamos al grano –fue la grosera recepción de Ricardo, socio de Matías, produciendo el desprecio de Marcial, que ante la ceñuda mirada de Simón, tomó la palabra.

-Señores –dijo con fingida calma y manteniendo la mesura. Agradezco la intención de propuesta que nos han hecho llegar..., pero –añadió irónico- permítanme una pregunta: ¿Quién entre ustedes es Zunino, y quién Zungri, y... les resulta conocido el nombre de Beatriz Viterbo?

La sorpresa se apoderó del resto; Simón molesto, sin atreverse a romper el silencio, se preguntó ¿De qué diablos estará hablando?; en la faz de Matías, algo indefinible, delató una leve chispa de comprensión, pero tampoco dijo nada; fue Ricardo, que impaciente y sin delicadeza, contestó.

-Por favor... ¡Tenemos mucho que hacer! Le agradecería que fuera más explícito. ¡No sé de qué habla!

-Lo que menos pretendo es hacerles perder el tiempo, pero estoy aquí y quiero explicarles mi reacción a vuestra proposición de negocio: mientras veníamos hoy, por una extraña razón que no sé determinar, todo me remontó al escenario de un cuento de Borges...

-¡Ah, El Aleph! –gritó excitado Matías, que se había quedado meditando luego de la explicación de Marcial- interrumpiendo al viejo que se detuvo sorprendido de su descubrimiento y que, ante la áspera mirada de los otros dos, pudo continuar.

-¡Efectivamente señor! el Aleph habitaba en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo, que los inmobiliarios Zunino y Zungri llegaron a demoler.

-¿El Aleph? –preguntaron al unísono Ricardo y Simón.

-Sí, el Aleph contestó Matías y explicó: El Aleph es un punto al que acuden, sin confundirse, todos los lugares del universo. ¡Todos!- insistió elevando la voz

-¿Será posible que en algún lugar de una casa exista algo tan prodigioso como aquello? –respondió Matías conmovido. Siempre, al demoler un lugar en el que habitaron seres humanos, me ha perseguido la sensación de que, aunque algo de ellos continúa viviendo en el recinto, buena parte se pierde en la demolición, y esa pérdida, aumenta con
el tiempo.

-La verdad –se anticipó Simón ante el compasivo silencio de Marcial, frente al adusto rostro de Ricardo, es que yo, viviendo en la casa del lado, jamás he percibido algo así.

-Tu incapacidad de verlo no invalida el testimonio –aseguró Matías.

-Tiene razón señor – contestó Marcial.

Lo que ocurre- dijo a los incrédulos, es que en la soledad de un cuarto, hay ocasiones en que, al cerrar los ojos, se alcanza un punto de concentración..., y..., al abrirlos, se distingue eso que Borges define como el Aleph...

-Y... ¿Qué es el Aleph? –inquirió Ricardo, cuyo tono, que ahora carecía de sorna, estaba infundido de curiosidad y asombro.

-El Aleph- respondió Marcial es una pequeña esfera tornasolada de fulgor casi insoportable,  de apenas dos o tres centímetros de diámetro, en que se representa todo..., todo el inconcebible universo que ningún hombre ha podido jamás observar del todo..., pero además, refleja la desesperación inmortal del escritor por transmitir ese contenido infinito del Aleph que la memoria no es capaz de abarcar.

 Ante el estupor de Simón y Ricardo, y la piadosa comprensión de Matías – siguió Marcial: ese es el gran temor que esta operación me produce y es el mensaje que al venir hacia acá he sido capaz de interpretar. En una doble revelación: primero, fue la mujer vestida a la antigua que me recordó a Beatriz Viterbo; y luego, esta casa, semejante a lo que supongo fue la casa de la calle Garay . Esa es la razón para oponerme a la demolición de la propiedad.

Porque... ¡Destruiremos el Aleph! –reclamó Marcial alterado, y se produjo un pesado silencio.
-Tal vez –insinuó Simón luego de un rato mirando a los ejecutivos- si el proyecto conservara la casa de don Marcial no se destruiría el Aleph ni su significado. Ese espacio podría destinarse a una librería que representaría además, un valioso aporte para el barrio ¿No les parece?

Los ejecutivos se miraron consternados, y Matías, entendiendo la aprensión de Marcial buscó una respuesta conciliatoria, pues Ricardo, parecía haber desahuciado el negocio.

-Es factible –aseguró Matías ante la incredulidad de Ricardo.

Y vino el milagro..., y los inmobiliarios  se afanaron en debatir el asunto; en una hoja, bosquejaron las opciones de un ante proyecto; concluyeron la posibilidad de aislar la casa de Marcial; decidieron envolverla entre pilares que bajarían hasta la fundación, sin tocarla; y elevarían el  edificio alrededor de la casa que destinarían a una librería, conservando el Aleph.

Como poseído, Ricardo tiró líneas y números en la hoja de un block y luego de su estudio, concluyó: Puedo presentarles una oferta, y  ante el expectante silencio del resto, propuso: Cada propietario recibirá un departamento tipo del edificio y la misma suma en dinero. Marcial, recibirá el dinero y su casa, que le devolveremos transformada en librería.

-¿Y dónde viviremos durante la construcción? –preguntó Simón.

-Contamos con departamentos en edificios cercanos en que podrán vivir. La única condición, es que se trata de un acuerdo general y que cada dueño firmará en la notaría otorgando su aceptación en forma previa a nuestra firma, que cerrará el compromiso del acuerdo ¿Qué les parece?

El Aleph volvió a brillar en los ojos de ilusionadas esferas de Marcial ante la complacencia de los otros que elogiaron la propuesta de Ricardo.