Segunda y última parte
- Sin duda que han influido- respondió el primer hombre –mientras brillaba con intensidad el prendedor del otro, al tiempo que aquello le procuraba un placentero sosiego. Mi interpretación de sus principios, ha guiado mis decisiones; con frecuencia, me he apoyado en su mensaje para resolver conflictos éticos que he tenido que enfrentar: ¿Cómo hacer para exigir al otro, sin herirlo y, sin inhibir sus potenciales facultades; y como estimular sus capacidades sin permitir que el vicio de la holganza destruya sus habilidades? Cumplir con eso, no ha sido fácil…
El cristianismo –habló el texto- confirma el sentido de igualdad de la naturaleza al afirmar su carácter genealógico, al descender de una pareja original los hombres somos todos hermanos.
-¡Categórico! –Acotó el tercer hombre, que en la solapa lucía orgulloso el “prendedor del sosiego” y que escuchaba atento- tiene grabado el carácter sagrado del sacrificio, base del amor cristiano y tan difícil de cumplir. ¿Cómo elegir entre dos, cuando a uno te ata un lazo sanguíneo, y al otro, desconocido, debes amar sin diferencia, pues también es tu hermano?
-¡Sagrado! –Dijo el otro, sumido en su ebriedad, y habló desde lo profundo de sus ojos azul oscuro-, tiene la sacralidad del vino encarnada en Dionisio, que también es Dios del exceso y el placer. ¿Me entiende? ¡El sagrado vínculo del vino y el placer! Qué gran lección para el que vive atormentado. Todo mi respeto a la embriaguez que descifra el mundo de forma absolutamente indispensable y, mi desprecio al abstemio, que evade tal conocimiento.
-¿No está de acuerdo con los que piensan que el mundo sin alcohol es mejor y la verdad más asequible? Algunos, asocian el vino con la delincuencia y las catástrofes familiares.
-¡No! Categóricamente: ¡No! –Refutó el otro-, todos sabemos que, como el niño, el borracho dice siempre la verdad y su condición le permite alcanzar logros imposibles: conversar con gracia en lenguas desconocidas; sortear abismos con saltos prodigiosos; ilusionar con su verborrea honesta a las almas condenadas y; alcanzar, desde su embriaguez, fantásticas culturas provenientes del enrarecido mundo de sus sueños.
-¡Es verdad! –Se enfervorizó el tercer hombre- ¡Son los milagros del vino al actuar en la cabeza del soñador! ¡Tiene razón! Ocurre en ocasiones que un borracho alcanza un estado de lucidez superior al de un hombre en estado normal. Así –musitó en tono confidencial- logré el “prendedor del sosiego”:
Transitaba en mi vida por un estado tan calamitoso que visité una cantina con la idea de ahogar en alcohol mis amargas cuitas; caí en un dulce sopor cuando vino a sentarse a mi lado un señor de mirada escurridiza y aspecto vivaz; peinaba sus cabellos hacia atrás dejando al descubierto una amplia frente despejada que, anunciaba en su interior el caldero que bullía en su cerebro conteniendo la solución a los males de la humanidad; con la sonrisa mansa de los labios finos que unían sus mejillas tersas, me habló con el relajado acento de su voz: no te angusties, tus problemas no son tales, estás aquí por una simple cuestión del azar, no es posible que un solo hombre resuelva todos los problemas de la humanidad. ¡Toma! Voy a obsequiarte este prendedor que te procurará sosiego al enfrentarte a la angustia, y su brillo aumentará en intensidad al aumentar tu sosiego; además, irradiará su paz, a quienes te rodean. Fue tal mi relajo que me dormí al instante; al despertar, cuando pregunté, nadie supo explicarme de él, por lo que dudé de su visita, sin embargo, como inequívoca constancia mantenía el prendedor que me dejó, y del cual no he vuelto a separarme.
El primer hombre escuchaba extasiado. En la mesa, las botellas vacías que, atento, el segundo hombre se esmeraba en reponer, superaban los dedos de una mano. En caviloso silencio, como en retiro, y como si fuera la sangre de Cristo sanando sus cuerpos, bebieron ambos un prolongado sorbo, hasta que el tercer hombre preguntó.
-¿Cómo interpreta su legado para pensar y actuar en política hoy?
Con el cerebro embotado por los efluvios del alcohol, el elocuente primer hombre atinó solo a refugiarse en el libro, y volvió a resonar en la taberna la inmortal voz del pensador:
El hombre del humanismo cristiano sabe que la obra común tiende a mejorar la vida humana misma, a hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu. Herederos de las mismas heridas y grandezas, y creados a su imagen y semejanza ¿Qué cristiano podría considerar a los hombres con la mirada demente del orgullo segregacionista?
El hombre del humanismo cristiano sabe que la vida política aspira a un bien común superior a la colección de bienes individuales. Una sociedad humana promueve la condición para el florecimiento de la libertad y la plenitud de la independencia. Hombres pertenecientes a las más diversas filosofías, credos religiosos y linajes, cooperan con el bien común, con tal de que coincidan en el dogma fundamental de una sociedad de hombres libres, reverenciando por igual, aunque quizás por razones distintas, la verdad y la inteligencia, la libertad y por sobre todo, a la dignidad humana.
Sin que el otro interrumpiera, enardecido, el primer hombre aseguró: mi libertad acaba en el muro que separa la frontera de la libertad del otro; y…, no debe olvidarse que subyace un valioso tesoro en el pensamiento ajeno, siempre que las ideas se hayan gestado en el alma. Solo ahí siguió leyendo, ante el jubiloso sosiego del otro.
La imagen del hombre del humanismo integral es la de un ser hecho de materia y espíritu, cuyo cuerpo puede haber surgido de la evolución natural de formas animales, pero cuya alma inmortal procede directamente de la creación divina.
La carta moral que propongo se refiere, entre otros, a los siguientes puntos: derechos de la persona humana; libertades políticas; derechos sociales y sus responsabilidades; derechos y deberes en una sociedad familiar; derechos y obligaciones de la sociedad frente al cuerpo político; derechos y obligaciones mutuos entre los diversos grupos y el Estado; el gobierno es del pueblo, para el pueblo y por el pueblo; y la autoridad injusta no es autoridad, así como la ley injusta no es ley.
–El respeto a esa carta moral bastaría para alcanzar la felicidad del hombre que, puesto en el mundo, entre la tierra y el cielo, no tiene otro camino para llegar a Dios que el de seguir las huellas sangrientas de Cristo. Cuando despertó de su borrachera, el segundo hombre lo miraba con la expresión indulgente de una madre. -Es madrugada –le dijo- Buena hora para que regrese a casa, ya anoté el consumo, vaya con Dios. -¿¡Dónde está el hombre santo que me acompañaba!? –Comentó con tierna incredulidad, angustiado al percibir que no podría probar su compañía al otro, que lo miraba ahora con el gesto compasivo y piadoso que despierta el ser que carga sin complejos el imperecedero dolor de la humanidad.
Su angustia cedió a un resignado conformismo, y su ánimo experimentó un cambio al advertir que el recinto que, se había quedado en penumbras, se iluminaba, y un envidiable gesto de paz vino a posarse en su rostro.
El tercer hombre se había evadido para sumirse en las brumas de la noche y había dejado al primer hombre el prendedor brillando con fuerza en su raído vestón, y el segundo hombre, atónito, advirtió al cerrar que, la noche apacible se iluminó con un vivo resplandor que persistió hasta restaurarse la armonía en la ciudad, lo que interpretó en el milagro del vino conferido a través del misterio humano al “prendedor del sosiego”.