El día siguiente suele ser siempre revelador.
El misterio caviloso de la noche, y el sueño, insinuante en deseos y temores, instalan - durante la tibieza del amanecer - reflexiones que en la víspera, el tráfago del acontecer no nos permitió ver.
Justo cincuenta años después, también un día sábado, un hombre piensa en el despertar revelador de aquel lejano día siguiente.
Vacilante, se detuvo ahora, y como si quisiera no incomodar a un alguien inexistente, o tal vez intentando no enturbiar la fidelidad de sus recuerdos, ocupó con delicadeza un asiento contiguo al río, y observando las aguas, recuperó las imágenes de esa distanciada mañana.
Se expandía aquel día por su casa un amplio silencio que enrarecía el aire impregnado de una pesada tirantez. La radio, que alguien había olvidado apagar - emitía ruidosos sonidos que hablaban de Lisa, una jovencita de azul mirar - y que con su sonsonete insípido acentuaba el profundo silencio que asfixiaba la casa. Despojada de sus habituales ruidos de sábado, la mañana se internó en el misterio.
Desde un extremo del asiento en que se había instalado ahora - distraído por su presencia - observó el hombre un zorzal, que desasido de toda forma de inquietud merodeaba feliz sobre el césped.
Intentando entibiar la mañana, cruzada por el consuelo fresco de la brisa, los primeros rayos del sol iluminaron el aromo preñado de festivos tintes amarillos, que de tanto en tanto caían hasta besar las aguas, que escurrían ansiosas a cumplir el ancestral rito de persuasión al mar, que la montaña le había encomendado.
Contemplando la naciente alegría del día, vio que el pájaro volaba desde el prado y seducido tal vez por sus tonos se posaba en el aromo, y lo aquejó la envidia de no poder volar como él, y por no ser capaz – como él - de sustraerse a la facultad de pensar, algo que en el último tiempo se había vuelto un abrumador tormento.
La curiosidad en ambos, les hizo atisbarse con miradas indiscretas, ante lo cual deseoso por salir del ostracismo, el hombre quiso compartirle sus conjeturas, y el zorzal pareció deleitado de atenderlo.
-Vine hasta aquí - a la hora de la paz - a ofrendar ante el río, la flor del aromo y ante ti - nobles representantes de la naturaleza - el recuerdo de un día en que hace cincuenta años, abruptamente, pasé de niño a hombre, y se detuvo sorpresivamente, para confidenciarle
-Cuando te vi volar al árbol, envidié tu poder para moverte de un lugar a otro, y vislumbrar desde ahí, como un vigía, el inescrutable destino de las aguas y la extraña conducta de los hombres.
-Es cierto que no posees la facultad de volar – Trinó el ave, pero tienes en cambio virtudes que yo no envidio, y es verdad que no estoy preocupado de saber a dónde van a parar las aguas del río, y tampoco me interesa lo que hacen los hombres, en cuanto me permitan volar con libertad. Solo vengo a este páramo, para buscar el sustento con que alimento a mis pequeños, que han quedado al cuidado de su madre. Cuéntame, que me muero de curiosidad por saber lo que ocurrió hace cincuenta años.
-Ese viernes se jugaba el destino del país – Se entusiasmó el hombre. Yo era apenas un muchacho con la cabeza llena de ideas y ante las elecciones que se celebraban carecía de una postura clara. La razón instalaba en mí un afán conservador que se enfrentaba a las emociones que alentaban mi espíritu hacia ilusiones de libertad y sueños de igualdad.
Convocado por el entrañable misterio de entrega al prójimo, que motivaba en mí la política, con apasionado interés concurría entonces a las clases de Educación Cívica que dictaba un entusiasta profesor, que años después, me sumió en la incomprensible tristeza al decidir anticipar su muerte.
-He oído – Volvió a trinar impresionado, que a la política, como a toda actividad amada, hay que entregarse con voluntad de misionero, solo para ofrecer, sin esperar recibir nada a cambio.
-¡Cuánta razón tienes! – los méritos guiarán a la cima sin tener que recurrir a la miserable condición de exigirlos. Con virtud y algo de paciencia ¡Nada impide alcanzar la cima! Caviló el hombre y continuó.
Las elecciones se celebraron entonces a tres bandas, se oponían tres fuerzas que representaban las corrientes ideológicas que estremecían al país: La derecha se personificó en un señor mayor, que al emitir su voto ironizó con el temblor de su mano, burlándose del mal que le atribuían; el candidato del centro pertenecía a la casta gobernante, que anhelaba dirigir el país por muchos años; y en la izquierda, insistía por el poder un hombre que no había tenido éxito en varios intentos anteriores.
-¿Y que ocurrió? – Trinó el ave preocupada del avance de la hora.
Aún vibran en mi cerebro los gritos de celebración del resonante triunfo de la coalición de izquierda, inspirados por el hombre que ganó las elecciones, y que podía constituir el primer gobierno marxista alcanzado por votación popular. Aunque se trató de una campaña polarizada, la elección fue limpia y su resultado claro. Temprano esa noche, reconoció el gobierno la derrota, y de madrugada se proclamó el triunfo de la izquierda, que al ganar con solo el tercio de los votos, debía ratificarse por el Congreso.
Aquello asentó una enorme sombra de incerteza en el porvenir, y debió ser eso lo que motivó el extraño fenómeno que alteró la calma del día siguiente y creó el enigma inquietante que - entre rumores incesantes de susurros e imprecisos murmullos - quebró la placidez.
A partir de ahí – continuó abstraído el hombre sin detectar la ausencia del ave - se acomoda en nuestra memoria un personal registro de la historia, que con el paso de los años, se extiende con la libertad que en el bosque brotan almas que lo habitan, alternando nuestra impresión de aquel día.
Mi profesor, junto al mundo del trabajo, celebró la ilusión asentada en el obrero, dichoso del surgimiento en el país de una fuerza que impartiría justicia social, pero entre los conservadores reinó el desconcierto y se desparramó el aire enrarecido que escaló con impensadas consecuencias.
La izquierda celebró el triunfo de la revolución en democracia y libertad y soñó con ingenuidad, y la derecha incrédula, vaticinó el caos y destrucción de la propiedad privada, lo que indujo un pánico financiero, el alza del dólar, y un instantáneo inicio de fuga de capitales.
Sobrevinieron días hostiles, sin calma, y mientras un sector exigía la ratificación del ganador el otro amedrentaba al Congreso, y entre medio, la ciudadanía se sumía expectante en la incerteza de sus temores que ese día había instalado, y que transformó al país en el centro de la confrontación de los modelos económicos que dominaban el mundo.
Atrapada en el centro, la masa observó con pesar la exaltación del ánimo, con la que desde ambos extremos, ciertos grupos agitaban la batea que contenía las sosegadas aguas en que navegaba el país, meciéndola de manera inclemente y en ritmo ascendente, hasta conducirla hacia las aguas turbulentas en que recalamos.
El 24 de octubre el Congreso en pleno Proclamó al Presidente Electo, y a consecuencias del atentado sufrido dos días antes, murió el Comandante en Jefe del Ejército, justo al día siguiente.
Al final de su narración, busca el hombre al zorzal, y frustrado de no verlo al reiniciar su trote lo ve cabriolar en el cielo, como si en su despedida le anunciara: Aunque no vueles, tu imaginación te llevará dónde quieras.