Oh I'm just counting

"La Navidad de Marcial". Por Jorge Orellana, Ingeniero, escritor y maratonista.

- Alzó la vista al cielo buscando la causa de la sombra que repentinamente vino a oscurecer el día, y observó que una nube con formas de animal prehistórico se había interpuesto entre el inclemente sol y el prado.
Al paso de la nube restalló nuevamente el sol, con tal luminosidad, que recorrió su cuerpo una inequívoca sensación de placentera paz; pensó que era la certeza de que, desde aquella luz, provenía la fuerza que perpetuaba la serenidad de ese efímero instante y renació su esperanza, y… lo embargó un jubiloso gozo.
- Caminó Marcial -el día previo a la navidad- con lentitud por las calles llenas de gente ansiosa por comprar un regalo, o simplemente, por correr apurados por llegar al misterioso destino que, durante el breve período de nuestra vida, sin éxito, jamás logramos alcanzar.
- Detestaba cada fiesta que enfatizaba el vacío de su soledad; todos corrían para encontrarse con alguien mientras las horas pasaban lentas. Aunque se lo tildara de huraño, lo que aumentaba su oscura fama sin incomodarlo, no era de hacer visitas; su aislamiento se acentuaba en el ostracismo de su hogar, convertido para esas fechas, en cautiverio.
- Esa inmensa soledad que le otorgaba la independencia que, con esfuerzo, había conquistado, solía resultar tan devastadora y fría como el universo en el que giran los astros en la noche silenciosa.    
- Advirtió preocupado en estas navidades que en su vida había aprendido muchas cosas pero lo acosó la duda de si era capaz de estar contento consigo mismo y con su propia vida. ¿Le habían servido sus estudios para algo tan básico como saber satisfacerse?
- Cuando su mujer vivía, durante las fiestas se recluían en casa y limitaban su celebración a un concierto en la iglesia, a la lectura y, sin compartir con otros, a la conversación entre ellos. Por considerarlo una forma de celebrar pagana, jamás hicieron regalos y se negaron a visitar los mall, centros del consumo.
- Hacía tanto tiempo que había perdido el espíritu de festiva ansiedad que en los niños reina en la navidad, que se compadeció de sí mismo. La fiesta no le procuraba más que una sensación de hastío. Si pudiera rescatar, aunque fuera por un instante, una chispa del añorado placer ido...
- Sin necesitar comprar algo, queriendo contagiarse del inexplicable regocijo de la gente, se dirigió al mall, templo del desquiciado consumismo. Guiado en esta ocasión por una fuerza extraña, tal vez nacida en la arrolladora luz del sol que lo había conmovido, sintió la impostergable atracción -quizás por curiosidad- de visitar ese lugar vulgar, al que todos acudían en busca de la efímera felicidad, contrariando el hálito navideño de austeridad y resaltando nuestras diferencias sociales.
- Se detuvo ante una vitrina adornada con motivos invernales que le produjo una sensación de frío que atribuyó a la acción del aire acondicionado, y se quedó pensando en el alto costo que aquello demandaba. En eso estaba, cuando una linda chica lo sorprendió preguntándole ¿Le gusta como quedó la vitrina? Y añadió concisa y alegre ¡Toda la noche trabajando!
- Ese par de simples frases hizo que algo cambiara en él: El jovial tono de la voz pareció remecer sus fantasías; su delicada sonrisa lo inflamó con dulces remembranzas; su figura graciosa le recordó confusos momentos felices; su pelo rubio cayendo sobre su blusa oscura le hizo añorar una caricia; y su boca, de generosos labios sensuales, le trajo la apacible evocación de un beso tan lejano…
- La vio perderse con andar garboso y aunque no respondió a su pregunta, su paso no le fue indiferente. Le dejó algo exclusivo: su fragancia y aromas; sus colores y sonrisas, y le pareció que toda ella que era el capullo de una flor que repentinamente estallaría para entregar lo maravilloso que poseía y… se humedecieron sus ojos…
- Sin haber comentado con ella su prolijo trabajo, caminó y se encontró con un hombre ante un juguete. Al detectar inquietud en su rostro le preguntó.
