Oh I'm just counting

Octubre 26 ¿Eres tú el que ha de venir?. Por Roberto Mayorga-Lorca

¿Sería diferente el amanecer del lunes 26 de octubre si el país dispusiese de un gran líder de unidad nacional, -mujer u hombre- situado por encima del apruebo y del rechazo y que diese garantías de conducción al proceso constitucional que se iniciará aquel día?
 
Una o un líder que representara una posición confiable, de paz y seguridad en la cristalización de los profundos cambios que requiere el país y, a la vez, de férrea autoridad para aislar a las minorías violentistas y del lumpen que atentan contra la democracia y la normalidad de aquel proceso constitucional.
Sin duda, sería un amanecer más esperanzador, pero, lamentablemente, ese o esa líder no existe o, de existir, no ha emergido a la luz pública.
 
Porque, aunque el país no termina este domingo 25 de octubre, se ha procedido como si el mundo fuese a colapsar ese día, resultado de una especie de odiosa y descalificatoria confrontación que ha dividido enconadamente a la población entre buenos y malos que se acusan y descalifican mutuamente por el pecado de pensar distinto y cuyo combate final sospechan, tendría lugar el citado domingo.
 
Lo cierto es que el lunes 26 de octubre se estará no ante una debacle final sino que ante un recomenzar, ante la oportunidad de forjar con una gran mayoría ciudadana una nueva realidad, infortunadamente, sin un liderazgo de unidad que aglutine a esa mayoría y la encamine en la búsqueda de lo mejor.
La historia, sabemos, suele repetirse, ciertamente en contextos y con matices distintos. Las escrituras nos narran aquel pasaje en que preso del abuso y la injusticia, el pueblo hebreo, con fe en lo que anunciaban los profetas, aguardaba la llegada de un mesías que con firmeza y determinación pondría fin a las inequidades.
 
Juan, llamado el Bautista, que en su afán de ser digno ante su Dios se despojaba de toda ambición material hasta llegar a alimentarse sólo de saltamontes y miel silvestre, noticiado de la presencia de Jesús, envió a un par de sus discípulos a preguntarle: ¿eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?
 
La respuesta de Jesús es decepcionante: Id y contad a Juan lo que oís y veis, los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios y se anuncia a los pobres la buena nueva… Pero la respuesta causa desilusión, en cuanto no es el personaje que esperaban, aquel que a espada y hierro habría de protegerlos frente a la injusticia y los abusos.
¿Quién es en Chile el que ha de venir? Cómo ha de ser el liderazgo que el país requiere y con urgencia a contar del lunes 26? Por cierto, alguien que inspire confianza y admiración por la coherencia entre su ética y práctica personal, social y política, capaz de conducir en paz el proceso constitucional que se avecina y que, ante los desbordes violentistas no titubee de imponer su autoridad, como el mismo Jesús lo hizo -y enérgicamente- contra los mercaderes del templo.
 
La gran masa ciudadana, cuyas demandas sociales a ser consignadas en una nueva constitución han emanado al margen de los actores políticos, requiere con urgencia de una conducción y liderazgo que surja desde su interior, sin perjuicio de que también pudiera provenir de estamentos políticos renovados.
En un libro recientemente editado, “Al Rescate de lo Humano”, su autor, Pablo de la Cerda, basándose en diferentes estudios, lista los requisitos que debería cumplir el líder de hoy, al que define como líder de la impecabilidad y en quien genuina y coherentemente prima el bien común por sobre intereses personales, dotado de carisma, humildad, confiabilidad y, sobre todo, de un espíritu comunitario en que la primacía del nosotros y de los otros, deja en segundo plano al ego.
 
¿No podría Chile en esta hora crucial aspirar a ser bendecido por una personalidad de gran estatura moral e intelectual? En complejas circunstancias históricas otras naciones han tenido dicha bendición. A vía de ejemplos, Konrad Adenauer, uniendo a una Europa destrozada por la guerra; Mahatma Gandhi, transformando por la vía no violenta una avasallada India; Mandela, irradiando paz y unidad al cabo de 27 años de injusta prisión; Corazón Aquino, con grandeza femenina removiendo los espíritus de liberación y dignidad de su pueblo, para terminar con la dictadura en Filipinas; o Martin Luther King, cuyo sueño por la equidad y la no segregación se ha ido cristalizando paso a paso después de su inmolación.
 
Es interesante constatar que todos esos líderes superaron sistemas violentos y de opresión mediante vías no violentas, como lo describe notablemente Otto Boye en su obra “No Violencia Activa”, desarrollando la tesis de que mientras la violencia es funcional a los regímenes violentos, la no violencia activa los debilita terminando por desmoronarlos, como sucedió con el desplome pacífico del otrora Muro de Berlín.
 
En resumen, no podemos perder la esperanza de que más luego que tarde surja entre nosotros quien represente los ideales genuinos de una ciudadanía sin guías y la conduzca. Alguien impregnado de amor al país y a su gente, de honda seriedad intelectual y humilde espiritualidad, a quien su pueblo, más allá de naturales diferencias, sienta como suyo, ojalá vinculado, enraizado e incluso originario de nuestros pueblos originarios, en una muestra de unidad de la nación entera, y a quien, por no ser resultado o producto de la farándula o del marketing, haya que salir en su búsqueda para decirle, “eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro”.