Al iniciarse la campaña de vacunación contra la influenza, el lunes pasado, Sebastián Piñera fue incapaz de hacerse cargo de la responsabilidad que le cabe al Gobierno en la violenta expansión del Covid-19 en el país, por el contrario, lavándose las manos, afirmó que "nunca hemos subestimamos la epidemia".
Pero los hechos indican que esa frase no es la verdad. La irresponsabilidad llegó al extremo que el entonces ministro de Salud, señaló: "Esta enfermedad ataca pocas personas" y que su efecto era "leve". De modo que el diseño oficial fueron medidas de corto alcance, pensando en resultados rápidos y exitosos porque el virus podía devenir en "buena persona".
Además, hasta junio no se incluyó ayuda económica a la población sin la cual no hay cómo sostener la resistencia social a la pandemia. Por ello, las decisiones fueron ineficaces y si agudizó al máximo el descalabro social, por la incapacidad de controlar el impacto de la pandemia en Chile.
Hace un año, de Piñera-Mañalich emanaba autocomplacencia y arrogancia, trasmitiendo un discurso político narcisista y de autoelogios, diciendo haber tomado las medidas correspondientes para responder a la pandemia y controlar sus efectos. Ese exitismo, cuyo peak fue la oferta de médicos chilenos a China, era un gigante con pies de barro que se desplomó como "castillo de naipes", según reconoció Mañalich, en mayo de 2020, cuando advirtió que el virus se volvía incontenible y que su estrategia había cometido un error garrafal.
El gobernante seguramente pensó que sus publicitadas dotes de financista y manejo del poder le daban la preciosa e impensada ocasión de reponerse del estremecedor y duro golpe político que le significó el estallido social de octubre de 2019. No fue así. Una vez más la codicia fue mayor, su pertenencia al reducido núcleo oligárquico financiero que controla la economía determinó su conducta.
Lo esencial es que Piñera actuó con un criterio mezquino, en esencia clasista, a favor de los intereses oligárquicos, usando los ahorros del país para asegurar las megaganancias o el salvataje de los grandes financistas, de los grupos empresariales controladores, de los verdaderos imperios económicos que se configuraron en el sistema productivo y financiero en las últimas décadas.
Si había alguna duda que la política económica oficial era para resguardar los acaudalados intereses financieros de millonarios de alcance global, la despejó esta semana la revista Forbes al informar que en Chile un puñado de potentados hizo crecer sus voluminosas fortunas en medio del empobrecimiento y las penurias de decenas de millones de personas, entre ellos, Piñera el gobernante del país. La población se contagia y empobrece y el gobernante se enriquece. Por eso, su autoridad ante el país ha perdido toda legitimidad.
En suma, si la población no tiene como vivir con dignidad y en las casas no hay comida, el "equilibrio fiscal" pasa a ser un jugoso negocio para los controladores de las grandes finanzas, pero en una injusticia para la gran mayoría, por tanto, en amenaza para la estabilidad democrática. El impuesto a los súper ricos surge como corrección esencial en el balance-país.
El gobernante no actuó como Presidente de la República sino que como jerarca del grupo controlador de un consorcio o empresa transnacional optando por su interés particular en grave perjuicio del bien común, en rigor, operó como Presidente en beneficio propio y no como Presidente de Chile.
Así, el Gobierno negó la transferencia de recursos a la gente que perdía sus empleos o quedaba sin ingresos obligada al encierro, también regateó y pospuso las reducidas ayudas llegando tarde a la emergencia, además con engorrosos mecanismos hizo ineficaz o muy débil el rol institucional del Estado ya severamente golpeado por el estallido social.
Atraído por una eventual popularidad ocasional, Piñera montó un penoso show manipulando las necesidades de la gente al repartir en La Moneda el primer envío de cajas con alimentos para la población, un vistoso montaje propagandístico, sin transparencia, que cayó en el descrédito por la discriminación que favorecía a unos hogares y excluía a otros, a lo que se sumó la investigación de la Contraloría señalando los vergonzosos sobreprecios que se pagaron en la adquisición de las cajas con claras evidencias de vergonzosos negociados.
Con esa conducta el gobernante empujó la difícil situación sanitaria hacia una crisis social y económica que desde mediados del año pasado afecta duramente a la mayoría del país. Los datos son definitivos, Piñera pulverizó a la clase media y la redujo a la pobreza y la incertidumbre y al mundo popular lo envió al desempleo, la carestía y la proliferación de la delincuencia. Así, el ascendiente que le quedaba a Piñera terminó de desplomarse.
La pandemia retrocedía y el proceso de vacunación lo confirmaba, pero la neurosis por recuperar el proceso económico llenó de imprudencia la conducta del Gobierno, cuyas decisiones facilitaron la aglomeración y la circulación de la población cimentando la vía a otra catástrofe sanitaria, de modo que tuvo que declarar nuevas medidas sanitarias, reponer la cuarentena y sufrir un fracaso fulminante. Esta conducta errática recibió el nombre de "variante Piñera", ante ello, el Gobierno recrudeció las pretensiones de censura a los programas y medios capaces de dar una opinión independiente.
Aunque la autoridad lo esconda son muchos los hechos que confirman la tragedia, incluso el mismo día que el gobernante negaba su irresponsable exitismo, en Viña del Mar, el club deportivo Everton debía informar el deceso por Covid de uno de sus trabajadores, Alejandro Valdés, que murió esperando en su hogar la ambulancia que nunca llegó porque el servicio de salud ya no tenía cómo responder a exigencias que lo tenían totalmente "colapsado".
En suma, el balance es devastador, más de 30 mil víctimas fatales y más de un millón de contagios remarcan la violencia de la expansión de la pandemia y el colapso de la estrategia de la autoridad. Piñera no podrá tapar el sol con un dedo, aunque una ancha sonrisa cruce su cara cuando vuelva a leer que está en la lista de los hombres más ricos del mundo, el rechazo ciudadano lo seguirá adónde vaya, es impresentable que la gestión presidencial sea en beneficio propio del gobernante.