-¿Cómo le explico a mis hijos que no puedo pagar esos regalo? –respondió el hombre apesadumbrado.
-Simplemente diles que no tienes dinero.
-Sí, podría argumentar eso, pero tú y yo fuimos niños y si no recibíamos algo que anhelábamos nos sentíamos lastimados, porque la inseguridad a esa edad nos impide entender una explicación tan franca.
-Tienes razón –respondió el viejo pensativo y, cogiendo su billetera, le pasó el dinero necesario, que el hombre agradeció deslumbrado.
- Más adelante, orgulloso de su acción, halló Marcial a una mujer atribulada, desapercibida entre la gente, que pasaba a su lado sin advertirla porque iban interesadas en apreciar lo bello, ya que lo feo siempre resulta odioso para el ser humano.
-¿Qué te ocurre mujer que tienes ese semblante?
-¿Qué le digo a mi hijo?  -contestó la mujer- que no entiende que el incendio se llevó la casa y con ella, su regalo.
-No hay explicación para tanto infortunio. Aquí tienes dinero para comprar el regalo de tu
hijo. Aturdida aun, la mujer se abalanzó sobre él besándolo con desenfado y Marcial, maravillado, siguió su camino.
Encontró a un anciano vestido con una túnica blanca, que iba apoyado en un bastón. Su calvicie y el pelo blanco que salía de sus sienes le resultaron conocidas, pero guardó silencio.
-Has hecho más buenas acciones que en muchísimos años anteriores y has gastado una contundente suma de dinero. ¿Llegarás a fin de mes? Si estás arrepentido, te lo devuelvo en el acto –desafió el anciano.
No –respondió de inmediato-, estoy feliz de lo hecho, y nunca lo lamentaría.
- Antes de seguir, vio perderse al anciano entre los transeúntes y aunque todo le pareció sospechosamente misterioso, siguió contento, sin requerir respuestas, entendiendo que los seres humanos somos exclusivos, con nuestras debilidades, y que, cuando buscamos la perfección enfrentamos murallas infranqueables. Nuestro deseo de poseer y regalar nos atribuye conductas consumistas irrefrenables.  
-¿Qué sucede niño? –le preguntó a un chico desarrapado que parecía no ser visto por el resto, y cuyo rostro tenía una inconfundible familiaridad.
- ¡La pelota señor! –Gritó el muchacho ilusionado- ¡Quiero tenerla!
-Pero es una pelota demasiado cara –dijo Marcial sudando, al darse cuenta que costaba lo mismo que guardaba aun en el bolsillo.
-Es verdad que es cara, pero es mágica y otorga poderes a su poseedor.
Desembarazándose con gusto de su último dinero, entró Marcial al local y compró la pelota, ante la admiración del dependiente que miró al mozo con un inconfundible dejo de envidia.
-Esta pelota –reveló el muchacho atesorándola entre sus manos- tiene tres virtudes: La primera, es que me hará hermoso y las mujeres se enamoraran de mí; la segunda, es que todo lo que toque se transformará en dinero por lo que seré eternamente rico; y la tercera, es que adquiriré los poderes de un luchador invencible ¡Nadie me derrotará!
- Dicho eso, el chico se escabulló, pasando por sobre la gente como el anciano de la túnica blanca. De regreso a su domicilio tuvo Marcial la sensación de que había desaparecido todo su terror del día anterior y que aunque volvía sin dinero lo hacía pleno de regocijo.
- En el exterior, la poderosa fuerza del sol que restalló imperecedera y llena de esperanza vino como epifanía y le reveló que los poderes de la magnífica pelota eran los mismos que había pedido cuando niño, en respuesta a una pregunta de su padre.