Oh I'm just counting

Pena de muerte. Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y cronista

Se ha instaurado nuevamente en el país el debate sobre la aplicación de la pena de muerte, algo que parecía totalmente resuelto, pero que vuelve cada vez que nos estremecemos ante un crimen espantoso.
 
¿Representa la continuidad de esta discusión un retroceso en el desarrollo evolutivo de nuestra sociedad? 
 
Mientras subo el cerro trotando se instala en mi cerebro la inquietud sobre las razones que nos devuelven a ciertas conductas primitivas. ¿Será que lo primario anida perenne en nuestra alma conformando nuestra esencia?
 
La armonía matinal plena de luz, el murmullo suave de los árboles añosos, el apacible canto de las aves, la presencia furtiva de codornices y liebres, el rumor lejano del río que se arrastra imperecedero y el ronroneo constante del quehacer humano, contrasta con pensamientos lúgubres, más, esclavo de mi cerebro, el golpe sonoro y rítmico de mis zapatillas sobre el sendero de asfalto, me devuelve a tales pensamientos. 
 
Me conmuevo ante el crecimiento de la ciudad -que no admiro- porque da cuenta del espíritu de superación del hombre, pero tal como el crecimiento de un niño debe ser integralmente orientado para hacer de él un hombre de bien, el desarrollo de una ciudad debe atender, entre muchas otras, el área de la justicia, para regular las relaciones entre los hombres que se descontrolan cuando la ciudad crece en forma catastrófica. 
 
¿Estará a la altura de las circunstancias nuestro sistema judicial o será esa falta lo que reabre el debate ciudadano ante crímenes deleznables?
 
Siendo niño, vi morir a un hombre en la calle -una jaba de vidrios que descargaba cayo desde el camión sobre su frente que quedó aprisionada contra el suelo- paulatinamente su vista fue tornándose vidriosa y un velo transparente que ensombreció su mirada se cernió sobre sus ojos que se opacaron, mustios. La vital energía que corría por sus venas, desapareció en minutos hasta terminar con un cuerpo frío, inanimado, mientras yo aterrado observaba la transformación física de un hombre en cadáver. Sus ojos, que me persiguen hasta hoy, han de ser los mismos del hermano eterno, que persiguen al protagonista de la novela de Stefan Zweig por el resto de su vida.
 
Tiempo después, aún en mi niñez, viví otra experiencia que desde mi libro “Puerto Montt (Recuerdos de Infancia), rescato para ustedes, en este trote que de dulce se va tornando áspero…
 
-¡Lo matarán mañana! Antes del amanecer -fue el comentario del diario “El Llanquihue” que mi padre compartió conmigo. Leía con la misma avidez con la que yo lo escuchaba, como si se tratara de un cuento, sin ocultar la profunda impresión, mezcla de curiosa emoción, desazón y morbosidad que la noticia le producía. Silencioso, yo lo oía conmovido por el desenlace al que parecía concurrir la noticia sobre el “Chacal de Nahueltoro”, un primitivo campesino procedente de San Fabián de Alico, que un día, movido por oscuras pasiones, y bajo los efectos del alcohol, atacó a una mujer que al resistirse fue asesinada por éste junto a todos sus pequeños hijos, en las riberas del río Ñuble.
 
-¿Quién era el Chacal? - Pregunté a mi padre
 
-Su nombre es Jorge, igual que tú, y sus apellidos son Valenzuela Torres-. Y continuó, con el tono de narración, que a mis 10 años yo tanto apreciaba - Despedido de su trabajo en Cachapoal, partió un día hacia Coihueco en busca de mejor suerte, pero se detuvo en Nahueltoro. Ahí se emparejó con Rosa, una mujer viuda que tenía 5 hijos y que trabajaba como cocinera en el fundo Moticura.
 
-¿Y se casaron?- Pregunté impaciente por conocer los detalles de la historia, pero me detuvo la severa mirada de mi padre interrumpido.
 
