Por Francisco Castillo --- Profesor de Teología y ex seminarista, Alejandro Sandrock, escribió “El huerto de los corderos”, donde revela historias ocultas de la intimidad sacerdotal chilena
Crudo libro testimonio sobre la realidad sexual del clero
En medio de la controversia generada en Chile por la presencia junto al papa Francisco del cuestionado obispo de Osorno, Juan Barros, acusado de ser “cómplice pasivo” de los abusos sexuales del cura Fernando Karadima, el académico de la Universidad Alberto Hurtado, Alejandro Sandrock, relanzó el libro-denuncia “El huerto de los corderos”.
En palabras del autor, él abre “una ventana reveladora, profunda e inquietante, que brinda la posibilidad de escudriñar y conocer el modo con el actúan quiénes abusan del poder, para doblegar a través de la fe, la voluntad y el deseo en personas que tendrán que aprender a sobrevivir al propio espanto, a la condena y al juicio de esta Madre Castradora que es la Iglesia”.
Vida sexual del clero
En la novela –basada en hechos reales, vividas por él mismo como alumno de colegio católico y luego seminarista- Sandrock cuenta la historia de “Pedro Minder”, un muchacho que a partir de sus vivencias, “le presta al lector los ojos de alguien que es testigo del amor homosexual entre sacerdotes o aspirantes a serlo, de abusos de poder y de conciencia, del abuso sexual y encubrimiento, de las dudas profundas y proyectos de vida truncados en un joven, así como la vida de personajes que a ratos se develan abatidos y quebrados”.
Sandrock (ariqueño, 43) es un académico de sólida formación ética y religiosa. Es profesor de Teología y magíster en Ética Social, licenciado en Ciencias Religiosas de la PUC, profesor teología en la Universidad Alberto Hurtado. Ha ejercido la docencia y también el trabajo pastoral, la coordinación de proyectos y la formación de laicos. Desde 2015, además, es “tour líder” de delegaciones de peregrinos que viajan a Tierra Santa.
En las 405 páginas de su novela debut, publicada por Editorial Cuarto Propio, Sandrock desnuda una realidad que, a su juicio, “sólo conocemos a medias por los escándalos de abuso sexual”. Las historias que se revelan, “tocan, me parece, un núcleo duro y difícil que hemos mirado sólo de soslayo: la vida sexual del clero y en particular, la realidad de la homosexualidad entre los sacerdotes de nuestra iglesia”, dice.
Escritor, teólogo y ex seminarista Alejandro Sandrock
-Después de todo lo que denuncia, ¿cómo ha podido seguir ligado a instituciones católicas?
-No ha sido un camino fácil. A medida que pasa el tiempo, vas sorteando los conflictos que provienen de una idea sobre aquello que define “ser católico”. Es un patrón determinado por quienes ostentan el poder y que ha entrado en crisis, pues los mismos que definen ciertos principios y delimitan la identidad católica a la observancia, la adhesión a una doctrina y el cumplimiento de ciertos preceptos que parecen ser más importantes que otros, incumplen y a la vez envician dicha identidad.
“Ser católico, en un sentido más etimológico y primitivo, es ‘universal’. Esa universalidad, se logra en la integración de lo diverso, que logra la totalidad. No obstante, eso se perdió. La identidad católica se mide desde otros estándares que, de ser seguidos al pie de la letra, muy pocos lo serían.
“Para mí, seguir ligado al catolicismo es hoy fruto de una trayectoria académica, así como de la búsqueda y construcción de un espacio dentro de la Iglesia, más abierto y crítico, donde mi vivencia personal de mi sexualidad, entre otras cosas, no entra en crisis, sino que enriquece a otros. Es una mirada que aporta a abrir el espectro".
-¿Por qué ingresó al Seminario?
- En ese momento, a mis diecisiete años, estaba convencido que ser sacerdote era el único camino que me llevaba a una radicalidad. Lo creía. En esa época como hoy, medía mucho las cosas por su radicalidad. Pero a la vez, en ese mismo espacio donde me hacía preguntas radicales sobre mi opción de vida, también emergía las concernientes a mi identidad sexual. En ese momento, no tenía la claridad que tenía hoy. La vivencia de mi sexualidad se abre en ese contexto, dando pie a una experiencia marcada fundamentalmente por la ansiedad y la culpa.
“No era difícil darse cuenta quiénes estaban bajo las mismas preguntas y vivencias. En mi experiencia de vida, la homosexualidad por parte de seminaristas, religiosos y sacerdotes estuvo siempre presente. Y eso, genera una confusión, pues sabiendo que el discurso condena, vas viendo que tienen una serie de permisividades y omisiones que van creando un muro de protección”.
-¿Por qué lo expulsaron del Seminario?
-En concreto, por homosexual. Pero estoy convencido de que un factor determinante, fue el que sabían que yo no sería propenso al secretismo. Nunca supe qué gatilla en particular mi expulsión. Los informes que me leían poseían demasiados eufemismos para maquillar la palabra “homosexual” o “relaciones sexuales”. A mí me dijeron que “veían imposibilitado el camino del celibato por mis afectos desordenados y mi tendencia a las amistades particulares”…
-¿Qué opina del caso Barros?
-He tenido la oportunidad de conocer a dos de los denunciantes del “caso Karadima”. He trabajado con alguno de ellos y he recibido ayuda, asesoría y la cercanía que me permite hablar sobre este caso. Barros es la muestra de lo que es el poder del secretismo dentro de la Iglesia y la corrupción que se da dentro de ella. Si la gente siguiera el historial de Barros y los puestos que ha ocupado dentro de la Iglesia, inmediatamente se daría cuenta del inmenso poder que tiene. Dentro de la Iglesia, la información es poder. Parte de eso trato en mi novela: mientras más se sabe y más se calla, más alto puedes llegar. Y quién más sabe, más tiene con qué protegerse.
“No se puede remover a Barros, porque tendrían que salir varios. ¿Cuántos obispos hoy tienen el piso moral para increpar a Barros por ser testigo de abusos sin ser ellos cómplices directos o indirectos de encubrimiento de sacerdotes y/o religiosos/as?
“Para sacar a Barros, la Iglesia jerárquica tiene que atreverse a hacer un proceso honesto, de justicia y reparación. Tendría que pedir perdón por haber estado juzgando las sexualidades de sus fieles al tiempo que daban paso a la propia, excediéndose en más de un caso, con comportamientos que atentan los derechos de los niños y que marcan para siempre a las personas que lo hemos padecido”.
-¿Fue engañado el papa Francisco?
-Para nada. Sabe lo que pasa. De alguna forma, han tratado de colocarlo como “ignorante” de aquello. Lo que me pregunto yo, es a qué le teme. Qué sabe Barros que deja en jaque hasta al propio Papa”.
“La Iglesia debe reconocer que la estructura actual que tiene, propicia la práctica del abuso y protege a quién lo perpetra. En vez de colocarse al servicio y protección de las víctimas, las evade. Lo que ha pasado con el obispo de Malta, por ejemplo, es un intento de blanqueamiento de los errores comunicacionales de Francisco en su fallida visita a Chile. Hay que esperar qué dirá definitivamente, pero la autoridad vaticana hasta ahora ha sido indolente”.