-Al patrón le desagradó que ésta se relacionara con un borracho, por lo que la echó del fundo, ante lo cual, se fueron a vivir juntos, y los niños, a una casucha que armaron en la ribera del río Ñuble. Sin tener dinero para seguir bebiendo, y ante la imposibilidad de ella de cobrar su pensión de viudez, el 20 de agosto de 1960…
 
-¡Cuatro días antes de mi cumpleaños! - se me sale espontáneo.
 
-Así es, cuatro días antes de que cumplieras siete años, respondió indulgente.
 
-¿Y qué ocurrió?
-Se trabaron en una discusión, y desde los más lúgubres escondrijos de su conciencia emergió la bestia.
 
-¿Qué bestia?- inquiero confundido
 
-La bestia- prosigue con sombrío rostro escrutador, es algo que todos llevamos dentro y a veces aparece para recordarnos que pertenecemos al reino animal, y que a veces nos lleva a conductas mucho peor de la que en ellos repudiamos.
 
-¿Pero…, qué pasó? - reitero impaciente.
 
-Poseído como estaba por el demonio, representado por la falta de alcohol, él fue en busca de una guadaña con la que le dio brutal muerte.
 
-¿Y los hijos? ¿Estaban mirando? -Indagué horrorizado.
 
- Solo Dios sabe qué diablos pasó por su cabeza, tal vez por temor a dejarlos huérfanos, comenzó a matarlos de a uno hasta terminar pisoteando en el suelo al menor de los niños que no cumplía aún un año.
 
Sobrecogido, escuché impactado el resto del relato.
 
-Un mes después, lo arrestaron llevándolo a la cárcel de Chillán, en donde lo fusilarán mañana. Consciente de mi atribulado silencio, él prosiguió, intentando suavizar su relato.
 
-Es posible que lo indulten. El Presidente Alessandri puede impedir la ejecución. Sobran razones para ello, mal que mal después de tres años en la cárcel el hombre aprendió un oficio, abrazó la religión y ahora parece reformado. No tiene sentido que lo fusilen. Matarán a un hombre distinto del que cometió el delito.
 
-¿Y cuál fue el oficio que aprendió?
 
-Sabe hacer guitarras -e insistió meditativo- Es otro hombre. Un día en su defensa reclamó: “Nunca recibí educación de naiden”. 
 
-Sí, seguramente lo indultarán– terminó, deseoso por conformarme.
 
 Me acosté preocupado y soñé que un hombre feo, de horrorosa y enmarañada barba oscura, me exterminaba después de haber asesinado a toda mi familia. Al despertar, la luz del día trajo calma a mi atiborrado espíritu. Bajé de prisa, y enfrenté ansioso a mi padre.
 
- ¿Y qué pasó con el Chacal?
 
-El intelecto- contestó mientras el vapor de su café me ocultaba su mirada,   permite al hombre reconocer un comportamiento erróneo, eso lo reforma.
 
Y se detuvo, interrumpido por mi asombro a su respuesta.
 
-Si además- continuó alcanza hasta el arrepentimiento, se produce el milagro de la redención, y meditó un rato antes de sentenciar.
 
-Pero el misterio de la cruz se desentraña solo cuando la víctima, en un acto de amor, renuncia a la venganza, procediendo al cristiano perdón.
 
-Compadecido ante mi inquisitiva mirada- finalmente respondió:
 
-Esta vez no hubo perdón, la sentencia se cumplió- consignó con tono ensombrecido, y reflexionó lapidario.
 
Es paradójico que lo hayan fusilado en la prisión de Chillán, que en el arco de acceso al recinto tiene instalada una placa que contiene la siguiente inscripción:
 
“Sean estas cuatro murallas, manantial de reforma y fe”
 
Me fui al colegio, arrastrando un resentimiento contra el comportamiento colectivo de los hombres, que en vez de atenuarse con los años, se ha ido intensificando.